02/04/2019

«¡Cuatro horas de tortura por ser gays!»

«Una vez más, quienes debían cuidarnos buscaron destruirnos y escondernos, por putos, por pobres, por orgullosos: 16 oficiales estuvieron involucrados, pero sólo seis fueron imputados y ya puestos en libertad. No se trató de un caso aislado, ya que vivimos bajo la ‘protección’ de fuerzas homofóbicas, intolerantes con las diversidades. Luego de esta denuncia salieron a la luz muchísimos casos de personas que sufrieron lo mismo. No vamos a parar hasta que paguen por lo que hicieron, ni a naturalizar el odio que tienen, por una simple razón: les molesta nuestro amor». Por Nahuel Troncoso Taborda (golpeado junto a Alexis, su pareja, por la Policía santafesina), para La Garganta Poderosa.


Sinceramente, aún estamos llorando, el dolor es inaguantable y seguimos con el cuerpo lleno de marcas por los golpes de esa noche imposible de olvidar. Pasaron varios días pero las amenazas de muerte, anónimas, no cesan y por eso hoy me animo a hablar. El lunes pasado regresábamos de un corso y al llegar a la casa de mi novio vimos que un móvil del Comando Radioeléctrico de la Policía santafesina estaba detrás nuestro, con las sirenas encendidas. Un oficial se nos acercó con la Itaka en las manos. Nos habló de muy mala manera y quiso revisarnos porque «era sospechoso el auto con vidrios polarizados”. Alexis les ofreció la llave del coche y les dijo que si querían revisar la casa debían volver con una orden de allanamiento. Empezaron a discutir y, previendo lo que podía pasar, Alexis comenzó a llamar a su hermana, que vive a dos casas de distancia.

Unos segundos después, un policía disparó al aire dos veces su arma. Y acto seguido, lo agarraron del cuello a mi pareja. Junto a su hermana, tratamos de que lo dejaran porque al tener acrílico en la cabeza no puede recibir ni el mínimo golpe. Al soltarse nos metimos rápido en la casa, pero varios integrantes del Comando entraron también: nos sacaron, nos metieron en los móviles y nos llevaron a la Comisaría 12. A mí me pasearon un rato y cuando llegamos vi cómo le estaban pegando a Alexis. De la manera que pude me tiré encima para cubrirlo. Estaba desesperado. Recibíamos constantes patadas, piñas, e insultos. Pero el verdadero infierno empezó cuando se dieron cuenta que éramos pareja.

Mientras lo cubría, le dije: “Amor, no te muevas, dejá que me peguen a mí”. Eso destapó el lado más homófobo de los torturadores. A él le pasaron la mano por la cola y le decían: «¿Te gusta, putito?»; a mí me agarraron de los genitales y me los retorcieron. Del dolor me tiré en el piso y me dieron una patada en el estómago que me dejó inmóvil. Les imploré que dejaran de golpearlo, que podría convulsionar en cualquier momento e incluso les mostramos el carnet de discapacidad. ¿Qué hicieron? Uno de los policías se lo tiró por la cara.

¡Y estuvieron cuatro horas y media torturándonos!

Recién pararon cuando llegó mi suegra, que al vernos tan heridos empezó a gritar y a tener ataques de pánico. Nuestros propios parientes llamaron al servicio médico y se lo llevaron a Alexis al Hospital Cullen, donde lo dejaron internado unas horas hasta que lo depositaron en la misma celda donde estaba yo, en la subcomisaría 16. Nos tuvieron ahí hasta que nos liberaron por la tarde. A ambos nos armaron una causa por «resistencia a la autoridad».

Una vez más, quienes debían cuidarnos buscaron destruirnos y escondernos, por putos, por pobres, por orgullosos: 16 oficiales estuvieron involucrados, pero sólo 6 fueron imputados y ya puestos en libertad. No se trató de un caso aislado, ya que vivimos bajo la «protección» de Fuerzas homofóbicas, intolerantes con las diversidades. De hecho, luego de esta denuncia salieron a la luz muchísimos casos de personas que sufrieron lo mismo. No vamos a parar hasta que paguen por lo que hicieron, ni a naturalizar el odio que tienen, por una simple razón: les molesta nuestro amor.



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