01/05/2013

Un hermoso día en Chicago

chicago_web.jpg 1° de Mayo de 1886: La histórica lucha por la jornada laboral de ocho horas.


El 1° de mayo fue un hermoso día en Chicago. El fuerte viento proveniente del lago,con frecuencia muy inclemente en la primavera, había amainado ese día ante la presencia de un sol radiante. Era un día calmo, las fábricas paradas y vacías, almacenes cerrados, calles desiertas y ninguna columna de humo surgía de las chimeneas.

Era sábado, ordinariamente día de trabajo. Pero miles de trabajadores riendo, charlando y vestidos de domingo, acompañados de sus esposas e hijos, se reunían para la gran movilización en la Avenida Michigan. Sin embargo, el enemigo acechaba desde todos los sitios. A los costados de la ruta y en las calles adyacentes policías armados y agentes del cuerpo de represión buscaban ubicarse estratégicamente. Todos los techos estaban ocupados por «cuidadores del orden». En las armerías del Estado, 1350 miembros de la Guardia Nacional estaban acuartelados. El «Comité de Ciudadanos» estaba reunido en sesión permanente: era el Estado Mayor que dirigía la batalla contra la «comunista» jornada por las ocho horas de trabajo.

Unos 340 mil trabajadores marcharían ese día en todo el país. Cerca de 190 mil se habían plegado a la huelga. En Chicago alrededor de 80 mil obreros se lanzaron a la calle para conquistar la jornada de ocho horas.

La movilización estaba comenzando. Miles de trabajadores la iban engrosando. Había católicos, protestantes y judíos; anarquistas, socialistas, republicanos, comunistas y demócratas, todos en reclamo de la implementación de la jornada de ocho horas.

La marcha se dirigió hacia el lago Front, punto de reunión para escuchar los discursos de los oradores. Hablaron en varios idiomas y Parsons fue el penúltimo en hacer uso de la palabra. Spies,de 31 años ojos azules y piel muy blanca, quién editaba el periódico de los trabajadores alemanes «Arbeiter-Zeitung», concluyó el acto. El cerrado aplauso con que la multitud acogió el fin de su discurso fue el fin de la jornada. El 1° de mayo había terminado.

Decepción de las «fuerzas del orden»

El 1° de mayo de 1886 no hubo derramamiento de sangre. La milicia se desmovilizó y los miembros de los cuerpos represivos se miraban entre sí, desconcertados. Toda la prensa de aquel entonces minimizó sus muchas predicciones de violencia. El día siguiente era domingo y Parsons viajó a Cincinnati para intervenir en una reunión. El lunes continúo la huelga en muchos gremios y varios miles de trabajadores conquistaron las ocho horas. En tanto, el «Comité de Ciudadanos» insistía en sus declaraciones sobre que «se tenía que hacer algo». La policía, exasperada por tanta expectativa buscaba desahogar sus ímpetus y lo hizo apaleando a los trabajadores despedidos de la empresa Mc Cormick. Las «fuerzas del orden» se presentaron, revólver en mano y cuando los trabajadores se retiraban en desbandada, según un testigo, «abrieron fuego sobre sus espaldas. Mataron a hombres y muchachos que corrían».

Seis trabajadores fueron asesinados. Spies, testigo de la masacre, reunió a varios dirigentes sindicales y decidieron convocar a un acto de protesta la noche siguiente en la Plaza Haymarket.

La plaza resultaba pequeña para la multitud reunida allí. Muy cerca estaba la Comisaría de Policía de la calle Desplaines, bajo el mando de John Bonfield, un capitán apodado «el apaleador».

Spies ignoraba que el alcalde de la Ciudad, Carter Harrison, se hallaba presente entre la muchedumbre y se alejó poco después de las intervenciones de Parsons y Spies. Fue a la comisaría y le dijo al capitán Bonfield que el mitin era pacífico y que debía desmovilizar a los patrulleros y enviarlos a cumplir sus tareas de rutina. Mientras tanto, en la plaza, ya muy cerca de finalizar el acto, se escucharon gritos de urgente advertencia: ¡La Policía!. En efecto, calle abajo, en formación militar, con sus garrotes enarbolados, avanzaban los 180 patrulleros. La multitud comenzó a dispersarse a la carrera.

Se produjo un momento de silencio que permitió oír el rumor de las carreras de los asistentes que huían para evitar la represión. Luego la oscuridad fue disipada por un relámpago rojo y se oyó el estruendo de una poderosa explosión. Alguien había hecho estallar una potente bomba. En la oscuridad la policía disparaba sus armas en todas las direcciones. Muchos de los que huían tropezaban y caían, otros yacían heridos. La policía los pisoteaba constantemente. El balance final dió como saldo un hombre muerto en el sitio y otros siete mortalmente heridos que fallecerían días más tarde.

Al día siguiente,los patrones de Chicago explotaron en un grito de venganza. El «New York Tribune» informaba falsamente: «La multitud aparecía enloquecida por un deseo frenético de sangre y de sostener su terreno, disparando descarga tras descarga contra los agentes de policía».

Muchos pensaron que la bomba fue arrojada por un provocador pagado, hipótesis que días más tarde obtuvo en cierta medida corroboración policial, aunque era difícil afirmarlo en la mañana del 5 de mayo. Sin embargo, la prensa de todo el país afirmaba que Parsons y Spies debían ser ahorcados de todos modos.

El juicio

Todos los dirigentes sindicales fueron arrestados. El proceso comenzó el 21 de junio de 1886, ante el juez Joseph E. Gary. El jurado estaba compuesto por comerciantes e industriales. Según investigaciones realizadas posteriormente por un Gobernador de Illinois, John P. Altgeld, «muchas de las pruebas aceptadas como evidencias en el juicio, eran fantasías prefabricadas» y agrega que «los testimonios se lograban de hombres aterrorizados a quienes la policía había amenazado previamente con torturarlos si se negaban a declarar lo que ella les exigía». Sus testimonios estaban tan llenos de contradicciones que el Estado se vió obligado a cambiar los términos y fundamentos de la acusación. Entonces el eje consistió en alegar que el desconocido que había arrojado la bomba lo hizo influenciado por las palabras e ideas de los acusados. Los escritos y documentos de las organizaciones se utilizaron como evidencia para condenar a los dirigentes obreros.

El veredicto fue una simple formalidad. Pero el gran momento del juicio llegó con el alegato de los acusados. Ningún periódico fue tan conservador como para no admitir que ellos al defender a la clase trabajadora desafiando a la muerte, impresionaban con su extraordinaria dignidad.

Los alegatos

Oscar Neebe, uno de los acusados y sentenciado a quince años de prisión,fue el único que no condenaron a muerte: «Vi que a los panaderos de la ciudad se les trataba como perros y ayudé a organizarlos… ¿Es eso un crimen? Ahora trabajan 10 horas al día en vez de 14 o 16. Pero también he cometido otro crimen. Observé como trabajaban los cerveceros. Comenzaban su trabajo a las cuatro de la mañana y regresaban a su casa a las siete u ocho de la noche. Entonces fuí a trabajar para ayudarlos. Esos han sido mis únicos crímenes». Neebe concluyó exigiendo que también a él se lo condenara a muerte, declarando que no era menos culpable que sus compañeros, ya que todos eran inocentes.

Luego habló Parsons: «En los últimos veinte años he participado activamente de lo que se conoce como el Movimiento Obrero de los Estados Unidos. Soy anarquista. ¿Qué son el socialismo o el anarquismo?. Brevemente son el derecho del trabajador a tener igual y libre utilización de las herramientas de la producción y el derecho de los productores a su producto. Eso es el socialismo. Yo soy socialista. Soy de los que piensan que el salario esclaviza, que es injusto para mí, para mi vecino y para mi compañero».

Spies hizo sonar la nota más alta al dirigirse al juez Gary: «Si usted cree que ahorcándonos puede eliminar al Movimiento Obrero, entonces hágalo. Pero sólo apagará una chispa del incendio que crecerá frente a usted y no habrá manera de apagarlo cuando se enciendan las llamas por los cuatro costados».

Los cuatro condenados, Spies, Parsons, Engel y Fisher fueron llevados a la horca y estas han sido sus últimas palabras: «Llegará la hora en que nuestro silencio será más elocuente que las voces que ustedes estrangulan hoy», exclamó Spies. «Este es el momento más feliz de mi vida», sentenció Fisher. «Â¡Viva la anarquía!», gritó Engels. Por último retumbó en la sala la potente voz de Parsons: «¿Se me permitirá hablar, ¡oh! Hombres de los Estados Unidos? .¡Dejeme hablar alguacil Matson!. Que se escuche la voz del pueblo!». Trató de continuar, pero se soltó el muelle que sujetaba la trampa del cadalso y su cuerpo prendió en el vacío.

El legado de una jornada histórica

La masiva movilización del 1º de mayo no pasó desapercibida por los trabajadores del mundo. En la historia de «Un trabajador norteamericano», H. M. Morais y W.Cahn escriben: «En 1888 la Federación Norteamericana del Trabajo votó la continuación del movimiento por la conquista de la jornada de ocho horas, fijando el 1° de mayo de 1890 como el día para una acción decisiva. Al año siguiente, dirigentes del movimiento obrero organizado de muchos países se reunieron en París. Después de haber escuchado lo que había sucedido en los Estados Unidos, votaron únanimemente en apoyo a las luchas para la conquista de las ocho horas y designaron también el 1° de mayo de 1890 para una acción internacional que permita lograr esa conquista».


Extraído del Libro «1º de Mayo, la historia del día de los Trabajadores», Editorial La Comuna, Buenos Aires, abril de 1998.



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