14/03/2023

Charla debate a 47 años del golpe cívico, militar y eclesiástico

El día viernes 17 de marzo a las 18 se realizará en el Centro Cultural La Toma (ubicada en República Árabe de Siria 76, segundo piso, en Lomas de Zamora, al sur del conurbano bonaerense) la charla-debate sobre memoria reciente y su vínculo con nuestro presente. Los panelistas invitados serán Roberto Perdía, miembro de la Conducción de Montoneros; Graciela Draguicevich, militante del PRT-ERP; Susana Ancarola, militante del Peronismo de Base; y Jorge Pérez, miembro de la conducción del MR 17. Contarán sobre los distintos programas-proyectos de las agrupaciones durante la década del 70′, la acción directa, el avance de los sectores fascistas en la actualidad y la relación entre nuestro presente-pasado. El encuentro da inicio a una de las primeras charlas que integrarán las «Jornadas sobre Memoria Reciente», que proponen generar un espacio para la reflexión, en función de repensar nuestro presente-pasado en forma colectiva. Por Patricia Rodríguez, para ANRed.


La charla debate se realizará el día viernes 17 de marzo a las 18 en el “Centro Cultural La Toma” (República Árabe  de Siria 76, segundo piso, Lomas de Zamora), y será sobre memoria reciente y su vínculo con nuestro presente. Los panelistas invitados serán: Roberto Perdía, miembro de la Conducción de Montoneros; Graciela Draguicevich, militante del PRT-ERP; Susana Ancarola, militante del Peronismo de Base; y Jorge Pérez, miembro de la conducción del MR 17.

Contarán sobre los distintos programas-proyectos de las agrupaciones durante la década del 70, el avance de los sectores fascistas en la actualidad y la relación entre nuestro presente-pasado. El encuentro del día viernes 17 de marzo da inicio a una de las primeras charlas que integrarán las “Jornadas sobre Memoria Reciente”, que proponen generar un espacio para la reflexión en función de repensar nuestro presente-pasado en forma colectiva.

Programa:

– Presentación de la actividad y de los participantes

– Objetivos de la charla-debate: ¿Memoria para qué?

– Breve marco histórico.

– Ejes temáticos a cargo de los panelistas:

1) distintos programas o proyectos de las organizaciones de la década del 70. diferencias y similitudes

2) la acción directa

3) avance de los sectores fascistas en la actualidad. relación presente-pasado

Presentación del espacio:

Los sesenta fueron años de rebeldía de cuestionamientos al orden establecido, con hitos tales como la Revolución cubana, Vietnam, el mayo francés, los movimientos independentistas y movimientos contraculturales que marcaron a fuego la época. A nivel nacional, el Cordobazo, el Viborazo, el Rosariazo, el Tucumanazo y el Mendozazo. Una de las ideas principales era que el imperialismo podía y debía ser derrotado, como ocurrió en Cuba y luego en Vietnam. Que el capitalismo podía y debía ser expropiado, como hasta ese momento había ocurrido en un tercio del planeta   Este impulso se manifestó en las universidades y en las fábricas. También en colegios, zonas campesinas, villas de emergencia, asociaciones fomentistas o culturales en los barrios.

La potencia de los nuevos aires esperanzadores de que otro mundo era posible enriqueció el florecimiento de la cultura donde la transgresión y lo social eran el signo característico. El deseo de cambios revolucionarios y la adopción de actitudes vanguardistas y de ruptura con el sistema fueron la nota distintiva de esta época. En ese contexto, surgen las distintas organizaciones que luchaban por una nueva reorganización del poder del estado y del derecho.

Para Pilar Calveiro,  la memoria se construye desde los interrogantes y las necesidades del presente. En este sentido, así como la memoria pugnó por la «reaparición» de los desaparecidos, exigiendo su inscripción en la historia, en la sociedad y en el derecho, la memoria política lucha por reaparecer en función de buscar nuevos caminos, repensando el pasado para apropiarse de un futuro esperanzador más humano y menos resignado.

Desde ese punto de vista, la memoria política significa hacer explícitas las distintas miradas y experiencias del pasado para repensarlas, analizarlas colectivamente a la luz del presente, conectar lo que fuimos con lo que somos, las identidades del pasado con las del presente, para poner a ambas en tensión y recuperar, nuevas expectativas, nuevas esperanzas.

En dicho marco, quienes fueron protagonistas directos de la década del 70′, traerán a nuestro presente las distintas lecturas del pasado para poder ser repensadas colectivamente. El viernes 17 de marzo a las 18 en el Centro Cultural La Toma, nos acompañarán Jorge «Chiqui» Falcone, Jorge Pérez y Roberto Perdía.

Jorge Pérez, docente, miembro de la agrupación La verde de Suteba, Almirante Brown, cofundador de las Proto – Fal y miembro de la conducción del MR 17. Autor de los libros «Textos pendencieros», «La patria socialista», y «Pensar a Cooke».

Roberto Perdía, abogado, miembro de la Gremial de Abogadas y Abogados y el grupo de fundadores y docentes de la Universidad de los Trabajadores (IMPA). Es referente del movimiento social Organizaciones Libres del Pueblo. integrante de la conducción de Montoneros. Autor de los libros «Trienio en rojo y negro», Montoneros, el peronismo combatiente en primera persona» y «La otra historia»

Graciela Draguicevich, militante del PRT-ERP , presa política. Técnica en Comunidades Ecológicas. Presidenta de Mutual Sentimiento.

La “violencia política” de los ’70, por lo tanto, era una consecuencia y no una causa de ese proceso de fondo, la radicalización política hacia la izquierda de amplios sectores de la juventud, y de sectores minoritarios pero significativos de la clase obrera industrial. En su forma “guerrillera”, la violencia política expresó una desviación política, una estrategia equivocada en la meta de la toma del poder. Pero el error aquí no es la violencia en sí misma ni la radicalización, sino el intento de sustituir a las masas, su organización y conciencia con acciones puramente de aparato.

En su forma militar-policial-parapolicial, la violencia política no expresó un “exceso” ni una “ideología auto iento físico de la vanguardia obrera y juvenil que podía ser una amenaza para el sistema (similar a la que en otros contextos históricos llevó a cabo el fascismo, el nazismo, el franquismo, etc.)”. Significó lisa y llanamente una política de contrarrevolución, de aplastamiento.

Lo que debe ser reestablecido en el centro de toda lectura de la década de los ’70 es, por lo tanto, la lucha de clases y sus expresiones políticas. La izquierda debe dar la pelea por recuperar este balance frente a las nuevas generaciones de luchadores, contra las distintas variantes del “sentido común” del institucionalismo.

1- no hay partido político o grupo de poder en Argentina que –aunque en grados diferentes- no haya promovido o participado en la interrupción violenta del orden democrático para imponer proyectos de su propio interés. Asimismo, el uso de la violencia política creciente por parte del Estado fue avalado de manera explícita o implícita, con el silencio, por amplísimos sectores de nuestra sociedad.

2- La lucha armada surgió como respuesta a una estructura de poder ilegítima, en un contexto de descrédito general de la democracia. Si bien existen antecedentes de organizaciones arma das desde 1962 e incluso desde 1959, los grupos guerrilleros que operaron en los setenta se originaron con posterioridad a la Revolución Argentina de 1966, que decretó el agotamiento y muerte de la democracia  Si para los grupos dominantes, la democracia era un imposible sencillamente porque no tenían consenso, es importante señalar que tampoco gozaba de gran prestigio en el resto de la sociedad: para el movimiento peronista, representaba la bandera poco creíble esgrimida por los golpistas y represores de 1955 y para la izquierda en general, correspondía a una visión “liberal”, teóricamente “superada” por la propuesta socialista y las llamadas “democracias populares”. Así, todos coincidían en su cancelación, aunque por motivos diversos, pero el gol pe de gracia institucional provino del propio Estado.

3-  La vinculación de los grupos armados con el movimiento peronista les permitió salir del aislamiento “foquista”, entrar al juego propiamente político y experimentar una expansión y un arraigo poco frecuentes en los grupos armados. El reconocimiento de la guerrilla como una “juventud maravillosa” por parte del general Perón le abrió el acceso a un movimiento de masas, amplio, vital y contradictorio; apenas entonces los grupos armados peronistas –en par ticular FAR y Montoneros- probaron las mieles de la política, el contacto abierto con los sectores de base de un movimiento amplio, la movilización callejera legal y multitudinaria. Tal vez esta inserción dentro de un movimiento de gran arraigo popular fue la peculiaridad de las organizaciones armadas argentinas que les permitió vincularse bastante estrechamente con sec tores sociales importantes y numerosos.

4-  El peronismo fue, a la vez, la puerta de acceso a la política, la prueba de fuego y la trampa mortal. Si la declaratoria de “juventud maravillosa” y la participación en la campaña electoral de 1973 fueron una gigantesca puerta de acceso al movimiento peronista, ello también implicó la entrada a un universo extraordinariamente complejo y opaco. La diversidad de grupos inter nos, los conflictos y la forma de resolverlos, siendo brutales y violentos, no se remitían a una lógica simple, frontal, de amigo-enemigo sino que reclamaban de las astucias de la alianza, la simulación, la paciencia, la traición; en este sentido, la pertenencia al movimiento fue una ver dadera “prueba de fuego” política, que las organizaciones no superaron demostrando incapa cidad para dialogar, negociar y aceptar la posibilidad de perder o ganar, propias de la apuesta política. El aferramiento a la potencialidad del peronismo como movimiento nacional popular impidió valorar adecuadamente el peso de las corrientes contrarias y sus acuerdos previos y posteriores con el general Perón. Tampoco se supieron decodificar las señales que indicaban una pérdida de apoyo de Perón, desde el momento mismo de su retorno y los acontecimientos de Ezeiza, en junio de 1973, o bien se intentaba remontar el hecho a partir de actos de fuerza, www.elortiba.org como el asesinato de Rucci en septiembre de 1973, lo que descolocó aún más a las organiza ciones. La separación creciente del gobierno, nacido de un amplísimo consenso, fue generando aislamiento político que se enfrentó con una mayor radicalización, lo que agravó el problema en lugar de atenuarlo. La confianza en el potencial “político” de las armas, proveniente de la antigua visión foquista y reforzada luego por Perón, por el movimiento, por el aplauso de vas tos sectores sociales, por el rápido ascenso de su protagonismo político en la coyuntura electo ral, los llevó a pensar que las armas los sacarían de este nuevo atolladero. Apostaron a ellas y perdieron la batalla política dentro del peronismo. La distancia y la ruptura de hecho con el movimiento fue sólo el primer paso de su aniquilación, iniciada desde el propio gobierno pero nista. La consigna de la eliminación fue previa al golpe militar de 1976 y provino de sectores del peronismo ligados con personal de las fuerzas de seguridad, que formaron la AAA desde fines de 1973, antes de la muerte de Perón.

5-   La derrota de las organizaciones armadas fue política primero y militar después, no a la inversa. La base de la derrota política fue la incapacidad de convertir la construcción del socia lismo en una opción para la sociedad -en el caso de las organizaciones trotskistas- o en una corriente dentro del peronismo, bajo la versión del socialismo nacional proclamado por Mon toneros –en el caso de las organizaciones peronistas-. Esta derrota se inscribió en una derrota continental de todo proyecto alternativo, armado o no, forzada por la intervención norteame ricana. Así se arrasó desde el socialismo pacífico de los chilenos a la revolución triunfante san dinista. Sin embargo este hecho no debe impedir que se analicen las ineptitudes propias de cada proceso nacional. En el caso de las organizaciones armadas argentinas existió una gran incapacidad para pensar políticamente y luchar en ese terreno, cuando las condiciones no sólo lo permitían sino que lo exigían, en el contexto del gobierno peronista, que contaba con el apoyo electoral de más de 60% de la ciudadanía. La simpleza del análisis, la ingenuidad en la valoración de la figura de Perón y el peronismo, el error de evaluación de la relación de fuerzas a nivel nacional y dentro del peronismo fueron algunos de los factores que llevaron a dilapidar un apoyo y un capital político nada despreciables. El aislamiento político de la guerrilla fue promovido por la acción violenta de los grupos paramilitares, pero había sido propiciado antes por la incapacidad política de las organizaciones para lidiar en las arenas movedizas del pero nismo sorteando y frenando la violencia. Podría decirse que primero ocurrió el aislamiento político, a causa del deslizamiento del foco político al militar en la disputa por la relación de fuerzas dentro del movimiento peronista. Desde ahí lo que se observa es una falta de política, es decir una “falta política”, que se potenció con la escalada represiva y que tuvo una impor tancia clave en el proceso de aniquilamient

6-   La causa de la derrota no fue vincular lo político con lo militar sino reducir lo político a lo militar. Las organizaciones armadas perdieron el eje político en su relación con la sociedad, en la lucha dentro del movimiento peronista y en el debate interno. No fueron capaces de hacer de la consigna “socialismo nacional” una propuesta concreta y viable. No supieron reconocer su debilidad dentro del peronismo, una vez pasado el periodo electoral, para buscar alianzas que les permitieran eludir la confrontación y la provocación de una derecha feroz, acostum brada a la violencia y cercana a Perón, es decir, no supieron defender el lugar que habían ga nado dentro del movimiento peronista. Tampoco fueron capaces de escuchar las voces de alerta desde dentro mismo de las organizaciones. Por el contrario, incrementaron su accionar militar –inaceptable en el contexto de un gobierno emanado de la voluntad popular- para te ner presencia política, exaltaron su condición de grupo armado dentro de un movimiento de masas y disciplinaron el desacuerdo interno convirtiendo en enemigos a parte de sus propios compañeros, es decir, redujeron la política a su dimensión coercitiva, extraviándola.

7-  La militarización interna llevó a reproducir el autoritarismo que se pretendía combatir. El énfasis creciente en lo militar llevó de la noción de una fuerza político militar irregular a la idea de constituir un Ejército y un Partido, institucionales, jerárquicos, disciplinados, a imagen y semejanza del Estado, siempre el Estado. Se podría decir que ocurrió un deslizamiento de pe lear contra el Estado a convertirse en un émulo del mismo para reemplazarlo. Aunque un ému lo grotesco, dada la debilidad comparativa, predominaba una lógica estatal, impositiva, disci plinaria. Para colmo, las supuestas condiciones de guerra, declaradas tanto por la guerrilla como por las Fuerzas Armadas, fueron la justificación de la toma de decisiones verticales y la implantación de una conducción vitalicia -que sólo se relevaba por la muerte de sus miembros- , sin valoración alguna de los errores políticos constantes y sucesivos, que no han reconocido ni siquiera a la fecha. El énfasis en la lucha armada había enquistado en las conducciones a los que sobresalían por sus virtudes guerreras que, como se vio en la reflexión de Debray, se espe raba que desarrollaran virtudes políticas semejantes, pero esto no ocurrió. De manera que las limitaciones políticas de la mayor parte de los miembros de la conducción, su condición de vitalicia y el disciplinamiento de todo desacuerdo –que ciertamente existía- impidieron una selección más adecuada para el liderazgo de los tiempos difíciles. Cabe señalar que este proce so es similar al que se reporta en muchos otros grupos armados latinoamericanos, por lo que habría que revisar si la asociación entre lo militar y lo autoritario es o no indisoluble y bajo qué circunstancias.

DARDO CASTRO

– Que la Argentina atraviesa una situación prerrevolucionaria, es decir que las fuerzas del proletariado, su organización y su conciencia no han madurado lo suficiente, aunque están en gestación las condiciones revolucionarias. (En este punto, se considera imprescindible el nacimiento de formas de doble poder para la apertura de la situación revolucionaria.)

– Que, en un marco de acelerada derechización de la gran burguesía, la lucha por la democracia y el socialismo exige una tal acumulación de fuerzas sociales y políticas que sólo es posible a través de la creación de un vastísimo Frente Democrático, cuyo núcleo es el proletariado industrial, que ayude a resolver la crisis a favor del campo popular.

Estas iniciativas eran propuestas de OCPO, que concibe al frente de masas como un instrumento dinámico, cambiante, siempre contradictorio, que se define en cada momento político concreto. Esto es un elemento nuevo, porque la tradición de la izquierda socialista y trostkysta admite alianzas sólo con quienes se puede acordar un programa de más largo plazo, y no una consigna para un momento concreto en el cual se busca un determinado objetivo que conviene que conviene a los interses inmediatos del proletariado.

Lo saben largamente los dirigentes gremiales que militaron en algún grupo político setentista y que vivieron la contradicción entre la espontaneidad del movimiento, su desorden natural, y la propuesta política de su partido, siempre al filo de lo burocrático y autoritario que los aísla o del espontaneísmo que lleva a que la construcción política sea como arena que se escurre entre las manos.

Los procesos revolucionarios no se inician con un libreto previo elaborado por un grupo de intelectuales para ser llevado a las masas, como una razón que se despliega, sino que la primer tarea es aportar a la construcción del frente de masas, que es donde los programas adquieren sentido y cobran vigencia política al ser sometidos a la acción colectiva, que los corrige y los perfecciona o los sepulta. Y es en el frente de masas donde se ha de construir el partido o, mejor, los destacamentos revolucionarios, ya que es de secta religiosa pensar que, salvo la propia, todas las creencias llevan a la herejía y al fuego eterno.

En estos tiempos no revolucionarios, tiempos de miseria de la política y de política de la miseria la posibilidad de resignificar la idea de la revolución en una clave actual.

El predominio del pragmatismo, los sueños al ras del piso, o más abajo aún… son taras terribles. De todos modos, no planteo una posición fatalista. Mi pesimismo tiene matices por donde se cuela el optimismo. Nos queda la posibilidad de buscar las fisuras de la época, instalarnos en ellas para pensar el futuro y, desde allí, apropiarnos del pasado, incluida Alicia. Y esta época tiene sus enormes fisuras.

Politizar al máximo la mirada histórica. Creo que es la única forma que obtener nitidez. Asumir que hay un sistema cosificador que nos oculta lo subversivo, lo rebelde, lo contestatario que habita en el pasado

Porque cuesta asumir que la violencia, de alguna manera, está presente en cualquier política que implique ponerle un límite a un poder opresor que, no hace falta aclarar, es violento por naturaleza. Ocurre que el poder opresor ha naturalizado y normalizado su violencia. Al tiempo que presenta cualquier resistencia u oposición como anomalía, como violencia. Hablo de la violencia en una expresión muy básica, como tensión y conflicto social, político, cultural.

Ese proceso histórico y ese tiempo generaron nociones legitimantes de una violencia revolucionaria (una contra-violencia, si les parece mejor a ustedes) que contó con el consenso de una parte de la sociedad. Por lo menos fue así por un tiempo. Por supuesto, también es necesario reflexionar sobre los errores del ofensivismo abstracto de algunas organizaciones, sobre la falta de una estrategia defensiva y una lúcida hipótesis de resistencia.



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