16/10/2010

Los mineros, Dios y Sebastián Piñera

33_TAPA.jpg «Los verdaderos héroes no se vieron como tales y atribuyeron la superación del desastre vivido a fuerzas ajenas a ellos, incluso a los mismos responsables políticos de los accidentes de trabajo continuos que funestan la pequeña y la mediana minería. El aumento brutal de los «accidentes” (…) Las llamadas «fatalidades” se pueden preveer impidiendo la superexplotación de la gente y de los recursos por el capitalismo», señala Guillermo Almeyra en un artículo que reflexiona en torno de las invisivilizadas causas del padecimiento de los 33 mineros atrapados durante 70 días en la mina «San José» de Chile.


Mil millones de personas – 200 millones más que cuando el Campeonato Mundial de Futbol- siguieron por televisión la epopeya de los 33 mineros atrapados en la mina San José, en Copiapó, Chile. Sin duda muchos lo hicieron deslumbrados por la tecnología de rescate utilizada en esta «Misión Apolo” de la minería, pero la inmensa mayoría compartió la angustia de los familiares de esos trabajadores y siguió su lucha con emoción y solidaridad. Sin embargo, ni en Chile ni en ningún país hubo una expresión concreta de diferenciación de clase entre los que deben ir a padecer y morir en un socavón o trabajan arriesgando vida y salud para que otros gocen sin trabajar y los responsables directos e indirectos de los accidentes de trabajo.

Que yo sepa – ojalá no sea así- no se registraron paros simbólicos, de protesta o solidarios ni declaraciones sindicales o de los partidos que en escala internacional y en Chile mismo dicen representar a los trabajadores. El pueblo chileno y los mineros mismos encuadraron la resistencia en el fondo de la mina y los esfuerzos por rescatarlos sólo en un marco nacionalista y deportivo, considerando la liberación de los 33 una victoria nacional, como lo expresaba el coro «Chi, Chi, Chi, Le, Le, Le” que acompaña a las selecciones nacionales en todos los deportes.

33_1.jpg Sólo la fortaleza de ánimo de los trabajadores chilenos, curtidos por la explotación, la opresión y los continuos desastres naturales, había permitido superar el terrible terremoto seguido por un tsunami sin desánimo ni daños sicológicos, recurriendo a la solidaridad y la fraternidad de los pobres. Por eso no se produjeron pillajes ni saqueos a pesar de que una gran cantidad de gente había perdido todo y carecía de todo. Y sólo la fortaleza de ánimo, la tradición de sus padres y hermanos, la firmeza, la tenacidad, la voluntad de hacer frente a todo y superar todo lo que había que superar para recuperar su libertad permitió a los 33 mineros sobrevivir durante quince días en la oscuridad, casi sin comer, bebiendo el agua que se filtraba por las paredes y organizarse a la espera de que los localizasen y socorriesen. Pero, en ambos casos, los verdaderos héroes no se vieron como tales y atribuyeron la superación del desastre vivido a fuerzas ajenas a ellos, incluso a los mismos responsable políticos de los accidentes de trabajo continuos que funestan la pequeña y la mediana minería.

La mina San José había sido cerrada y reabierta dos veces, por la inseguridad en el trabajo y la empresa cargaba ya con la responsabilidad de muertes y mutilaciones pues el aumento del precio del oro y también del cobre y la despreocupación por los mineros (entre los 33, uno seguía trabajando a los 63 años en el socavón sufriendo de alta presión y de silicosis) la llevaban a aumentar la explotación del yacimiento sin invertir en medidas de protección (consolidación, mantenimiento, construcción de salidas de emergencia).

El derrumbe, por lo tanto, no fue una fatalidad sino que fue causado por el ansia de lucro, la avidez, el desprecio clasista por los trabajadores que ostentan todos los días los patrones mineros y por la incapacidad, incuria y corrupción de los gobiernos, que están preocupados por las finanzas de los capitalistas y no por las vidas de quienes enriquecen a éstos. Los terremotos y los tsunamis pueden ser desastres naturales, pero la impreparación para ellos son delitos políticos. Y los muertos por accidentes de trabajo, por derrumbes, por deslaves e inundaciones son verdaderos crímenes cuyos responsables son los que destinan los fondos públicos a sostener las ganancias y no a responder a las necesidades. Porque si existe la tecnología para los rescates podría haberse utilizado en Pasta de Conchos y podría también haber tecnología para impedir los derrumbes si se respetasen más las vidas humanas que el margen de ganancias de las empresas.

Por eso es urgente y necesario destruir la densa cortina de desinformación alienante para poner las cosas en el terreno de la realidad ya que, por ejemplo, aunque el padre comunista y el padrastro socialista de Luis Urzúa, el jefe de turno que organizó todo y el último en salir, fueron asesinados por Pinochet, a quien apoyó Piñera, el minero pidió que el caso de los 33 «no se repita nunca más» nada menos que al presidente-gran empresario que depende del voto de sus pares y de la derecha y, además, se ha reforzado políticamente al aparecer como el «Salvador” de las víctimas del sistema que él defiende.

El aumento brutal de los «accidentes” (en minas chinas y rusas donde los derrumbes matan decenas de obreros, o como el hundimiento de ferryboats en la India, Filipinas, Indonesia, las catástrofes ferroviarias, inundaciones y deslaves, las muertes en el trabajo en todo el mundo) es sólo la expresión del retorno a la explotación propia del siglo XIX por un capitalismo depredador de todos los recursos, incluso la mano de obra.

Piñera se presentó como socio de Dios y presentó a éste como el Jehová que torturaba a Job diciendo que «siempre lanza sobre Chile cargas que el país puede soportar”, o sea como una especie de sádico clemente. Los mineros, por otra parte, víctimas en este mundo, depositaron su confianza en el Cielo y, a falta de una tecnología de rescate más avanzada, recurrieron a la oración aunque al mismo tiempo demostraron a todos que eran capaces de organizarse y luchar por sus vidas, con solidaridad y de modo colectivo, ayudándose unos a otros.

Es hora de que todos puedan llegar a comprender que no hay Salvadores ni en el cielo ni el la tierra si los trabajadores no se salvan a sí mismos y que las llamadas «fatalidades” se pueden preveer e impedir impidiendo la superexplotación de la gente y de los recursos por el capitalismo. Es hora de que, por lo menos la izquierda comiencen a hacer un poco de claridad ideológica y a dar la batalla por las ideas.



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