19/12/2018

El antes y el después de un escrache: debates y contradicciones ya instaladas

Cada vez más la escena política y la escena mediática se entrelazan en un tejido construido por los feminismos pero ocupado por cualquiera. De qué manera se configura este escenario público y en que discursos encarna es un terreno en constante disputa y en el que las feministas han sabido ocupar y tomar su lugar. Por Corresponsal popular para ANRed


En los últimos días y a partir de la denuncia pública realizada por Thelma Fardìn contra Juan Darthes no solo han aumentado considerablemente las denuncias de mujeres contra varones en las redes, sino que también se ha instalado un debate en las mismas redes acerca del escrache como forma de denuncia: sus implicancias, su sentido y su pertinencia política en el momento histórico en que se encuentra todo el movimiento feminista. Debate de por si necesario pero no por ello ausente hasta el momento.

Lo personal es político y lo político es personal

Implica un riesgo muy grande elaborar cuestionamientos e interrogantes (y hasta tomar posiciones) si no podemos contextualizarlos en una trama y una historicidad del escrache feminista desde las experiencias. “Lo personal es político” no es solo una direccionalidad y una guía de interpretación y respuesta para las múltiples situaciones que atravesamos las mujeres en nuestra cotidianeidad (cómo enmarcar lo personal en una trama social, colectiva y estructural) sino que es también la forma en que construimos desde la individualidad lo colectivo. Lo político y las acciones políticas, en la militancia y la organización feminista, son el resultado de la confluencia de micro-acciones y micro-procesos personales que ya no se mantienen en el silencio o en las sombras sino que se inscriben y escriben en la batalla contra el patriarcado y la violencia machista. El escrache debe leerse no solo como hecho materializado masivamente en las redes sino como un conjunto enorme de procesos y decisiones personales, que, en la mayoría de los casos, no son realizados ni de un día para el otro ni en soledad.

El antes y el después del escrache feminista siempre estuvo

Es necesario preguntarnos. Y en la mayoría de las veces es casi inevitable preguntarnos. Las preguntas se configuran e inscriben en la arena política siempre. Pero al momento de intentar esbozar algunas respuestas es fundamental no perder de vista los recorridos y las experiencias personales que nos vuelven al campo de lo real, de lo sensible y de lo empático. Las experiencias personales del escrache contienen en sí mismas todos esos interrogantes y una multiplicidad de respuestas que nos hablan de la diversidad que existe en el relato y la acción de escrachar, y allí es donde debemos buscar. Si lo personal al pasar a lo político y a lo mediático despersonaliza estamos dando un paso atrás. Las mujeres, en muchas ocasiones, tardamos un tiempo en realizar un escrache, incluso años, ese tiempo que nos tomamos no debe ser encasillado en el dolor, el miedo, la vergüenza o el desconocimiento. Claro que nos duele, pero también nos tomamos ese tiempo para elaborar estrategias de lucha y resistencia, para sopesar nuestras contradicciones, esclarecer nuestros objetivos y garantizar nuestro cuidado y el de nuestras compañeras. Nos tomamos ese tiempo para no escrachar en soledad y tener una red que sostenga, pensando colectivamente las acciones que acompañan (o no) al escrache. Un escrache no empieza nunca con una publicación en Facebook o en instragram y tampoco termina allí. La historia de un escrache inicia siempre con un abuso, una violencia de un varón hacia una mujer (a veces, muchas veces, los agresores son varios varones y otras tantas veces, casi todas, a un varón violento le corresponden varias víctimas). La historia de un escrache inicia con complicidades, naturalizaciones, culpabilizaciones y otros componentes igual de cínicos. La historia de un escrache puede continuar de múltiples formas y variantes pero implica una decisión, un romper con un lugar asignado, implica un mar de dudas y un poner en la balanza alternativas y consecuencias. La historia de un escrache nunca termina sin una red de contención de más mujeres, sea antes del escrache o sea después, casi siempre es antes. La historia de un escrache nunca jamás es solo una publicación, el escrache es una estrategia política, y no es siempre la misma. La publicación que leemos es solo la punta del iceberg de toda la trama y toda la historia, solo la punta visible del conjunto de acciones y debates que son un paso más en el empoderamiento femenino.

Si ahora se están escribiendo multiplicidad de notas sobre el escrache, se están citando a pensadoras del feminismo (descontextualizadamente en algunos casos) y se están circulando masivamente y en simultaneidad todas estas preguntas es porque cuando se encuentran repentinamente lo político y lo mediático la sociedad se revoluciona y cree que la realidad tiene un plus de real y de urgencia que antes no tenía. Pero las preguntas no son nuevas. Si encaramos este debate como si fuese nuestra primera vez nos estamos privando de nuestras propias conquistas y podemos acabar desandando nuestro propio camino. El antes y el después del escrache feminista siempre estuvo y seguirá estando.

Más allá del repudio social y moral

Si nos remontamos a los primeros escraches hechos en los frentes de las casas de los genocidas de la dictadura militar en nuestro país, nos ubicamos en el territorio (más amplio aún) de la justicia, el repudio y la condena social, así como también en las escenas de encuentro de la comunidad del barrio para gritar con tonos de ira y advertencia: Nunca Más. Sin duda estos escraches tenían (y tienen) un antes y un después. Un antes y un después que es clara y visiblemente colectivo.

En la época actual vivimos, en términos de Josefina Ludmer, en una realidad-ficción, una realidad atravesada de forma indisociable por las redes y los discursos que en ellas y en los medios circulan, en donde las fronteras entre la realidad y la ficción se borran y disuelven. La usuaria o identidad virtual que publica y difunde un escrache hoy nos remite a lo individual, a la piba sola haciendo catarsis, pero detrás de eso, de eso que se nos presenta como realidad, hay una identidad colectiva (que siempre es intercambio y debate) y más allá de lo instantáneo y efímero de una publicación en una red social hay también una historia con un antes y un después. El grito de Nunca Más es para nosotras, un tanto más complejo, sabemos que ese Nunca Más esta aún muy lejos y sabemos que cuando rompemos el silencio la violencia sobre nuestros cuerpos se recrudece.

En nuestro imaginario, un varón que grita nos remite al heroísmo y una mujer que grita nos remite a la histeria. ¿Hasta qué punto hemos podido desarmar e invertir estos estereotipos sexistas? El escrache es un grito. Y sobre las lecturas que se hacen después de nuestro grito pesan y caen como mandatos encubiertos los “está loca” “está exagerando” “no fue para tanto” “no diò lugar al diálogo con el chabón”.

El escrache feminista, por otro lado, contiene otras variables y sentidos que superan al “mero repudio social y moral” y es un acto que también va más allá de romper con el silencio, el miedo y la impunidad. El escrache feminista es hoy justicia social frente a una institución de la legalidad y del poder patriarcal, que no solo opera ante su ausencia sino que la empuja y la va corriendo de sus lugares de comodidad. El escrache es presión social y judicial y arista de un cambio lento pero existente. El escrache es un elemento forjado desde la sororidad (porque nunca estamos solas, estamos organizadas) y forjador de sororidad, porque el “yo si te creo” expande las redes, conecta a quienes vivieron experiencias similares y no vuelve a dejar en el desamparo y la vulnerabilidad. Es sororidad porque es una advertencia, es una forma de cuidarnos entre nosotras aún sin conocernos. El escrache es también un circuito que, a diferencia de la denuncia legal, Interpela y quiebra de forma directa a los círculos de contención machista, una denuncia que llega de una vez y para todxs, una denuncia de la que nadie queda exento ni puede alegar no haberse enterado, tras un escrache todxs quedamos al descubierto, no solo el denunciado, todxs nos vemos interpeladxs.

El escrache no es saña ni capricho, aunque sea venganza. El escrache es necesidad y decisión de darle espacio, cauce y sentido a esa necesidad.

No homogeneizar en el intento de hacer una lectura política

Creo que este debate, que no es nuevo ni es una innovación reciente, es más que nada una renovada invitación a pensar como usamos el escrache, cuando lo usamos, con que fines y dentro de que estrategias generales lo pensamos y que medidas lo acompañan para que cumpla su objeto y no nos exponga aún más a quienes sufrimos las violencias y elegimos escrachar. No creo para nada que este debate apunte a tomar posiciones sí «a favor» o «en contra» del escrache y mucho menos que venga a cuestionar las decisiones de quienes, con sus razones, eligen escrachar a un varón.

El escrache cumple funciones sociales tan variadas como situaciones en las que es utilizado. El escrache tiene objetivos múltiples y distintos en cada circunstancia y en cada mujer que escracha. El escrache puede responder a una violación o a un destrato, y ningún caso es más merecedor o digno de ser escrachado que otro. El escrache puede ir acompañado de una denuncia o no, puede ir acompañado del diálogo y la mediación con quien es denunciado o no. El escrache puede buscar la expulsión de un varón de algún espacio colectivo o puede apuntar a su reinserción mediada. El escrache puede ser advertencia o punto final. El escrache es punitivo y también le escapa al punitivismo. El escrache que se ubica en lo punitivo no necesariamente es un problema ni implica la reivindicación de un feminismo o una sociedad punitiva. Aunque no estemos de acuerdo con una democracia parlamentaria en la cual 38 personas deciden sobre la autonomía de nuestros cuerpos no dejamos de ocupar la Plaza de los Dos Congresos pidiendo por aborto legal, seguro y gratuito. Los procesos sociales y los marcos de acción son un poco más complejos y los contextos en lo que actuamos condicionan y orientan nuestras decisiones. Al fin y al cabo, ese juego de negociaciones entre la realidad y nuestros deseos es lo que se llama política.



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