10/09/2022

UNA: la mujer sentada que se transforma en todo un pueblo

Foto: Giampaolo Samá.

UNA es, sin lugar a dudas, de las mejores adaptaciones de una novela que el teatro haya vivido. En un rincón del cuadrilátero lo tenemos a Giampaolo Samá, responsable de la dramaturgia basada en la adaptación de “Uno, ninguno y cien mil” (novela de Luigi Pirandello). Mientras que, del otro lado, en el centro geométrico del escenario, la tenemos a Miriam Odorico, la actriz que mostró su talento, entre tantos trabajos, interpretando a la madre de “La omisión de la familia Coleman”. Aquí vuelve con toda la destreza, la concentración y la fuerza de un cuerpo que encarna a todos los personajes. Su arco emotivo, que excede con creces lo histriónico, trasmite más que lo que le pasa a cada uno. Comunica lo que va siendo cada personaje; les abre el pecho y expone el corazón de cada quien, al punto en que consigue no ser cien mil, pero sí varios personajes a la vez. La multiplicación de fuerzas que se da en ese ring, conformado por la dupla Odorico-Samá, conseguirá el nocaut técnico de toda barrera ideológica o afectiva con que el público haya entrado a la sala. Por Andrés Manrique (@manriqueandu)  para ANRed.


En la tradición de una Niní Marshall, y con la brusca honestidad del mejor Fernando Peña, Odorico toca varios instrumentos, sin el truco de la grabación por capas y el loopeo, sino a la vez. Si bien a primera vista tienta creer que UNA es un unipersonal porque solo está ella en escena, ni siquiera cuando reflexiona está sola, la interpelación de un otro es permanente: vaso comunicante entre lo que le ocurre, lo que piensa, el modo en que se percibe y lo que quiere ser en otros. En lugar de unipersonal, la actriz pareciera tocar simultáneamente todos los instrumentos de un octeto. Y en ese sentido que sea una y otros a la vez tiene un sentido de estricta coherencia con el núcleo argumental de la novela.

El procedimiento de multiplicación dramática es bien conocido, pero pocas veces tiene semejante proyección: Odorico no sólo encarna personajes, proyecta espacios. Con su cuerpo construye la espacialidad. Con algo que no sabemos bien si viene de la intuición, de sus gestos, del deseo o de qué clase de conjunción mágica, su imaginación corporal crece de ella y conforma la sustancia feroz en la que sumerge al espectador. Solo por mencionar algunos espacios que construye el cuerpo de la actriz: el estudio del escribano con la jaulita, en ese hombrecito contrahecho con los hombros tirados hacia adelante; la oficina que los socios del padre muerto tienen en el banco; las vidrieras que devuelven los reflejos de la gente por las calles. En su cuerpo no se reúnen tres personas solamente, sino nueve o, mejor dicho, ocho, porque dentro del experimento, Moscarda que interpreta a la hija usurera del banquero, ha dejado de estar, aclara aunque no sepa quién pasó a ser.

Foto: Giampaolo Samá.

En poco más de sesenta minutos el personaje logra la des-subjetivación paulatina, porque es Marco Di Dio y la casa donde vive con su mujer; nos abre a puerta de esa casa sucia, dejada, que es parte del alma de Di Dio, de su mujer, del padre, y de Gengé también. Y después nos hunde en el archivo del banco donde la vibración de los tubos, en una especie de gotera, se derrama dentro de ella, convirtiendo al espectador en cómplice de su tragedia. Y todo esto lo consigue sentada Odorico, como si hubiera hecho caso a la radical propuesta de Oliverio Girondo: la de “convertir a la silla en un transatlántico”, sin levantarse ni una vez de la silla, más que para saludar al final de la obra.

Su despliegue actoral logra que el espacio geográfico de todo el pueblo se presentifique. El fenómeno teatral se da plenamente en la hechicería que carga el espacio de presencias reales: muestra lo que no está, ocurre lo que no se ve. Observamos el comportamiento de quienes no existen paseando en una geografía que es el centro de la imaginación sacudida de la actriz. Moscarda, en busca de la disolución de una identidad con la cual no se identifica, se convierte en algo inaceptable, marginal y, a la vez, inmenso.

La realización técnica mantiene un nivel de despojo que subraya la potencia actoral. Además de la adaptación del texto, Giampaolo Samá diseñó la planta de luces, hizo la fotografía y dirige la obra. Los criterios de sutileza y precisión, aplicados a las tres tareas de dramaturgia, iluminación y dirección se palpan, como si su presencia subrayara, casi sin hacerse notar, el trabajo de todo el conjunto.

El texto sobre el cual Samá produjo la adaptación es una novela publicada en 1926 por el poeta, novelista y escritor italiano, Luigi Pirandello. Pero UNA no es mera adaptación. Tal vez porque la traslación de un contenido, de una forma en otra, implique siempre modificaciones inherentes. El protagonista de la novela que vive en carne y hueso la conciencia de ser una persona distinta para cada quien, en la obra de Samá-Odorico, pasa a ser mujer. Esto, naturalmente, hace que las preguntas por su identidad, en función de las proyecciones sociales sobre ella, sean más que vigentes y bastante más inquietantes que si el protagonista hubiera sido varón. Aunque también pensando en el relativismo extremo del italiano, varón o mujer también son categorías lábiles.

Foto: Giampaolo Samá.

Las versiones, los remixes, las adaptaciones y traslaciones modelan buena parte de nuestro presente. De un cuento se desprende una película: Blow-up, de Antonioni se basa libremente en “Las babas del diablo”, de Cortázar. Un cómic se convierte en film: “Snowpiercer” (1982) cede su trama a la película homónima de Bong Joon-ho y, poco después, a una serie. A un personaje secundario se lo explota para que sea protagonista de otra pieza: el abogado corrupto de “Breaking Bad” cuenta ya con cinco temporadas de su propia “Better call Saul”. Remontándonos un poco más, podemos pensar en el Holden Caulfield de Salinger, personaje que nace en un cuento del autor y que cinco años después será el protagonista de “El guardián oculto”. UNA es fiel al poderoso caudal narrativo de Pirandello, lo que no implica que la trama transformada con algunos golpes de timón produzca un texto condensado que, en el cuerpo de Odorico, hace explotar la identidad del espectador.

La descomposición subjetiva, la múltiple personalidad suelen ser síntomas de insania para nuestra época. Patologizar los estados anímicos es muy conveniente para la industria que colabora con el sostenimiento del statu quo. La multiplicidad suele ser llamada esquizofrenia. Hacernos demasiado conscientes de algunas lógicas que funcionan entre las personas puede que nos lleve a los confines de lo aceptable socialmente, y que aún sea tolerable para uno mismo. UNA suelta la piedra en el estanque. Las ondas avanzan, tal vez se replieguen. Quizás alguna llegue a la orilla.

UNA está en TIMBRE 4 (México 3554 / Boedo 640, CABA) los sábados a las 20.30. Hasta el 26/11/2022.

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

Dramaturgia: Giampaolo Samá

Actúan: Miriam Odorico

Vestuario: Julio Suárez

Diseño de luces: Giampaolo Samá

Diseño gráfico: Paola Bilancieri

Dirección: Giampaolo Samá



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