06/11/2018

Una crónica sobre las muertes laborales estuvo entre las distinguidas en el “Premio Leamos”

En una ceremonia que tuvo lugar el pasado sábado 3 de noviembre, en el marco del festival “Basado en Hechos Reales”, se dieron a conocer las ocho crónicas seleccionadas que formarán parte de antología. Entre ellas se encuentra “Los descartables del overol”, escrita por Santiago Menconi – integrante de este medio – que menciona diversos casos reales de muertes laborales. Si bien fue la más votada por el público, “Correr hasta morir”, escrita por Camilo Gonzalez Santos, resultó ganadora del primer premio. Por ANRed.


Las 20 finalistas habían sido seleccionadas entre las más de 200 crónicas que se habían presentado al concurso, luego de la tarea de un grupo de pre jurados para luego ser evaluadas tanto por el público (donde votaron aproximadamente 1500 personas) y un grupo de jurados integrado por Tamara Tenenbaum, Ricardo Romero, y Patricio Zunini.

La crónica «Correr hasta morir», de Camilo González  Santos ganó el primer premio que, además de la publicación, supone un monto de $30.000. La entrega de premios fue organizada por el festival Basado en Hechos Reales y la plataforma de lectura por suscripción Leamos, que próximamente publicará la antología con las ocho crónicas seleccionadas.

Además de formar parte de antología, “Los descartables del overol” fue más seleccionada por el público con 351 votos. La crónica escrita por Santiago Menconi – quien forma parte de este medio – señala el drama de las muertes laborales evitables y la desidia patronal. El “silencio cómplice” de gran parte de los medios hegemónicos también es mencionado y da un valor adicional al resultado obtenido, ya que la publicación de la crónica supone un aporte a la visibilidad de estos crímenes ocultos.

Además de «Correr hasta morir» y «Los descartables del overol», las otras seis cronicas seleccionadas que formarán parte de la antología son: «Al polvo volverás», de Ángeles Alemandi y Lautaro Bentivegna«Permiso para morir», de Paula Cremaschi«Carroña», de Facundo Barrio«No limpio la tumba de mi hija», de Rolando López«Bichito siempre vuelve a Ludueña», de Martín Stoianovich; y «La buena muerte», de Malvina Liberatore.

Los cuentos finalistas del concurso se pueden leer completos en este link: http://basadoenhechosreales.com.ar/finalistas-cronica/


Difundimos, a modo de anticipo, algunos fragmentos de la crónica «Los descartables del overol»:

1.

Es viernes 9 de septiembre en el Barrio de Barracas. El cielo está despejado y el sol rebota sobre la cabecera de la línea 60. Los colectivos entran y salen. Los choferes también. Por la playa camina un perro y un empleado de seguridad. Todo está tranquilo. En el taller también lo está: los mecánicos terminaron su desayuno y se preparan para volver a sus puestos. David está con ellos. Tiene, por delante, una tarea complicada: meterse debajo de un colectivo sostenido por un elevador.

“Que nadie se meta ahí abajo, esa máquina no está habilitada”. David lo escuchó de boca de varios delegados. Pero también escuchó las amenazas del encargado: “No me vengan con pavadas, ustedes lo que no quieren es trabajar: la máquina funciona bien”.

David mira el colectivo y mira el elevador. Se pone los guantes, controla el taco de madera y se arrastra por debajo de la unidad. Dos mecánicos bajan las escaleras cuando sienten un ruido. Suena fuerte, como una explosión. Corren por la playa y ven que el interno 6059 está chocado. Estampado contra la galería del control. Se paralizan: escuchan los gritos de un chofer y de otro, ven que varios conductores se acercan y los siguen.

Parado frente al colectivo hay un hombre que llora. Los mecánicos se agachan, se tiran al suelo y lo ven: David tiene el cuerpo estrujado contra los fierros. Está despierto e intentan hablarle: “David, David, aguantá, se fuerte, que te vamos a sacar”. Pero David no responde. Apenas balbucea. Alguien llama a una ambulancia y la ambulancia no llega. El hombre que llora mira a su alrededor: ve los colectivos estacionados, el chaperío del tinglado y las caras de los otros hombres.

Uno de los mecánicos arrastra un gato hidráulico, lo coloca debajo de la unidad e intenta levantar el colectivo. El colectivo no se mueve. David sigue debajo. Tiene los ojos abiertos y mira a su compañero que no para de gritar: “aguantá, por favor, aguantá”. David toma fuerzas y le habla: le dice que no puede más, que está reventado. Y le pide un último favor: “decile a mi familia que la amo”. El compañero no escucha el pedido de auxilio de los choferes. No ve a esos hombres de camisas celestes que lloran a su alrededor. Solo ve, delante de sí, unos ojos que se cierran.

Una ambulancia del SAME atraviesa el portón de entrada: cruza la playa de estacionamiento con la sirena encendida y se detiene frente a un grupo de choferes. La sirena se apaga. Dos enfermeros sacan el cuerpo y lo trasladan hasta el Hospital Penna. Pero es en vano: David no llega. David está muerto.

El perro, que un rato antes paseaba tranquilo, empieza a ladrar. Los choferes, que un rato antes lloraban, se acercan al control. Ven, en la televisión, imágenes de la cabecera. Los medios titulan “trágico accidente”. Los choferes repiten que no, que no fue accidente, que fue evitable. Y tratan, como pueden, de ponerle palabras a la bronca: “A David lo mataron”, dice uno. El resto asiente en silencio. Después, y por un buen rato, ya no dicen nada más.

La asamblea vota un paro. Los trabajadores en duelo entran en huelga. La línea deja de funcionar.

2.

David Ramallo perdió la vida a los 37 años, desde hacía 15 trabajaba como electricista en la 60. Dejó una esposa, un hijo, dos hermanos y una madre. Su madre se llama Eva y está parada frente al elevador. Tiene anteojos negros, el pelo marrón y corto y una carilina en la mano. El elevador tiene diez metros por tres, cuatro pilotes azules y una plataforma doble de color naranja. Eva llora, lo mira y llora. Los trabajadores se acercan a consolarla: ante cada palabra de aliento, siempre, siempre, da la misma respuesta: “ayúdenme a que se haga justicia, por favor, quiero justicia”.

Los diarios se hacen eco del fallecimiento de Ramallo. Clarín titula «La línea 60 está de paro por un trabajador que murió aplastado por un colectivo»; La Nación, por su parte, informa sobre un «Accidente y paro en la línea 60». Páginas adentro hablan de las muertes de otros dos trabajadores: la de Charly Alcaráz, un obrero de la construcción, fallecido al derrumbarse una medianera en Villa Crespo, y la de Diego Soraire, empleado del INTA, a quién le explotó un biodigestor en las instalaciones del Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias.

Tres muertes, de tres trabajadores, en un solo día, solo, en la ciudad de Buenos Aires.

Es domingo. La Línea 60 continúa de paro. Sobre la vereda de la calle Santa Elena se ve el portón de entrada bloqueado, atravesado por unas maderas. Se siente olor a podrido: el riachuelo está cerca. Hay basura en el cordón, hay varios autos estacionados y varios trabajadores con sus pancartas. «Disculpen: estamos de duelo por la muerte de un compañero a manos de la empresa». Sobre la calle, un grupo de chicos patea una pelota y una ronda de choferes toma mate debajo de un árbol.

(…)

La investigación arroja datos: dice que solo en 2015 se notificaron más de 600 mil accidentes laborales, dónde 459 operarios perdieron la vida. Una muerte cada 20 horas. A estos números le suman los más de 600 casos de trabajadores que quedan incapacitados anualmente para seguir cumpliendo funciones. Los datos provienen del relevamiento realizado por la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT), de acuerdo al institucional que figura en su página web, la SRT tiene como “objetivo primordial garantizar el efectivo cumplimiento del derecho a la salud y seguridad de la población cuando trabaja”. Sin embargo, existe una gran parte población que trabaja sin estar registrada, de estos casos la SRT no brinda estadísticas.

(…)

Nestor Marcolin, el delegado de la Línea 60, afirma que la mayoría de las empresas no detiene la producción ante una muerte laboral. Y da un ejemplo: «en la 365 (una línea de colectivos) falleció un mecánico y limpiaron la sangre con un trapo, siguieron trabajando como si nada». Algo parecido dijeron los compañeros de Matías Morales, de 19 años, fallecido tras caerse un montacargas en la cadena de supermercados COTO: “el supermercado siguió abierto y nos pidieron que no hablásemos con los medios”. En Murata, una empresa de seguridad, sucedió algo parecido: solo que en este caso, tras el fallecimiento de Martín Pino, despidieron a los trabajadores que declararon ante la prensa. (…)



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