10/05/2009

María Roldán, picando para liberarse

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«Una mujer y una comunidad protagonista de momentos de trascendencia social e histórica al pulso del movimiento obrero de «volumen y fuerza combativa». El laborismo argentino, las intrigas y la negación de quienes no supieron de complicidades con injusticias que lesionaran su lealtad al pueblo y a sus trabajadores.» ANRed publica la primer parte del relato que conjuga la historia de una mujer, su experiencia de lucha, su comunidad, y su relación con momentos de la historia del país. Por Ariel Kocik para ANRed.

María Roldán, picando para liberarse

Una mujer y una comunidad protagonista de momentos de trascendencia social e histórica al pulso del movimiento obrero de «volumen y fuerza combativa». El laborismo argentino, las intrigas y la negación de quienes no supieron de complicidades con injusticias que lesionaran su lealtad al pueblo y a sus trabajadores. «En el Sindicato de la Carne nos hemos juramentado todos que si Perón no está con nosotros a las doce, seguiremos sin trabajar, paralizado el pueblo argentino, pase lo que pase», anunció la delegada del frigorífico Swift, mientras Perón se debatía en el Hospital Militar. Voces de lo que pudo ser y lo que fue un movimiento que desbordaba de contenido y fuerza popular, tal vez como ninguno en la historia.

Era una de las madres que, como decía, cantaban a sus hijos la esperanza de un futuro mejor, en coloridas casas de chapa corrugada, de un Berisso convulsionado por las luchas gremiales que agitaban a su pueblo laborioso, donde los italianos, turcos, lituanos, checos y polacos arraigaban sus sueños solidarios amenazados por la guerra, las dictaduras o la ley «de residencia» para arrancar de la tierra a luchadores que cruzaron el océano, vandalismo jurídico que sirvió la cabeza de italianos a Mussolini.

María Bernabitti de Roldán nació en San Martín y llegó a Berisso en los años ’30. Su esposo, Vicente Roldán, era obrero del frigorífico Armour, «monstruo» que se alzaba al malevo fondo de la calle Nueva York, rodeado por agua de río, envuelto en la claridad lechosa de la neblina (1), como último signo de civilización antes de la selva y los islotes: The magical zone that Berissenses call the «monte», al decir de Daniel James en su libro Doña María. Historia de vida, memoria e identidad política (Manantial, 2004), fuente de la casi totalidad de los testimonios de María Roldán citados en este trabajo, obtenidos por James en entrevistas realizadas en 1987. Asimismo, las memorias aquí referidas de Cipriano Reyes son en su gran mayoría de sus libros ¿Qué es el Laborismo? (R. A., 1946) y Yo hice el 17 de octubre (G.S., 1973). También se ha revisado diarios como El Día, El Argentino y El Laborista, a la vez que entrevistado a varios testigos de los hechos y revisado archivos privados.

Por la enfermedad grave de su hijo, María ingresó a las moles propiedad de los meatpackings de Chicago, con su severo proceso de carnes, su trabajo estándar para aumentar la disciplina obrera, exprimiendo esfuerzos. El sueldo de Vicente no alcanzaba, y ella abrazó un oficio bravo, mal visto para las mujeres, hasta el punto de ennoblecerlo proyectando su humanidad rebelde como bandera de libertad y derecho de los trabajadores argentinos.(2) «Cortaba carne limpia ahí y el nervio en el otro tacho», afirmaba María: «Era un pueblo, era una cuadra, todo blanco de gente trabajando, hermoso, era un espectáculo».

Relataba: «Las ganas de llevar un peso a la casa y el hambre y la necesidad le obligan a aprender en dos días. Era un trabajo duro. Muchas se cortaron, yo me corté acá y la marca me quedó para toda la vida. Otros se cortaron mucho, hubo también accidentes fatales, huesos rotos de las personas, en fin». Capataces terribles, disciplina, no hablar: «una esclavitud tremenda». (2)  La carne viene en zorras y tapa el lugar, «hay empacho», alguien no cumple con el ritmo «estándar», ideado por Mr. Swift según el sistema científico de Frederic Taylor. Mr. Swift terminó arrojado de un edificio cuando se desplomaron sus acciones de la bolsa de Nueva York.

Muchas noticias poblaban el aire de una cosa nueva en conventillos de barriadas y villas de Berisso, sobre el barro o el empedrado. Con algunos anarquistas, más otros rudos, leales y consecuentes hermanos del trabajo, en la Sección Calderas del frigorífico Armour, a 80 grados de hornalla, había nacido un proyecto llamado a conmover el alma del movimiento sindical argentino -disperso y perseguido durante años-, dando temple y raíz a una nueva conciencia en marcha y una mística que le dio pujantes contornos de movimiento de pueblo, lejos de los egoísmos sectarios y la miopía mental de la burocracia rentada, alumbrando una lucha fraterna en una comunidad donde árabes y judíos convivieron hasta unir su sangre. El idioma o la religión distintas no impidieron que aldeanos de los Balcanes se unieran a crotos hechos en campo fiero bonaerense para resistir cargas de «cosacos», gángsters y crumiros, en un momento de plena maduración de la conciencia cívica y profundo despertar social de nuestro pueblo, matizado por extraordinario estado emocional del mismo, al calor de índices superiores de producción exigentes de un estado social superior de progreso colectivo como única salida para los problemas populares argentinos. (3) La policía era muy brava, a las madres las llevaban con los pechos llenos, afirmaba María.  (4)

Terminando con células aisladas, fastuosos sellos gremiales, fanatismos divisorios, figurones rentados y burocracias en orfandad debilitante; trasponiendo las fronteras nacionales con su escuela de lucha nutrida de una historia de rebeldías criollas en playas, galpones, puertos, yerbatales, montes y desiertos del interior sediento y olvidado del país. Luchas marginales e intensas, que regaron de muertos y heridos los movimientos de Zárate y Rosario, del puerto de Buenos Aires, de los campos de Salta y Tucumán, de los talleres de Boedo y Parque Patricios, de los frigoríficos de Avellaneda y Berisso. Historias de rotoso heroísmo alejado de la migaja de los puestos de conducción, sintetizadas en el conjunto vibrante de esa masa combativa que vitalizó el espíritu de la capital el 17 de octubre de 1945 (5), negada por maniobreros y sabiondos, que abrió el camino de una justicia social plena y renovadora que inspiró a otros pueblos del mundo en marcha hacia su emancipación.

Un mosaico étnico, filosófico y cultural conformó la base universal del sindicato de la carne, concebido para defender el pan de las familias, la paz y la seguridad de los hogares más allá de cómo pensara o rezara cada compañero, criollo, gaucho, turco o gallego vomitado sobre playas bonaerenses por la barbarie de la guerra y el hambre sembrada por los colonialismos internacionales. Aunque las empresas tuvieran más poder que el estado y las leyes se usaran para perseguirlo, el sindicato no conoció el sometimiento burocrático a tutelas y marchó a la delantera del movimiento argentino obrero organizado que se perfilaba con una nueva concepción y personalidad gremial para dinamizar los cambios en profundidad, vigorizado en los grandes núcleos laboriosos. La guerra y sus agudos problemas en los pueblos, con su enloquecida demanda de producción, engrosaban contingentes obreros que fortalecían su conciencia en la fragua común.

Hubo que enfrentar sin reparos a una cortina de hierro comunista, opuesta a las huelgas en curiosa coalición: la patronal, la embajada inglesa, la embajada yanqui, el partido fiel al camarada Stalin y los conservadores del fraude. El ambiente sindical plagado de riesgos, con los tiroteos como lenguaje para defender los derechos negados por décadas de escarnio, policías bravas, razzias, «calaboceadas» y terrorismo negrero, así como el cuchillo en las dársenas y en las estibas, zona de guapos, compadritos y aguerridos combatientes de todas las horas en roñosos rincones del hambre de mascarón de proa, fue el terreno donde una mujer se abrió paso a fuerza de coraje, emoción y capacidad para exigir la igualdad económico-social junto a los derechos políticos de género, desde las entrañas de la ciudad industrial que lanzaba humo por sus chimeneas.

«Eran quince comunistas en la Nueva York, quince muchachos. Había un local y querían hacer algo («¦) el número era ese, no hacían nada («¦) El que trajo todo y dio una manifestación realmente orgánica para que todos nos pusiéramos a trabajar sindicalmente fue Cipriano Reyes, es innegable. Él fue el motor principal que movió los engranajes para que toda la república pensara que sin un sindicalismo puro y bien guiado, bien manejado, no íbamos a ningún lado, que el capital iba a seguir extorsionándonos, pagando lo que querían y chupándonos la sangre («¦) El interés político y el sindicato lo abrió Reyes y nadie más. El que lo discute dice pavadas», aseveraba María.

Las «rusitas» que antes temían a los capataces, «cuando el sindicato tuvo alas» decían delante de ellos: ¡Viva el Sindicato de la Carne! «Una golondrina no hace sola el verano, lo hicimos todos, trabajamos todos muy bien», recordaba María. Muchos les decían que iban perderse en Ushuaia, muertos a palos, consigan la tranquilidad de su trabajo y no digan más nada, «pero nosotros insistimos con nuestra rebeldía de que había que luchar por un mañana mejor». Su mayor satisfacción fue palpar la realidad de que el patrón ya no trataba al obrero «como a un animalito, como a un mueble, como a algo que se usa («¦), vale más que el salario, el respeto y la moral de los pueblos está por delante de todo lo demás». Porque «nos hicimos respetar. Yo creo que son centenares todos los paros que hemos hecho», para que el compañero despedido vuelva al trabajo. Era duro formar en el sindicato a las «baqueanas de cuchillo, forzudas y grandotas», como las «yugoslavas, lituanas, rusas, polacas, forzudas, gente de garra». Les pedían que no trabajaran tanto porque perjudicaban a las demás: «el físico de la mujer criolla siempre es más menudo», al lado de esas «rusas grandotas, enormes esas lituanas». Mujeres que «habían pasado la guerra, de luchas, de sufrimientos, hechas a la batalla del trabajo» y que le decían «¿María, ahora qué hacemos? ¿cómo tenemos que contestar?». Pronto le dijeron «Â¡Mirá, María, cuánto cobré!». Si las pasaban a la tripería, cobraban el doble. (6)
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¿No somos gente?

En 1944, María trozaba carne sanguinolenta con su cuchillo, con sus heroicas compañeras de blusa y gorro blanco en la Picada del frigorífico Swift. Se apareció Cipriano Reyes y le propuso que fuera delegada gremial, dada su capacidad. Aceptó en el acto. Dejaba su tarea en manos compañeras y corría por los interiores de la ciudad fabril a defender a su gente, con una gran responsabilidad. «Miren, compañeras obreras, que si no respetamos el trabajo, el trabajo no nos va a respetar a nosotras («¦) Yo me voy a jugar y voy a defenderlas, pero respétenme («¦) aquí nos estamos jugando el pan de nuestros hijos», les decía. Enseñaba disciplina y conducta sindical a «polacas, japonesas, turcas, checoslovacas, españolas, italianas, de todas las naciones del mundo», que «eran muy agradecidas, gente muy buena, en su lengua, media lengua, como podían, pero una gente muy educada». (7)

En medio de la larga serie de paros para obligar a Mr. Mecker y a Mr. Williams a respetar derechos, o a cumplir nuevas leyes y convenios colectivos luchados con lágrimas al calor del movimiento, ella se abría paso como dirigente, peleando a toda voz por la igualdad salarial, el derecho por embarazo y enfermedad, la salubridad, la garantía horaria (anhelada durante toda la década infame), la conciencia y la unidad en un gremio donde las mujeres habían sufrido atropellos por mayordomos y capataces, violaciones y maltratos soportados con rabia. En el fragor de lucha, comenzó a realizar la pionera igualdad política, de justicia y dignidad en el trabajo, actuando en las comisiones de proselitismo, los comités de huelga, los cuerpos de activistas y los equipos de acción sindical. Su nombre, y el de mujeres como Esther Tata o Juana Bordagaray, sonaban en el gremio en los duros momentos. La policía particular, vestida y armada por la policía de la provincia, era la «gestapo de los frigoríficos»: cientos de compañeros de María eran encarcelados por «disparar tiros» y «pegar garrotazos» a los crumiros y vigilantes pagos para romper la huelga, con apoyo de la gendarmería y la marinería. Nuestros errores los pagamos con el sable y con el plomo, con el caballo y el atropello, decían.

El sindicato defendió a los comunistas despedidos, «porque piensen como piensen tenían hijos y familia, exigimos a la patronal que esos hombres volvieran, y volvieron.» Crecían los puntos de reclamo: la ley de silla para mujeres con várices, el mate cocido a las tres y media, la insalubridad en cámaras, botas y delantales, la jornada de ocho horas con garantía. Si el viernes no había matanza, ¡la gente se quedaba en su casa!
El espíritu de lucha que ofrecía la zona -junto al sindicato de la carne peleaban los petroleros, los portuarios y un pueblo unido al rumor del cambio que miles de almas agitaban en el interior de los frigoríficos-, donde por primera vez se torcía el brazo de la industria madre, que había ensombrecido el país -con crímenes como el del senador Enzo Bordabehere-, explotado argentinos y devastado sus campos, motivó la visita del coronel Perón, por la fuerza de su conmoción cívica resonante en el campo laboral y en el delta político, como «plataforma» de un movimiento reivindicatorio que sostenía las banderas de la revolución nacional y popular por los principios de justicia social, redención política y derecho universal, junto a vascos, ucranianos, búlgaros, españoles y criollos en una activa comunión idealista. El calor popular rebasó lo previsto. Nada igual se veía desde los tiempos de Yrigoyen.

Con retumbar de bombos -que nacieron ese día-, 30 mil almas rodearon el palco. No faltaban anarquistas en el indetenible cambio social que esa laboriosa colmena humana empujaba y contagiaba con fuerza expansiva inexorable durante 1944, con la energía para multiplicar en conciencia popular su inmensa capacidad receptora, que amasó y devolvió a la dirigencia un programa justiciero calentado en la fragua del trabajo, pronunciado en una acción generalizada y decisiva, embebida de aliento de pueblo como fuente popular de razón y justicia.

María se acercó a Perón y reclamó por los derechos políticos de las mujeres. Cuando su esposo o sus hermanos votaban ella les decía que solo votaba la mitad del país: ¿No somos gente, coronel? Esa situación no podía seguir. Perón le preguntó a Cipriano Reyes si era una abogada. Sonriendo, el sindicalista le dijo que era una trabajadora de la carne. (8) Mientras el fervor del pueblo hacía peligrar el palco, Perón abrazó a los dirigentes, como el anarquista Antonio Jérez, quien dijo: «la emancipación de los trabajadores como su propia libertad es obra de los trabajadores mismos» y llamó a unirse para sostener las conquistas cuando el gobierno se fuera.

María prosiguió en el combate. Sus ímpetus y su rebeldía en la fábrica, su emocionada voz en las tribunas, enmarcaban un coraje sin reparos para no temer aún en la miseria de la derrota. No será difícil ver diferencias entre un líder de una aristocracia -como muchos de la historia latinoamericana- y quien se pulió como líder de masas en la escuela del sacrificio, sin manuales para auscultar el sentimiento popular. «La Roldán era macanuda y peleadora en el buen sentido», dice un obrero del Armour.

Sus compañeros la recuerdan voluntaria en las barricadas y en todos los frentes de combate, o símbolo viviente y revolucionario de las luchas reivindicatorias de los trabajadores de Berisso. (9) Muchas mujeres se levantaron las conservas o las triperías, donde trabajaban sobre grasa o sangre. Limpiaban hígados, vejigas y tripas. Picaban y cortaban carne. Envasaban, soldaban y pegaban tarros de chilled beaf para las trincheras de guerra. Cuando sonó la hora, ganaron la calle, para evitar una entrega fraguada en lejanas reuniones, o en organismos como la CGT y el gremio del Comercio, temerosos ante el avance «cívico y democrático» de un bradenismo amenazante, antipopular y esencialmente liberticida, al que «las botas» del gobierno ya no se atrevían a enfrentar.

Pase la escoba, coronel

En julio de 1945, un Berisso desangrado en huelga sin cuartel, llegó en trenes a un acto de Ángel Borlenghi, a mostrar su angustia ante quienes especulaban con su derrota. Grandes columnas avanzaron desde Constitución y coparon el ámbito de Diagonal Norte y Florida, en el acto ya comenzado. No paraban de gritarle a Borlenghi, cuya plana mayor fue sacada del palco a las piñas, y él cercado por las obreras de la carne. ¡Tenemos hambre! ¡Hambre!, le gritaban al futuro ministro.

Había motivos. En Berisso se estaba jugando la suerte de la masa laboriosa del país, en el presagio de una nueva era, avizorando un «campo que se mostraba a través de un horizonte promisorio». Un inmenso movimiento solidario sostenía un conflicto que presentaba ribetes de campo de concentración en los hogares en lucha de ese pueblo cercado por fuerzas policiales. Muchos obreros de a caballo iban a faenar a mataderos locales para llevar carne, achuras y mondongo a sus compañeros en huelga. Otros pescaban miles de sábalos en la costa de Palo Blanco para brindar al sindicato. Los jinetes recorrían tambos, chacras y quintas de Berisso, Magdalena y el campo circundante procurando leche, papas y verduras para repartir en casas de madera y chapa. Los comerciantes vaciaron góndolas, fiando azúcar, pan, yerba y fideos a las familias obreras. Doctores como Oscar Colombo y Leonardo Bondar atendían «rancho por rancho», día y noche, sin cobrar. Los dirigentes se ocultaban en los montes y taperas de la Isla Paulino, Ensenada y Punta Lara, y montaron una imprenta clandestina en los montes para la propaganda y el movimiento panfletario.

En otro frente, Hipólito Pintos conducía huelgas reivindicatorias en Santa Cruz, con colegas berissenses, llevados en bodegas de barcos «coloniales» para faenar borregos, corderos, capones y ovejas en desolados territorios. Berisso instaló su comando en Río Gallegos, y devolvió la voz rebelde, con su propio sacrificio, a comarcas desamparadas, marcadas por los fusilamientos, sombrías y abandonadas, donde jamás había llegado la justicia ni el arbitraje de un funcionario de Trabajo. Sus demandas para humanizar un trabajo carente de elemental seguridad y asistencia serían Convenio.(10)

Ferroviarios autónomos, panaderos, telefónicos, petroleros de Ensenada y La Plata, chacareros, peones de campo, madres que dejaban el conventillo y estudiantes secundarias tendían la ayuda que negaba la CGT, sus «adheridos» y cuanto logrero de la capital adulaba a Perón sin definirse. Pero sus bases sellarían la verdad vibrante de la hora nacional cuando marcharon a la Plaza de Mayo junto a Berisso y Avellaneda contra la voluntad de esos sellos gremiales. En el Dock Sud, en la Isla Maciel, en Avellaneda, en La Boca, en Puente Alsina, el «santo dolor» histórico del gremio de la carne -por los que murieron congelados en las cámaras de frío, baleados o torturados en mazmorras medievales-, mantenía en vilo a miles de almas por las mismas reivindicaciones sociales y afanes libertarios de un Berisso a la vanguardia.

«No nos podían seguir pagando 90 centavos la hora si nosotros éramos los factores primordiales que movíamos ese mundo tremendo («¦) Había que parar por todos, los hombres que mataban ovejas, los hombres que agarraban la lana y la metían en la bolsa, los hombres que lo llevaban al barco, no había que para la picada por que estaba María Roldán o equis persona, había que parar por todos», recordaba María.

«La huelga de 96 días no llegó de la nada, en 1944 ya nosotros habíamos ganado catorce puntos.» Para lanzar gran huelga hubo una asamblea multitudinaria con los brazos al cielo, con policías pertrechados absortos. Ya no se trataba de parar las norias, sino de ganar la calle en pleno: «Todo el mundo a la calle, nos vamos a aguantar con hambre, sin hambre, pero vamos a aguantar todos afuera.» María le dijo al jefe de policía, Adolfo Marcillac: «Mire, cada obrero en este momento, aunque a usted le parezca mentira, ahora es un delegado, ya saben su obligación. ¿Sabe por qué la saben? Porque es muy triste mandar a dormir a los chicos con un mate cocido y un pedazo de pan, mandar a un hijo a la escuela sin guardapolvo («¦) haga usted de nosotros lo que quiera, tenga la seguridad de que esta vez la empresa va a tener que aflojar porque nosotros a trabajar no vamos a ir, no nos vamos a entregar.» Eso de la huelga fue tan lindo»¦Estrictamente había que cumplir con la palabra sindical»¦ se llegó a noventa y seis días de huelga, cosa que no sucedió nunca en el mundo entero. No era un paro de cien personas, era una huelga de 15 mil obreros sostenida por un pueblo. Es muy fácil decirlo pero retener en su casa a esa gente que estaban soltándose ya para ir, que decían vamos a pasar hambre, nos van a despedir, qué hacemos con nuestros hijos, es bravo, el que vivió esa época lo sabe. Pero la lucha que se desarrolló ahí adentro fue tremenda. Había gente que la sacábamos dándole besos, ‘bueno, compañera, vamos, vamos para afuera’, acariciarle los hombros. («¦) Durante la huelga todos fuimos en cana. Siempre había reemplazo: «Cuando caían diez hombres presos había diez hombres que seguían con la fuerza sindical, siempre había una retaguardia». Si no se dispersan las masas de los trabajadores, y huelga rota. «Una huelga de carne no es como una huelga metalúrgica, la carne se pudre, no está el frío, las máquinas para el frío no trabajan, no iba nadie.» Se recuerda a María y sus compañeras actuando de noche para mantener al gremio en guardia. (11)

La disciplina provenía, según ella, de «algunos hombres extranjeros de Europa, de Cipriano Reyes y de otros trabajadores» y sus discursos también «los encarriló un poco», hasta que la organización obligó a los capataces a pedir permiso a la señora delegada antes de dirigirse a una obrera. El avance de la gran fuerza gremial fue contra la fuerza más poderosa. Coraje, acción y dolor de un pueblo: «Parece que Dios puso algo de su mano también allí, Dios estaba con nosotros». Luis Jorge recuerda que en el núcleo inicial hubo viejos amigos de los Reyes de Zárate, del frigorífico Anglo.

El umbral de la historia, visto desde Berisso

Al rato, ese mismo día de julio del acto de Borlenghi, los obreros rodearon la Secretaría de Trabajo para manifestar su lucha leal, aún bajo el latigazo de la indiferencia, la ilegalidad y la clausura con que el gobierno castigaba su osadía: «Â¡Aquí está Berisso, coronel! ¡Salga a verlo! ¡Pase la escoba, coronel! ¡Barra a los sinvergüenzas de la Secretaría!», le gritó a Perón el delegado Pierín Buyán, depostador del Armour.

Félix Luna describió el acto del 12 de julio de 1945, al pie del monumento a Sáenz Peña, de modo algo distinto a como lo vivieron muchos obreros, los más combativos. Lejos de completarse con tranquilidad, fue irrumpido por los trabajadores de los frigoríficos. Luna relató un acto de feliz adhesión al coronel -así lo había planeado Perón-, donde mencionó a Berisso, pero omitió lo saliente. Lejos de integrarse al coro de «homenajes» de Borlenghi, los obreros del Armour y del Swift clamaron contra la indiferencia de los organizadores -entre ellos la CGT y los ferroviarios-, tomando el palco luego de pedir una y otra vez la palabra. (¡Berisso! ¡Que hable Berisso! ¡Tenemos hambre!). Borlenghi vio que le habían copado el acto y quiso darlo por terminado. Cipriano Reyes tomó el micrófono y disparó:

-¡Compañeros! Aquí se han expresado varias cosas sobre el movimiento obrero y la situación de los trabajadores. Pero lo que no se ha dicho ni se quiere que digamos, es que por esas mismas causas Berisso lleva noventa días desangrándose en una huelga sin cuartel, olvidado y hambriento. (12)

Estallaron los aplausos y la angustia contenida pero se cortó el audio por orden de Borlenghi. Cipriano gritaba a todo pulmón.(13) La multitud de Berisso se fue hacia la Secretaría, a denunciar su hambre sin solución frente a la violencia patronal. Félix Luna interpretó que el conjunto de la masa fue a tributarle una pasiva adhesión al coronel. «Todo el mundo se fue a su casa feliz y contento», consideró el historiador. Entrevistado por él, Perón señaló la presencia de 350 mil obreros -exagerada-, sin mencionar la protesta del gremio de la carne, desatendida por él y por Mercante, que estaban en el segundo piso. Luna habría dicho que ese día nació el peronismo. En todo caso, ese día el sindicato de la carne conmocionó el centro con la angustia, el dolor y la esperanza de los que luchaban por las conquistas de todos. Y mostró la fuerza de sus ideales en alto por primera vez la capital, para sorpresa de todos. Berisso fue abandonado por las autoridades, condenado a una dolorosa agonía, a la vendetta patronal y su trato de «prisioneros de guerra» como advertencia para nuevas rebeliones.
Pero dos meses después, el gremio recobraba todas sus fuerzas, volcaba la huelga a su favor , ganaba la calle y frenaba la caída del gobierno que lo abandonara, inclinando un país al borde del caos hacia el humanismo social. No hubo rencores: la amenaza provenía de la presión financiera y política internacional, la oligarquía «catolicona» y los monopolios de la carne, y de su organizador, el «Derribador de tiranos» Spruille Braden.(14)

María en la Plaza de Mayo

Los hechos se aceleraron. En setiembre, María despidió a Doralio Reyes -junto a un pueblo enlutado (5)-, caído al enfrentar a los comunistas de José Peter, brazo del bradenismo. Peter anunció en La Plata: «Rindamos un homenaje a Churchill, Truman y Stalin». Dos días después, 200 balas dejaban sangre obrera y joven en Berisso: alguien no se rendía. Se escuchó el «Â¡Viva Perón!», útil como grito de guerra, mientras rodaban los heridos. Peter se fue custodiado por el comisario Funes, con sus camaradas aliados a la embajada norteamericana, que en su mayoría no eran de Berisso.

La comisión directiva estuvo adelante: tres heridos eran hermanos Reyes. A Hipólito Pintos y Dardo Cufré se los detuvo con armas usadas. Jacinto Biscochea dijo que los comunistas planearon un atentado contra Doralio y Carlitos Reyes, que luego generalizó el tiroteo. Luis Jorge -un testigo- refiere que un autor del hecho sería Eloy Páez, un ex puntero conservador, luego miembro del sindicato a disgusto –«se hacía el bonito y Cufré lo tenía acá»-, después pasado al comunismo, a quien él reemplazó como delegado en la chanchería del Armour. (14)

Berisso Frigorífico Armour

En el entierro, Vicente Sierra, del Wilson de Lanús, dijo que la muerte de Doralio fue pagada por los capitalistas extranjeros. Juan Ortega, del Anglo de Dock Sud, sugirió «hacer justicia como argentinos», pero Cipriano descartó la venganza y llamó a unir al único bastión «de reivindicaciones claramente definidas» al que apuntaba la reacción. Perón lloró sobre su hombro, y a su madre le dijo: «Señora, usted ya perdió dos hijos, pero acá le queda otro».(15) María destacó el «acompañamiento nunca visto» del masivo funeral. Recordó que, antes del hecho, Reyes pidió: «por favor, no vayan con armas, dejen que hable Peter». María le dijo a Perón que «despedimos a dos hermanos que cayeron por las balas enemigas («¦)», por «hombres que no piensan, que no sufren («¦) todavía no han brotado en el jardín de su alma las flores que perfumen su corazón». Y agregó: «vamos a luchar para que usted se siente en el sillón de Rivadavia, pero así como luchamos para que usted llegue allá arriba, así vamos a luchar para hacerlo caer si no cumple con todo lo que nos ha prometido. (16) «Sus memorias transmiten algo que nunca se comprobó: en los buenos tiempos, Perón «venía de noche a tomar mate amargo al sindicato con Cipriano. Todos los delegados estaban allí. Yo le cebaba mate amargo a él.» Perón cerró el entierro de Doralio: «Compañero Reyes, descansa en paz».
Los frigoríficos denunciaban que los obreros defendían la huelga con «palos, alambres y cadenas» y disparaban a los directivos, como en Zárate, violencia motivada por el negrerismo sin alma y la oligarquía desafiante en los medios de prensa y en las calles, con agentes separados por sus bases, conchabados en el «maridaje de la antipatria».

Y llegó la hora. El 17 de octubre de 1945 María dejó la Picada. Sus compañeras salieron con su blusa blanca con sangre del frigorífico. Ella fatigó tribunas relámpago en el centro de La Plata y en el corazón de Buenos Aires, cruzando el riachuelo en corriente laboriosa trasuntada en eclosión popular, arengando al «bajo fondo» sublevado, con sus «cuchillos de matarifesa la cintura, amenazandoconuna San Bartolomé enelBarrio Norte»,según Martínez Estrada.El acantonamiento de Campo de Mayo -al mando del general Ávalos, quien logró convencer a la CGT de no plegarse al paro-, advió que la multitud solo podía desalojarse al precio de una masacre,imposible de firmar. La «Roldán» arengaba la Plaza, del brazo de su esposo y de Ricardo Giovanelli, con la serena audacia que templó una auténtica lucha de liberación nacida de la entraña sufriente del pueblo, en su cabal y fragorosa manifestación, encabezada por sus organizaciones sindicales de volumen y combatividad. Expresión del alma dolorida y lesionada de la patria, certificado de mayoría de edad política de las masas reivindicatorias e insurreccionales, protagonistas de «la epopeya civil y revolucionaria más hermosa de la historia política argentina». (17)

Cómo lo vivió

«La idea del 17 de octubre fue madurando. Reyes iba en avión, a lomo de mula, en micro, como podía, y visitaba todos los sindicatos y todas las fuerzas fabriles del país, las fábricas de aceite, las fábricas de alpargatas, las fábricas de lo que sea. («¦) Nosotros empezamos a saber firmemente que se iba a hacer un 17 de octubre el 12 de octubre, el día 12 ya Reyes desapareció. ‘¿Adónde está?’, le decíamos a la mujer. ‘Está en la Rioja’. ¿Adónde está? ‘Fue a Tucumán’ ¿Adónde está? ‘Fue a Catamarca’, hablando a todos los sindicalistas para parar el 17.» (18) Aquí la memoria de María parece mezclarse. Es cierto que Reyes enlazó a los sindicatos provinciales y locales, pero su centro de operaciones se concentró en el gran Buenos Aires y el gran La Plata. Luego recorrió el país vigorizando el Partido Laborista. Manuel Lema, líder de los zafreros de Tucumán -la FOTIA- decía en el sindicato de Berisso: «La causa de ustedes, compañeros, es la de todos los trabajadores argentinos. Nosotros también estamos decididos a salir cuando ustedes digan. Como en los tiempos de Guemes ¡Marcharemos con lanzas y tacuaras!». (19) Retoma María: «Yo sentía un dolor tremendo, veía a las mujeres embarazadas llorando («¦) El 17 surgió del dolor, surgió de la gran pobreza, había conventillos en la Nueva York donde vivían siete u ocho familias, veinte chicos jugando en la vereda, el único patio que tenían era la verdad, ¿qué hombres pueden ser mañana?

Reyes me avisó por teléfono que había que salir a la calle con la gente, y las mujeres estaban casi todas avisadas que había que estar en la Avenida Montevideo.» A la altura del Sportman, a dos cuadras del Swift, estaban «las calles tapadas» de gente. Un río humano fue a La Plata a pie, cruzando nueve kilómetros de campo raso.

Sigue María: «En la Plaza San Martín, en La Plata, estaba casi toda la provincia de Buenos Aries, estaba toda la plaza cubierta y todas las diagonales se veían, de allá arriba, desde donde hablé yo, que hablé en la escalinata de la Casa de Gobierno, se veía más, estaba la gente en las calles adyacentes («¦) Fue la toma de la Bastilla argentina.» María se fue a la capital en un camión. Ricardo Giovanelli, ese «señor que valía oro en polvo», pedía tren de paz en un día de calor de primavera que sería irrepetible.

En la Plaza de Mayo ella anunció: en el sindicato de la carne nos hemos juramentado que si Perón no está sano, con nosotros, a las 12 de la noche, «seguiremos sin trabajar, paralizado el pueblo argentino, pase lo que pase». Los pueblos tienen su momento, y este minuto es el nuestro, la noche del 17 de octubre, señaló. La oradora se presentó al general Farell: «Yo soy una mujer que corto carne con una cuchilla así, más grande que yo, del frigorífico Swift. Me llamo María Roldán.»(20)


Notas:

Notas:

(1) El matadero (1921), obra de Ismael Moreno. Citado en Lobato, Mirta. La vida en las fábricas. Trabajo y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970). Prometeo. 2001.

(2) Daniel. Doña María. Historia de vida, memoria e identidad política, Buenos Aires, Manantial, 2004.

3) Reyes, Cipriano. ¿Qué es el Laborismo? R. A., 1946.

4) James, Daniel. Ob. cit.

5) Reyes, Cipriano. Ob. cit.

6) James, Daniel. Ob. cit.

7) James, Daniel. Ob. cit.

8) James, Daniel. Ob. cit.

9) Reyes, Cipriano. Yo hice el 17 de octubre. GS. 1973.

10) Reyes, Cipriano. Yo hice… ob. cit.

11) James, Daniel. Ob. cit.

12) Reyes, Cipriano. Yo hice… ob. cit.

13) El incidente no pasó inadvertido para los cronistas del diario Crítica, 13 de julio de 1945.

(14) Reyes, Cipriano. Yo hice… Ob. cit.

(15) <Decenas de trabajadores cayeron heridos, entre ellos tres hermanos de Reyes, uno de los cuales, Doralio, falleció dos días después. Su entierro, desde Berisso a La Plata, fue una impresionante demostración de dolor popular que los diarios apenas recogieron, pero que paralizó las actividades de toda esa zona por espontánea decisión de la población». (Luna, Félix. El 45: Crónica de un año decisivo, Hyspamérica, 1984). El diario El Argentino destacó la presencia de «varios miles de trabajadores», el cierre de los comercios y el paro total en los frigoríficos. / Entrevista del autor con Argelia Reyes.

16) James, Daniel. Ob. cit.

17) Reyes, Cipriano. ¿Qué es el Laborismo? Ob. cit.

18) James, Daniel. Ob. cit.

19) Reyes, Cipriano. Yo hice… Ob. cit.

20) James, Daniel. Ob. cit.

* Se han realizado entrevistas a Luis Jorge y a Argelia Reyes. Se han revisado archivos de los diarios El Día (como una entrevista publicada en octubre de 1985) y El Argentino de La Plata. El relato general se basa especialmente en el citado libro ¿Qué es el Laborismo? Los testimonios de María Roldán son entrevistas realizadas por Daniel James desde 1987, publicadas mayormente en su citado libro Doña María.



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