08/06/2019

Mexicanas bordan feminicidios en el desierto de la violencia

La colectiva Bordamos Feminicidios se autoorganiza desde hace más de seis años para recordar a las mujeres asesinadas a través del bordado de sus historias. Por Florencia Goldsman / Pikara.


En el nombre del padre

del hijo

y de la hermana violada

no te perdono

Regina Galindo

Flotan bajo el sol. Se mecen en los días nublados. Son simples pañuelos blancos que bailan acariciados por el viento en un parque, en algún lugar de México. Detrás de las rendijas, entre pañuelos, un grupo de edades diversas borda, conversa, bebe refresco. Las letras moradas, violetas, lilas reviven voces asesinadas.

“Hola, soy Cecilia Rodríguez Pichardo. A mis 21 años, sólo por celos, mi novio me estranguló”, se lee en un pañuelo. La sinrazón resalta con un hilo más grueso, tosco y estridente. El bordado ha sido siempre, para muchas mujeres de diferentes clases sociales, una pieza central del espacio doméstico y cotidiano. Bordamos Feminicidios, una colectiva que se autoorganiza desde hace más de seis años para recordar a las mujeres asesinadas a través del bordado de sus historias, sobrepasa los muros, ocupa los parques y las plazas con pañuelos que relatan la violencia machista en primera persona.

En México, siete mujeres en promedio son asesinadas al día, según datos de ONU Mujeres. En lo que refiere a crímenes de odio LGTBIfóbico, este país ocupa el segundo lugar del mundo. Imposible esquivar las olas de feminicidios que azotan con tristeza e impotencia. Para sobrevivir juntas, un grupo de mujeres ha decidido bordar juntas y transformar la soledad de la violencia en tejidos que visibilizan la injusticia.

En la Ciudad de México, actualmente el grupo ronda las diez personas. “Vamos a los parques. Montamos los tendederos y los ponemos para que la gente los vea. Nos sentamos en el piso o en alguna banca ahí cerca. Interactuamos de esa manera. Hay veces que no pasa nada, sí llega gente que lo lee y ya. Hay ocasiones en que las personas se acercan, preguntan y se sorprenden, pues ven a las mujeres y piensan que una está bordando florecitas o que estamos bordando para un baby shower. Cuando los leen, les cambia el rictus. Hay personas que se dan media vuelta y se van, rechazando completamente el tema”, comparte la bordadora Blanca Loaria.

Generaciones de mujeres han bordado nombres en sábanas o flores en paños y letras en pañuelos. Para muchas, éste es un conocimiento que fue transmitido a la fuerza por las monjas; para otras es una posibilidad de reunión con diferentes mujeres, una forma de transmisión del conocimiento entre distintas generaciones.

Minerva Valenzuela es la actriz-cabaretera, activista feminista, activa militante a favor del trabajo sexual que coordina Bordamos Feminicidios desde 2012. Cuenta que el movimiento comenzó con la “mal llamada ‘guerra contra el narcotráfico’”, durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012). Durante ese período, México comenzó un proceso de plomo y enfrentamiento, que tiene como resultado alrededor de 150.000 personas muertas, mientras las desaparecidas se calculan en 30.000. El grupo en el que participaba Minerva en ese entonces, reunido para reclamar la memoria de las personas desaparecidas, cayó en la cuenta de que muchos de los casos que estaban bordando eran feminicidios, no se trataba sólo de asesinatos vinculados a guerras entre carteles de drogas. Con esa conciencia decidieron iniciar Bordamos Feminicidios.

Se redacta un caso de forma breve, contundente, en primera persona. No hay prescripciones acerca de bordar derechito, como ordenan las monjas, ni regaños si se dejan nudos de la trama al revés. Los hilos enhebran sensaciones delicadas, identifican con las mujeres cuyas memorias se cosen en hilos. “Son tan recientes algunos casos, que puedes incluso revisar el Facebook con el perfil de la mujer a la que estas bordando”, agrega Minerva. Entre puntada y puntada, señalan las bordadoras, se teje una relación de complicidad, un respeto por la mujer asesinada. “Muchas veces me escriben mujeres diciéndome que casualmente les tocó una víctima de feminicidio que se dedica a lo mismo que ella o que tenía la misma edad o, en una gran coincidencia, que tenía el mismo nombre que ellas o que su hermana o que su amiga”, relata la coordinadora.

Estos microactos, pequeños y sencillos como los pañuelos, evocan el trauma personal y colectivo que marca el terrorismo feminicida con su huella indeleble. Restaura los lazos entre mujeres (las sobrevivientes, las asesinadas, las familias) y visibiliza de forma creativa la tragedia nacional. Cada vez que una bordadora se hace un espacio para bordar, le devuelve a la víctima algo del tiempo que le fue robado, le presta su mirada y su voz. Le entrega un poco de amor, empatía y ternura, de manera tan gratuita e irracional como el odio esparcido contra los cuerpos asesinados.

Además de los encuentros, las bordadoras tienen un acuerdo: hacerlo en la fila de espera para comprar las tortillas, o en la del dentista, o en los autobuses. El bordado en el espacio público que mueve y reaviva las voces de las asesinadas víctimas de feminicidio provoca cimbronazos.

Las noticias acerca de los feminicidios en México son tan amargas como constantes. Son tantos los casos que proyectos como Bordamos persiguen una tarea titánica: detener el tiempo y honrar las memorias de las asesinadas.

Para Artemisa Téllez, profesora de Literatura, uno de los descubrimientos que más la percutió fue ver que hay casos en los que el relato noticioso se refiriere a la mujer sólo como novia, esposa, hija, amante, hermana o madre: “Esos feminicidas borran no sólo a la persona, sino su identidad. Además se revictimiza a las asesinadas, relacionándolas irremediablemente con el hombre que las mató”.

La microrrevolución es una experiencia amorosa depositada en cada pañuelo. La presencia de los bordados en los parques, en las filas de trámites… trae aire fresco al páramo de los feminicidios. Artemisa señala cada oportunidad de expresarse bordando como “una pequeña catarsis ante tantísimo dolor”.

Fuente: Pikara Magazine



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