09/03/2023

El último: un contrato que censura la aventura amorosa

Foto: Trinidad Bussolaro

Marcelo Allasino, con más de 40 piezas escénicas, y director artístico del festival de teatro en Rafaela, desde su origen en 2005 hasta el 2015 (uno de los más importantes festivales del interior del país), llega al teatro Anfitrión con El último, propuesta que escribió, produjo y dirige para poner sobre la mesa un tema que preocupa y duele. Con dos actores que la rompen, la obra cuenta un hecho ocurrido hace poco; uno de los tantos que despierta la mercantilización de los cuerpos en una sociedad donde la transacción comercial pareciera la moneda corriente de los vínculos afectivos. El viernes y sábado próximo son las dos últimas oportunidades para verla en la Ciudad de Buenos Aires, antes de que el elenco vuelva a Santa Fe para seguir creciendo, función a función. Por Andrés Manrique para ANRed.


El otro no sirve, no encaja, es jodido, vulnera; requiere atención, cuidados, tiempo, paciencia. Y es mayor el problema si se convierte en objeto de mi deseo. Se sabe, a los problemas hay que resolverlos, suprimirlos o, en su defecto, cancelarlos. El amor romántico es pariente incestuoso del odio, que trabaja a la par de la cancelación. Mientras el otro sea objeto de una transacción, será cómodo llevarlo y traerlo. El amor no garpa, nunca garpó: requiere un grado de responsabilidad que puede resultar insoportable. Tantas son las dudas a la hora de practicar el amor, que lo llevamos escrito cada vez en más canciones y remeras.

Al otro-objeto se lo puede comprar y vender. El objeto se usa hasta que no sirva, entonces se vende, se tira o se destruye. Cualquier cosa con tal de no verlo más.

Foto: Leandro Bauducco

El último trabaja con un vector que atraviesa a la humanidad: el homicidio. La muerte ronda desde la primera escena y, por momentos, tañe cuerdas sensibles. La interpretación de Agustín Keller es contundente. Los acordes que pellizca en su guitarra eléctrica, sentado en el piso, funcionan como un colchón donde va desgranando el relato de a poco, preciso, lento: quizá el momento más alto de la obra. Su personaje tiene una claridad que no da tregua a la duda ni ala especulación. El humor con que maneja el cuerpo es clave para instalar un punto de contraste con la manera en que describe su oficio antiguo, de la cual vive; su cuerpo cuenta con un lenguaje propio en que los minúsculos tatuajes funcionan como cerraduras o mojones por donde asoma su vulnerabilidad. El actor es consciente de la atracción que genera su seguridad, y la usa.

El cliente, interpretado por Marcelo Gieco, consigue muy buenos momentos: convence en los monólogos de desesperación romántica y en las escenas de mensajes desbocados, de infinita necesidad. Pero la tragedia le queda grande. El personaje no alcanza a la convicción trágica que la obra demanda. La cuarta pared en la que se encierra no termina de aislarlo, como si algunos gestos duplicados (el que inicia y el que cierra la obra) tuvieran un efecto que, en lugar de profundizar, aflojaran la narración. Esta distracción en la dramaturgia, por clara fidelidad al hecho real, va en desmedro del trabajo porque quita el disfrute que al espectador le produce la revelación a la que accede por cuenta propia. En la lectura e interpretación de indicios hay un placer que ninguna respuesta dada por el autor, por más inteligente que sea, promueve: cuando todo está servido, satisfacerse sólo es cuestión de minutos. Siempre se aplaude que el espectador tenga lugar para coser sentidos y diversificarlos o abrir otros. En el golpe de efecto trasunta más la vendetta del autor que el grado de verdad del personaje.

Foto: Trinidad Bussolaro

Al fondo del escenario, un video se proyecta sobre una superficie fragmentada que no se llega a ver del todo, pero en el que se componen imágenes de un descampado, por momento bucólicas, una especie de juego que contrasta con la tensión en escena, para luego completarla, un gran hallazgo. El sueño del protagonista, dispuesto a pagar por el sexo que confunde con amor, consigue saltar a la tercera dimensión. El salto tendrá consecuencias y esta peripecia será fatal.

Es un trabajo que apuesta a pronunciarse políticamente por un tema de una actualidad tremenda. Los hechos reales en los que se basa desangran la potencia que habría tenido la escena final si se hubiera elegido mostrar menos. Si se le hubiera dejado lugar al espectador para reconstruir los hechos de una forma menos unívoca.

A pesar de esta dificultad, El último sale bien parado. La música, el video y algunos pasajes del texto son excelentes. Entre ambos protagonistas, el encuentro no llega a armarse, quizá porque esa justo es la aventura que censura el contrato: la dueñidad obtura de raíz. El concepto de propiedad, de la mano de la religión y del estado han calado profundamente desde el amor romántico que no reconoce diferencias. Clase, género, orientación sexual, deseo: todo es atravesado por un sistema patriarcal al que el romanticismo le hizo el juego hasta hace poco, al punto de llamar crímenes pasionales, a este tipo de homicidios.

Al fin de cuentas, el encuentro entre las personas quizá sea incompatible si la transacción comercial es lo que prevalece. Quizás el amor que no garpa, sea la mejor manera de construir algo con alguien.


Viernes y Sábado – 21:00hs

Duración: 50 minutos

Teatro Anfitrión, Venezuela 3340, CABA

Entrada: $ 2.300,00 / $ 2.000,00 –

FICHA ARTÍSTICO TÉCNICA

Autor, director y productor: Marcelo Allasino

Actuación: Marcelo Gieco, Agustin Keller

Iluminación: Marcelo Allasino

Espacio escénico: Marcelo Allasino

Asistencia De Realización De Utilería: Salvador Aleo

Edición de video: Beto Bellezze

Cámara: Beto Bellezze

Música original: Agustin Keller

Piano: Luis Enrique Carballosa

Efectos Sonoros: Nicolás Diab

Mastering De Audio: Brian Taylor

Operación técnica: Daio Albanesi, Fernando Sacone

Fotografía: Trinidad Bussolaro

Colaboración en vestuario: Gustavo Mondino

Asistencia: Daio Albanesi, Fernando Sacone



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