17/08/2018

En el principio, las semillas

Mientras el porcentaje de transgénicos aumenta en nuestros campos, las corporaciones que los impulsan se fusionan cada vez más. Los intentos de modificar la Ley de Semillas Argentina (nro. 20.247) según los intereses corporativos no son nuevos: A partir del lanzamiento de la soja Intacta RR2 de Monsanto en 2012 las presiones corporativas arreciaron. Hubo intentos durante el kirchnerismo, y con Macri en el Gobierno asistimos una nueva y brutal ofensiva.  Esta es una batalla global. Ofensivas como ésta se suceden en todos los países, y en aquellos donde pudieron imponer sus leyes de semillas pasan cosas tremendas: Persecución de agricultores; criminalización del intercambio; destrucción de cosechas; y finalmente derechos de propiedad que ponen en jaque el acceso a los alimentos para los pueblos.  Por Huerquen Comunicación en Colectivo


Quizá el primer episodio de la agricultura tuvo como protagonista a una mujer, que reconoció y empezó a cultivar una variedad vegetal silvestre para alimentarse; aprendió su ciclo vital y desarrolló los rudimentos de técnicas que la humanidad perfeccionó durante más de 10.000 años. Carlos Vicente dice que ese primer acto es probablemente el hecho cultural más maravilloso e importante en la historia del vínculo de nuestra especie con el resto de la naturaleza. Emociona imaginar a esa mujer, a su mirada puesta en una planta y a sus manos desatando el mundo que conocemos. Desde entonces las semillas viajaron con los pueblos hacia distintos territorios y climas.

Las comunidades campesinas e indígenas de todo el mundo, las modificaron generación tras generación mediante selección, cuidado e intercambio, generando toda esa enorme diversidad de variedades que nos alimenta aún hoy.

Las semillas y la humanidad nos criamos juntos en este camino de miles de años. Pero en algún momento lo hemos perdido de vista: para los millones que vivimos en las ciudades, a quienes la dinámica urbana nos transformó totalmente el acto alimenticio y el vínculo con la naturaleza, las semillas nos son ajenas y su destino no cuenta entre nuestras preocupaciones.

Este extrañamiento es aprovechado por las corporaciones que desde la llamada Revolución Verde y, sobre todo, desde la generación de semillas transgénicas, pretenden apropiarse de los frutos de esta labor ancestral. Detrás de toda la parafernalia tecnológica y el marketing, lo que las corporaciones ocultan es que ninguna semilla agrícola aparece en una probeta de laboratorio, y que cualquier modificación se apoya sobre miles de años de trabajo de otros. Por eso, su intención de aplicarles derechos de propiedad intelectual constituye escencialmente un robo.

Mientras el porcentaje de transgénicos aumenta en nuestros campos, las corporaciones que los impulsan se fusionan cada vez más. Así, en más del 60% del área sembrada de Argentina encontramos variedades transgénicas desarrolladas por poquísimas empresas. A nivel mundial entre Bayer-Monsanto, ChemChina-Syngenta, Basf y Corteva Agrociences (Dupont+Dow) concentran más del 75% de todo el mercado de semillas.

Los intentos de modificar la Ley de Semillas Argentina (nro. 20.247) según los intereses corporativos no son nuevos: A partir del lanzamiento de la soja Intacta RR2 de Monsanto en 2012 las presiones corporativas arreciaron.

Hubo intentos durante el kirchnerismo, y con Macri en el Gobierno asistimos una nueva y brutal ofensiva. Lo que buscan es cercenar el llamado “uso propio”: el derecho que cada agricultor tiene de reutilizar una parte de su cosecha para volver a sembrar en el siguiente ciclo. Pretenden transformar un derecho de todos en una “excepción” para algunos (“pequeños agricultores” y “pueblos originarios” inscriptos en registros ad-hoc).

Las empresas y sus vocerxs argumentan que con la legislación vigente se vulneran sus derechos de obtentor (una forma de derechos de propiedad intelectual reconocida en la ley actual) sobre las variedades que comercializan.

Pretenden cobrar regalías cada vez que alguien use estas semillas y presionan por una nueva ley que les garantice esto: Nadie tendría derecho a replantar, ni tampoco a intercambiar, sin pagarles. Profundizando su control de la cadena agroindustrial y agroalimentaria, aumenta además su capacidad de incidir en los precios de los alimentos.

Dicen que no hacerlo constituye “un obstáculo para realizar inversiones”, retomando aquel rancio argumento de que la biotecnología es indispensable para alimentar a la humanidad, y de paso mostrándose como fuente de divisas en tiempos de crisis. Como en tantos otros temas, ahora el Estado reproduce el discurso de las corporaciones que han colonizado los organigramas oficiales con sus cuadros y referentes.

Lo que están cocinando no huele bien, y lo están haciendo de espaldas al pueblo, en “mesas de trabajo” donde sólo se sientan “ellos”: ASA, ARPOV, AAPRESID, AACREA, SRA, Coninagro y CRA, junto con funcionarios y legisladores; y desde ahí anuncian “consensos”.

Si bien las empresas ponen el foco en los commodities de exportación como la soja o el maíz, en realidad la modificación de la ley abre la puerta hacia TODAS las variedades vegetales, que pueden así, ser blanco de biopiratería. Imagináte que alguien modifica uno de los 35 mil genes que tiene el tomate y después dice ser «el dueño del tomate”: parece de locos no? pero por ejemplo, Syngenta ya intentó hacerlo. Esta es una batalla global. Ofensivas como ésta se suceden en todos los países, y en aquellos donde pudieron imponer sus leyes de semillas pasan cosas tremendas: Persecución de agricultores; criminalización del intercambio; destrucción de cosechas; y finalmente derechos de propiedad que ponen en jaque el acceso a los alimentos para los pueblos.

Desde hace 60 años vienen machacando con que la biotecnología es la clave para terminar con el hambre, pero es mentira. En este tiempo no sólo que sigue habiendo millones de hambrientos, sino que la desigualdad y la violencia se han profundizado en nuestros territorios a medida que aumenta el poder del agronegocio. Y lo que es gravísimo: la humanidad ya perdió las ¾ partes de la agrobiodiversidad que nos alimentó por siglos; esto significa que tenemos menos tipos distintos de comida disponible, lo que nos hace más vulnerables frente a los desafíos que plantea el cambio climático.

Parece una locura que «Ley de Semillas» pueda tener un lugar en nuestras habituales reuniones con amigos y familiares, pero sin embargo definir «qué comemos» nos ocupa y entusiasma. La distancia que la mayoría de nosotros tenemos con el tema es enorme, y sin embargo lo que suceda ahí va a tener impactos en lo que nos pase a cada bocado. Por el otro lado también es cierto que en las ciudades viene creciendo la preocupación sobre lo que comemos y su vínculo con la explosión de algunas enfermedades. Se fortalecen alternativas de comercialización de productos agroecológicos y crece el convencimiento de que necesitamos avanzar hacia la Soberanía Alimentaria. A veces falta ese pasito de reconocer que ésta sólo será posible con semillas libres en manos de los pueblos, como plantea desde hace años La Vía Campesina.

Desde Huerquen integramos desde su fundación la Multisectorial contra la “Ley Monsanto” de Semillas, un espacio amplio desde donde intentamos resistir estos intentos junto a muchos otros de distintos territorios. Hay otros espacios y entidades que desde distintas formas y caminos plantean cosas similares. Quizá en este momento, donde enfrentamos un embate tan fuerte, sea tiempo de alianzas nuevas, amplias, ¿insólitas?, donde las organizaciones del campo y de la ciudad aunemos esfuerzos para frenar lo que está en marcha. La defensa de las semillas en manos de los pueblos es una pelea estratégica.

Ojalá en su curso podamos recuperar la perspectiva maravillosa de reconocernos parte de todo lo viviente, retomando ese camino de hermanos que iniciamos con las semillas hace miles de años.



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