16/01/2024

Elon Musk y el robot Optimus-Gen 2: La automatización y el mundo del trabajo

El director ejecutivo de Tesla, Elon Musk publicó en la red social X un video del prototipo del robot Optimus-Gen 2. Meses atrás, la empresa Tesla había mostrado al mundo hace apenas semanas, el nuevo robot humanoide, “Hay un nuevo robot en la ciudad». Hoy, presentó una nueva función: la de doblar ropa. Y volvió a impactar en la opinión publica. Y otra vez resuenan las preguntas: ¿si las nuevas tecnologias vienen a traer más desempleo y precariedad a la clase trabajadora o por el contrario, llegaron para aliviar el peso del trabajo?. Repruducimos el artículo «La automatización y el mundo del trabajo»  de Luján Rodríguez que sintetiza el debate. Por ANRed.


 

Este prototipo Optimus-Gen 2 puede caminar un 30% más rápido, es 10 kg más ligero y ha mejorado el control corporal, incluidas las manos en su última versión. Esto permite que manipule objetos delicados, como huevos, con la ayuda añadida de los sensores táctiles de sus dedos. Las  imagenes que muestran al robot doblar ropa con un control que asombra se han viralizado en las redes sociales.

Surge, otra vez, el debate si la automatización que incluye a la robótica, AI, etc. reemplazará al trabajo o si simplemente las nuevas tecnologías están cambiando la manera de trabajar.

En el libro «La carrera contra la máquina», los investigadores Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee muestran que la revolución digital no detiene su aceleración y las nuevas máquinas poseen cada vez más habilidades que antes estaban reservadas a los humanos. Y que más allá de las consecuencias positivas evidentes como el aumento de la productividad y la reducción de precios que logró la automatización hay una cuestión que avanza y es la creciente desigualdad de la riqueza en donde hay trabajadores cuyas habilidades han sido reemplazadas por estas nuevas tecnologías. Es decir, más desempleo y precarización para la clase obrera.

¿Estamos frente al fin del trabajo humano? ¿Cómo será el mundo del trabajo en adelante? ¿Qué rol juegan las organizaciones y los sindicatos en este contexto?, son algunas de las preguntas que realiza Lujan Rodríguez* en un artículo publicado por la revista de la corriente Marabunta y que publicamos a continuación:

 

 

La automatización y el mundo del trabajo

 

En el actual contexto de grandes cambios tecnológicos y profunda crisis económica, nos preguntamos sobre la dinámica entre trabajo, producción y automatización.  ¿Pueden los cambios tecnológicos amenazar con la destrucción de grandes cantidades de empleos? Automatización, robotización, desempleo o precarización y renta básica universal, abrimos el debate.

Los debates sobre la automatización no son nuevos y el contexto actual los reabre, profundiza y los vuelve un tema ineludible para les trabajadores. El mundo se debate en una aparente convivencia entre fábricas como Tesla, que funcionan automatizando por completo sus tareas sin intervención humana alguna, y áreas con trabajos de baja complejidad, realizados en la más marcada precarización laboral. Mientras los autos no tripulados navegan rutas para entregar mercancías y las computadoras son entrenadas para detectar cánceres, nos preguntamos: ¿Estamos frente al fin del trabajo humano? ¿Cómo será el mundo del trabajo en adelante? ¿Qué rol juegan las organizaciones y los sindicatos en este contexto? ¿Finalmente entraremos en un sistema donde la producción y el ingreso se hallen desacoplados? ¿Es la Renta Básica Universal una salida?

Las respuestas a dichas preguntas se ensayan de derecha a izquierda. Algunos sectores, vinculados al Foro de Davos 2016, proponen mayor flexibilización a través de reformas laborales, adecuación legislativa para las innovaciones que implica el desarrollo de la cuarta revolución industrial y lobby para conseguir capital y beneficios impositivos para las inversiones en tecnologías. Klauss Schwab, creador del foro de Davos, propone tres razones para pensar que los cambios de hoy representan una prolongación de la Tercera Revolución Industrial: velocidad, alcance e impacto de los sistemas. Klauss sostiene, en su último libro “La cuarta revolución ­industrial” (2016), que con las nuevas tecnologías digitales sobrevendrá una transformación sin precedentes en la historia de la humanidad; una auténtica revolución con el potencial de aumentar los ingresos globales y mejorar la calidad de vida en el mundo gracias a una mayor eficiencia, más productividad y un abaratamiento del transporte y las comunicaciones.

Por izquierda, el planteo es más global e incluye la forma de apropiación de las riquezas que desarrolla el sistema político-económico en el que se dan dichos avances tecnológicos. Por ejemplo, en “Inventing the Future”, Nich Srnicek y Alex Williams, sostienen que la automatización puede transformar «drásticamente» los mercados de trabajo, pero afirman que solamente un gobierno socialista puede ser capaz de cumplir con la idealización de la plena automatización, creando una sociedad donde haya abundancia de productos para saciar necesidades y muy poco trabajo que realizar. Defensores de una renta básica universal, proponen que esta sirva de puente hacia un comunismo automatizado, donde la inteligencia artificial, la energía solar, la edición genética, la minería de asteroides y la carne producida en laboratorios den lugar a un mundo de ocio y autoinvención.

Una tercera posición emerge con fuerza desde Silicon Valley. Con una perspectiva profundamente tecnocrática, el discurso de la automatización no tiene mucha vuelta de rosca: primero automatizar, después desempleo, luego Renta Básica Universal (RBU) y finalmente: ¡Magia! ¡Todes felices!

Un trampolín a la desigualdad

Pero, ¿qué es la automatización? ¿Es lo mismo que la robotización? Diremos que la robotización es una forma muy específica y particular de automatización, donde se reemplazan tareas humanas o se crean tareas nuevas, mediante el uso de máquinas automáticas y reprogramables, capaces de realizar dichas operaciones de manera autónoma. Muchas veces, la robotización asombra por realizar tareas de una forma humanoide, imitando el accionar humano. La diferencia con la automatización es que esta no necesariamente es reprogramable, resultando en algunos casos procesos autónomos pero menos versátiles y flexibles.

Aaron Benanav, en su artículo Automatización, primera parte y en Automatización, segunda parte diferencia la automatización de aquellas tecnologías que aumentan la eficiencia del trabajo humano. Para él, “la automatización puede caracterizarse como una forma específica de innovación técnica que produce un ahorro de mano de obra: las tecnologías de la automatización sustituyen por completo al trabajo humano, más que aumentar simplemente las capacidades productivas humanas”. Según un estudio de Oxford Martin School, el 47% de los empleos de EEUU podría ser automatizado a la brevedad, mientras que la OCDE estima que el 14% de los empleos de este organismo corre ese mismo riesgo. Por otro lado, indica que el 32% de los puestos afrontará un cambio muy importante en la manera en que se realiza el trabajo, gracias a innovaciones tecnológicas que aumentan la eficiencia de los puestos de trabajo en lugar de sustituirlos. Resulta interesante ver, por ejemplo, la desigual instalación de robots a lo largo del mundo. En comparación, las empresas alemanas y japonesas, instalan alrededor del 60% más de robots industriales por cada diez mil trabajadores empleades en el sector manufacturero que las empresas estadounidenses.

Como dice Benanav, “con las tecnologías que aumentan la eficiencia de la mano de obra, una determinada categoría laboral continuará existiendo, pero cada trabajador de la misma será más productivo. (…) Gran parte del debate sobre el futuro de la automatización en el puesto de trabajo acaba en una valoración del grado en que las tecnologías actuales o venideras sustituyen o incrementan la eficiencia del trabajo. Diferenciar estos dos tipos de cambio técnico resulta increíblemente difícil en la práctica”.

El punto central de estos desarrollos es identificar quiénes se ven beneficiados política y económicamente por las recompensas que prometen estas nuevas tecnologías. Autores como Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee sostienen que, a medida que la demanda de mano de obra cae con la adopción de tecnologías más avanzadas, los salarios se van estancando y, por ello, una creciente proporción de la renta anual está siendo capturada por el capital y no por el trabajo. El resultado es el crecimiento de la desigualdad y por esto es necesario desarmar lo que el discurso de la automatización esconde detrás.

Quienes sostienen que la automatización nos lleva al desempleo tienen en la Renta Básica Universal la respuesta a la falta de puestos de trabajo. Esta línea argumental es impulsada por los referentes de Silicon Valley como Bill Gates, Mark Zuckerberg o Elon Musk y ha sido acompañada por las gestiones de Obama y Clinton en EEUU. En Argentina, tiene también sus puntos de contacto con planteos políticos locales. Este paradigma se monta sobre cuatro pilares: 1) Les trabajadores ya están siendo desplazades por máquinas cada vez más avanzadas, provocando niveles crecientes de «desempleo tecnológico»; 2) Estamos al borde de alcanzar una sociedad mayoritariamente automatizada, en la que prácticamente todo el trabajo lo realizarán máquinas con movimiento propio y ordenadores inteligentes; 3) La automatización debería suponer la liberación colectiva de la humanidad de la dura carga del trabajo, pero también puede volverlo una pesadilla; 4) Como solución, hay que proporcionar una renta básica universal que rompa la conexión entre los ingresos de la gente y el trabajo que hacen, como una manera de inaugurar una nueva sociedad.

Además, este discurso sostiene que la educación y la reconversión no son suficientes para estabilizar la demanda de mano de obra. Por esto, promueven un ingreso no salarial garantizado, desacoplado de la producción, idealizando así la vida automatizada. Benanav responde a partir de cinco críticas, a saber:

  1. “Cada vez se produce más con menos trabajadores, como afirman los teóricos de la automatización, pero no porque el cambio tecnológico esté dando paso a elevadas tasas de crecimiento de la productividad. Por el contrario, el crecimiento de la productividad en el sector manufacturero parece rápido en la actualidad solamente porque el listón del crecimiento de la producción, que sirve para medirlo, está bajando”. El discurso de la automatización no tiene en cuenta el descenso de la tasa de producción mundial general, y en productos manufacturados en particular, más allá del alza de la productividad, siendo este estancamiento económico lo que genera que el cambio técnico produzca el desempleo, subempleo o empleo precarizado.
  2. “Enfrentadas a la competencia de los precios, las empresas multinacionales estadounidenses construyeron cadenas de suministro internacionales, trasladando al exterior los componentes de su producción que eran más intensivos en mano de obra y enfrentando a los suministradores entre sí para conseguir los mejores precios”. La desindustrialización del trabajo genera una migración a áreas de servicios en los países centrales, con empresas que buscan mano de obra más barata.
  3. Hay una menor participación del trabajo en los ingresos del sector industrial, restringiendo la capacidad de organización y acción de les trabajadores. Esto impacta tanto en la posibilidad de defender puestos de trabajo como también en la calidad de contratación y las condiciones de los mismos.
  4. Ocurre una acumulación del capital financiero, con la consecuente expansión de empresas desplazando parte de la cadena productiva.
  5. Este discurso tecnocrático supone que las tecnologías per se generarán un cambio en la forma de organización social.

En síntesis, la sobrecapacidad del sector manufacturero y la globalización de la producción explica el descenso de la demanda de la mano de obra. Las mejoras tecnológicas son impulsadas para conseguir cuotas de mercado internacional, incluso cuando las escalas productivas para sus mercados internos no requieren de estos saltos tecnológicos. Sumado a ello, el desplazamiento de ciertas ramas productivas a países o sectores de la población que por sus condiciones socioeconómicas están dispuestos a realizar tareas, que bien podrían ser automatizables, de forma más barata y precaria, explica de mejor manera la compleja dinámica entre trabajo, producción y automatización.

¿Desempleo o precarización?

Las visiones de fábricas automatizadas ya habían aparecido en las décadas de 1930, 1950 y 1980, antes de su resurgimiento en la década de 2010. Planteaban el «desempleo catastrófico y de ruptura social», que solamente podría evitarse mediante la reorganización social.

Podríamos pensar que este es un discurso espontáneo de las sociedades capitalistas,  como una manera de considerar detenidamente sus límites. El eje que reabre este debate una y otra vez tiene que ver con la deficiencia del mercado del trabajo: hay muy pocos empleos para demasiada gente. Les defensores del discurso de la automatización explican sistemáticamente el problema de una demanda baja de mano de obra en términos de un galopante cambio tecnológico.

A esta altura vale preguntarnos si  la causa de la baja demanda de mano de obra es la automatización. Citando al referido Benanav, diré que no“En respuesta al discurso de la automatización, yo sostengo que el descenso de la demanda de mano de obra no se debe a un salto sin precedentes de la innovación tecnológica, sino a un cambio técnico producido en un contexto de profundización del estancamiento económico”.

 ¿Pueden los cambios tecnológicos amenazar con la destrucción de grandes cantidades de empleos en este contexto de estancamiento económico y tasas bajas de creación de empleo? Con ese augurio, les trabajadores, en especial quienes no están protegides por sindicatos fuertes o leyes laborales, tendrán peores condiciones para presionar a las patronales para que suban los salarios cuando hay tan poca demanda de mano de obra en el mercado de trabajo.

La Encuesta Permanente de Hogares que realiza el INDEC se refiere a la desocupación como estrictamente a personas que no teniendo ocupación, están buscando activamente trabajo. No incluye por lo tanto otras formas de precariedad laboral que realizan las personas como trabajos transitorios mientras buscan activamente una ocupación, o aquellas que trabajan jornadas involuntariamente por debajo de lo normal, ni a les desocupades que han suspendido la búsqueda por falta de oportunidades visibles de empleo ni a les ocupades en puestos por debajo de la remuneración mínima o en puestos por debajo de su calificación. Es decir, se refiere a las personas que no han trabajado ni una hora y pueden sobrevivir a esa situación, por ejemplo, debido a un subsidio de desempleo suficiente, o a aquellas que poseen otro tipo de ingresos. Estas situaciones podemos verlas en países europeos o en Estados Unidos, pero no es la situación que vivimos en nuestro país, ya que las políticas de desempleo son tan deficitarias que gran cantidad de la población está subempleada o altamente precarizada, realizando trabajos en malas condiciones y con bajísimos salarios.

Estos argumentos entran en debate también con expresiones locales, como las que expresan sectores de la UTEP, muy similares al discurso de la automatización de Silicon Valley y apoyando iniciativas como la Renta Básica Universal (RBU). Tanto Emilio Pérsico como Juan Grabois, incluso Bergoglio en su investidura de Papa Francisco, proponen la Renta Básica Universal como salida al creciente proceso de automatización en el mundo del trabajo. Con muestra basta un botón: del 26 al 28 de septiembre de 2019, el Vaticano congregó a los ‘genios’ de la tecnología de la Silicon Valley, y de otros epicentros de la innovación mundial, para abordar juntos este tema.

La RBU tiene algunos límites y posibilidades, a saber. Por un lado, desvincula el monto del ingreso de la productividad para relacionarlo con la cobertura de necesidades vitales. Esto podría ser una ventaja si fuera realmente universal en una sociedad sin clases ni propiedad privada, pero en el contexto capitalista sólo significa la creación de una clase con un ingreso de subsistencia. Principalmente porque no cuestiona la propiedad privada del capital en ningún aspecto y porque tampoco altera la renta financiera, la renta inmobiliaria ni los salarios de directivos. Es decir, no hay una ruptura entre beneficios e ingresos. Por otro lado, si bien podría mitigar efectos de desempleo en transiciones como la energética o en sectores específicos que requieran cambios estructurales, esto puede ser solo en su carácter transicional. A su vez, genera alienación en cuanto a la conciencia de la clase trabajadora sobre la producción y nos desprovee de herramientas para intervenir en el control de la producción.

Frente a estas limitaciones de la RBU, retomar el planteo de la reducción de horas de trabajo sin afectación salarial como un planteo transicional nos permite unificar a la clase detrás de una consigna de salida de fondo. Es la única manera de no sobreproducir, aprovechando las ventajas tecnológicas para la sociedad y no para la apropiación privada de mayores ganancias por parte de un puñado de dueños del mundo. Así, producir lo que necesitamos y no de más, trabajando el tiempo preciso para ello, aprovechando los desarrollos tecnológicos para poder descansar y dedicarnos a lo que más nos guste hacer, es equivalente a luchar contra el capitalismo en sí mismo. Luchar por el reparto de las horas de trabajo entre la clase trabajadora va en ese camino.

En esta línea sostiene sus planteos frente al debate de la automatización Paula Bach. En su publicación titulada La conspiración de los robots, menciona que: “El arma privilegiada de los trabajadores es nada más ni nada menos que la unidad de sus filas para exigir la reducción de la jornada y el reparto de las horas de trabajo entre todos los brazos disponibles, sin reducciones salariales, para conquistar el tiempo libre, poniendo a su servicio ese verdadero prodigio, “propiedad” de la humanidad en su conjunto, que representan los avances de la técnica y la ciencia.”

¿Fin del trabajo? ¿Y les trabajadores qué?

Infinidad de empleos podrían haberse eliminado con las tecnologías del siglo XX pero, lejos de eso, miles de trabajadores alrededor del mundo caen en la más absoluta precarización de sus trabajos y sus vidas. Sólo el 17% de la mano de obra global trabaja en el sector manufacturero y el 5% trabaja en minería, transporte y servicios públicos. El 52% del empleo global lo hace en el vasto y heterogéneo sector de servicios con altos niveles de subempleo, aumentando a 74% en el caso de los países con rentas más altas, según indicadores del Banco Mundial. Sin embargo, muches trabajadores del sector de servicios están informalmente empleados u obteniendo ingresos a partir de recuperar material en la basura o vender comida en forma ambulante.

Punto y aparte para los trabajos vinculados a las tareas de cuidado, altamente precarizados, particularmente el trabajo doméstico en casas particulares y que además se encuentra entre los peores pagos y es el más feminizado, cuenta con bajísimos niveles de automatización. Algo similar podríamos decir del servicio de reparto a través de plataformas, donde trabajadores jóvenes en bicicletas distribuyen mercancías por un ingreso muy bajo y totalmente desprovistos de condiciones básicas de seguridad, estabilidad laboral o herramientas de trabajo. La precarización como forma de contratación. La emergencia de estos nuevos trabajos va de la mano de una enorme dificultad de acceder a otro tipo de puestos laborales, junto con un discurso político de la meritocracia y de ser tu propio jefe, que se presenta libre de ataduras, horarios o exigencias y dependiente únicamente de la fuerza de voluntad para trabajar. Este discurso lo único que hace es esconder las enormes ganancias que percibe el capital detrás de estas aplicaciones, deshaciéndose de sus responsabilidades en esta relación de dependencia encubierta.

En su artículo, A. Benanav aborda exhaustivamente el tema de la automatización y el subempleo identificando como fenómenos principales: el recurso de deslocalización de empresas a nivel global, en lugar de aumentar la tecnificación; la presencia de tareas no automatizables, como la industria textil y el ensamblaje electrónico (foxbots, sewbots), las tareas domésticas y feminizadas; y la particularidad del sector de servicios, con niveles de automatización y productividad muy bajas y una alta precarización.

Con todo, la automatización no es el fin del trabajo ni mucho menos. Es otra cosa: precarización a ultranza, pérdida de derechos laborales y dificultad para organizarse colectivamente.

Ciencia y tecnología para la revolución

No es fácil transitar el mundo que estamos viviendo, mucho menos en este contexto. Pero para poder transformarlo, el primer paso es comprenderlo en profundidad, analizando los mecanismos que hoy permiten a les poderoses sostenerse en sus cómodos lugares. La clase trabajadora no tiene las mismas características que a principios de siglo XIX, la tecnología al servicio de los capitales pretende hacernos creer un devenir inevitable del rumbo que ellos mismos trazaron.Nuestra resistencia debe caminar por el sendero de la apropiación popular de los desarrollos científicos y tecnológicos, incluida la automatización, para el buen vivir, en consonancia con una perspectiva ecosocialista y feminista. Como diría Donna Haraway, vincular ciencia, tecnología y feminismo socialista, planteando la ausencia de fronteras reales entre lo natural y lo artificial. Las batallas por la apropiación de los avances científicos contra la precarización laboral, por la recuperación del trabajo con todos sus derechos, por el reparto de horas sin pérdida salarial y la distribución de tareas de cuidado sin sesgos patriarcales son todas una misma lucha por la emancipación de la clase trabajadora.

*Trabajadora de la CNEA, estudiante de Ingeniería | Delegada ATE CNEA| Marabunta Sindical | lujanrod@gmail.com



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