13/11/2022

‘Cerdita’, violencia y muerte en sociedad

Carlota Pereda, directora y guionista de ‘Cerdita’, nos interpela como sociedad al situarnos ante el espejo de su ópera prima. Un viaje iniciático hacia la madurez y la sexualidad de una adolescente que nos obliga a convivir con una violencia social naturalizada en la que no habíamos reparado. [Spoilers]. Por Pikara Magazine.


La familiaridad con la muerte y la violencia se hace carne en Cerdita. La animalización como recurso literario caracteriza personajes de manera despectiva, el lenguaje coloquial lo utiliza para insultar. También puede enaltecer, embellecer, envolver en una esfera mágica. Todo depende del valor asignado al animal dentro de una cultura. No es lo mismo ser un cisne que una cerda. El cuerpo del cerdo es un objeto que se posee, se trocea, carente de categoría política de subjetividad, identidad o individualidad. Por añadidura, una cerda servirá para procrear. Se reduce a una forma física y a una utilidad que la sociedad devora. Y en esta poza de valores compartidos, la joven Sara bucea rodeada de la violencia de toda su cultura, de todo su pueblo, de la sociedad entera.

Carlota Pereda, directora y guionista de Cerdita, (Las rubiasThere will be MonsterCerdita, el corto) nos interpela como sociedad al situarnos ante el espejo de su ópera prima. Un viaje iniciático hacia la madurez y la sexualidad de una adolescente, Sara (Laura Galán), que nos obliga a convivir con una violencia social naturalizada en la que no habíamos reparado. La ritualidad sangrienta de una plaza de toros televisada se iguala a misteriosos asesinatos en nuestra proximidad, a culebrones de sobremesa en la misma pantalla y por diferentes canales.

Una película feminista

Cerdita es ante todo una historia con un deslumbrante relato. Un manifiesto de amor al cine de terror y revenge en el que su directora reconfigura sus máximas desde una perspectiva feminista. Nunca hemos visto pelear y ganar a ninguna heroína cinematográfica como Sara lo hace. Reescribe la lucha y la huida de la final girl de la primera película de La matanza de Texas sin hacerla tropezar una sola vez. Para ello, marca a la protagonista con el alma de Carrie, y deja volar las moscas de Quién puede matar a un niño. Si en un principio, la joven resulta el producto de la sociedad, tal y como ocurre en la visión de Patty Jenkins en Monster, pronto expresará que su naturaleza es otra. Desafiará el mandato social inmovilizador que la atenaza. Nada ocurre por casualidad, sino porque la fuerza interior, salvaje e indómita de Sara se materializa convirtiéndola en algo que nadie, ni ella misma habría imaginado jamás.

Otro detalle importante para adjudicarle a esta película el título de feminista es que la historia se compromete con la protagonista hasta el tuétano. No es tan importante conocer al psicópata en detalle, sino mostrar el arco de transformación de Sara para llegar a su esencia e identificarnos con ella.

Además, el tratamiento de los cuerpos en pantalla no determina bondad o maldad, éxito o fracaso. Cuando vemos el cuerpo de Sara aparece en un contexto de naturalidad y respeto, de honestidad y transparencia. No podemos olvidar que este mensaje se dirige a una audiencia diversa que acepta como lógica y deseable la presencia de cuerpos normativos en contextos cinematográficos. Esta decisión instala un posicionamiento político de denuncia, pulveriza estereotipos, muestra como deseables los cuerpos obesos, desvela el sufrimiento oculto y posiciona a la joven en un lugar de empoderamiento y control. Aun cuando las escenas de bullying sean tan duras.

Añadimos a esto la dificultad de ser mujer en una sociedad machista, ser delgada es una exigencia importante en la socialización patriarcal del género femenino. Pero Sara muestra rebeldía, incluso en su etapa más infantil y pasiva, no esconde su cuerpo en su vestimenta habitual, desea regalarse un baño, frescor, naturaleza, un bikini, libertad. Y quiere dárselo a salvo de la vista de los demás, porque la mirada ajena acecha su supervivencia. Las razones secretas de las personas que conviven con la gordofobia quedan así retratadas con sensibilidad en las decisiones habituales de Sara.

Un personaje femenino atravesado por numerosas aristas, complejo, profundo, con emociones y sentimientos contradictorios, por eso Sara resulta tan humana, por eso es tan sencillo identificarse con ella. Su falta de comunicación y aislamiento dificulta que podamos saber qué piensa, lo cual se utiliza de forma magistral en la construcción de la tensión. A ratos la juzgaremos, a ratos la comprenderemos. Sentiremos que se equivoca, le exigiremos mucho, descubriremos que en realidad es valiente y osada. Comprenderemos su lógico miedo. Entenderemos su deseo. Temeremos por ella, porque no queremos rechazarla. ¿La habríamos juzgado si Sara hubiera sido delgada y obediente? ¿O desconfiado de ella como Asun (Carmen Machi), su madre? ¿Somos el pueblo? ¿Somos las acosadoras?

Todos los personajes femeninos están en conflicto entre sí. Tanto madre e hija, como examigas y enemigas. Están atravesadas por ejes de clase, poder y género. Y por la violencia social, por supuesto. Hay una gran cantidad de información sutil, una parte expresada en imágenes, pero no en diálogos. Otra, aparece desmenuzada en los vídeos de Youtube de Filmax, en el dossier de prensa de la distribuidora y en la escritura de los personajes. Como que Claudia fue obesa, la mejor amiga de Sara. Las traiciones de las amigas duelen demasiado. Tras adelgazar, se resituó para no ser blanco de las violencias. Por su parte, el trío de acosadoras tiene una jerarquía clara y Claudia no tiene voto en él. Es cómplice silenciosa y también se la amenaza, así se la controla y se la calla. En el bullying hay personas violentas y también aliadas, y tienen miedo y miran para otro lado.

El Desconocido, amor o maltrato

Hay una ambivalencia en el Desconocido (Richard Holmes). Es el único en toda la película que abraza a Sara. El único que la toca. Que acepta su forma emocional de comer. Que no la juzga. Al que le agrada su apariencia. Que le pregunta si está bien. Que la apoya en la discriminación que vive. Presencia el abuso al que la someten y toma una decisión sociópata para ayudarla que satisface su propia ansia de venganza. Creemos que eso es mucho más de lo que nadie hace por mostrar empatía a Sara. Suficiente para confundir a cualquiera.

Porque, por una parte, el Desconocido transmite una sensación de alivio, de liberación, satisface un deseo de venganza reprimido en sociedad. Y evita la continuidad de los ataques gordófobos. Pero matar es un delito y está mal. Y matar a mujeres también. Por otra parte, maltrata a Sara. Es un adulto que acosa a una adolescente, a una menor. Allana su casa, agrede a su familia, la saca a rastras, tira su móvil y muchas cosas más. Aunque no hubiera sido un desconocido, el solo hecho de pretender ayudarla sin habérselo pedido, sin pactar el cómo, debiera hacer sospechar a cualquier joven mujer. O adulta. Pero este Desconocido, posee además un sistema de valores que le permite matar sin un atisbo de remordimiento. Disfruta, le satisface, crea un mundo particular de justicia impartida con sus propias manos.

El impacto de sentirse deseada es enorme en la autoestima de las mujeres, mucho más en la adolescencia, en una sociedad que normaliza casi desde la infancia ser objeto de deseo. El pueblo, las acosadoras, suponen que Sara no podrá cumplir con el requisito indispensable para convertirse en una verdadera mujer. Despertar placer y deseo en un varón (en mujeres no es válido). Pero la película nos coloca en la tesitura de decidir, si basta con ser deseadas o se puede elegir ser algo más.

La directora se pronuncia sobre este punto en las clarificadoras notas que redacta para el dossier dirigido a prensa:

“Que un tío muestre interés por ti hace que un coro de voces de amigos, que supuestamente quieren lo mejor para ti, poco menos que te lancen en sus brazos, forzando el rite de passage. Eso es justo lo que hace el narrador con el Desconocido, llevando de la mano al espectador, diciendo: este hombre sexy, misterioso (obeso, sí, celebremos los cuerpos, el sexo, toda la carne es sexual, es bella) te quiere, Sara, ha visto algo en ti. Ser deseada es suficiente. Pero le damos la vuelta al certificar al mismo tiempo que lo que ese hombre ha visto en Sara es justamente su pasividad, lo que le hace débil: su ira, sus complejos”.

Uno de los momentos que confiere mayor poder al personaje principal sobre sí misma se sitúa en la escena de la masturbación. El contexto deja claro que no es su primera vez. Sara es un ser sexuado que se ha hecho responsable de su placer. Decide cuáles son los estímulos con los que desea dejarse llevar y esto resulta crucial para el desarrollo de los acontecimientos. El poder personal de Sara crece con sus decisiones y las que toma no siempre son autocomplacientes.

Coherencia visual y conceptual

Hay películas que podríamos ver cientos de veces, porque no se desgastan con la erosión de la mirada o la comprensión. Hay películas que desvelan capas y capas evidenciando su coherencia interna, el compromiso honesto con un mensaje, el amor por las historias. Dan cuenta de una sólida base conceptual y estética, incluso de una motivación y posicionamiento políticos. Cerdita es una de ellas.

El movimiento de la cámara late apegada al personaje principal. En un principio, permanece estática, permite que los personajes aparezcan y desaparezcan del plano. Conforme Sara toma la iniciativa en su vida, emplea diversidad de ángulos, perspectivas, cambios de eje, nos embestirá con su poder en una secuencia de planos rápidos, breves y heterogéneos. Y siempre con un perfecto sentido de la espacialidad. Se trata de una planificación que asegura un vertiginoso y angustioso final.

En las primeras ráfagas del inicio de la película, se presenta a la protagonista vinculada a la vida del cerdo en nuestra sociedad. Troceada, paralizada, en silencio, con la mirada puesta en la lejanía, espectadora. Sin espacio para formar parte. Más adelante se muestra en su totalidad, veremos lo que esconde. No podremos escapar de su acoso, viviremos la agresión con ella y casi nos ahogaremos juntas con planos subjetivos.

Hay un juego constante de alternancias entre el primer y segundo término de los planos. Esto es, entre lo que vemos más cerca de la cámara y lo que se sitúa alejado, pero a la vista. Mientras la protagonista ignora la total dimensión de su realidad; la cámara, cómplice, nos desvela el contexto completo, al fondo. Mientras nuestros ojos conocen la crudeza de la situación, Sara también podrá verla más allá. Lo que aparece en primer lugar, protagónico, puede tomar un lugar secundario. El desenlace está en movimiento, como si cualquier cosa pudiera ocurrir en cada instante, porque las decisiones de la protagonista se mueven siempre, porque todos los personajes, aliados y villanos, están comprometidos con su misión.

Desde el inicio de la película, Sara está rodeada de muerte. Y de violencia. Sus libros escolares se manchan de sangre en la carnicería donde trabaja su familia. Es víctima de un bullying gordófobo continuado y un último ataque la deja en estado de shock. Un varón adulto que drena una supurante oscuridad la acosa y la desea. Su sistema de alianzas y apoyos se ha evaporado, la que fue su amiga ahora es cómplice con su silencio. Se suma un reguero de soledad, incomprensión y falta de respeto en su propio hogar, su madre desconfía de ella, la insulta, a pesar de que se esfuerce en ayudarla. Vive sin poder compartir con nadie sus dilemas, carece de vida social y eso la infantiliza. Sara no habla, no pide ayuda, no tiene a quién pedírsela. Tampoco sabe hacerlo, ni la dejan, pero aprenderá. Así, la situación la lleva a encarar los obstáculos desde sí misma, y la obligará a decidir, a tomar partido y a saber quién es.



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