08/11/2022

Río Negro: impactos en la salud y el territorio de los agrotóxicos del Alto Valle

Durante las últimas dos décadas se hizo visible la afectación de poblaciones y territorios expuestos a agrotóxicos en todo el país. En la Norpatagonia, el Alto Valle del Río Negro no es ajeno a esta realidad, donde dos tercios de los productos utilizados en la actividad frutícola son tóxicos, y se encuentran prohibidos en regiones como la Unión Europea. En este artículo repasamos los efectos a la salud y el ambiente que provocan estas pulverizaciones y destacamos que la agroecología es la alternativa para la producción de alimentos sanos y soberanosPor Carla Basso y Francisco Silveira (integrantes de Tierra para Vivir en Marabunta).


¿Qué es un pueblo fumigado? ¿Existen pueblos fumigados en el Alto Valle del Río Negro?

Desde hace más de 25 años pobladores de zonas rurales y periurbanas de todo el país, denuncian los efectos sobre el cuerpo-territorio generados por la exposición a agrotóxicos. Pueblos fumigados que conviven no solo con la pulverización de agrotóxicos y su deriva, sino también con la manipulación y depósito de estos químicos en zonas pobladas, el desecho de envases y el acopio de alimentos impregnados de sus residuos.

La agricultura convencional se basa en un modelo de producción agroindustrial y extractivista, en el que las plantas asumen un papel de ‘minifabricas’. El suelo y la vida que contiene se exprime y erosiona, y la eficiencia de su productividad se aumenta mediante la manipulación genética y la dependencia de insumos tóxicos y contaminantes. Los agrotóxicos consiguen bajar dramáticamente las poblaciones de plagas a corto plazo, pero debido a que también eliminan a sus enemigos naturales y promueven la generación de resistencia genética, las plagas incrementan sus poblaciones en el mediano plazo. Así, les agricultores se ven forzades a usar más productos y en mayores concentraciones. La dependencia a las empresas agroquímicas es exponencial.

La matriz agroproductiva del Alto Valle en las provincias de Neuquén y Río Negro se funda en un modelo exportador de frutales de “pepita” a contra-estación, esto es, proveer a los países centrales de peras y manzanas en el momento y de la forma que este mercado lo demande. El escenario valletano está liderado por unas cuantas empresas extranjeras o con participación de capitales transnacionales que manejan todos los eslabones de la cadena productiva: concentran la mayor cantidad de hectáreas frutícolas, compran gran parte de la producción del decreciente sector de medianos y pequeños fruticultores, empacan, y la comercializan principalmente a Europa, Estados Unidos, Brasil, China y Rusia.

Estas empresas garantizan que las demandas de los amigos del Norte sean el manual de producción de este lado del Sur. ¿Y qué demandan de la fruta que crece en nuestro valle? Uniformidad y calidad estética digna de fábrica, cualquier “defecto” mayor al tamaño del dedo pulgar de una clasificadora de fruta, disminuye su categoría comercial y con ello los beneficios recibidos. Además, existen estrictos límites máximos de residuos (LMR) de agrotóxicos que quedan en la fruta por parte de los países compradores, por lo que todo aquel lote que exceda estos valores considerados dañinos para la salud se comercializa dentro del mercado interno. Argentina también posee valores de LMR, pero en el caso de varios agrotóxicos los estándares son más bajos que en otros países: se permiten en mayor cantidad de agrotóxicos, los controles son menos rigurosos, y no contempla su ingesta producto de la deriva del viento.

Un dato no menor a tener en cuenta es que los LMR se determinan sobre plaguicidas individuales sin tener en cuenta la exposición combinada de distintos productos y los efectos que esta mezcla pueda traer. El “sinergismo” es la capacidad de superar las secuelas que cada una de las sustancias pueda traer de manera individual al combinarlas. Cuando en el 2018 se solicitó al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) que informe sobre estos efectos, la respuesta del organismo estatal fue que el ente encargado de dicho estudio es el “Codex Alimentarius”, que hasta el día de la fecha no posee una metodología acordada y validada para la evaluación de estos efectos. En otras palabras, no se realiza estudio alguno sobre la “potenciación” de las consecuencias del uso de estos plaguicidas.

De este modo, las chacras frutícolas convencionales, en manos de empresas que responden al agronegocio exportador, son monocultivos de frutales dependientes de agrotóxicos. Estos sistemas no incluyen la dinámica de flujo de energía y ciclado de nutrientes de los ecosistemas naturales, sino que la uniformidad es sostenida en base a la insumo dependencia, la disminución de biodiversidad y la inyección de nutrientes sintéticos. Son sistemas frágiles y con tendencia a la formación de plagas resistentes. Los principios activos de los plaguicidas liberados llegan al agua por lixiviación en napas freáticas y se dispersan por el sistema de riego estructural del valle frutícola, con un alcance difícil de aseverar; y por aire, que con derivas de viento son respirados por trabajadorxs rurales, poblados y escuelas cercanas. Por estas vías afectan además a abejas, lombrices, aves y vida acuática, generan desequilibrios bioquímicos y ecológicos en el suelo, y claro, a la población expuesta a todas esas vías y a alimentos con residuos de estos principios activos.

¿Con qué se fumiga en el Alto Valle? ¿Qué efectos tienen esos principios activos en los cuerpos y territorios?

En el caso del Alto Valle, a partir de la floración de los frutales en septiembre comienzan periodos de aplicaciones, tanto a calendario fijo como en función de variables bioclimáticas. En la producción local de tipo convencional de peras y manzanas se utilizan más de 20 agrotóxicos, incluyendo insecticidas, acaricidas, fungicidas y herbicidas. Máquinas neumáticas adosadas a tractores pulverizan estos químicos, conducidas por trabajadores rurales la mayoría de las veces desprovistos de la indumentaria necesaria para manipular estos productos. Las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) son el marco institucional propuesto desde el Estado y regulado por el SENASA para que las pulverizaciones de agrotóxicas sean “seguras” para la población. El único material realizado por el Programa Nacional de Prevención y Control de Intoxicaciones por Plaguicidas (Resolución MSN N° 276/10) expresa que “los agroquímicos no deben aplicarse cerca de viviendas, escuelas, centros de salud, instalaciones de abastecimiento o fuentes naturales de agua para consumo humano o animal u otros lugares que requieran protección. La distancia de seguridad debe estar determinada por las características fisico-químicas del producto, el tipo de aplicación y la legislación vigente.” Es una reglamentación que no tiene un uso práctico y se la lleva el viento, así como a las nubes de pulverización que observamos en chacras a lo largo de las rutas 151, 7 y 22, en Rio Negro y Neuquén.

Se ha demostrado a lo largo de múltiples casos clínicos y estudios científicos los efectos adversos de los principios activos de estos productos e incluso de las moléculas residuales de estos, sobre los cuerpos y ambientes. De hecho, la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América latina (RAP-AL), incluye numerosos principios activos aplicados en monocultivos convencionales como Pesticidas Altamente Peligrosos (PAPs). Cuando hablamos del efecto de los agrotóxicos en la salud de las personas, existen tres efectos claramente estudiados -disruptores endocrinos, agentes cancerígenos e inhibidores-  y que pueden ser determinantes en el desarrollo de un pueblo soberano de su salud y alimentación.

El 75% de los agrotóxicos detectados en alimentos son disruptores endocrinos (hormonales). Estos agroquímicos tienen la capacidad de imitar o alterar el ritmo normal de nuestras hormonas generando una serie de desequilibrios, que, en muchos casos, declinan en distintas afecciones a la sexualidad, el metabolismo, el sistema nervioso o la reproducción. En segundo término, el 40% de los agrotóxicos identificados en alimentos se consideran probables o posibles cancerígenos en base a la Agencia de Investigación del Cáncer (IARC). La exposición reiterada a largo plazo y/o el consumo de alimentos que contengan residuos activos de los mismos aumenta la probabilidad de desarrollar esta enfermedad en la cual las células se multiplican sin control, generando masas anormales con capacidad de diseminarse por el resto del organismo.

Finalmente el 20% de los agrotóxicos detectados en alimentos son sustancias denominadas inhibidores de las colinesterasas. Las colinesterasas son proteínas encargadas de que la actividad nerviosa no exceda la normalidad de nuestro organismo. Cuando estas proteínas son inhibidas su estimulación se presenta de forma exagerada, desencadenando una serie de alteraciones nerviosas a nivel muscular, digestivo, cardiovascular, a la visión y el sistema nervioso.

La mayoría de los plaguicidas son diluídos en agua para su aplicación. Una vez utilizado el producto, si existe un sobrante en la máquina pulverizadora se descarga en el suelo de las chacras, y se enjuagan los tanques con más agua que suele conducirse a alguna acequia. Si bien muchos principios activos son degradables por condiciones de campo (la luz, microorganismos del suelo), muchos otros se transforman en moléculas igual o más tóxicas, o bien se bioacumulan, es decir, que el producto o sus productos de degradación son acumulados en tejidos de plantas o animales. En el suelo, fuente de diversos microbiomas que actualmente son foco de estudio por sus diversos servicios ecosistémicos, los efectos de los plaguicidas provocan desbalances en la mesofauna, la microbiota y en los procesos biogeoquímicos que han demostrado en numerosas investigaciones la disminución de la fertilidad natural de los suelos. Por otro lado, aunque la tendencia de desarrollo de principios activos es aumentar la selectividad de los productos, es decir que el agrotóxico sólo mate al insecto considerado plaga; muchos de los principios activos que se aplican afectan abejas y lombrices, y con seguridad también inciden en  otras especies necesarias tales como biocontroladores, enemigos naturales, polinizadores, cicladores de materia orgánica, y un gran e incierto etcétera.

En ese sentido nos parece importante destacar un sentido de la salud más integral, que no se entienda sólo como la ausencia de enfermedades y formas de curarlas, sino que pueda abordarse como una relación armónica entre las personas y el ambiente que nos rodea, o incluso, entendiéndonos como parte del territorio que habitamos. Pensándonos desde el Alto Valle, existen importantes aportes desde la perspectiva de la salud mapuche que debemos considerar para una mirada intercultural de salud: si se enferman los alimentos, el aire, el agua y el suelo, nos enfermamos todes. Cuidarlos es también parte de cuidar nuestra salud, y en este sentido, los agrotóxicos representan una gran amenaza.

¿Se puede producir alimento sin fumigaciones?

Si pudiéramos equiparar la historia de la especie humana con un año calendario, la agricultura habría aparecido recién el 30 de diciembre a las 4 de la mañana. La agricultura insumo-dependiente y extractiva que nos resulta tan naturalizada, recién habría hecho su aparición 13 minutos antes de la medianoche del 31 de diciembre; tan sólo un instante en la historia de nuestra especie sobre este planeta. Y, sin embargo, en estos 13 minutos en que hemos aplicado nuestros conocimientos científicos y nuestra «sabiduría» a la agricultura, hemos contribuido a un ecocidio que pone en duda la posibilidad de alimentar a las futuras generaciones.

Ante este modelo contraponemos la agroecología como una convergencia de saberes ancestrales, populares y científicos respecto a sistemas naturales, con bases en conservación de recursos y el uso de principios ecológicos para diseñar y manejar agroecosistemas. Plantea la observación y el entendimiento de los ritmos, relaciones y ciclos de la mapu ñuke, y con ello pensar la producción de alimentos integrada mediante prácticas concretas como la intensa nutrición del suelo con materia orgánica, el cuidado del agua, promover la alta biodiversidad, conservación del suelo descansos, rotaciones y cultivos de cobertura, y el uso mínimo de insumos de síntesis química. El objetivo no es la rentabilidad máxima, sino más bien la producción de alimentos saludables y soberanos en armonía con el territorio.

La agroecología es un enfoque tecnológico con una base política potente que plantea objetivos claros como la emancipación humana, la superación de la opresión patriarcal, la conquista de la reforma agraria popular y la defensa de los territorios, sosteniendo acciones de lucha y resistencia que permitan alcanzar la Soberanía Alimentaria. Es por esto que la práctica agroecológica necesita ser colectiva, orgánica al movimiento, solidaria, ajustada a las condiciones materiales y políticas concretas.



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  1. Río Negro: impactos en la salud y el territorio de los agrotóxicos del Alto Valle – Nodo UTT Casa A · 2023-01-18 02:15:23
    […] La agricultura convencional se basa en un modelo de producción agroindustrial y extractivista, en el que las plantas asumen un papel de ‘minifabricas’. El suelo y la vida que contiene se exprime y erosiona, y la eficiencia de su productividad se aumenta mediante la manipulación genética y la dependencia de insumos tóxicos y contaminantes. Los agrotóxicos consiguen bajar dramáticamente las poblaciones de plagas a corto plazo, pero debido a que también eliminan a sus enemigos naturales y promueven la generación de resistencia genética, las plagas incrementan sus poblaciones en el mediano plazo. Así, les agricultores se ven forzades a usar más productos y en mayores concentraciones. La dependencia a las empresas agroquímicas es exponencial. [seguir leyendo artículo de Anred] […]

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