12/06/2019

«Muere monstruo, muere» es lucha y es conflicto

Muere Monstruo, muere (Argentina-Francia-Chile/2018) es la nueva película del guionista y director Alejandro Fadel, conocido por su primer largometraje «Los Salvajes». MMM tiene su estreno comercial en estos días luego de girar un año por festivales Cannes, Sitges y Mar del Plata. La obra pendula entre el cine de género con escenas gore y bizarras al estilo Lynch, y una apuesta del autor a reflexionar sobre una trama de hechos inquietantes que transcurren en un pasaje rural durante el invierno. La fotografía de Julián Apezteguia (el mismo de El Ángel) y Manuel Rebella logran tomas panorámicas que invitan al público a sumergirse en la experiencia de la inmensidad y belleza de los andes mendocinos con un sabor oscuro y misterioso. El elenco encarna personajes perturbadores al estilo Cronemberg: un triángulo amoroso entre Francisca (Tania Casciani), su marido David (Esteban Bigliardi) y su amante, el policía Cruz (Víctor López) desemboca en la investigación de una serie de femicidios y la búsqueda del monstruo del título. Compartimos la crítica de Marcela Gamberini publicada en Subjetiva


Ya en su opera prima, Los salvajes, Alejandro Fadel intuía una idea sobre el cine; la relevancia del paisaje, de la naturaleza y del condicionamiento que éste ejerce sobre las subjetividades. Y a la vez, Fadel conjura el espacio haciendo de éste el elemento cinematográfico que delinea las historias, los personajes y la trama. Como en Los salvajes, acá se mistura la idea de viaje, de recorrido con búsquedas personales que están atravesadas por la locura y a la vez cierto misticismo en el que no sólo los personajes de la película están inmersos sino la misma mirada del director.

En Muere, Monstruo, Muere existe un patrón de construcción de la película y es el de la simetría que a veces se transforma en repetición. La mayoría de los elementos que componen cada secuencia, cada plano están dispuestos simétricamente a la vista del espectador. Como si esta mirada capicúa se replicara desde la misma puesta en escena pasando por el título de película hasta la misma historia que cuenta. Sobre el comienzo un par de planos simétricos dejan ver un paisaje desolado, unas montañas nevadas que se doblan sobre sí mismas destilando soledad y melancolía, después varias escenas se planifican en torno a la percepción simétrica de los materiales. Como si la disposición en el eje simétrico diera a la película y a su historia un ordenamiento que la historia misma no tiene, una claridad conceptual que el relato no tiene por propia voluntad del director. Y esta claridad y ordenamiento conceptual de las imágenes se disloca frente a la oscuridad y a la desmesura de las palabras en la película. La simetría y la repetición son sus ejes formales; como lo son también las decisiones que toma Fadel a la hora de plasmar sus secuencias, el montaje es perturbador; escenas de una paleta cromática oscura dan paso rápidamente a la claridad; escenas que se toman en contrapicado, secuencias que eligen planos largos que contengan la monotonía de una naturaleza amenazante contrastan con planos cortos de cabezas sin dueño, de cuerpos desnudos, de manos cortadas.

Muere, Monstruo, Muere es una desmesura en varios sentidos; de géneros, de discursos, de imágenes, de ideas sobre la contemporaneidad y sobre el cine. Replicar el argumento es una tarea complicada pero el eje narrativo es casi un policial, averiguar porque mueren mujeres asesinadas, ahorcadas y violadas en un territorio más que hostil. Dos hombres aparecen como sospechosos: un Esteban Bigliardi genial en rol de un poco loco, un poco místico y demasiado misterioso; el otro hombre es un policía extraño, morocho, interpretado por Víctor López (un hallazgo). Los secunda un capitán de policía, otro que destila extrañeza y malestar, capaz de recitar catálogo de fobias y sentirse a su vez tan culpable como los otros dos, tan sospechoso como todos los otros. Mucho hay del gran Leonardo Favio, no sólo en el apellido del policía, sino en esas amistades masculinas donde el acariciarse el pelo, cuidar al otro, establecer una especie de cofradía masculina no resulta extraño sino más bien un poco perturbador. También Muere, Monstruo, Muere deviene del gran rio marcado por la literatura de Jorge Luis Borges, no solo por el apellido del hombre (portador de una gran tradición literaria) sino por el modo en que el relato sucede, casi releyéndose a cada paso, volviéndose sobre sí mismo, como si la solución estuviera en esa posibilidad de relectura infinita, en las variadas y posibles interpretaciones. También es borgiana esa idea que sobrevuela toda la película -que a veces logra arrasarla y a veces solo rozarla- la idea del lenguaje y su representación, su interpretación. El hombre y esa prisión del lenguaje que deviene de la filosofía más clásica pero que en Fadel adquiere una dimensión diferente; el hombre y sus prisiones; las del lenguaje pero también las de la naturaleza, las del amor, las de los sentidos.

Este trio de hombres, atravesados por la locura, por el amor, por las marcas en el cuerpo, por las cárceles; podrían perfectamente ser uno solo; representado en ese monstruo que mata mujeres, que las decapita, que las viola. La violencia patriarcal enmarca el relato, las palabras se detienen, se confunden, habitan los cuerpos frente a esa violencia y las imágenes no pueden representarla con claridad. Ese monstruo del final con cola de miembro masculino y boca de genitales femeninos es una especie de representación deforme de las luchas internas y externas entre hombres y mujeres y a la vez es el cuerpo de lo femenino y lo masculino convivientes.

Todo en MMM es lucha, es conflicto. La tensión entre géneros que va del horror al género romántico, entre lo masculino y lo femenino, entre la naturaleza y lo adquirido, entre las palabras y las imágenes. Tensión entre la fuerza de un relato que se piensa a sí mismo como político y contemporáneo – no de denuncia- y a la vez esa experiencia de lo místico, como aquello que es irracional, inexplicable, atemporal; como pura ficción.

Indudablemente, como había quedado establecido en Los salvajes, Alejandro Fadel es un cineasta que reflexiona sobre sus materiales, que los hace colisionar, que los tensa a tal punto que los hace explotar frente a los impávidos espectadores. Esos espectadores a los que se nos quiere borronear con tanto tanque de estreno, con tanto mirar sin ver sucesiones de imágenes ya vistas, ya sabidas, ya producidas. Tal vez haya un gran guiño de Fadel en el comienzo de la película: la que aparece con el cuello cortado, sangrante esAgustina Llambi Campbell una de las productoras de la película que el director decapita en la presentación. Un guiño para tener en cuenta en el momento en el que se piensa el cine de un director tan reflexivo y pletórico de ideas como Fadel.

Quizá, sobre el final de la película, puedan entreverse las palabras de Borges acerca del destino, ése momento en el que el hombre sabe para siempre quien es, tal vez esos hombres sean ese monstruo, que se bambolea un poco infantil, muy perturbador, demasiado violento. Ahí donde las palabras se ausentan, donde el delirio se apaga aparece el monstruo que no puede hablar, solo emitir sonidos guturales y aterradores en su territorio, en su naturaleza. Ese monstruo ficcional aparece ahí justo donde se acaba el lenguaje.



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