27/10/2018

Chile: Fallece Ana González, referente histórico de los DDHH y el combate contra el espanto de la tiranía

A los 93 años de ser y combatir, este viernes 26 de octubre falleció de una insuficiencia respiratoria en el Hospital San José de Santiago de Chile, Anita González, cofundadora de la Agrupación Nacional de Familiares de Detenidos Desaparecidos.


Durante los primeros años de la tiranía cívico militar, en 1976, Ana González perdió en dos días a cinco miembros de su familia. Sus hijos Manuel Guillermo (22), casado, dos hijos, gásfiter; Luis Emilio (29), técnico gráfico, ex dirigente sindical; junto con su mujer, Nalvia Rosa Mena (20), embarazada de tres meses, dueña de casa y madre del pequeño de dos años y medio, Luis Emilio Recabarren Mena, “el puntito”.

El músico y voz del conjunto Illapu, Roberto Márquez, señaló que la muerte de Ana no puede sino provocar vergüenza: “Eso siento: mucha vergüenza, una pena inmensa por Anita, quien luchó toda su vida, porque buscó por muchos años a sus familiares, pero creo que seremos muchos los que vamos a seguir buscando por ella, los que vamos a dar hasta el último aliento buscando a nuestros desaparecidos”.

Ana González nació en 1925 en la oficina salitrera El Toco, cercana a Tocopilla. Más tarde, se trasladó junto a su familia a una población de Renca en Santiago. Después, cuando tenía 17 años, comenzó a militar en el Partido Comunista. Sin embargo, a principios del 2000 dejó la militancia por diferencias con la dirección de esa tienda política, sin dejar de ser comunista, como aclaró tantas veces.

Anita siempre fue crítica respecto de cómo fueron abordadas las causas de DDHH desde el inicio de los gobiernos civiles, en 1990. En una entrevista ofrecida a un periódico español, en el marco de la conmemoración de los 45 años del Golpe de Estado dijo que “el país está como lo pensó Pinochet. Cuando dicen ‘le ganamos a Pinochet’… Pienso que no es verdad. No le ganamos. Seguimos divididos y los luchadores de antes se recogieron a sus casas”.

“Para eso fue la dictadura: para silenciar al pueblo que había ganado su libertad. Pero confío en los jóvenes de hoy”.

“Confiadamente seguiré viviendo, soñando, esperando el día inexorable del despertar del pueblo”, escribió en sus memorias.

El periodista chileno Armando Romero registró en una entrevista con Ana el pasaje de su vida que está marcada a fuego en la historia del antifascismo en los pueblos del país andino:

“Era 1976, yo trabajaba en la Empresa Metropolitana de Obras Sanitarias (EMOS) en la comuna de La Granja. Era la concesionaria del Casino y atendía a los funcionarios, obreros y empleados. Ese 29 de abril, Nalvia, Luis Emilio y Mañungo, salieron de nuestra casa a las 8 de la mañana rumbo al trabajo, una oficina de comercialización de impresos que Luis Emilio había instalado en Nataniel 47 y donde trabajaba con su hermano, su primo Raúl Soto y otros compañeros. Nalvia visitaría a su madre, que vivía en Av. 5 de abril con Av. General Velásquez, y desde allí acudiría a la clínica Madre e Hijo a controlar el embarazo de su segundo hijo. Se acercaba el Primero de mayo y con Manuel, mi esposo, habíamos acordado rendir un pequeño homenaje a los trabajadores. Al desayuno les serviríamos unas empanadas de horno amasadas por las manos de mi Negro.

La tarde del 29 de abril, dejamos todo comprado, guardando en la canasta que acostumbrábamos llevar, lo que necesariamente ocuparíamos al día siguiente. Manuel se acostó temprano. Aparte de ayudarme en el casino, también trabajaba cambiando medidores domiciliarios, cuyo contrato en EMOS lo tenía nuestro cuñado Guillermo. Yo seguí en pie y con mi hijo Vachy nos sentamos en el living a ver una película en la televisión. De pronto recordé que quería pedirle a Manuel su opinión sobre un panfleto con motivo del 1º de mayo que me había encargado redactar el clandestino Comité Local Luis Emilio Recabarren del Partido Comunista, de cuya dirección yo formaba parte.

La película estaba en su clímax cuando lejanamente escucho el llanto de un niño. —¡Vachy!— le digo a mi hijo —Parece que hubiera un niño perdido— y seguimos viendo la película. De pronto, el llanto desgarrador parecía estar en nuestra puerta —¡Vachy anda a ver!— le digo. Desde el dintel de la puerta y gritando me dice —¡Mamá, es el Puntito! Extrañados corrimos a cerciorarnos. Ahí, aferrado a la reja estaba mi nieto llorando desconsoladamente. No quería soltarse. Detrás de él, se encontraba una señora a quien pregunté: “¿Qué hace usted con mi nieto? ¿Dónde están sus padres?”.

La mujer le explicó que iba saliendo de la casa de una amiga, a unas seis puertas de la casa de Ana y Manuel, cuando vio frenar bruscamente un automóvil del que bajó un hombre corpulento con un niño en los brazos al que abandona en la cuneta. Se sube al auto rápidamente y acelera en dirección al sur. —Después de eso la señora desapareció en la oscuridad de la noche— dice Ana.

—Fuimos donde nos indicó y encontramos el peluche del Topo Gigio, el juguete favorito de nuestro nieto, testigo mudo del secuestro de mis hijos— recuerda.

Ana y Manuel se levantaron temprano ese 30 de abril, la verdad es que durmieron nada. Vachy se quedaría con el Puntito y Rodrigo, nieto de 4 años que en ese entonces vivía con ellos, les acompañaría hasta la empresa de Agua Potable. Manuel partió primero, y Ana lo seguiría cuando terminara de vestir a los niños. El ruido del cerrojo al cerrarse la puerta del antejardín sonó como un oscuro presentimiento que hizo latir el corazón de Ana aceleradamente. Esa puerta ha permanecido cerrada desde entonces.

No tardamos más de diez minutos en llegar al casino. Cuando me bajo del micro y voy a entrar por el pasillo del agua potable, veo que está toda la gente afuera del comedor. Ahí dije “a Manuel lo detuvieron”. Porque tenía que estar abierto el casino. Quería gritar, vociferar contra los mal nacidos, clamar al cielo, pero al mirar los ojos de inocencia de mi Rodrigo me calmé. No podía transmitirle semejante dolor. Con mis ojos llenos de tristeza le sonreí. He seguido manteniendo esa sonrisa a lo largo de estos años, y también la tristeza.”

Después de ese 30 de abril no quedó nada más que el silencio de afuera, de la calle sin confianza, delante de esa reja que permanece clausurada con una gran cadena. Se cerró así porque el sonido del picaporte hacía temblar a Ana a diario con un ruido falso, el mismo ruido que eternizó a la dictadura.

El 28 de enero de 2004, Ana escribió “Carta de Ana González a Juan Emilio Cheyre (entonces comandante en jefe de las FFAA, y hoy acusado de crímenes de lesa humanidad)”, a quien le decía: “Yo sufro por los mágicos y soñadores 21 años de mi nuera Nalvia, embarazada de tres meses, por mis hijos Luis Emilio y Mañungo, y por mi esposo Manuel. Todos ellos fueron detenidos y ocultados en el fondo de la tierra. Pero yo no sufro sólo por mi dolor de ausencia, muero un poco cada día al pensar lo que mis amados sufrieron, en la más completa indefensión”.

En una de sus últimas entrevista  hablaba de sus memoria que estaba escribiendo,  que habían otros temas que demandaban una prioridad en su vida, una mujer directa en decir lo que pensaba…“Este libro debería llamarse Resistiré, que ha sido la constante de mi vida y de tantas otras. Este viaje a la memoria no será fácil, espero no morir en el intento”. En otra ocasión reflexionaba del nombre  de sus memoria: “Y aquí sigo, conchesumadre”.

El velorio de Ana González se realiza en su casa ubicada en calle Cantares de Chile #6271 en la comuna de San Joaquín, Santiago. El domingo 28 de octubre se realizará su funeral en el Cementerio Católico, a las 10.00 horas.

Texto urgente para Anita (Andrés Figueroa Cornejo)

Aún no cumplimos la tarea resuelta por los relámpagos, la lámpara, el reverso de los asesinos, madre. La campana y el pan repartido, el lecho íntegro en el agua, el refugio en los nidos, madre. Aún los criminales van de fiesta elegante, mientras nosotros no conseguimos constelar las esquinas del triángulo ni los abrigos. Madre, y digo Ana, como si fueras la armadura y el aire, la piel mojada y sus anillos. Perdona nuestras deudas, madre o Ana. Ya eres las flores agrupadas, incendio de naranjos y el río, y para siempre y siempre todos los caminos.

 



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