07/11/2010

Los sentimientos populares y el peronismo

almey.jpgEl funeral de Néstor Kirchner recuerda por fuerza otros funerales masivos de líderes políticos. También lleva a reflexionar sobre la actitud popular ante la muerte de dirigentes que incidieron en la conciencia de las masas y sobre por qué perdura, desde hace 65 años, una mística peronista en la Argentina. Por Guillermo Almeyra


El funeral del ex presidente argentino, a pesar del carácter luctuoso de la causa que congregó una inmensa manifestación popular, deja una sensación de vida y de gran fuerza y engendra confianza en la capacidad y evolución futura de la enorme multitud de trabajadores de todo tipo que, ante un golpe duro y repentino, respondió al unísono, sintiendo la necesidad de hacer pesar su presencia y su decisión para dar sostén a un proceso político iniciado en el 2001 y, al mismo tiempo, rechazar todo posible retroceso.

Ahí está la diferencia con otros grandes funerales. El de Eva Duarte, inmenso, fue una expresión de dolor impotente por la pérdida de alguien que, en un régimen burocrático, aparecía como una defensora de los trabajadores y sobre el duelo flotaba también la impresión de que el peronismo de las conquistas sociales estaba amenazado de muerte (tres años después Perón capituló y se fugó por miedo a triunfar quedando preso de los trabajadores si éstos derrotaban al ejército). El del mismo Perón, el Perón desgastado por su derechización irremediable y la crisis, fue también un entierro de las ilusiones y del pasado y estuvo marcado por un silencio preocupado y perplejo. El de Charles De Gaulle fue solemne, plomizo y funéreamente calmo; el de Palmiro Togliatti, líder del principal partido comunista europeo, reunió una multitud silenciosa y acongojada; el de Stalin, a pesar de que estuvo marcado por múltiples muertes por aplastamiento y escenas de histeria, expresó sobre todo una actitud dirigida hacia el pasado porque algunos homenajeaban a quien veían como el vencedor del nazismo y, otros, sentían que se cerraba una era. Incluso en el de Enrico Berlinguer, enorme y que congregó a gente que no era comunista pero quería rendir homenaje a un hombre muerto en la acción combatiendo por sus ideas, mezclada a la pena predominaban el temor y el desaliento y, en efecto, poco tiempo después se derrumbó como un castillo de naipes el gigantesco partido que había logrado que lo votase uno de cada tres italianos.

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El velorio-manifestación del ex presidente Néstor Kirchner no tiene pues precedentes en nuestros tiempos. En primer lugar, por la espontaneidad, ya que cuando se conoció la noticia de su muerte repentina, miles de personas comenzaron a reunirse en la Plaza de Mayo sin que nadie las hubiese convocado e impusieron, de hecho, que Kirchner fuese velado en la Casa Rosada, sede del poder que querían defender como propio, y no en el Parlamento, lugar neutral y de todos, donde siempre son velados los hombres y las mujeres ilustres. Esa sintonía popular no fue organizada ni canalizada por ningún partido sino por un sentimiento amasado previa y largamente en la vida cotidiana de los trabajadores. No hubo columnas sindicales regimentadas ni contingentes de partido aunque se movilizaron algunos grupos, más de amigos cercanos que de agrupaciones políticas o barriales, más de compañeros de trabajo que de organizaciones de trabajadores. En cambio, miles de familias o de personas hicieron filas de tres o más kilómetros, bajo la lluvia, y esperaron más de diez horas para desfilar ante el féretro de quien veían más como un compañero de lucha que como un dirigente pues muchos de los manifestantes no eran peronistas. Un sentimiento y firmes resoluciones unían a todas esas personas y creaban una identidad colectiva: la derecha no triunfará, no hay que retroceder, hay que darle fuerza y voluntad de resistencia a Cristina Fernández. Todos compartían la clara conciencia común de que Kirchner era la parte radical del dúo presidencial, de que Cristina Fernández está debilitada y casi sola, y de que las presiones contra la línea política confusa llamada kirchnerismo no vendrán ahora solamente de la oposición prooligárquica y proimperialista sino también del entorno presidencial y de la estructura de las diversas burocracias y grupos de interés que forman el partido de gobierno.

De ahí que a la manifestación no concurriesen sólo los kirchneristas así como los gritos y los cánticos políticos en la misma capilla ardiente, las exhortaciones «Â¨Fuerza Cristina”, las incitaciones «Â¡llamanos!”, «Â¡convocanos!” en las que todavía quien grita depende de que el vértice llame o convoque, pero al mismo tiempo lo conmina a hacerlo, o las arengas fogosas a la esposa del desaparecido y al aparato que la rodeaba, las V de la victoria y hasta los puños cerrados en el saludo postrero a quien todos respetan porque lo vieron, enfermo de muerte, seguir combatiendo (sin preocuparse demasiado de si combatía por su candidatura o por las ideas comunes, o por ambas cosas a la vez en ese orden de precedencia).

La gente que llenó la Plaza de Mayo y se apoderó virtualmente del velorio en la Casa Rosada, dejando de lado el protocolo, o que acompañó al ataúd bajo la lluvia hasta el aeropuerto, no venía de las villas ni de los sectores más pobres de los suburbios sino que provenía de los sectores de las nuevas y viejas clases medias y, en particular, de una numerosísima juventud estudiantil-trabajadora.

Todos los manifestantes, incluso los reducidos grupos de obreros que venían de trabajar, no se identificaban en sus expresiones como «obreros”, «trabajadores”, «pobres” sino como «nosotros” (en oposición a «ellos”, los que no pasarán) o como «pueblo”. El sentido de clase de esa manifestación- funeral era claro: «aquí estamos para que nada retroceda, para sentirnos y medirnos, para ser protagonistas en la lucha contra ellos”, pero la conciencia de clase no se expresó abiertamente y las consignas clasistas deformada de las viejas manifestaciones peronistas fueron reemplazadas por el nacionalismo (el himno nacional fue repetidamente coreado) o por cánticos juveniles de estadio.

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Sin embargo, la manifestación, por su carácter político, por su autoconvocación inmediata, por su espíritu y su combatividad se enlazaba con otra reciente manifestación, también masiva, también juvenil, también inmediata: la que reunió 60 mil personas en Plaza Mayo en repudio al asesinato del joven militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra, por un grupo de matones de la Unión Ferroviaria. En efecto, en esta acción solidaria, mayoritariamente de izquierda, participaron también muchísimos sectores y agrupaciones kirchneristas que estuvieron pocos días después en el funeral del ex presidente.

Es que en las decenas de miles de jóvenes que empiezan a hacer experiencias políticas comienza a abrirse paso un sentimiento de unidad sobre la base tradicional antioligárquica y antiimperialista que a fines de los 70 juntó a sectores no peronistas con los peronistas. Ese nacionalismo con contenido social plebeyo y no capitalista pero aún sin clara conciencia anticapitalista es lo que mantuvo vivo al peronismo desde su época de esplendor en los años 40 hasta su crisis profunda en los setenta y después con el menemismo y lo que siguió.

El kirchnerismo no es el peronismo del siglo pasado ni por su composición, ni por la relación entre sus componentes, pero sigue siendo un sentimiento de combate y un impulso para obtener reformas sociales. La izquierda marxista debería comprender ese sentimiento, no para abandonar su propia posición clasista sino para hacer consciente el proceso clasista inconsciente de ese «pueblo” aún indiferenciado en la lucha por la independencia política de los trabajadores frente a un aparato político corrupto y clientelista y por la democratización de los sindicatos y la liquidación de los burócratas sindicales (en su mayor parte empresarios y matones) que son la base de la derecha peronista. Hay que partir del nivel de conciencia actual, para desarrollarlo, no ignorarlo ni menospreciarlo.


Fotos: http://www.enlavuelta.org/



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