10/01/2019

Gauchito conurbano

A pocos kilómetros de la Capital Federal, en el Campito de la Carolina de Florencio Varela, cientos de fieles del Gauchito Gil se reúnen como cada 8 de enero, para celebrar a su santo popular. Lejos del epicentro correntino de donde era oriundo  Antonio Gil Núñez , la fiesta se replica también en el conurbano bonaerese. Agradecimientos, ofrendas y pedidos al calor de las velas rojas, el baile y el vino. Por Leticia Corral (ANRed)/Imágenes: Germán Romeo Pena


«Defender la alegría como una trinchera

defenderla del caos y de las pesadillas

de la ajada miseria y de los miserables

de las ausencias breves y las definitivas»

Mario Benedetti

Cuenta la leyenda que hace 141 años, Antonio Gil Nuñez era asesinado por la policía mientras era trasladado a los tribunales de Goya Corrientes. El relato sobre su muerte que sobrevivió en la memoria colectiva, afirma que lo colgaron de los pies y lo degollaron con su propio cuchillo. Se lo acusaba de desertor y matrero. Sin embargo los peones y campesinos de la zona lo conocían como a un justiciero que protegía al débil, aliviaba al enfermo y vengaba a los humillados.

Mas de cien años después su figura se transformó en un santo popular, al que se recurre para pedir favores y ofrecer agradecimientos. Este santo del pueblo, no exige rezos ni penitencias. Donde haya un santuario rojo no falta el vino y el chamamé. Así sucedió en el Campito de la Carolina, en la localidad de Florencio Varela, al sur del conurbano bonaerense.

Las fiestas populares, mantienen vivo el tejido comunitario. La ocasión es buena para exhibir las ropas típicas, bailar y disfrutar en grupo. Mientras algunos hacen la larga cola para ingresar al santuario para venerar al Gauchito, otros ingresan al predio donde se realiza la fiesta. Bajo el techo de chapa y el piso de cemento al compás de las espuelas y el acordeón, se baila chamamé. Sonrisas, transpiración pero sobre todo alegría.

«Siempre vengo agradecerle, porque todo lo que le pido el Gauchito siempre me cumple» decía Marcelo mientras ofrendaba una vela roja y se persignaba.

Todo parece una postal de otros tiempos, que se opone a la modernidad. Sin embargo no se trata de costumbres cristalizadas, inmóviles e impasibles frente al devenir histórico, porque a pesar de la fiesta nadie se olvida del contexto. Cacho se lamenta no poder ir a Corrientes «si llevo a toda la familia, ¡no puedo! ¿cómo hago? es mucho gasto. Antes si podíamos viajar todos hasta Mercedes, hoy se complica».

En Varela, cerquita de la gran metrópoli en el segundo cordón del conurbano aún resisten jirones de comunidad y politeísmos populares. Un proyecto antagónico al que nuestro estado nacional intentó borrar con prohibiciones y sangre. Nuestra existencia mestiza se hace presente en cada expresión del pueblo, que como en una trinchera, en tiempos de apocalipsis defender la alegría es un acto revolucionario.

 

 



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