25/10/2022

La cumbre del greenwashing: Coca-Cola auspicia la COP27

Imagen: Greenpeace.

Seminarios online, webinars, artículos y foros sobre la próxima conferencia climática de la ONU – del 6 al 18 de noviembre en Sharm el-Sheikh, Egipto – no nos prepararon para el hecho de que Coca-Cola, una de las empresas más contaminantes del mundo, patrocine el evento. Mientras los países del sur global volverán a insistir en que haya avances sobre pérdidas y daños – loss and damage en inglés -, un concepto vinculado al de justicia climática, mandatarios, científicos, activistas y empresarios debatirán entre stands y photocalls con el logo del gigante de las gaseosas. ¿Se imaginan? Por Valeria Foglia (Emergencia en la Tierra).


A fines de septiembre las redes oficiales de la COP27 publicaron un flyer con estética cuasimundialista, en el que sobresale el nombre de la compañía. El orgulloso anuncio no cayó nada bien. Usuarios de Twitter destacaron que Coca-Cola es la principal contaminante con plástico. “Siguiente: ¿ExxonMobil, Chevron, Total y Shell?”, “Deberían avergonzarse de ser patrocinados por un contaminador masivo como Coca-Cola, no promocionarlo”, se leyó. Georgia Elliott-Smith, exdelegada de la COP26, lanzó una petición virtual para “eliminar a Coca-Cola como patrocinador de la COP27” que ya superó las doscientas mil firmas.

Que no sorprenda no hace que sea menos contradictorio. La contaminación por plástico comienza en la industria petrolera, una de las principales contribuyentes al aumento en la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero (GEI). Compañías como Chevron, Exxon, Shell y Dow son las que le proveen a Coca-Cola la resina de combustibles fósiles y los productos petroquímicos para manufacturar sus envases.

Como auspiciante de la cumbre de Egipto, la multinacional con sede en Atlanta llegó a la cima del greenwashing. Lo cierto es que, al cultivar la dependencia mundial de plásticos de un solo uso, Coca-Cola exacerba la emergencia climática y socava las posibilidades de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C por encima de niveles preindustriales. “Si todo el ciclo de vida del plástico fuera un país, sería el quinto mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo”, afirman en un reporte de la campaña Break Free from Plastic (2021).

Si ya saben cómo me pongo, ¿para qué me invitan?

El grosero greenwashing de Coca-Cola se robó la escena en la antesala de la COP. En el comunicado de prensa donde se anuncia su alianza con el Ministerio de Relaciones Exteriores egipcio para patrocinar la 27ª Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático se festeja que la corporación planea reducir un 25 % las emisiones hacia 2030, mientras tiene la “ambición” de alcanzar el cero neto para 2050.

Achraf Ibrahim, funcionario egipcio a cargo de los aspectos financieros del evento, alabó “el importante papel desempeñado por el sector privado internacional en la promoción de modelos de negocios sostenibles y el apoyo a los objetivos climáticos acordados”. Michael Goltzman, vicepresidente global de Políticas Públicas y Sostenibilidad de Coca-Cola, mencionó que “los desafíos globales como los desechos plásticos, la administración del agua y el cambio climático son demasiado grandes para que un solo Gobierno, empresa o industria los resuelva individualmente”. Traducción: nosotros creamos el problema, pero hay que arreglarlo “entre todos”.

Aunque la multinacional estadounidense quiera presentarse como “líder en sostenibilidad”, la realidad la ubica entre las que más deberían pagar por las pérdidas y los daños que su actividad causó en comunidades y biodiversidad en todo el mundo, especialmente en los países del llamado sur global. Y no solo eso: la compañía también encabeza los esfuerzos para demorar y desviar las acciones para combatir los plásticos de un solo uso.

Año tras año Coca-Cola retiene el título de empresa con mayor huella plástica a nivel mundial: doscientas mil botellas por minuto, según reveló la propia compañía en 2019. El reporte más reciente de Break Free from Plastic sostiene que, aunque la empresa se comprometió en 2018 a recolectar una botella por cada una vendida, esto tendría un impacto insignificante en relación a la contaminación que genera.

Por el contrario, desde 2019 las auditorías realizadas por esta campaña identificaron en los residuos “más productos Coca-Cola que los siguientes dos principales contaminantes combinados”, en referencia a Pepsico y Nestlé. La dueña de más de cuatrocientas marcas de bebidas es la principal generadora de desechos porque produce un volumen de plásticos superior al de cualquier otra empresa a nivel mundial (2,9 millones de toneladas métricas).

El discurso “verde” de Coca-Cola es insostenible. El reporte Talking Trash, de la fundación Changing Markets, revela que aunque en la década de 1990 la firma prometió vender su producto en botellas hechas con un 25 % de tereftalato de polietileno reciclado (rPET), tres décadas después tienen solo un 10 % de este material. A la vez, mientras a regañadientes apoya el Sistema de Depósito y Reembolso (Deposit Refund System) en Europa, sigue haciendo lobby en contra de cualquier regulación de envases en África, China y Estados Unidos.

No hay dudas de que a Coca-Cola le rinde más invertir en campañas monumentales de greenwashing que rediseñar su packaging y reducir drásticamente la cantidad de plástico. Break Free from Plastic señala que en 2019 la multinacional invirtió $ 4240 millones en publicidad y marketing, pero solo $ 11 millones en una iniciativa para limpiar ríos por un período de tres años.

Su ostentoso lavado verde le valió varias acciones judiciales en contra, entre ellas una del Earth Island Institute por “publicidad falsa y engañosa” toda vez que busca instalar que está haciendo esfuerzos efectivos para reducir su huella plástica en la Tierra. Los Gobiernos, seducidos por sus aportes, la premian con galardones como empresa sustentable, mientras sigue descargando las pérdidas y los daños en la biodiversidad y las poblaciones más vulnerables.

La contaminación masiva con plásticos abre crisis en varios frentes. Para las economías, al afectar el turismo, la pesca, el alcantarillado público, por ejemplo, y demandar cuantiosas sumas para la gestión y limpieza de desechos. Para la vida silvestre, que ve invadidos sus hábitats –especialmente océanos, mares y ríos, e incluso en el Ártico–, ingiere microplásticos o acaba enredada en objetos de mayor tamaño. Para el clima, por su íntima conexión con las industrias que más contribuyeron al calentamiento global. Para la salud humana: se han hallado microplásticos en los intestinos, en la sangre y hasta en la leche materna.

En su campaña, Elliot-Smith alertó sobre la “infiltración de las corporaciones” en las cumbres climáticas, a las que define como “una juerga multimillonaria para las empresas contaminantes y sus grupos de presión”. Con su controvertido patrocinador, lo de la COP27 es una suerte de orgullosa confesión.

Una familia se refugia en el techo de una casa sumergida en Sirajganj, Bangladesh | Foto: Moniruzzaman Sazal · Climate Visuals Countdown)

¿Quién se hace cargo?

La COP de Glasgow parece haber sucedido hace un siglo. Boris Johnson, anfitrión del evento, ya no está en el número 10 de Downing Street, y Liz Truss, su fugaz sucesora, perdió el duelo contra una lechuga en la heladera. Los resultados de la COP26 fueron muy pobres: si antes los compromisos climáticos de los Gobiernos ponían al mundo camino a los 2.7 °C, tras las deliberaciones en suelo escocés se estimaba reducir el aumento de la temperatura terrestre a 2.4 °C, casi un punto por encima de lo establecido en el Acuerdo de París de 2015.

Además, cambios de último momento en la redacción del Pacto Climático de Glasgow reemplazaron la “eliminación gradual” por una “reducción gradual” en el uso del carbón. Con la crisis energética disparada por la guerra entre Rusia y Ucrania, el reclamo de India en la COP26 acabó siendo aprovechado por Alemania, que reabrió sus centrales.

Estados Unidos y la Unión Europea, por su parte, unieron esfuerzos para impedir que se los haga financieramente responsables del daño que causaron y seguirán causando en los países que menos emiten. Así, boicotearon la creación de un fondo de pérdidas y daños que proveyera financiamiento a los países vulnerables que lo habían reclamado. En su lugar, aprobaron un “diálogo” a futuro.

El documento de Glasgow, que no es legalmente vinculante, acabó “instando” a los países desarrollados a que por lo menos dupliquen para 2025 su financiamiento climático colectivo para la adaptación de países en vías de desarrollo. La trayectoria de incumplimiento en ese aspecto, sin embargo, no deja demasiado lugar para el optimismo.

Aunque la cuestión de pérdidas y daños no es nueva, recién en los últimos años se dieron muy tímidos pasos. El Mecanismo Internacional de Varsovia (WIM) de la COP19 (2013) tiene funciones más bien técnicas, relativas a mejorar la comprensión, fortalecer el diálogo y la coordinación entre las partes interesadas, además del apoyo financiero y tecnológico, su punto más flojo. Enmarcada en el WIM, la COP25 de Madrid (2019) creó la Red de Santiago para dar asistencia técnica a los países en desarrollo, con mucho de sitio web y poca presencia en los territorios.

Entre el fiasco de Glasgow y la COP27 han pasado eventos extremos y otros de evolución más lenta atribuidos a la emergencia climática, verdaderos dramas socioambientales que ya no están circunscritos a los países más pobres. Además de las inundaciones en Pakistán y Bangladesh, hubo sequías extremas, olas de calor y rabiosos incendios forestales en Europa y Norteamérica.

Las perspectivas hacia el futuro tampoco traen buenas noticias para las poblaciones costeras: científicos que estudian el Ártico aseguraron que, aun si cesaran las emisiones de GEI, el nivel global del mar subirá al menos 27,4 centímetros por el derretimiento acelerado de la capa de hielo de Groenlandia.

Entre promesas de reducción de emisiones, mercados de carbono y soluciones tecnológicas, el tópico de pérdidas y daños volverá a agitar las aguas en la cumbre, esta vez en suelo africano. Ahora no son solo los pequeños Estados insulares –en riesgo de desaparecer por el aumento del nivel del mar– los que reclaman una reparación por parte de los países ricos.

¿Quién pagará la “fiesta” de unos pocos? Spoiler: al igual que Coca-Cola, los países desarrollados pondrán el grito en el cielo y propondrán nuevas tácticas para evitar hacerse cargo.

En un dossier de Carbon Brief, la activista ruandesa Ineza Umuhoza Grace, directora de la Coalición Juvenil de Pérdidas y Daños (LDYC), aseguró que “estamos perdiendo infraestructura, perdiendo nuestra tierra agrícola y perdiendo lo que podemos llamar la esperanza de tener un crecimiento económico sostenible y un futuro para todos”.

Sin embargo, no se trata solo de destrucción de casas e infraestructura. Según el último reporte del Grupo II del IPCC, las pérdidas no económicas involucran vidas humanas, sus culturas, su integridad física y salud mental. “Los daños se refieren a cosas que pueden repararse, como casas dañadas, y las pérdidas se refieren a cosas que se han perdido por completo y no volverán, como vidas humanas”, dice el profesor Saleemul Huq, director del International Centre for Climate Change and Development de Bangladesh.

Son varias las organizaciones y coaliciones que levantan la idea de un fondo para reparaciones climáticas. Proponen que los esfuerzos económicos no se destinen únicamente a la reducción de emisiones o a la adaptación para nuevos escenarios climáticos a tono con el aumento en la temperatura global. También se necesita asistencia para quienes ya sufrieron las consecuencias, que no se descargan por igual.

La Coalición Juvenil de Pérdidas y Daños en Glasgow durante la COP26.

El movimiento climático en la encrucijada

Greta Thunberg tenía razón cuando dijo que las COP son puro “bla, bla, bla”. Sin embargo, muchos referentes socioambientales, líderes de pueblos originarios y representantes de la ciencia comprometida participarán de la cumbre en Egipto para hacer oír sus voces. Fridays for Future, la organización que Thunberg fundó tras su protesta en el Parlamento sueco en 2018, está recaudando fondos para llevar activistas del sur global a Sharm el-Sheikh.

Si bien este 2022 se desplegó una batería de protestas, bloqueos y performances artísticas con gran relieve mediático, el movimiento climático no goza del dinamismo y la masividad de septiembre de 2019, cuando llegó a reunir a siete millones de personas en las calles de todo el mundo.

Aunque desde entonces hubo una pandemia y una guerra, no es menos cierto que se desarrollaron numerosos debates en el activismo climático, heterogéneo y diverso como pocos. Desde cómo superar este punto muerto al necesario balance entre el fatalismo y el optimismo, pasando por el rol de las organizaciones de la clase obrera.

Aunque en estos años hubo presencia gremial en las cumbres y huelgas mundiales por el clima, y algunos sectores obreros hasta sumaron demandas ambientales a sus protestas, la clase trabajadora no desplegó su fuerza organizada al servicio de la causa planetaria. Su potencial estratégico para paralizar los resortes de la producción y circulación de la economía capitalista sigue siendo un recurso desaprovechado.

El recelo entre los movimientos ambiental y obrero es menor que en los tiempos de Tony Mazzocchi, dirigente del Sindicato de Trabajadores del Petróleo, Químicos y Atómicos de EE. UU., pero no ha desaparecido. Sin embargo, en la idea de “transición justa” planteada por Mazzocchi a propósito del cierre de industrias contaminantes en los 70 hay una pista para resolver la tensión.

El dirigente norteamericano rechazaba la falsa dicotomía entre ambiente y trabajo. Ni la clase trabajadora debe cometer “suicidio económico” para preservar el ambiente ni se debe sacrificar el futuro de las próximas generaciones en pos de mantener empleos en el presente.

La transición propuesta por Mazzocchi no debía pagarla la clase trabajadora: “Si estas sustancias tienen que ser eliminadas del ambiente, creemos que los que generan contaminación deberían verse obligados a pagar para que los trabajadores reciban un trato igualitario en esa transición”. A Coca-Cola y a los países imperialistas no les gusta esto. ¿Qué otro incentivo se necesita para luchar por ello?

Mientras el “capitalismo verde” busca imponer su “transición corporativa” y sus supuestas soluciones tecnológicas, el movimiento climático se debe una definición estratégica. En la actualidad hay menos reticencia a reconocer la situación de vulnerabilidad del llamado sur global, sus pueblos originarios y clases subalternas que a pensar a la clase obrera como un sujeto esencial para desbaratar el sistema capitalista y sus planes de crecimiento infinito.

Tras décadas de “bla bla bla” en encuentros hegemonizados por el lobby fósil y sus políticos, la idea de una alianza social poderosa entre los trabajadores organizados y los sectores populares afectados por este sistema irracional merece ser tenida en cuenta si se trata de acelerar la acción climática.

Valeria Fgl | Cafecito

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Fuente: https://www.getrevue.co/profile/valeriafgl/issues/la-cumbre-del-greenwashing-coca-cola-auspicia-la-cop27-emergenciaenlatierra-1402347



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  1. Estas son las claves de la polémica cumbre del clima de Egipto · 2022-11-02 07:32:30
    […] Año tras año Coca-Cola retiene el título de empresa con mayor huella plástica a nivel mundial: doscientas mil botellas por minuto, según reveló la propia compañía en 2019. El reporte más reciente de Break Free from Plastic sostiene que, aunque la empresa se comprometió en 2018 a recolectar una botella por cada una vendida, esto tendría un impacto insignificante en relación a la contaminación que genera, según ANRed. […]

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