A cara de perro para reír de la propia miseria
Mauricio Kartun trabaja un teatro político desde el cual se burla de los artificios narrativos porque conoce íntimamente el arte del tramoyista. Se burla de la idiosincrasia de sus personajes porque sabe reírse de las sombras de la historia, y porque reconoce en el humor su capacidad transformadora. Muestra los hilos a riesgo de quebrar constantemente la verosimilitud del relato para tejer en contra de la credulidad del público una verdad que se restituye fuera de escena. Pero sobre todo y también porque a esta altura no es demasiado decir que se toma en serio la potencia política de la narración. Desde esa perspectiva, La Vis Cómica ríe como si el perro que cuenta fuera el cínico Diógenes y, en tanto testigo ideal, pudiera observar, señalar y vengarse de ambiciones y mezquindades humanas.
Por María Victoria Gómez Acuña y Andrés Manrique para ANRed.
Con mucho de la picaresca cervantina, con abundantes cuotas de mordacidad a la Quevedo; sin que los giros empañen el sentido, y con buen aporte de un léxico que proviene de situaciones extra históricas, La Vis Cómica cuenta la historia de una compañía de teatro española que llega a Buenos Ayres en época virreinal, donde la colonización ha arraigado a tal punto que los gestos del poder ya han sido introyectados.
Kartun se ríe de la vanidad describiendo al artista que goza de los favores del Virrey: “Teatroso pero teatroso el muy hijo de puta”; se mofa del lugar del dramaturgo: “siempre debajo de la obra, y en general aplastado por ella”; se burla del monólogo: “el pordiosero del aplauso”; parodia las posiciones y las estrategias del teatro: “truco barato si los hay”, y hasta del público: “Se ve que lo nuestro en la vida es seguir. Él (el dramaturgo) al cómico y yo (el perro) a él. Y ahora ustedes a mí. Hay perros que guían ciegos. Confíen.”, dice Berganza en una serie de aclaraciones que funcionan más como preludio que como primer acto. En las primeras líneas sienta las bases de lo que crecerá y estallará en el desarrollo de la obra. El perro cuenta todo como una especie de narrador extrañado. Recuerda, anticipa, cita. Es el que conoce más que todos, el que comienza y el que empuja hasta el fin. Kartun recarga la máxima shakesperiana que plantea que la historia es un cuento contado por un idiota lleno de ruido y furia provocando, en su lugar, que la historia sea contada por un perro apaleado, llevado y traído por los tiempos de la violencia.
Ante la falta de oportunidades para trabajar, contra el ninguneo crónico, Angulo el malo, el cómico dueño de la compañía, se acerca al poder. No hay por donde haya pasado sin hacer trampa, sin meter la mula en la balanza. El cómico será el antagonista necesario para que Berganza pueda seguir contando, y quien también la padezca en carne propia. La Vis Cómica, que traducido del latín quiere decir “capacidad de hacer reír”, arraiga en la violencia, tal como el origen de la literatura de nuestros pagos, tal como nuestra historia. Enhebra en esa larga trama, iniciada entre otras literaturas con La Refalosa de Hilario Ascasubi, que describe el modo en que el bárbaro/ gaucho/ indio/ rebelde/ o algún tipo de otro, de manos atadas, se resbala con la sangre de su propio degüello mientras los soldados de la leva apuestan cuánto va a tolerar de pie. Hacer reír será, de alguna manera, de este lado del río sin una sola piedra en sus orillas, el póstumo paso de la abyección.
Kartun nos emplaza en un lugar incómodo para pensar la barbarie, que refiere desde su etimología griega -bárbaros- a lo extranjero en general. En La Vis Cómica la escena se despliega delante de los girones de un viejo telón teatral, subrayando la convención por la cual el límite entre la ficción y la realidad debe estar trazado a fuego para que el hecho artístico pueda producirse. Para quienes estamos en la ciudad de Buenos Aires ocupando una butaca frente a la cuarta pared (rota una y otra vez por el perro y por los monólogos que se circunscriben en el mismo espacio del proscenio y se ubican de cara al público, recortados por una misma iluminación) de una caja a la italiana, esta regla es tan omnipresente como el telón que separa escenario de platea. Pero cuando constatamos que estos personajes del siglo XIX han cruzado el océano con la sola vocación de hacer teatro sin encontrar en estas costas más que natural desinterés, el punto de vista es otro. Porque es la mirada de ese Otro histórico que también fuimos de este lado del charco, cuando todavía no nos habíamos vuelto extranjeros en nuestra propia tierra.
Esta indiferencia inicial es un primer indicio de la desmesura en la que el cómico Angulo incurre ciegamente una y otra vez. Desmesura propia de la conquista impuesta por la fuerza, pero también instalada a través de una evangelización cultural maniquea. Así como en Fitzcarraldo (obra maestra de Werner Herzog) su personaje principal decide construir un teatro de ópera en plena selva amazónica, Angulo es víctima de otra clase de hybris.
La estructura dramática en cinco actos, con coro incluido en la interpretación magistral de Berganza (cualquier remisión con la palabra “venganza” es pura licencia poética), propina a Angulo su merecido castigo. Y a nosotros, la posibilidad de hacer la correspondiente catarsis. Es decir, redimirnos de nuestro pecado de origen para salir de la sala exentos de toda carga, casi purificados.
Angulo toma el lugar del pregonero: vocero de la autoridad virreinal, responsable de dar a conocer los acuerdos de Cabildo y todo aquello que el vulgo deba saber para asegurar la permanencia del orden. El comediante desvirtúa la misión destinada a la comedia que desde sus orígenes fue vehiculizar la crítica al statu quo, a través del humor. La pulsión ficcional para denunciar al poder es subvertida en portavoz que fundamenta y justifica sus abusos. Pero más allá de lo que refleja la superficie brillosa de ese fango colonial que podemos oler desde la cazuela, la polisemia de la dramaturgia y la espesura del lenguaje de Kartun nos permiten abrevar en cierta opacidad: ¿y si acaso no fuera tanta la distancia que separa al artista noble del vil pregonero? Lo que hermana a estos dos términos, en apariencia antagónicos, es que ambos oficios se ocupan de lo mismo: hacer visible el poder.
Y en el arte de representar, Kartun vuelve a deleitarnos no sólo como dramaturgo sino como implacable director de puesta en escena. Mientras las acciones transcurren delante de un telón ajado -indicando que la ficción no comenzará hasta que el perro lo decida-, el horror sólo puede ser imaginado a través del verosímil que lo teatral teje con los hilos de sus convenciones estéticas: la nativa enjaulada y acarreada como trofeo, la plaza devenida en coliseo donde Angulo oficia de pregonero delator y verdugo. Y así, recurriendo al decoro propio de la tragedia clásica, el espectáculo del poder queda en la obscenidad del fuera de campo: invisible a los ojos, pero inocultable a la mirada.
Si Lope de Vega con Fuenteovejuna (citado por Isidoro, el dramaturgo de La Vis Cómica) ponía en manos del pueblo soberano la posibilidad de hacer justicia ante el abuso de poder, igual que Rodolfo Walsh lo hiciera en Un oscuro día de justicia, Kartun deposita en el perro Berganza la oportunidad de vengarse; tal vez como metáfora diagonal del modo en que vivimos, como perros. Si el pueblo no se redime, el perro tampoco, pero al menos podemos darle un trago a la venganza; el malo traiciona, viola, mata, le inventa cada vez un nuevo círculo al infierno. Nada de eso puede deshacerse. ¿Será sólo el consuelo de su agonía lo que queda?
En las tragedias, incluso las que mueven a risa como esta, al final el orden se restaura. De la boca de Berganza, maestro de ceremonias e intérprete digno de corifeo griego, la ficción vuelve a ser ficción y los espectadores pueden irse, una vez terminada la función, a comer sin culpa un revuelto de gramajo. Angulo, por su parte, sin otra opción que poner su cuerpo al servicio de la Historia que él mismo encarnó, reencuentra en el apagón su destino de comediante inescrupuloso que, aun a pesar suyo, consigue poner en escena el poder de hacer reír.
GANADORA DE 4 PREMIOS ACE: mejor autor argentino, mejor actor en comedia, mejor actriz en comedia y mejor diseño de iluminación.
Va los martes a las 20hs en el CCC: Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543. CABA) y las entradas pueden sacarse en Alternativa Teatral.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Dramaturgia y dirección: Mauricio Kartun
Actúan: Luis Campos, Cutuli, Stella Galazzi, Horacio Roca
Diseño de vestuario y escenografía: Gabriela A. Fernández
Diseño De Sonido: Eliana Liuni
Diseño De Iluminación: Leandra Rodríguez -Adea-
Meritorios vestuario y escenografía: Sofía Andreozzi
Asistencia artística: Malena Bernardi
Asistencia de escenografía y vestuario: Valentina Durante, Agustina Filipini
Asistencia de iluminación: Sofía Montecchiari
Coordinación de producción: Federico Lucini Monti