26/09/2005

Las fieras están sueltas (y no muy lejos nuestro)

slaugther01.jpg Cuando se trata de pensar la obra Slaughter, del uruguayo Sergio Blanco, es inevitable remitirse a otros textos, como «Las fieras», de Roberto Arlt, o «Los demonios» de Fedor Dostoievsky, entre otros.


Es que el oscuro desfile de personajes violentos que despliega la pieza de Sergio Blanco nos lleva a pensar que estamos en persona ante las criaturas de aquellos autores.

Slaughter (que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Teatro Uruguay 2003) condensa, a partir de la historia de cuatro personajes, la violencia inherente a nuestros sistemas neoliberales, con sus guerras y sus consecuencias incluidas, que parecieran volverse el pan nuestro de cada día, algo cotidiano y normal.

De esta manera, una pareja disfuncional y abúlica, encarnada por un Gustavo Comini (cuyo personaje es un paranoico violento) y Mariana Ciolfi, en el papel de Lea (mujer golpeada por aquél), terminan cruzando sus vidas con la de un soldado con severas secuelas (Santiago Young).

Todos ellos siempre vigilados y acechados por una especie de alter ego (clave en la obra) de todos ellos, encarnado por un oscurísimo Cruz Zaikoski (excelente en su papel), cuya función en la obra es tan ambigua, rica y enigmática (es un otro extraño y, a la vez, una parte de todos ellos) como repelente y siniestra.

Todos estos elementos conforman un cóctel explosivo, que finalmente terminará de manera trágica.

Según su autor, «los personajes de Slaughter se destruyen los unos a los otros permanentemente. Se golpean. Se violan. Se ignoran. Se mienten. Se insultan. Se desgarran la piel. Sus conductas son repugnantes. Y sin embargo son inocentes». ¿Lo son?

slaugther02.jpg Los personajes de Blanco son producto del sistema en el que nacieron, crecieron y aprendieron a ser lo que son, pero la pregunta podría ser también: ¿no son también productores de dicha realidad? Esta ambigüedad estará presente en algunas líneas del personaje de Zaikoski. «Â¡Llevatelá, no me importa tu guerra!», gritará uno, entre zollosos. «Esta guerra es tan mía como tuya»¦ Yo tengo el arma, pero vos la pagás»¦ Vos los elegís a ellos», retrucará su perverso personaje. La pregunta es, entonces, quién es él: ¿el poder? ¿la «maldad»?, ¿el lado oscuro de cada uno se nosotros? ¿la opinión pública de la mano dura? ¿la que apoyó la invasión de Irak por los EE.UU? ¿Todo eso, quizás, y mucho más? Lo cierto es que, cuando los otros personajes mienten, el habla. Cuando se violan, el verbaliza el momento. Cuando se golpean, es él el que justifica lo hecho.

En este marco, se suceden unas tras otras las humillaciones y la violencia de unos a otros, con el fantasma de la guerra (¿la personal de cada uno, cada día?) como transfondo constante. La violencia aquí es «una costumbre, un vicio, un reflejo» le dirá a su pareja el personaje de Gustavo Comino. Y las imágenes nos remiten a los abusos de los soldados norteamericanos en las celdas de Abu Graib o Guantánamo, las matanzas de niños en conflictos bélicos, la violencia cotidiana doméstica»¦ Y sigue la galería»¦ Como siguen una y otra vez las atrocidades de Slaughter.

Todo esto en un clima que se plantea pesado, oscuro, de encierro, tenebroso (complementado por la música y efectos de sonido), y que no da tregua. Una habitación, que es una y otras a la vez, ya que cuando los personajes salen de ella vuelven hacia un adentro, que es el mismo lugar, como una pesadilla de la cual no pueden escapar y a la cual parecieran estar destinados.

En definitiva, una obra recomendable que nos trata de pensar e intenta abordar el destrozo permanente que perpetúa el hombre sobre el hombre en este sistema, hundido en ese espiral de violencia cotidiana que Anna Arendt definió alguna vez como «la banalización del mal».

Slaugther (Masacre):

Autor: Sergio Blanco

Director: Juan Carlos Fontana.

Elenco: Con Gustavo Comini, Cruz Zaikoski, Mariana Ciolfi y Santiago Young (Grupo de teatro Los Barones).

Lugar: Korinthio Teatro (Junín 380 – 4951-3392)

Horario: viernes a las 23 horas.

Precio de localidades: $ 10.

Por Fernando Ruffa


Entrevista con Cruz Zaikoski, actor de «Slaughter»

«Nadie quería hacer Slaughter»

slaugther03.jpg Nos saluda cordialmente. Sonríe y se presenta de manera agradable. Es indudable que Cruz Zaikoski se encuentra muy alejado de ese personaje enigmático y oscuro, que cada viernes a la medianoche brilla bajo el seudónimo de «EL» en la obra «Slaughter» (Masacre), y que provoca las más abominables sensaciones.

Porque nos obliga a reflejarnos en un espejo de violencia que no quisiéramos ver. No, nosotros no podemos ser de esa manera, y por lo tanto, preferimos que se nos muestre más humanos, mejores personas y menos manipuladores. En fin, un imposible: casi angelicales.

Por suerte, a la entrevista con ANRed llega la persona y no el personaje, que parece haberse quedado enclaustrado dentro del teatro. Hoy, es un día demasiado lindo para tener que enfrentarse con semejante villano.

Aunque como es sabido, y más aun los actores, todos llevamos siempre un personaje adentro; listo para desempolvar según la ocasión.

Así que adelante, pasen y lean el resultado de una charla que fue transitando por distintas temáticas y tonalidades; desde la más reflexiva y comprometida, hasta la más punzante y corrosiva realidad.

 ¿Qué es Slaughter?

 Slaughter es una pieza de teatro político. Entendido al teatro político en el sentido más primitivo del término; aquel teatro que detecta una situación social, la describe y la pone en el centro del debate. Pero siempre alejado de cualquier política partidaria. En síntesis, es el teatro que refleja, capta y enuncia un discurso social y político en el sentido de sociedad.

 Lo que es concreto es que la obra te puede gustar o no, pero no pasa desapercibida, te involucra y te afecta.

 Esa es una característica de trabajo de Juan Carlos Fontana, que es el responsable de la obra, y el director del grupo: «Los Barones». Fontana hace un teatro que es así, te puede gustar o lo podes odiar, pero jamás pasa indiferente. Además, es un teatro que básicamente toma al cuerpo del espectador. La gente se va con algo en el cuerpo y una vez que esa sensación corporal, sensitiva, se asienta y decanta, comienza a trabajar la razón.

 Hay momentos en la obra, en los que uno siente que es un personaje más.

 Sí yo creo que esta puesto como ese ciudadano inactivo y descomprometido que esta sentadito y siendo testigo de una realidad espantosa, pero que mira desde afuera.

 Y ustedes arriba del escenario, ¿notan esa reacción de la gente?

 Sí, muchísimo. Sobre todo mi personaje que interactúa con el público. Yo les veo la cara, veo como se mueven y se acomodan constantemente.

Era innegable, su actuación en la obra es admirable y se lleva los mayores aplausos, por lo tanto no podía pasar mucho tiempo sin que Zaikoski mencione a su genial criatura, que como ya dijimos no vino al encuentro, pero tiene un buen representante que hable por ella. Así que hay vamos…

 Tu personaje es muy complejo y abierto a múltiples lecturas. ¿Cómo lo definirías?

 Primero que nada ese personaje fue construido desde la dramaturgia del director, porque en la obra original no estaba. Mi personaje es un poquito de todos. Es como una conciencia colectiva, que se va conformando a partir de los demás personajes.

 Pero además de nutrirse de la conciencia de los otros personajes, ¿es posible que también se alimente de la opinión pública?

 Sí, puede ser. Es como una voz impersonal, que no sabemos bien quién es, pero que en un momento nos dice: son parte de esto y son cómplices. Quizá no hace tanto juicio, sino que muestra y el juicio lo deja para quien recibe esa realidad.

 Definitivamente, todo un maléfico.

 Es que en un punto, llega a manejar como títeres a esos personajes, incluido al público. Porque yo los involucro a ellos también. El espectador es víctima de mi personaje, tanto como el de «Lea», «El soldado» y el de «Él». Es una conciencia omnipresente.

 Cómo si no bastara con tres personajes muy complicados, se le agrega un cuarto que es terrible.

 Es que representa a la síntesis de la perversión.

 Dentro de la obra parecería que todos son víctimas y culpables a la vez.

 Yo diría que hay culpables de primer y segundo orden. Mi personaje es un culpable de primera jerarquía, pero no deja de ser parte de un sistema que a su vez, lo víctimiza a él también. Dado que cumple un rol: el del perverso, el que manipula a todos, en pos de que se terminen matando entre ellos. Pero en un punto, «El», también termina pulverizado, porque es todos y existe en función de los otros. Es una relación perversa, en la que si no estuvieran los dominados, no existiría el dominador.

 Más allá de la violencia que se ve dentro de esos personajes y en ese contexto, es verdad también que representa una parte ínfima de la violencia que se vive diariamente y que, además, es una consecuencia directa de una sociedad capitalista.

 Sí, yo creo sí. Porque, si bien, lo que se muestra es terrible, es verdad que es mínimo. Y, además, lo terrible es que una vez terminada la función de «Slaughter», superado el hecho artístico, uno sale a la calle y se encuentra con violencias peores, como miles de chicos que no tienen para comer. Eso es peor que dos adultos dándose golpes. Pero estamos tan acostumbrados a esa violencia que llegamos a negarla.

 Es posible observar, que a pesar de la violencia que se propinan los personajes dentro de la obra, es como si no llegaran a liberarse del todo.

 Es que en un punto, se encuentran totalmente medidos, porque si no, al minuto de estar en escena se hubieran clavado un cuchillo.

 Nunca terminan de explotar, ¿no es cierto?

 Es que esa, es también una de las grandes perversiones planteadas, la de mantener al otro en un vilo constante; te quiebro, te quiebro, pero te rescato. Dado que necesito seguir quebrándote y rescatándote. Mi personaje, en un momento de la obra, se lo dice al público: «siempre se asiste al que se aplasta». Es como que nunca se debe exterminar del todo al adversario. Lo tenés que cachetear lindo para dejarlo medio aturdido, pero nunca darle el último bife para tumbarlo del todo. Uno necesita una mínima resistencia del otro, para poder existir como sometedor.

De pronto se impuso el silencio, después de hablar ininterrumpidamente por largo tiempo, era hora de descansar un poco y entretenerse con el paisaje que brindaba la plaza de un sábado por la tarde.

Pero la verdad, no había mucho que mirar, salvo a un joven que realizaba las más intrépidas piruetas a bordo de su bicicleta, y que por momentos, se temió que terminara arriba de nuestras cabezas, hecho que afortunadamente no sucedió.

Dado que aterrizó bastante más lejos del lugar. Aunque se levantó ileso en cuestión de segundos, por lo que sé continuo con la conversación.

 ¿Qué lugar ocupa la guerra dentro de la obra?

 Se puede decir que hay una referencia inmediata a la guerra porque uno de los personajes es un soldado y porque muchas de las escenas que se recrean, fueron vistas anteriormente por tropas americanas. Pero la tortura en una guerra no es un tema nuevo. Lo que pasa es que venimos muy impactados por las fotos que fueron difundidas por los medios que son terribles. Pero Slaughter no habla de la guerra, sino del después.

 Además, es más importante la guerra interna que mantienen esos personajes que lo que viene de afuera.

 Tal cual. El centro de la obra es la violencia cotidiana que se infligen esos seres, para con ellos mismos y entre ellos. Son personas que no se pueden alojar en sus cuerpos, ni en sus vidas.

 Debe haber sido bastante complejo poder armar una obra como Slaughter.

 Sí, el Instituto del Teatro la había mandado a un montón de gente, pero era una obra que nadie quería hacer. Hasta que la toma Juan Carlos Fontana y luego se conecta con el autor uruguayo Sergio Blanco para comprar los derechos. Slaughter se intentó estrenar en Uruguay y no se pudo, lo mismo paso en Francia.

 Todo una obra maldita.

 Es que los elencos no la terminaban, no sabían como resolverla. Dado que uno, cuando agarra el texto no sabe para donde disparar. Lo que se ve en escena, es un trabajo nuestro. El autor dio los diálogos de los personajes y un cierto encuadre, pero nada más. Pensa que nos llevó un año y medio de ensayos. Además, tuvimos serias dificultades para encontrar a la actriz, porque nadie quería hacer ese papel, no se lo bancaban. Porque en la obra, las mujeres son vaciadas. Hasta que llegó Mariana Ciolfi que hace una interpretación memorable y, además, es un ser humano increíble.

 ¿Y el autor llegó a ver a puesta?

 No, Blanco vio nada más que dos escenas. Pero está por llegar a Buenos Aires, y es seguro que vendrá a verla.

 ¿Te parece que existe un público comprometido para ver este tipo de obras?

 No, lamentablemente. Y en un punto me cuestiono si vale la pena seguir haciendo un arte tan contestatario. Nosotros con el grupo «Los Barones», propusimos primero con «Lamento equino» y luego con «Slaughter», dos movidas totalmente distintas en cuanto a contenido, pero terriblemente perturbadoras y fuertes que levantaron el avispero, pero a la gente no le importa nada. Es más fácil estar dentro de la manada.

 ¿Crees que dentro de la cartelera porteña existen obras tan revulsivas como Slaughter?

 No, y eso que veo muchísimo teatro. Lo que pasa es que «Slaughter» es teatro político, que es un género teatral específico, con sus determinadas características. Y de ese teatro no hay. Sí, podes encontrar comedias, dramas, policiales, etc. Pero definitivamente teatro político no hay.

 ¿Consideras que el teatro debería cumplir la función de abrir la cabeza?

 El teatro es parte de la realidad, y como tal es cómplice de todo lo que pasa. Hay mucho artista prostituido que por un contratito en algún teatro oficial tranza con todo un sistema burócrata. Hay mucho subsidio dando vueltas para los que saben donde encontrarlo y pedirlo. Después también hay muy poco teatro independiente, dado que muchos de los dicen serlos, en realidad no lo son; dependen tanto en lo económico como en lo ideológico.

Hay muchos que hacen el teatro que quiere ver un x extracto social: los que no quieren pensar y hacerse los boludos. Ojo tampoco creo que el arte tenga que ser totalmente combativo y de denuncia, pero tiene que haber un justo equilibrio entre el entretenimiento y un determinado compromiso con lo que es el mundo y la realidad.

La charla estaba llegando a su fin. La persona debía volver a reencontrarse con su criatura que había dejado encerrada en el teatro. Pero todavía quedaban unos minutos y, claro esta, que después de hablar de tanta violencia y perversión, la última pregunta debía englobar la sensación con la que uno se iba.

 Cruz, ¿estamos todos enfermos?

 Sí, estamos totalmente patológicos, física, mental y moralmente. Hay un estado endémico además, la peste se propaga geométricamente y no hay campaña de prevención, ni de profilaxis que nos salve.

Por Mariano Minasso

Sección Cultural de ANRed

anredcultura@yahoo.com.ar



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