24/02/2019

«Hay que reponer esa complejidad al policía para entenderlo»

¿Qué está sucediendo en la Policía? Se acercan las elecciones y vuelven las promesas de «seguridad»: se reflota el proyecto de bajar la imputabilidad pero también se inicia el juicio al gatillo fácil Chocobar. Mientras las redes viralizan linchamientos públicos y golpizas policiales, emerge desde las sombras una red de mujeres policías que denuncian violencia de género. Para abrir el debate entrevistamos al docente e investigador Esteban Rodríguez Alzueta*. Por ANRed

 

-Surgió un movimiento de policías mujeres denunciando violencia de género dentro de la institución, es muy reciente y se está extendiendo. Han aparecido casos de violaciones, abusos y femicidios, de 20, 30 años atrás. A muchas de ellas, cuando denunciaron, les dan licencia psiquiátrica y así las corren de la fuerza. Este movimiento interno ahora está en plan de hacer un proyecto de ley con perspectiva de género y sus reivindicaciones son «humanicemos la fuerza» y «terminemos con la jefatura patriarcal». ¿Cómo ves este fenómeno relacionado con otros en las fuerzas de seguridad?

-Yo no sé si todavía es un fenómeno, pero sí es un reclamo muy interesante y llega mediado por un movimiento que es el de mujeres que, como todo movimiento, tiene la capacidad de impactar a la sociedad y por eso lo llamamos «movimiento», lo contrario a «estancamiento», porque tiene capacidad de instalar temas, discusiones y de rescribir las agendas. Prueba de ello es que nos sorprendemos discutiendo, todo el tiempo, estos temas, estas preguntas que el movimiento de mujeres nos hace.

Por supuesto que la policía es una institución patriarcal, misoginia. Ahora, tampoco es la característica que define a la policía pues la encontramos también en sindicatos, comisiones directivas de fútbol, bibliotecas, partidos políticos, etc. No es solo un problema de la policía, pero también es de la policía. Entonces, bienvenida sea esta discusión que incumbe también a la clase dirigente.

Este reclamo (de perspectiva de género en la policía) hay que leerlo desde este movimiento y no solo desde él sino, también, al lado de una discusión que hasta ahora a los policías no les ha ido muy bien que es el tema de la sindicalización de la fuerza. Esto es algo pendiente y todavía no ha podido encontrar los canales institucionales para poder metabolizarlo. No se ha encontrado ningún apoyo político que acompañe la proletarización del policía. Un policía antes de ser un servidor es un trabajador como puede ser un médico o un barrendero. Al policía no solo se le niega el estatus de trabajador sino también el de ciudadano. En la Argentina de la última década se fueron ampliando derechos para muchos actores y uno de los relegados ha sido la policía.

-¿Esta medida puede bajar los niveles represivos? El movimiento de mujeres policías habla de «humanizar a la fuerza». Ellas dicen que no van a reprimir las movilizaciones feministas y que van a marchar junto con ellas. ¿Se puede escindir la represión entre distintas movilizaciones?

-En realidad el uso de la fuerza no letal siempre está, supuestamente, ajustada a determinados estándares. Cuando un policía recibe una orden y esta no se ajusta a los protocolos, se tiene el derecho a no cumplirla porque sino estaría cometiendo un delito. Esto también es así. El tema es que no se cumple. Muchas veces se cree en la obediencia debida. El o la policía también son sectores vulnerables, son individuos que eligen esa actividad no como una estrategia de pertenencia ni vocación sino como una oportunidad de resolver problemas materiales concretos. Es decir, antes de ser policía venías changueando en trabajos precarios mal pagos y de repente te anotaste, ingresas a la policía y tenés estabilidad laboral, vacaciones, aguinaldos, asignaciones, etc; tenés otros beneficios que los sectores populares no lo tienen. Entonces, hay que pensar en esto cuando se agita al policía salir a matar, a pegar. Es importante reconocerle el estatus de ciudadano y evitar ponerlo en la vereda de enfrente para generar cercanías y no certificar las distancias que hoy existen y que son beneficiosas, sobre todo, a aquellos policías que después necesitan esa distancia para pegar al resto de la sociedad sin culpa.

Es cierto que muchas veces sucede que hasta ayer eras un pibe de barrio que la misma policía te detenía para averiguar antecedentes y que tus vecinos se cruzaban a la vereda de enfrente, desconfiaban de vos y en el momento que te pones el uniforme azul sos el «señor policía». Te convertiste en un actor a ser tenido en cuenta y hasta ayer eras nadie. Esto hay que ponerlo en la balanza de los sectores populares, que muchas veces encuentran en la policía la autoestima para adquirir respeto.

-¿No creés que una vez ingresado a la Fuerza hay un proceso de corrupción, un alejamiento de la pertenencia a la clase trabajadora?

-Yo creo que no. Si vos pensás a la policía desde adentro, en la vida cotidiana de una comisaría, te vas a encontrar que los policías todo el tiempo están conversando, todo el tiempo están discutiendo. No es la hinchada de Boca que es monolítica. Todo el tiempo están pensando si matan a alguien. Se vive con angustia ese momento. Saben que si se cargan a alguien saben que pueden ser llamados a rendir cuentas, saben que pueden perder el trabajo, saben que pueden pasar una temporada en el infierno. En la Argentina hay pabellones de la fuerza en casi todas las unidades penitenciarias y están repletos. Cada vez hay más organizaciones de Derechos Humanos que tienen bajo la lupa las practicas policiales, cada vez hay más periodistas, más agencias de noticias alternativas que referencian la violencia policial como un ítem central. Saben que los jueces no tienen la misma biblioteca, no todos escriben la misma sentencia. Entonces el policía no hace todo lo que le dicen, «vaya para allá, venga para acá». Todo esto no es directo, está mediado. Todo el tiempo se conversa como se está en la ciudad, como se está en los barrios, es sujeto de debate todo el tiempo. Muchas veces vemos al policía como un extraterrestre, entonces toda esa dimensión cotidiana nos queda muy lejos y no podemos aprenderla y es muy interesante. El policía vive al lado de mi casa, lavamos el auto, llevamos a los niños a la misma escuela, nos cruzamos en la panadería. El policía es también padre de familia, es hincha de Boca, va a bailar, etc. Participa de un universo complejo y creo que hay que reponer esa complejidad al policía para entenderlo.

-Teniendo en cuenta estas contradicciones dentro de la Fuerza, el surgimiento de un movimiento de mujeres policías, ¿cómo ves la relación con las políticas de gobierno con respecto a la «Doctrina Chocobar», a la baja de imputabilidad, y qué balance podés hacer en este tiempo de la política de seguridad?

-Yo no sé cómo le irá a este movimiento. Si uno lo piensa con respecto a lo que fue el debate de la sindicalización, entonces, no hay que hacerse muchas expectativas. También hay mucho oportunismo político y pueda que lo tomen y hagan algunos guiños al respecto.

Creo que el gobierno no tiene una política de seguridad. Más bien tiene prácticas políticas en torno a seguridad. No son políticas a largo plazo, ni multiagenciales. Hay mucho ocasionalismo; decime cuál es la tapa del diario de hoy y te digo en qué consiste la conferencia que voy a dar al mediodía. Es decir, lo que se trata es de surfear la coyuntura para llegar a las elecciones. Hay mucha demagogia política, se le dice a la gente lo que quiere escuchar. Vos pensá que el gobierno no puede hacer política con el trabajo porque están cerrando fábricas, comercios, hay desempleo. Tampoco puede hacer política con educación porque el presupuesto fue recortado; no puede hacer política con las viviendas porque se dispararon los precios, los créditos. Tampoco con el consumo por la inflación y el alza de las tarifas. Es decir, al gobierno le quedan muy pocos lugares donde presentarse como merecedores de votos en el mercado de la política. Uno de los pocos lugares que le queda es la seguridad. Por esto digo que la seguridad se ha transformado en la vidriera de la política y tenés a los funcionarios prometiendo más policías, más armas, más penas, cárceles a cambio de votos y por esto construyen enemigos a la altura de la «vecinocracia», para luego sacrificarlos y de ahí obtener consensos afectivos, anímicos: la construcción del mapuche terrorista, del activista violento, la del narco-villero, son representaciones exageradas de la realidad que no guardan ninguna proporción con las realidad. En esta época de la post-verdad no guardan ningún vínculo con lo real. Se construye al otro relativo como un otro absoluto para luego poder reprimirlo sin culpa, legitimar la política del garrote y desde ahí el gobierno recompone consensos que desde otro lado es muy difícil reconstruir. El gobierno tiene muchas dificultades en este contexto económico entonces tiene que hacer política manipulando el dolor del otro, con la desgracia ajena. Entonces construye enemigos para hacer la guerra a las drogas, construye enemigos para hacer la guerra al delito, al terrorismo. Este gobierno es declaracionista, hace uso de la palabra de manera pirotécnica.

-¿Cómo vez la relación del gobierno con los medios hegemónicos de comunicación? ¿Cómo funcionan, cómo articulan?

-No es que los medios blindan al gobierno, no lo plantearía así. El gobierno se está haciendo de la agenda de los medios también. Entonces uno encuentra ahí una alianza entre las empresas de comunicación y la élite que está en el gobierno. Tienen más o menos los mismos intereses, comparten valores y tienen parecidas ideas, entonces trabajan juntos. Eso implica que se cubren las espaldas, es lo que Gramsci llamaba hegemonía, saben construirla, saben qué resortes del imaginario social deben tocar para ganarse el consentimiento de la opinión pública y sobre esa base construir consensos sociales. Un ejemplo: el asesinato de una mujer embarazada en una salidera bancaria tiene la capacidad de no generar divisiones más allá de que vos seas kirchnerista, macrista, trotskista, de River o Boca. Todos nos sorprendemos: “¡Cómo puede ser!”. Es decir, son hechos que contados de manera truculenta no generan escisiones, generan consensos químicos, consensos afectivos, que están hechos de pasiones y que uno lo averigua en la cultura de la queja, que lo encuentra en la ética protestante que llamamos cultura de la indignación. Que moviliza a la gente, a la opinión, a la «vecinocracia». Entonces ahí los medios reclutan un consenso que el gobierno necesita para seguir haciendo de las suyas porque forman parte de la misma élite.

-¿Este fenómeno de la «vecinocracia» atraviesa a las clases sociales?

-Cuando hablo de vecinocracia estoy pensando en un proceso de larga duración que tiene ver con cómo se han ido desproletarizando los sectores populares, cómo los sectores populares han ido clasimediandose, cómo fueron asociados a los problemas de la clase media, cómo han sido, de a poco, llevados a pensar con las preocupaciones de las clases media. Ya no hablaría de ciudadano ejemplar sino de vecino ejemplar porque el vecino es antipolítico. Cuando hablo de «vecinocracia» hablo del carácter antipolítico. El vecino no hace política, está para discutir los temas «que nos interesan a todos», porque la seguridad «no es de derecha ni de izquierda». El ladrón no te pregunta tu filiación política para robarte el celular. El vecino pone a la política más acá de la política, es pre-política. El vecino está dispuesto a renunciar a la libertad por más seguridad y también está renunciando a la discusión política. No es el momento de discutir, es el momento de actuar, pero el que actúa va a ser el Estado.

-¿Vos pensás que este gobierno es la forma política acabada de «vecinocracia»? ¿Podemos ir a algo peor como sucede en Brasil?

Argentina no es Brasil. Acá existe algo que se llama peronismo y eso es un dato cualitativo, aunque el peronismo no es lo que era antes. Hay una trama política que se traduce en una serie de mediaciones que no existe en Brasil. Hay más anticuerpos para una bolsonarización. Es cierto que la «vecinocracia» es un gran aliado de los gobiernos de derecha porque es despolitizadora, porque quiere tranquilidad y que otro resuelva los problemas. Solamente sale de su guarida cuando le tocan el barrio con respecto a la seguridad. El carácter antipolítico de los vecinos tiene larga duración, uno lo puede remontar a aquellos vecinos ejemplares del SXIX, «los mayores contribuyentes» que eran los que podían votar. La última dictadura se apoyó en el fomentismo y luego aparecieron los partidos vecinales. Era una ciudadanía lavada que se juntaba para discutir por una cloaca o luminarias. Ahora esos vecinos discuten cuestiones de tener mayor seguridad.

-¿Cómo interactuó con este vecinalismo el kirchnerismo?

-El kirchnerismo intentó repolitizar tramas políticas locales. En algunas cosas lo logró, como los sectores juveniles de incorporarlos a la política; eso fue importante. Pero hay sectores de la política que reniegan de la participación política, que siguen pensando la democracia a través de la república. Piensan que la democracia es la frase que reza «el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes» , bonita frase escrita para el siglo XIX. Nosotros hoy en día, sabemos, que el pueblo delibera y gobierna todos los días, que el debate parlamentario está hecho con la discusión de la verdulería, es un debate hecho con muchos debates y justamente la «vecinocracia» resigna los espacios de debate. Los deja a las estrellas del periodismo o de dirigentes y ellos solo se avocan a la «seguridad».

-¿Cómo ves las nuevas tecnologías con respecto a la «vecinocracia»?

-El vecino es un ciudadano soldado, es un actor parapolicial. Esto se debe a que también las policías se han ido modificando. Las policías ya no están para perseguir el delito sino para prevenirlo. Prevenir significa demorarse en aquellas conductas asociadas a colectivos que, aunque no cometieron delitos, crean las condiciones para que el delito tenga lugar. Entonces, se ha modificado el rol de la policía al modificarse el sujeto.

La policía necesita hacer participar a los vecinos en las tareas de control. Son los vecinos quienes tienen que mapear la deriva de los colectivos productores de riesgo. Son los «vecinos alerta» los que tienen que marcarles a los individuos que usan ropa deportiva y llevan visera y que tanto miedo le producen. Por eso siempre digo, no hay olfato policial sino olfato social. No hay detenciones por portación de identidad sin proceso de estigmatización social. La brutalidad policial se sostiene en el prejuicio vecinal. Es cierto que la policía mata y es un gran problema, pero si uno pone los homicidios que se lleva la policía al lado de la torta de homicidios que hay en el país es un porcentaje menor. Tenés más chances que te mate tu marido o tu vecino armado que la policía, lo que no signifique que la policía no mate y que no se le reproche, pero no pensemos de manera desproporcionada.

 

*Esteban Rodríguez Alzueta es abogado y docente en posgrados sobre sociología del delito, violencia e inseguridad.También dirige la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la UNQ y es integrante del Colectivo de Investigación y Acción Jurídica.  Público, entre otros libros, «Temor y control y La máquina de la inseguridad»(2014).

 

 



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