La elocuencia de los cuerpos
El silencio de la Carne es la segunda obra de Jorge Thefs (bailarín, autor, performer y director). Se estrena el viernes 5 de agosto en Nün Teatro Bar. La primera de sus obras, en cartel hasta hace pocos días y declarada de interés cultural por el Ministerio de Cultura, la llamó “Carne de consumo personal”. En ella, trabajó desde la auto ficción los distintos lugares por los que pasó cuando era niño, desde un relato de intimidad, goce y pudor en el seno de una familia de clase media. En El silencio de la Carne, que estrena el viernes que viene, conecta en escena de una manera visceral con Agustina Barzola Würth (directora, perfomer, bailarina y coreógrafa). En el trabajo se pone de relieve el modo en que sus cuerpos sufrieron una violenta educación artística. La escena como experiencia de dolor, matizada por el piano de Gabriel Illanes, es un chispazo que enciende un río de pólvora. ¿Se estará construyendo otra clase de educación? Por Andrés Manrique para ANRed.
No sabemos cuánto es el poder de un cuerpo, pero sabemos que es mucho menos limitado que lo que se nos quiere hacer creer. No somos yeguas ni caballos, nuestra fuerza pasa por otro lado. Atravesar dicha potencialidad es un camino que exige disciplina y resistencia sostenidas en el tiempo; atravesar a fondo la potencialidad debe ser semejante al éxtasis de un orgasmo. No hablo de otras experiencias extáticas porque las desconozco, pero la pregunta que se abre es: ¿llegar a ese estado implica sufrir, necesariamente? De la escuela del dolor nos llevamos materias para toda la vida. Las experiencias que abrevan allí parecen tener más sed que la alegría, que la ternura, que la bondad, que la generosidad o que cualquier otra virtud, tan sospechosas todas de ser cliché. “El silencio de la carne” sangra, pero el hilo conductor es el amor. Cuenta sin ambages el abuso padecido en una escuela musical de teatro, que pronto equilibra con una suerte de homenaje a Napo, compañero que sufrió junto a Thefs y tantos y tantas más, la tiranía dentro de esa escuela. La obra es homenaje y elegía, a la vez; un largo y sentido epitafio: hamaca entre la vida y la muerte, sólo que las palabras, en vez de estar grabadas en piedra o en chapa, son dichas por una voz alta y sensible, con la cual Thefs cuenta y denuncia.
En escena, además de Jorge Thefs y Agustina Barzola Würth, Gabo Illanes vierte las notas justas del piano, tocando cuerdas que complementan textos, coreos, interpretaciones y un vestuario que se articula en una dinámica que, por momentos, respira aires de musical. La estructura dramatúrgica de “El silencio de la carne” es clara: va de los abusos padecidos por el autor en la academia de teatro musical cuyo nombre prefiere no revelar “porque total hoy todo se guglea”, a la historia de Napo.
En general, tenemos menos ejercicio en la exploración de las vías amorosas que en el territorio del desconsuelo. Inventamos bombas para chupar más rápido la sangre oscura del tiempo. Nuestro estado parasitario crece y se alimenta del planeta, y las máquinas chillan con una alegría morbosa, ajenas a nuestra gozosa destrucción. La lágrima tiene más cuentos que la risa, y la tragedia, lejos de purificar con su antiguo mecanismo de catarsis, nos hunde más todavía. De lo que sea, la sangre. Y va la tercera pregunta: ¿queremos un mundo mejor o nos forzamos a mantener los ojos abiertos frente al desastre para gozar, inmóviles neuróticos, porque estamos ineluctablemente perdidos? Cuando el escándalo es la clave de lo que queremos contar, la comunicación se reduce a una serie de impactos que se aniquilan a una velocidad tal que nos anestesian: ¿qué pasos habrá que dar para rozar intensidades sin golpear de cara contra el dolor y la tristeza? Es un hecho que del barro nace la vida, pero del maltrato no crece el amor: ¿es necesaria la destrucción para contarnos? No hace falta saber casi nada para sostener que el gesto más coherente de nuestra cultura es el que impone con sangre la letra. Y eso es parecido para la historia nacional, local e incluso personal. La letra se ha impuesto con sangre, y es sabido (después de la escuela de Frankfurt) que todo documento de civilización es a la vez un documento de barbarie.
Según perspectivas darwinistas, la naturaleza somete a la vida a distintas pruebas de adaptación que no siempre tolera: el débil muere mientras el fuerte prospera. La idea de una naturaleza que mata a sus huéspedes para perfeccionarse es peligrosa y ciega. El planteo de perfección sobre la base de la selección y la muerte ha sido argumento de fuerza de muchos totalitarismos; nuestra educación es deudora de esa matriz de acción y pensamiento. Soportar, a veces, implica el corte de la amarra que deja al cuerpo a la deriva, hasta la propia perdición. Es muy caro el precio que se cobra socialmente esta clase de educación. A pesar de todo, existen los que logran orientarse en la oscuridad, pero no para volver al puerto conocido del dolor, sino para internarse en otra aventura. Y algo de ese camino victorioso tiene “El silencio de la carne”, porque Thefs se pone en escena para contar y mostrar que su cuerpo es testimonio de la vida que narra; revela el amor por la carne: por la que ingiere, por la del prójimo y por la propia. Y Barzola Würth juega su partida, integrándose a la escena para señalar también el modo en que ha sufrido distintos abusos en su formación. Ambos cuerpos aquí bailan la furia contenida, sacuden la frustración, el dolor, y celebran gozosamente los propios excesos sin soberbia, sino asumiéndose reales y ricos en sus maneras de derrumbarse y volverse a parar.
El abuso permanente es incorporado a tal punto que no nos damos cuenta en qué momento empezamos a infligirlo sobre nosotros y los demás. Reproducir es lo que hace, antes o después, el buen alumno o alumna de la escuela del dolor; es el paso casi natural que le sigue al padecimiento. “El silencio de la carne” responde, de una manera diagonal, a la idea del sacrificio como un precio que no hay que seguir pagando. El beneficio narcisista del dolor para reintegrar el equilibrio entre el yo y el síntoma no debe ser suficiente para tener que tolerar la humillación y la vergüenza.
El título de la obra remite, en alguna medida, al silencio de la complicidad. Al silencio de todos los que, llegado un punto nos callamos y la dejamos pasar. Dentro de un esquema social en que el código de la mafia rige cada vez más los comportamientos, el miedo se escurre en la convivencia, controlando toda relación. Ante la extorsión de perder el trabajo, de no ser considerados, de no tener lugar, de no ser queridos, solemos afilar los codos para clavárselos en las costillas a los que nos rodean. Nos volvemos cómplices con tal de no quedarnos afuera. La coima se paga con la vida que el boleto de entrada se cobra de Napo, el compañero de Thefs, y tantos Napo que mueren o sufren de manera similar. Cuando la formación se da mediante un mecanismo violento, las posibilidades de maniobra se reducen. La manipulación de estas herramientas extorsivas juega su papel al fondo de nuestro corazón. El silencio de la Carne denuncia estos temas, los discute y le dice no más al plan que el poder estructura conforme al sistema.
Así como “Carne de consumo personal” entra en pugna con la idea de cuerpo como bien de consumo, mero producto del mercado, este trabajo profundiza en el efecto político que tiene poner sobre la mesa lo personal. Y deja esperanzas, porque a pesar de que el mercado use todas las estrategias para convertir en recursos humanos a las personas, antes o después, el excedente de sentido explota y el cuerpo rompe el silencio. Por medio del desacato, de la enfermedad, del arte, de la locura o de la muerte, lo físico se pronuncia. Lo más político del silencio es la coartada para que el cuerpo se convierta en el megáfono de lo que está ocurriendo; como si carne y política se enlazaran en un dínamo conectado a una alarma que prende, que incendia, Thefs y Würth bailan la furia y la trasmutan en amor.
Se presenta los viernes de agosto y septiembre a las 23.00, en Nün Teatro Bar (J. Ramírez de Velasco 419)
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Idea, autoría y dirección: Jorge Thefs
Performers: Agustina Barzola Würth, Jorge Thefs
Mapping: Florencia Labat
Estilismo y diseño de vestuario: Chu Riperto
Diseño y realización de escenografía: Julieta Capece, Camila Colombo
Diseño sonoro: Félix Land
Redes Sociales y diseño gráfico: Boria Audiovisuales
Realización de vestuario: Titi Suárez Adrover
Música en vivo, composición y arreglos musicales: Gabriel Illanes
Diseño De Iluminación: Lailén Alvarez
Fotografía: Diego Stickar.
Asistencia de escenario: Jazmin Siñeriz
Asistencia técnica: Juliana Ortiz
Producción ejecutiva: Juliana Ortiz, Jorge Thefs
Colaboración en dramaturgia: Maruja Bustamante
Colaboración artística: Juliana Ortiz, Rosario Ruete
Puesta en escena: Agustina Barzola Würth, Juliana Ortiz, Rosario Ruete, Jorge Thefs
Dirección Coreográfica: Agustina Barzola Würth
Director asistente: Juliana Ortiz, Rosario Ruete
Agradecimientos: Dirección General De Enseñanza Artística, Nün Teatro Bar, De La Tía Espacio, Candelaria Gauffin, Karina Hernandez