14/07/2019

Depreflación, desindustrialización y destrucción del poder adquisitivo

Es posible caracterizar en una sola palabra al último año del contexto económico argentino: “Depreflación”. Esta definición alude, por un lado, a la nula o negativa generación de riqueza durante el último año de gobierno de Macri (con un PBI a precios constantes que cae), y por el otro, a la creciente volatilidad de los precios, evidenciada en altas tasas de inflación (con un PBI a precios corrientes que va en aumento). Por RedEco Alternativo

(Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas). Argentina–  Transcurridos tres años completos de la gestión de Cambiemos es posible mirar de manera retrospectiva hacia sus inicios y determinar que el rumbo económico de nuestro país no sólo tuvo una errante marcha, con altibajos en sus índices de actividad muy pronunciados, sino que estuvo condicionado y agravado por el inestable movimiento de los precios, configurando un escenario aún más preocupante.

La tendencia que se observa entre la evolución del PBI y la del nivel de precios resulta espejada. Esto implica que mientras los índices del nivel de actividad valuados a precios del año 2004 se expresan con creces hasta 2017 (con su máximo del 4,5% al 4ºTrimestre 2017) y reducción en el 2018 (alcanzando el piso de -6,2% al 4º Trimestre 2018), la dinámica inflacionaria exhibe precisamente lo contrario, es decir, desplome hasta mediados de 2017 (22,9%), e incesante incremento a partir de entonces, encontrando su pico a fines del 2018 (46,9%). Este escenario choca con la visión ortodoxa, donde la teoría expresa que una caída en la demanda y recesión en la actividad conllevan a una desaceleración en la dinámica de precios.

¿A qué ramas de actividad se atribuye la brusca caída del PBI?

El último trimestre del año 2018 evidenció la mayor de las caídas -en términos interanuales- del PBI a precios constantes, desde el comienzo del gobierno de Macri. De un total de 16 sectores de la economía, son sólo 3 los que exhibieron un crecimiento genuino en sus tasas: pesca (14%), servicio doméstico (4,3%), y agricultura, ganadería, caza y silvicultura (3,7%). Cuatro de ellos prácticamente permanecieron estancos en sus cifras (servicios sociales y de salud, enseñanza, administración pública y defensa, y actividades inmobiliarias, empresariales y de alquiler). Los restantes 9 sectores reflejaron descenso en sus índices, de los cuales se destacan la construcción (-9,5%), la industria manufacturera (-11,9%) y el comercio (-13,5%), siendo estos últimos los de mayor participación en términos de agregación de valor a la economía (16,7% y 12,5%, respectivamente, como porcentaje del PBI).

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la conducta reciente de dichos sectores no es concluyente a la hora de comprender el comportamiento de la economía en los últimos años. En este marco, si comparamos los valores totales anuales del año 2018 con los del 2007, la industria manufacturera presentó estancamiento en sus cifras. Ahora bien, la comparación desde los inicios de la gestión de Cambiemos (finales de 2015) a hoy evidencia variaciones más marcadas, siendo la tendencia del sector manufacturero efectivamente descendiente (-7,9%).

La Industria, en declive

En mayor o menor medida, la totalidad de las ramas muestra un descenso en sus índices.

En particular, los casos más alarmantes resultan ser los productos textiles (-36,8%), y vehículos automotores, carrocerías, remolques y autopartes (-25,7%).

Sin embargo, al igual que lo que sucede con las ramas de actividad, el promedio general no resulta tan bajo dado que los sectores industriales de mayor valor agregado, intensivos en el uso de la tierra, no vislumbraron grandes caídas. Tales son los casos de alimentos y bebidas (-2,8%), y refinación de petróleo (-7,5%), que si bien su desplome no es pronunciado, no dejan deser parte del inminente fenómeno desindustrializador de la Era Macri.

El preocupante contexto dentro del cual se circunscribela recesión industrial no sólo es la expresión de un declive económico (y social) por el cual está atravesando nuestro país, sino que deja en evidencia la ociosidad de la capacidad productiva del mismo. En este sentido, el indicador de la utilización de la capacidad instalada (UCI) tiene por objetivo exhibir qué porcentaje del capital fabril es utilizado, con la intención de dar cuenta el nivel de funcionamiento de la actividad.

El nivel de la UCI publicado por el INDEC a Diciembre 2018 resultó ser el más bajo de toda la gestión de Cambiemos, ubicándose en 56,6%. Es decir, con una caída interanual del -11,6%, los datos sugieren que las fábricas se encuentran trabajando con la mitad de su capacidad instalada, situación análoga a (o casi tan grave como) la crisis del 2001-2002, en tiempos de la salida del gobierno de Fernando De la Rúa, que según datos del INDEC, llegó a ubicarse en 56,9%hacia agosto 2002.

En particular, los bloques industriales más golpeados resultaron ser la industria automotriz (con 25,6% de su capacidad instalada y una caída del -33,2% interanual) y la producción textil (con el 32,3% de su capacidad instalada, y una caída del -42% interanual). Por su parte, la refinación del petróleo es la rama que muestra los menores niveles de capacidad ociosa (con un 77,4% del capital en funcionamiento), mientras que la producción de sustancias químicas, y alimentos y bebidas son las que sufrieron las menores caídas respecto al año 2017 (-3,6% y -3,8%,respectivamente).

Un yunque, más que un garrotazo

Como ya hemos recalcado en publicaciones anteriores, la descontrolada dinámica del nivel de precios se ha encargado de distorsionar la economía de nuestro país en su conjunto, ocasionando no sólo problemas en los niveles de actividad a causa del aplacamiento del consumo y desincentivo a la inversión productiva, sino también desfavoreciendo la inclinación hacia el peso, lo cual promueve la búsqueda de refugio en el dólar.

Si pudiésemos decretar qué variable ha sido realmente vapuleada por la inflación durante los últimos 3 años de la gestión de Cambiemos, probablemente diríamos que fue el poder adquisitivo. Con tasas superiores al 47% interanual, la escalada de precios ha afectado seriamente el nivel de vida de los sectores populares, carcomiendo la capacidad de compra no sólo del salario de los trabajadores, sino también del haber de los jubilados y del ingreso de los receptores de planes sociales, siendo el desplome de estos últimos desde diciembre 2017 al mismo mes en 2018 del -12,7%.

Como resultado de lo anterior, el golpe distributivo hacia fines del 2018 en términos de pérdida salarial fue, en promedio, del 11,8% (Nivel General), revelando una caída aún más pronunciada que la sufrida en 2016 (-8,1%). En general, las tendencias observadas al interior de cada sector de actividad resultan análogas al Nivel General: en los años de recesión económica y alta inflación, se verifica un desplome del salario real, con mayores caídas en 2018 respecto a 2016. Sin embargo, el sector que expone una evolución más marcada es el Sector Privado No Registrado, con variaciones interanuales del -13,5%, 5,2% y -13,5% en los años 2016, 2017 y 2018, respectivamente.

Un modelo económico que promueve el crecimiento…de la desigualdad

El extremo estado de deterioro de los ingresos de nuestra economía es posible de visualizar a través del presente gráfico, dando cuenta del contexto regresivo en términos distributivos y la consecuente profundización de la desigualdad que afronta tanto la clase trabajadora como los hogares en su conjunto.

Teniendo en cuenta que el nivel de producto (PBI) de la economía en el 2018 fue cercano a los 14,6 billones de pesos, podemos inferir que ante una eventual distribución equitativa del mismo posibilitaría que cada trabajador del país logre acceder a un ingreso promedio mensual de $69.584.

Dicho monto representa una brecha del 411% con respecto al ingreso promedio ($16.940) que efectivamente perciben la totalidad de los ocupados.

Para el caso de los hogares, el monto que posibilitaría el PBI distribuido de manera proporcional asciende a $99.730, contemplando una brecha del 308% con respecto a los $32.410 que en promedio perciben las familias.

La brecha de desigualdad se profundiza cuando consideramos los ingresos efectivos percibidos por la población de estratos socioeconómicos más bajos.

En el caso de los ocupados se observa que el ingreso medio del 50% de los trabajadores de menores ingresos laborales es de $7.835 mientras que el 30% peor pago obtiene un ingreso medio de $5.182. Esto implica que las brechas de desigualdad ascienden a 888% y 1343% respectivamente.

De manera similar, notamos que el ingreso medio que perciben el 50% y el 30% de los hogares con menores ingresos son de $15.007 y $11.105 respectivamente. Dichos montos representan

brechas de desigualdad de 665% y 898% en cada caso, evidenciando la distancia en que se sitúan sus ingresos totales con respecto al monto que reflejaría un reparto justo y equitativo del PBI.

En relación con lo anterior y desde una perspectiva temporal, si consideramos la mayor parte de la gestión Macri, es decir, desde mediados del año 2016 (fecha en que se inicia el período de normalización estadística del INDEC) hasta fines del 2018, podemos notar efectivamente un aumento de la brecha de desigualdad al interior de cada grupo poblacional.

El desfasaje existente entre el mayor crecimiento del PBI nominal, como también el “ingreso ideal” que representa el reparto equitativo del mismo, y la menor evolución de los ingresos de la población en el período considerado, arroja datos contundentes que resultan relevantes para repasar el aspecto dinámico de la desigualdad en la gestión de Macri.

En el caso de los ocupados, al año 2016 la brecha se situaba en el 376% y, al finalizar 2018, asciende a 411%, representando un aumento de la desigualdad en un 9,3%.

De esta manera, se registra un comportamiento similar al enfocarnos en los estratos más bajos de la clase trabajadora, como es el caso del 50% y el 30% de los ocupados que perciben menores ingresos. En el 2016, dichos grupos contemplaban significativas brechas del 812% y 1230% que, durante el mismo período, ascendieron a 888% y 1343% respectivamente, representado un incremento en torno al 9,2%y 9,4%.

De más está decir, que la regresividad en la redistribución de los ingresos también se hace presente en la economía de los hogares. Podemos comprobarlo al observar que a mediados de 2016, la brecha de los hogares era del 283% y, a fines del 2018, pasa a ser del 308%, es decir, se acrecienta la disparidad entre los ingresos totales de las familias con respecto al “ingreso ideal” en un 8,7%.

Asimismo, la tendencia ascendente que experimenta la desigualdad durante dicho período se hace más evidente cuando nos enfocamos en los estratos de ingresos más bajos de los hogares del país.

Para el caso del 50% de los hogares que perciben menores ingresos, la brecha pasa del 607% en 2016 a 665% en 2018 (9,4% de aumento), y para el 30% de los hogares, la misma crece del 811% al 898% (10,7%de aumento).

El gobierno de Cambiemos se fugó todo

La falta de generación de divisas por exportaciones se agrava al analizar los datos del balance cambiario del BCRA: en el año 2018 se intensificó el proceso de salida de dólares de la economía, alentado por la desregulación financiera, las tasas de interés astronómicas, el carry trade y el desarme de LEBACS, y se alcanzó un récord de fuga de capitales de U$S 27.230 millones. Semejante salida de dólares supera la registrada en 2008 (U$S 23.098 millones) – el año del “conflicto de la 125” y de la crisis financiera internacional – como el de mayor volumen de fuga, así

también como los años 2017 (U$S 22.143 millones) – año de la plena vigencia de la bicicleta financiera – y 2011 (U$S 21.504 millones) – año en el que se terminó instalando el “cepo cambiario”.

La fuga acumulada en 3 años de Macri (2016-2018) alcanzó los U$S 59.324 millones. Esta tendencia está lejos de revertirse: en los primeros cuatro meses de 2019 ya se fugaron U$S 7.036 millones. Es decir, en la era Macri ya se fugó la quinta parte de un PBI (20,7%), el equivalente a

U$S 68.385 millones. En 40 meses de gobierno ya se fugó el equivalente a dos terceras partes (67%) de lo que se fugó en toda la gestión “K” (2003-2015), que ascendió a U$S 102.000 millones.

Proyectando para todo el año 2019 se puede estimar como mínimo una salida de U$S 20.000 millones. Sin embargo, esta es una hipótesis de mínima, dado que es muy probable que hacia los últimos meses del año la misma se vea agravada por la incertidumbre electoral y la dolarización de activos en pesos.

La verdadera pesada herencia

Al revisar los números de la Secretaría de Finanzas, queda en evidencia que la herencia del gobierno de Macri será una gigantesca e impagable deuda pública. Al evaluar la sostenibilidad de la misma, la combinación de la nueva deuda contraída y la mega-devaluación de 2018 puso en jaque la capacidad de repago de la Argentina: al 4º trimestre de 2017 la deuda representaba el 56,6% de un PBI que ascendía a U$S 567.023 millones, mientras que un año después, el PBI comprometido por deuda ascendió al 86,2% (sobre un PBI de U$S 385.374 millones).

Aquí se verifica un doble efecto: por un lado, el stock de deuda pública se incrementó en U$S 11.257 millones en un año; por el otro, el PBI endólares se derrumbó 32,1% por efecto de la devaluación, lo cual equivale a una pérdida del producto de U$S 181.649 millones.

En 37 meses, el gobierno de Cambiemos tomó U$S 92.233 millones de nueva deuda; esto es, U$S 30.509 millones por año, U$S 2.542 millones por mes, U$S 85 millones por día y U$S 4 millones por hora.

El proceso devaluatorio iniciado en diciembre de 2015 y profundizado en 2018 contrajo el PBI en dólares en un 30% de U$S 549.105 millones (en septiembre 2015, último dato previo a la devaluación de diciembre) a U$S 385.374 millones a fines de 2018. A su vez, la deuda pública se disparó un 40%, pasando de U$S 239.959 millones a fines de septiembre 2015 a U$S 332.192 millones en diciembre de 2018. En definitiva, las políticas de Macri y las recetas del FMI de devaluación y endeudamiento no sólo configuraron una espada de Damocles (una deuda impagable) para el próximo gobierno, sino también para las generaciones de argentinos actuales y futuras.

Es evidente que de esta situación crítica a la que nos ha conducido el gobierno de Macri no se sale “yendo en el mismo camino”, sino todo lo contrario: será necesario un proyecto represente los intereses de las grandes mayorías, y ponga énfasis en la necesidad de políticas soberanas de crecimiento y desarrollo económico que pongan fin a la eterna dependencia del financiamiento internacional.

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