«La feria de los pobres»
En tiempo de crisis las ferias de compra y venta de artículos usados aumentan su tamaño en el conurbano. En el Triángulo de Bernal funciona «La feria de los pobres», partido que conduce Martiniano Molina y que prentende reubicarla. Compartimos el relato de Giselle Romagnoli, vecina de Quilmes. Imágenes y Texto: Giselle Romagnoli
Es un domingo templado, de un otoño que aún se resiste a llegar.
Cerca de las 6 de la mañana comienza el movimiento de gente que se va disponiendo sobre el descampado. Algunas personas preparadas para la jornada, se acercan con sus reposeras, otros arman sus gazebos y sombrillas, para protegerse del sol, que en unas horas será pleno y traicionero.
Pero la gran mayoría tan sólo cuenta con sábanas, que usarán para ofrecer sobre ellas lo que consiguieron, jugados a la suerte y con la esperanza, de que sea un buen día de venta.
Zapatillas usadas, ropa rescatada, gallinas, juguetes, heladeras que no funcionan, auto partes, piletas pelopincho, comidas, peluquerías improvisadas y montadas con simples lonas.
Todo puede ser mercancía, todo puede tener valor de cambio, cuando es poco lo que se tiene y mucho lo que se necesita.
La feria del Triángulo de Bernal, «La Feria de los Pobres», (como la definen los vecinos) creció en los últimos años por efecto de la crisis económica. Es imposible calcular ya cuantas personas asisten. Forma parte del circuito de la economía “informal” que de una u otra manera ampara a aquellos que han quedado desplazados, marginados.
Los motiva el clásico rebusque tanto a los que llevan algo para vender, como a aquellos que buscan algo para comprar a un módico precio.
El predio es un signo de nuestros tiempos: un monte desolado, abandonado a su propia suerte, que cobra vida cuando alberga a aquellos que están en la misma situación que él, en estado de necesidad y urgencia.
Por eso en la Feria de los Pobres nada se pierde. Todo se vende.
Es la esperanza de poder llegar a fin de mes de algunos y el patio de juegos de la infancia de otros.