06/07/2019

Las ramificaciones políticas y policiales de los grupos de extrema derecha alarman a Alemania

Manifestación de neonazis en Chemnitz durante los hechos de 2018. Foto de De Havilland

El asesinato a bocajarro de un político del partido de la canciller Ángela Merkel enciende el debate sobre el peligro real que supone la extrema derecha, conectada desde hace décadas con elementos de la policía, el ejército y la judicatura. Por Carmela Negrete / El Salto.


El primer asesinato de un político después de la segunda Guerra Mundial. Así han presentado algunos medios la ejecución del presidente del gobierno de Kassel, que pertenecía al partido de la canciller Angela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana, el pasado 2 de junio en la terraza de su casa. Walter Lübcke, que había defendido la acogida de refugiados en 2015 y por lo cual le habían amenazado de muerte en numerosas ocasiones, fallecía tras recibir un disparo en la cabeza. En un primer momento se barajaban otras hipótesis hasta que la policía criminal encontró restos del ADN de Stephan E. en la escena del crimen. Éste es un conocido neonazi de larga trayectoria delictiva que en los últimos tiempos había pasado desapercibido. Stephan E. confesó la semana pasada haber disparado a Lübcke, sin embargo, el martes 2 de julio ha retirado su confesión y aparecido ante el juez con un nuevo abogado.

Todo aquel que lleva un tiempo observando la política alemana sabe que era cuestión de tiempo que un crimen de estas características tuviera lugar. La violencia cotidiana es abrumadora y va desde insultos, pintadas y manifestaciones masivas nunca antes vistas (por lo multitudinario) hasta ataques violentos brutales con víctimas mortales. En este caso la víctima era un político, pero, según cifras oficiales,  la extrema derecha ha matado desde la reunificación a más de 80 personas y otros estudios sitúan la cifra en el doble de casos.

“LA DERECHITA COBARDE” ALEMANA

Varios grupos de extrema derecha encabezan la revuelta contra “el gran reemplazo”, en alemán “der große Austausch”, el supuesto plan de las élites para cambiar ciudadanos alemanes por inmigrantes, en especial musulmanes, y acabar de ese modo con la cultura alemana. Claman por una revolución que acabe con ese hipotético complot y devuelva a los alemanes a sus raíces culturales más genuinas. No lo dicen en abierto, pero está implícita su idea de conservación de la raza aria. Son términos que hace un lustro solo se le ocurriría utilizar al partido neonazi NPD, pero que a día de hoy han llegado al discurso mainstream a través de Alternativa por Alemania (AfD), que es la tercera fuerza en el Bundestag.

La diputada de este partido y vicepresidenta de la fracción Beatrix von Storch hablaba ya en 2016 de “Massenaustausch”, es decir, de “intercambio masivo” (de población). El copresidente de la AfD Alexander Gauland se refería a ello como “Bevölkerungsaustausch” o “intercambio de población” en 2017. Es el mismo concepto que utilizó en su manifiesto el terrorista neonazi de Christchurch, que mató a 51 personas e hirió a otras 50 el pasado marzo.

Mientras Alternativa por Alemania promete a sus electores acabar con “la dictadura multicultural”, los conservadores de la CDU, por su parte, en claro declive electoral, se encuentran ante la disyuntiva de por un lado tener que frenar a la extrema derecha para que el país siga siendo gobernable en función de sus intereses y al mismo tiempo, ver cómo se relacionan con este partido. Es por eso que el asesinato de Lübcke ha pillado a muchos por sorpresa y tanto el partido y la canciller se han mantenido al margen de declaraciones y condenas prácticamente dos semanas con la excusa de que no se conocían los detalles ni motivos del asesinato, a pesar de su conocimiento de que el político asesinado había sufrido amenazas.

El periodista Sebastian Carles, viceredactor jefe del diario junge Welt, constataba en una columna que “el asesinato de un político al estilo de los tiempos de la República de Weimar ha sido el último aviso” del peligro que supone la extrema derecha. Sin embargo, asegura Carlens, “ha sido reducido a una nota al margen de la disputa de la coalición y el ocaso de la canciller”.

En el último congreso del partido, la CDU se distanciaba de una cooperación con la Alternativa por Alemania de forma oficial, sin embargo, los resultados de las elecciones que tendrán lugar en unos meses podrían cambiar el panorama. Se ha formado una corriente dentro del partido llamada “Werte Union” que se opone a la política de la canciller, pide “mano dura” contra los refugiados y tiene menos reparos a la hora de relacionarse con la AfD, especialmente, con la mirada puesta en elecciones regionales que se celebrarán el próximo 1 de septiembre en Sajonia, uno de los principales caladeros de la extrema derecha.

A Ferat Ali Kocak, un político del partido Die Linke en el barrio berlinés de Neukölln, casi lo matan en 2018: “Quemaron mi coche, que estaba estacionado junto a nuestra casa en medio de la noche y por suerte me desperté y llamé a los bomberos”. Le dijeron que “si hubiera llamado cinco minutos más tarde, las llamas habrían alcanzado la casa y no habría podido salir de ella con facilidad”, explica a El Salto. El joven, de ascendencia turca, nació en Alemania, aunque asegura que “mucho tendría que cambiar el país para que pudiera sentirme de aquí”. Trabaja en el gabinete de comunicación de una universidad berlinesa y colabora en iniciativas contra la derecha.

Ali Kocak no fue amenazado antes de que se produjera el ataque, pero asegura que ya había pensado que podía pasar porque “la violencia de la derecha forma parte de la rutina en el barrio de Neukölln desde hace unos ocho años”. Lo que no esperaba Ali Kocak era que los servicios secretos supieran que conocidos neonazis le estaban siguiendo con el objetivo de atentar contra él y no le informaran de ello. Se supo de dichas informaciones gracias a un grupo de periodistas de la televisión local pública Rbb. El político está recogiendo firmas para que se abra una investigación en Berlín que esclarezca las redes neonazis que hay y sus posibles implicaciones con los aparatos del Estado, entre otras cuestiones.

LAS CLOACAS DEL ESTADO ALEMÁN

Doscientas bolsas para cadáveres y cal viva: es la lista de la compra de un grupo de neonazis de la región de Brandenbrugo y Mecklenburgo-Pomerania denominado “Nordkreuz”. Una treintena de radicales que se organizaba a través de un chat de Telegram y se preparaban para el “día X”, en el cual el Estado de derecho dejaría de funcionar debido a una oleada de refugiados o a atentados islamistas que iniciasen una guerra civil en el país. Tenían también una lista de adversarios políticos a los que eliminar. El grupo no estaba formado por lo que por lo general se tacharía de sociópatas (aunque sus planes lo sean) sino que en parte se trataba de militares y policías, entre ellos miembros retirados y en activos de comandos especiales de asalto. Todo se conoció la semana pasada gracias a la investigación del grupo de periodistas Redaktions Netzwerk Deutschland.

En 2017 se llevó a cabo una redada contra el grupo Nordkreuz en Mecklenburgo en la que se encontró una “lista de la muerte” con 25.000 nombres. Hace dos semanas, la fiscalía de Schwerin comunicaba que a raíz de esa investigación se había detenido a tres exmiembros de comandos especiales de asalto y a un policía en activo que habrían extraído munición de los almacenes de la policía.

El caso de Nordkreuz no es ni mucho menos el único, sino que casos similares han sido reportados una y otra vez. Las listas de adversarios políticos y “traidores” como la intervenida en Mecklenburgo existen desde hace tiempo en internet. Una de ellas se llama “Nüremberg 2.0” y está alojada en un servidor de los Estados Unidos. Aunque se conoce desde hace años, la justicia alemana parece no haber hecho la suficiente presión para que la cierren.

El martes 25 de junio detenían a un policía en Frankfurt acusado de haber participado en las amenazas de muerte que una abogada recibió firmadas con el pseudónimo “NSU 2.0”. Era una referencia al NSU, un grupo terrorista de extrema derecha que asesinó a una decena de inmigrantes y a una policía entre 2000 y 2007. También la última semana de junio tuvo lugar un concierto neonazi en la ciudad de Ostritz, que salió en las noticias en castellano porque los vecinos del lugar compraron toda la cerveza del pueblo para fastidiar a los nazis. En ese concierto hubo un policía de uniforme que llevaba colgadas insignias neonazis y contra el que se ha abierto una investigación.

Dentro del ejército hubo un caso especialmente notorio, el de Franco A., que se hizo pasar por refugiado sirio para cometer un atentado y acusar de ese modo a esta minoría. En 2017 fue detenido cuando trataba de viajar en el aeropuerto de Viena portando un arma. Este soldado fue suspendido de su empleo, pero se encuentra en libertad. La ministra de defensa Ursula von der Leyen prometió investigar dentro del ejército para que la ideología de los soldados no entrase en colisión con el orden constitucional. En 2018 fueron suspendidos ocho militares en razón de su “extremismo”.

Friedrich Merz, el candidato de la CDU que se postuló como sucesor de Angela Merkel se mostraba la semana pasada muy preocupado por estas tendencias dentro de los órganos de seguridad del Estado para con la extrema derecha: “Estamos perdiendo una parte de la policía que se está pasando a Alternativa por Alemania (AfD)”, aseguraba. El vicepresidente del sindicato de la policía, Jörg Radek, añadía a los motivos por los cuales esto ocurre la relación con los recortes económicos con los que el cuerpo se ha visto confrontado en las últimas décadas. “La AfD ni siquiera existía”, explicaba en el Tagesschau, el telediario alemán.

La fiscalía alemana juega en este momento un papel esencial en la lucha contra la extrema derecha y es por ello que ha iniciado un lavado de cara con un estudio sobre su pasado nazi. Un grupo de historiadores está investigando este organismo y sus implicaciones con antiguos neonazis. Las conclusiones no están listas aún, pero aseguran que la mitad de los trabajadores de la fiscalía hasta 1974 habrían pertenecido en el pasado al partido de Adolf Hitler, el NSDAP. El estudio quiere analizar la influencia ideológica que estos trabajadores tuvieron en veredictos y en la aplicación de la justicia.

PREPARADOS PARA DAR EL GOLPE

“Ahora dirán que es un caso aislado”, era el comentario más escuchado en Berlín después de la detención del neonazi Stephan E por el asesinato de Lübcke. La fiscalía, sin embargo, aseguraba que “investigan en todas las direcciones”. En los últimos meses se han ido destapando varios grupos terroristas neonazis y se habló de “casos aislados”. Uno de ellos fue el llamado “Revolution Chemnitz”. Después de que el verano pasado un joven fuera asesinado durante las fiestas locales y se despertasen los sentimientos xenófobos y racistas de una parte de la población de esa localidad, el periodista Volkmar Wölk explicaba a El Salto cómo lo ocurrido en Sajonia puede pasar en cualquier rincón de Alemania: “En lugar de fortalecer las unidades especiales de la policía contra la extrema derecha, que en realidad funcionaban bien, han sido desmanteladas cada vez más hasta que dejaron de ser funcionales”.

Tras varios episodios de violencia de la extrema derecha, los investigadores de la policía dieron con un chat de Telegram a través del cual “Revolución Chemnitz” planeaba un cambio de sistema. Hay ocho detenidos que querían hacerse con armas semiautomáticas y llevar a cabo un atentado el día de la reunificación alemana, el 3 de octubre, en Berlín.

Asimismo, según destapaban periodistas de la televisión pública NDR, los terroristas trataron de coordinarse con otros grupos a nivel nacional e internacional para preparar el ataque, en especial en otro chat con 350 miembros, muchos de ellos de la región de Sajonia, llamado “Confederación para el movimiento” (Bündnis zur Bewegung).

El entorno neonazi de Chemnitz jugó un papel especial en el encubrimiento de la banda terrorista NSU. La viuda de una de las víctimas de la banda terrorista NSU, Theodoros Boulgarides, declaró que el juicio le daba la impresión de ser “un lavado de cara superficial”. Uno de los informantes de los servicios secretos conocía al asesino e incluso fue testigo en el juicio del NSU porque uno de los trabajadores del servicio secreto era Andreas Temme, que ademas se encontraba en la escena del crimen durante el asesinato. Demasiadas coincidencias y secretos. Otras víctimas también se mostraron decepcionadas. Los archivos del caso están bajo secreto hasta dentro de 120 años, algo muy criticado porque no se puede acceder a la información de los servicios secretos al respecto del caso y, por tanto, a su propia implicación. Por no hablar de las actas que el organismo directamente mandó destruir.

Este es el peligro al que se enfrenta el país, con cientos de políticos, activistas, extranjeros y otras minorías siendo violentadas y agredidas, mientras neonazis planean tomar el poder, almacenan comida, munición y enseres para lo que anuncian ya una posible guerra civil. El posible apoyo de grupos policiales y en el ejército a este tipo de grupos —un apoyo que a lo largo de las últimas décadas se ha reflejado en ese puñado de casos— acrecienta el temor a que la amenaza que terminó con la vida del conservador Walter Lübcke no deje de expandirse.

Fuente: El Salto



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