14/11/2022

La chica del Vaticano: de Juan Pablo II a Francisco, otra desaparición forzada encubierta

Hace cuatro décadas que la “Santa Sede” esconde lo que sabe de Emanuela Orlandi, la adolescente que vivía con su familia en el Vaticano y fue secuestrada en junio de 1983. Hasta hoy se desconoce su destino y quiénes se la llevaron. “Está en el cielo”, dijo Bergoglio sin dar más detalles. Una serie de Netflix desnuda parte de esta historia criminal con sello romano. Por Daniel Satur (La Izquierda Diario).


Que la jerarquía de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana fue cómplice (cuando no promotora) de todo tipo de crímenes contra la humanidad, no es novedad. A lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, muchos genocidios, masacres y saqueos a poblaciones oprimidas y sectores populares contaron con la bendición de Roma. La lista es extensa y excede a esta columna.

Pero aún con ese prontuario a cuestas, puede sonar más a ficción que a realidad el hecho de que tres papas se hayan involucrado personalmente en una trama que tiene como víctima a un adolescente de 15 años (hoy debería tener 55), que vivía en el Vaticano (Estado monárquico de apenas 0,5 kilómetros cuadrados y menos de mil habitantes) y cuya familia llevaba varias generaciones sirviendo a la curia. Sin embargo, pese a que la historia de Emanuela Orlandi integra el catálogo de Netflix, lo hecho en el caso por Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco es bien terrenal y nada místico. La chica del Vaticano es un documental.

Eso sí, un documental muy atractivo, cargado de recursos narrativos, con capítulos que se autosustentan, recreaciones de época bien logradas y un ida y vuelta permanente entre el pasado y el presente que no deja mucho espacio para la distracción.

Misterio

La tarde del 22 de junio de 1983 Emanuela salió de su casa, donde vivía con su padre, su madre, tres hermanas y un hermano. Cargaba su mochila y su flauta traversa. Tras cruzar el portón que divide al territorialmente minúsculo Estado Vaticano con la ciudad de Roma, entró al Conservatorio Tomasso Ludovico da Victoria de la capital italiana. Antes de salir de clase, llamó a su casa y le dijo a su hermana que un hombre se le había acercado para ofrecerle ser vendedora de Avon. Ésa fue la última vez que tuvo comunicación con su familia.

Hasta el momento, al menos oficialmente, a Emanuela se la considera la única persona en la historia que fue víctima de desaparición forzada dentro del territorio vaticano.

Desde entonces y durante décadas su destino fue un misterio para la sociedad. Mucho más para los Orlandi, que pese a sus estrechas relaciones con la jerarquía católica hasta hoy siguen preguntando quién se la llevó, a dónde, cómo y, sobre todo, por qué. Pero el caso no parece ser un misterio para la autodenominada “Santa Sede”, que en cuatro décadas y a través de sus propios jefes demostró saber mucho más de lo que dijo públicamente. Al punto que casi todas las hipótesis sobre su desaparición tienen a Juan Pablo II como protagonista, más allá de quiénes fueron los autores materiales. Como dice en el documental uno de los entrevistados: “Todos los caminos conducen a… el Vaticano”.

Emanuela Orlandi

La miniserie de cuatro capítulos producida por Raw Television y distribuida por Netflix pertenece al guionista y director Mark Lewis, quien logra contar la historia de la desaparición forzada de Emanuela Orlandi en dos planos: por un lado, la relación directa entre el Vaticano y el hecho; por otro, el rol jugado por varias y varios periodistas para descubrir pistas y poner (aún desde el procatólico sistema de medios italiano) más de una vez el dedo en la llaga de la mentira y la impunidad.

Si al talento del director se suma la potencia de los testimonios recogidos, es de imaginar el masivo arrugue de sotanas al ver La chica del Vaticano. Allí hablan María, la madre de Emanuela, y sus hijos Pietro, Natalina, Federica y Cristina; también periodistas de investigación, abogadas y abogados, policías, forenses y testigos de varias de las circunstancias que rodearon al caso durante casi cuarenta años.

Entre esos testimonios destaca especialmente el de Sabrina Minardi, quien fuera novia de Enrico “Renatino” de Pedis, capomafia de la Banda della Magliana asesinado en 1990, al que la mujer identifica como el ejecutor del secuestro y cuyo cuerpo fue sepultado nada menos que en la Iglesia San Apolinar de Roma, propiedad del Vaticano. Juan Pablo II autorizó el entierro de Renatino por considerarlo “un gran benefactor de los pobres”.

Según el relato de Minardi (quien habló muchos años después ante una periodista), en el secuestro de Emanuela hubo cardenales directamente involucrados y ella misma presenció cómo la adolescente era trasladada bajo custodia de hombres de sotana. Incluso da a entender que Emanuela podría haber seguido viva muchos años después de ser raptada.

Entre los testimonios tampoco falta un friki que, montándose en el caso buscando su propia trascendencia, en 1983 llamaba a la familia Orlandi y se hacía pasar por secuestrador. En sus mensajes exigía, a cambio de liberar a Manuela, que el Vaticano excarcelara a Mehmet Ali Agca, el joven turco que en mayo de 1981 disparó contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, dejándolo mal herido. Sus llamadas le vinieron de maravillas a la “Santa Sede” para colocar públicamente el caso Orlandi en le contexto del “terrorismo internacional”, intentando con ello alejar toda sospecha que involucrara asuntos internos de la curia.

Juan Pablo II aprovechó la “pista internacional” para relacionar el caso con el de Mirella Gregori, otra chica de 15 años, que había desaparecido en Roma un mes antes que Emanuela. Juntando ambas tragedias, el papa buscaba poner el foco fuera del Vaticano y que todo el mundo hablara de una “conspiración” contra la Iglesia. Pero aunque ninguna de las chicas volvió a aparecer, Ni el Vaticano ni Italia lograron demostrar la relación entre ambos casos.

La tumba del cementerio Teutónico del Vaticano donde una versión afirmaba que estaban los restos de Emanuela

Por si fuera poco, la serie retrata varias situaciones que rayan con el absurdo. Como la búsqueda de Emanuela en tumbas de un cementerio del Vaticano donde figuraban enterradas dos princesas alemanas. Cuando en 2019 se abrió la lápida, sólo se encontró una “habitación” de 27 metros cúbicos vacía. Ni Emanuela ni las princesas. O como la aparición de documentos robados de una caja fuerte del Vaticano en el que se detallan “gastos” para llevar a Emanuela a Londres y regresarla a Roma. Turbio es poco.

El tema es que para que haya un misterio tan grande tiene que haber alguien (o muchos) interesado en que no se devele la verdad. Y en casos como éste, suele tratarse de gente capaz de resignar (sin vergüenza ni tapujos) la integridad de las vidas ajenas a costa del beneficio propio. Algo muy compatible con la idiosincrasia, la filosofía y las prácticas comunes del Vaticano.

Las preguntas y el silencio

¿Qué permitió que tres papas, la mafia romana, el “terrorismo inernacional”, grupos de frikis y demás personajes del paisaje italiano converjieran en una historia en la que los afectados directos, llenos de desesperación, tristeza e incertidumbre, fueron los últimos en enterarse de lo que pasaba?

Hay dos frases papales que, aún en su cripticismo, ayudan a empezar a responder esa pregunta. La primera la formuló Juan Pablo II a pocos días del secuestro y en medio de su Angelus en la Plaza San Pedro: “Quisiera acompañar con mis más profundos sentimientos a la familia Orlandi, que sufren por su hija Emanuela de 15 años, quien desde el miércoles 22 de junio no retornó a casa. Comparto la preocupación y la angustia de los padres. No perderemos la esperanza en el sentido de la humanidad de los responsables de este caso”.

La segunda frase es de treinta años después. Apenas asumido en reemplazo de Benedicto XVI, Jorge Bergoglio tuvo cara a cara a la familia Orlandi, que se había acercado a una de las capillas del Vaticano donde el nuevo papa daba una misa. Querían presentarse y manifestarle su dolor y preocupación ante tanta incertidumbre. Francisco no dudó sobre lo que debía decirles, y con tono casi contemplativo les escupió: “Emanuela está en el cielo”.

Francisco le dice «Emanuela está en el cielo» a Pietro Orlandi en 2013

En un océano de silencio por casi cuarenta años, esas dos frases cobran un significado aún mayor. En 1983 un papa les hablaba a los secuestradores como si los conociera. En 2013 otro papa le decía a la familia que Emanuela estaba muerta. “Bergoglio levantó el muro en torno a esta historia y demuestra un cierre total hacia Emanuela y su secuestro”, le dijo el hermano de la víctima al diario Nuova Società. Para Pietro Orlandi, “desafortunadamente seguirán haciendo todo para evitar que la verdad salga a la luz”.

Cada testimonio, dato, nombre y lugar que aparece en La chica del Vaticano no hace más que reforzar esas palabras del hermano de Emanuela. Y si bien la investigación de Mark Lewis y su equipo dejan abierto el enigma sobre quiénes la secuestraron, a dónde la llevaron y qué hicieron con ella, hay algunas pistas más firmes que otras.

Santa mafia anticomunista

Es posible que Emanuela haya visto algo que no debía trascender. También que, en sus habituales paseos por los jardines vaticanos, haya sufrido abusos sexuales de parte de obispos y cardenales. Con la potente curia rodeando su casa, ambas cosas bien podrían haber sido motivo de la “necesidad” de acallarla.

Pero también es muy posible que la chica “simplemente” haya sido secuestrada como prenda de negociación. Y que al salir mal el negocio, su eliminación física resultara la opción menos comprometedora para los intereses de la alta jerarquía eclesiástica. Esa es, precisamente, una de la hipótesis que más cierran en el documental de Lewis, quien al final de su obra concluye en que “el Vaticano no ha revelado qué negoció con los secuestradores” y a su vez “se negó a dar entrevistas para esta serie”.

El día que secuestraron a Emanuela, Juan Pablo II hablaba ante miles de polacas y polacos en Cracovia. Coincidencia o no, esa visita del papa a su país natal fue uno de los hitos de la campaña de apoyo occidental al movimiento católico anticomunista encabezado por el sindicato Solidaridad que dirigía Lech Walesa. Con el objetivo de impulsar la restauración capitalista en Polonia, Juan Pablo II y otros gobernantes (como Ronald Reagan y Margaret Thatcher) hicieron aportes multimillonarios (y clandestinos) a Solidaridad para activar el desvío del profundo proceso que venía protagonizando la clase obrera polaca contra el régimen estalinista.

Mientras encubría el secuestro, Juan Pablo II visitaba a la familia Orlandi y les mentía

Como el Vaticano no podía girar dinero con fines políticos a otros países u organizaciones, la opción era hacerlo de forma clandestina. Para eso la “Santa Sede” implementó desde principios de los 80 diversas maniobras financieras a través de bancos italianos amigos. El caso del Banco Ambrosiano es emblemático. Sus cajas fuertes se nutrían del accionar de mafias como la Banda della Magliana de Enrico de Pedis. Parte de ese dinero se triangulaba a paraísos fiscales y, de ahí, a Polonia y otros sitios de interés del Vaticano.

Como suele ocurrir en estos casos, el Banco Ambrosiano quedó al borde de la quiebra. Su gerente Roberto Calvi (apodado “el banquero de Dios”), sólo zafó de la cárcel porque de un día para otro desapareció. Hasta que en junio de 1982 apareció colgado de un puente de Londres, con sus bolsillos llenos de piedras y de billetes y monedas de varios países. Un mensaje mafioso que un año después no serían pocos en relacionar con la desaparición forzada de Emanuela Orlandi. El secuestro de la adolescente para exigirle al papa que devuelva lo que le pertenecía a la mafia es una de las pistas más firmes que se manejan en Italia, que la “Santa Sede” niega rotundamente y La chica del Vaticano refuerza con testimonios y documentos.

Puede haber muchas incógnitas alrededor de casos como el de Orlandi. De lo que no hay dudas es que el espíritu anticomunista que (además de los gobiernos imperialistas como los de Estados Unidos e Inglaterra) tenía en la Iglesia Católica a una de sus abanderadas predilectas, parecía no tener límites durante los últimos años de decadencia del stalinismo. Dudar de que la desaparición de Emanuela puede ser un capítulo más de esa larga historia criminal, sería una concesión demasiado generosa a la monarquía medieval que conduce Bergoglio.

Pietro Orlandi | Imagen: captura La chica del Vaticano

Concesiones de ese tipo pueden verse en cierto sector de la prensa argentina, más preocupada en quedar bien con el “santo padre” que con la verdad. Por caso, hasta 2013 Página|12 criticaba (con razón) al entonces arzobispo de Buenos Aires por su colaboración con la dictadura cívico-militar-eclesiástica y su encubrimiento a curas violadores. Pero desde que Bergoglio es Francisco no hace más que reivindicarlo. Por eso, en su crónica sobre La chica del Vaticano, el diario habla de la complicidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI con los responsables de la desaparición de Orlandi y no así de la del pontífice argentino.

Como sea, se recomienda no mirar La chica del Vaticano sólo en clave de relato “policial” o de “suspenso”, sino considerando el alto contenido político y social que tiene esa historia, cuya protagonista es una de las instituciones más poderosas y perversas que conoció la humanidad. Sobre todo si se está de acuerdo en la necesaria separación de la Iglesia del Estado. Las conclusiones quedarán a cargo de la espectadora o el espectador. Las pruebas están a la vista.

Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/La-chica-del-Vaticano-de-Juan-Pablo-II-a-Francisco-otra-desaparicion-forzada-encubierta



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