10/03/2019

Lo que llevamos dentro las mujeres

No han entendido aún que el feminismo no va de entrepiernas y sillones sino de, precisamente, lo contrario. Por Paula LLaves para EL Salto

Unigénita y aburridísima, desde pequeña me acostumbré a usar los libros para no estar sola. En casa de mis padres era fácil. Los libros se acumulaban en los espacios cotidianos de los sospechosos habituales, como si brotaran desde abajo. Tenía apenas 10 años y leía prácticamente todo lo que estuviera a menos de dos metros del suelo. Me gustaban los relatos cortos y, aunque no sabía que significaba el feminismo, Galeano me había convencido con su brevedad poética y punzante de que, mucho mejor que ser princesa, era ser Domitila Barrios, Idea Vilariño, Leona Vicario, o Louise Michel…

En casa de mis abuelos había menos, pero había enciclopedias y diccionarios de esos que se vendían a domicilio, con letras doradas en el lomo y cubiertas de cuero falso. A falta de otra cosa, iba a por ellos y descubrí que, allá por los 50, según uno de estos manuales, la mujer era “lo contrario del hombre, el sexo débil”, y el hombre, en sus dos principales acepciones, era, primero, “ser Humano” y, a continuación, “varón”. Aguanta esa.

También descubrí que afeminarse es un mal paso que puede dar cualquiera. Un varón al que le atraen los otros hombres, otro que fuese demasiado delicado, demasiado emocional o afectuoso, aficionado a las artes, o más bajo, o mas oscuro (no olvidemos que la Declaración de los Derechos del Hombre en su inicio solo incluía a los varones blancos) corría serio riesgo de castrarse (simbólicamente digo, en el contexto del falo como báculo de mando) y caer en desgracia, con nosotras, al bando de quienes nunca tendrán mando.

En un mundo dicotómico y binario, de blanco y negro, mente y cuerpo, malo y bueno, ser mujer era un tema de conceptos. Lo varonil era un todo, un absoluto. Valiente, enérgico, jerárquico, agresivo, fuerte, tajante, dominante… Poderoso. Y lo femenino, lo contrario, era lo otro: lo desposeído —es decir, lo poseible—, lo sensible (sensiblero se dice con desprecio para quien siente de más y, sin embargo, no hay término despectivo hacia lo opuesto), lo conciliador, lo carente, lo flexible, lo dialogante… Y no cabía, claro, en un mundo basado en erigirse sobre el otro por la fuerza, en acumular poder a cualquier precio, donde se creó el común convencimiento de que la razón (es decir, la verdad y el intelecto) eran el antónimo natural del sentimiento. La insensibilidad como virtud del perfecto gobernante, de aquel a quien no le tiembla el pulso cuando aprieta el botón rojo, o firma un ERE, o prohíbe a los barcos de rescate salir al mar a hacer su cometido. Y erigimos un altar a la crueldad, e hicimos del psicópata un modelo de conducta irreprochable y triunfadora.

“Lo contrario del Hombre” es lo No-Humano. La RAE ya había cambiado esa definición como una afrenta. O a lo mejor era de otro diccionario. No he conseguido encontrar rastro en las redes de tan sincera ignominia que hoy, en base a la evolución de la política, puede ejecutarse, pero no puede decirse.

Sin embargo, es obvio: no nos piensan humanas quienes piensan en convertir el embarazo en mercancía, ni quienes no titubean cuando amenazan con ponernos a parir forzosamente para llenar la hucha de pensiones que desvalijan en privado beneficio. No nos piensan humanas quienes dicen, sin que se les caiga la cara de vergüenza, que la resignación de género y la terapia de hormonación, o la frágil barrera que amortigua el golpe de quienes ya le han visto los dientes al lobo y han tenido sus fauces en el cuello, son caprichos absurdos y se permiten chantajear con retirarlas; y con definir nuestro ser por sus criterios y en reducir el matrimonio a apareamiento con fines reproductivos de la especie, como si fuésemos caniches de concurso. No nos piensan humanos quienes piensan que una correcta medida migratoria es perdonar violaciones en la fresa o dejar que muramos en el mar.

Lo que llevamos dentro las mujeres es la última esperanza que nos queda

Crecí pensando que una es mujer porque no le queda otra. Así pues mi definición era muy amplia.

La noche del 7 a 8 cortábamos un carril unas trescientas, acompañadas de algunos aliados gloriosamente fallidos en sus formas. Y al otro lado un solo hombre, de uniforme, con un arma de fuego en la cintura, bastaba para cortar otras dos calles. Qué metáfora más clara de la vida. El poder, esa cosita que se ejerce…

Al día siguiente éramos millones de feministas caminando por las calles que un mes antes caminaron ellos. Eran tan pocos en su intento, no deberían ser un problema, pero claro, eran pocos y con cargos, y el poder, esa cosita que se ejerce… Qué miedo más grande esos soldados de la virilidad caníbal, que son tan pocos pero nunca dudan en apretar el gatillo, en firmar la sentencia, en joderte la vida, en mentirte a la cara, en robarte el esfuerzo, en negarte que existes…

Este año la cosas han cambiado. El feminismo es cada vez para más gente. Las feministas migrantes catalanas y las españolas que no son blancas han puesto en la palestra la evidencia de que el feminismo ha de ser antirracista, por si a alguien no le había quedado claro. Y las trans, y los gays, y las lesbianas, y la gente NB, y los hombres cishet que no quieren ser machos han salido como un clamor por todo el globo contra ese prisma inservible y anticuado.

Se han ido (ya iba siendo hora, no cabían) quienes consideraban que los derechos son una enunciación y no hace falta hacerlos efectivos, quienes reducían el feminismo a merchandising, a camisetas y eslóganes, a un elemento ornamental para pintar de progresistas programas políticos tiránicos. Se han ido ofendidísimos, porque un movimiento político está politizado. ¡Qué chiste! Y tan obsesionados como están con ese falo-báculo de mando, nos quieren convencer, desde la grada, de que esto va de un conflicto genital, cromosomático, por tomar el poder como ellos hacen.

No es una lucha de mujeres contra hombres, sino de dos paradigmas ideológicos

No han entendido aún que el feminismo no va de entrepiernas y sillones sino de, precisamente, lo contrario. No es una lucha de mujeres contra hombres, sino de dos paradigmas ideológicos. El suyo, iracundo, insostenible, fallido, acaparador y despiadado, que ha hecho de la tierra un sitio horrible, de esclavitud, de guerras, de miseria… Y se empeña en seguir cavando la zanja de la catástrofe climática, de la especulación antropófaga, del intercambio de sangre por petróleo, del control de lo privado y el castigo al disidente, al diferente, a lo contrario. Y el nuestro. Una subversión desde la base, donde la virtud es la empatía y el poder se reparte entre la gente, y el consenso es el camino y el raciocinio y el sentir van de la mano. Y por encima del capital, está la vida.

¿Qué será el feminismo cuando sea? ¿Qué llevamos dentro las mujeres? Alguien quiso explicarnos lo que era. Permitidme que responda. Está muy claro. Lo que llevamos dentro las mujeres es la última esperanza que nos queda.

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