13/06/2022

Al fondo de una montaña el caos tiene su propia agenda

Foto: Pigu Gómez

“Un bolso lleno de carteras” es un documental que narra el origen y desarrollo del PROYECTO DIOGENES, creado por Celia Argüello Rena, bailarina, coreógrafa y dramaturga reconocida por trabajos como “Villa Argüello”, “De cómo estar con otros”, “Cucha” con la colaboración y la asistencia de Juan Pablo Gómez (director y dramaturgo de “Prueba y Error”, “Un domingo en familia”, entre otras) y Sofía Etcheverry. El proyecto es un invento de bordes poco claros (definen sus protagonistas) creado para afrontar artísticamente el trastorno de acumulación (conocido como síndrome de Diógenes) que sufre la madre de Argüello. La película, con dirección de Leonardo Petralia, cuenta cómo hacer algo con lo imposible. Y, sobre todo, cómo se logra algo con lo imposible a partir del amor.  Por Andrés Manrique para ANRed.


Foto: Andrés Manrique

Capa sobre capa

Argüello y Gómez observan, se preguntan, investigan. Se mueven, leen, se juntan. Viajan y se cuidan. A lo largo de los años crean tres inmensas instalaciones performáticas. En 2015 estrenan “Diógenes al sol” en el Festival Internacional de Buenos Aires. Eligen una casa teatro (El Brío) y la llenan con toneladas de cartón, cientos de botellas vacías, ventiladores rotos, un camión de impresoras en desuso, y otros objetos que el mercado considera inútiles, y que convergen en creaciones monstruosas. La acumulación es la bisagra que abre un universo saturado de sentidos. Un traje hecho de botellas que crujen en una danza tribal, remite tanto a la isla de plástico que flota en el océano, como a la pesadilla de asfixia y vacío propia de nuetra era del envase. En 2016, presentan “Diógenes en Casa Tomada” en la casa del Bicentenario. El trabajo tiene mucho de “Still Life”, la obra del coreógrafo griego, Dimitris Papaianou. En esta oportunidad, construyen un par de ambientes destartalados, un poco torcidos, dentro de la sala. Argüello baila y se hunde en los agujeros de las paredes como si la casa fuera a la vez gruyere, cobijo y trampera. En 2019 hacen en Munar “La montaña es la Montaña”, en la que un pequeño acto de magia juega con la ingravidez de los objetos, y donde un ojo-collage de 4 metros por uno y medio se compone de cientos de fotos del proyecto. Con las tres experiencias, pasan del peso acumulador de El Brío, a la ingravidez del Espacio Munar. De a poco, consiguen desalojar el espacio para otorgarle un propósito nuevo a la inutilidad de las cosas.

Foto: Marcos Crapa

¿Un género?

Un bolso lleno de carteras es un documental que se entrega gozoso al recorrido que va, desde encarar una montaña que no se sabe por dónde trepar, hasta el momento de bajarla cabeza abajo, pataleando con zapatos de colores. La aventura no consistirá, como en Fitzcarraldo, en arrastrar con tracción a sangre un barco de 30 toneladas montaña arriba, sino en hacer que la montaña baje.

Que una película sea ficción o documental, en sí mismo, no quiere decir gran cosa. Un documental es bueno cuando logra ir más allá del género. Y la obra en verdad interesa cuando deja de importar dentro de qué categoría calza o cuál es el lugar donde debiéramos pararnos para mirar lo que muestra. Que se arme el sueño lúcido o el hechizo basta, pero este sólo es el comienzo para Un bolso… que tiene mucho de aventura física. Y de esas vueltas a la casa de la infancia donde hay quienes logran regresar con cómplices, y están quienes además tienen la dicha, como en este caso, de volver con amigues que a la vez son secuaces.

El viaje hacia la casa que podría ser la psique de su madre, es bello porque hay sostén. Se mueve porque hay engranajes. ¿Es muy analógica la metáfora? Esta pregunta, entre muchas otras, formula el documental.

Foto: Andrés Manrique

Imágenes con prepotencia poética

Un sol de plástico se desliza por un aparejo desde lo alto de un tanque de agua; una gigantografía en tela de uno de los ambientes de la casa de la madre de Argüello se mueve con personas que la estiran, la curvan y la rellenan; un traje lleva el nombre de Bolsitas, otro se llama Botellas, un tercero, hecho con descartes de la industria textil (conos de bobinas de hilo y lana), tiene una lejana referencia al Chewbacca, el copiloto del Halcón Milenario de la Guerra de las Galaxias. Hay juegos y preguntas incómodas en un espacio cuya sordidez no alcanza a apagar la fuerza de un cuerpo que, como sea, aprendió a salir del piso.

Las criaturas tuercen y restituyen el significado de materiales que el mercado despojó de todo valor de cambio. Un bolso… recupera el valor de uso de los objetos: su capacidad simbólica. En la casa de Diógenes hay mil altares, instalaciones que duran lo que el tiempo dé. La idea de despojo, de desperdicio, de material de descarte se disloca y, con amorosa devoción, la hija reorganiza las cosas del mundo de la madre. Aunque no sepamos si el orden es más rayano en la pérdida que en la restitución, el gesto no obtura el sentido, lo potencia. Lo poético se da a partir de la concreta transformación.

Foto: Andrés Manrique

La hija pródiga

La película cuenta, lateralmente, una historia muy antigua de una manera novedosa. Es una versión de la leyenda del hijo pródigo que no se había contado. En este caso, Argüello es la hija que vuelve después de cinco años, lapso que dura el enojo con su madre, asediada por los altares humildes que erige en toda la casa con cosas que no puede o no quiere desechar. Pero en esta versión, la hija no vuelve para gozar de las mieles, sino para asumir un rol cabalmente. El orden nuevo flota en el aire de Un bolso… que vibra con un sonido de fondo parecido al que tiene “El silencio es un cuerpo que cae” (documental de Agustina Comedi). Y tal vez sea parecido por esa cuota algo escéptica de que no se va a resolver nada, que no importa cuán irreversible sea lo que sucedió mientras se pueda seguir haciendo algo.

También ronda algo de lo siniestro bien freudiano, como lo familiar que puede volverse peligroso, pero hasta eso va quedando de lado a fuerza de amor y de una ternura feroz en la cual Argüello no deja de mostrar la herida y el dolor para enseguida restañarla con momentos de un humor delicado, como cuando Noemí, su mamá, le indica el lugar exacto donde tiene un metro.

Foto: Andrés Manrique

Un árbol cae cuando cae

¿Será que todo lo que echamos a la basura nos enceguece, como chicos que se tapan la cara cuando quieren esconderse, tan convencidos de que algo deja de existir porque lo dejamos de ver?

El sonido de la película nos lleva a un estado en el que todo puede pasar, sin salir del formato documental, extremando algunas apuestas de cámara en mano, que espía desde otro ambiente o con tomas a un nivel confesional, rasantes. Será que la altura de las pilas de objetos que crecen por acumulación en la casa de Noemí se hubiera instaurado como el horizonte natural de la película, pero todo con aires de juego, muy a la Kris Niklison de Diletante (otro documental de una hija que cuenta la historia de su madre); parecidos ambos más por el amor que una hija siente por su madre que por el tipo de narradora, muy diferente en los dos trabajos.

Foto: Pigu Gómez

¿Qué danza pone en juego un vínculo?

El tratamiento de la imagen, en contraste con algunas frases que sacuden el polvo de los santuarios de un sistema que ya no tiene donde esconder lo que se descarta; el humor corrido en el fragmento del profesional al que consultan para tratar psicológicamente la situación; la gracia en el testimonio de Argüello contando que, de adolescente, le tiró sin querer el documento nacional de identidad a la madre tratando de hacer algún tipo de orden en la casa. La narrativa enfocada en la relación que la hija tantea con cuidado para acercarse a esa especie de trinchera que cavó su madre a lo largo de los años. Y todo sin pretensiones y sin que la película, ni mucho menos el vínculo, quede subordinada a la clausura del síntoma. Sino desplegando hacia adelante un sistema de signos que dan consuelo en el chiste, en el llanto, en la fuerza de un grupo de amigos que apuntalan para que no se desmorone una situación delicada.

Un bolso… cuenta el cambio de posición frente a un vínculo. La hija vuelve a casa de su madre con experiencias que la han nutrido y con recursos propios que, en el caso de Celia Argüello, tienen que ver con la danza (organización de un cuerpo consigo mismo y con un pulso externo) y con la coreografía (pendiente de las relaciones entre cuerpos y espacios: ubicación, desplazamientos, relaciones, choques, cruces, bloqueos) y que apelan a otra de las preguntas que el documental deja flotando: ¿qué danza es posible cuando no hay espacio?

Foto: Pigu Gómez

Dentro de la cosa

Todo buen documental también trabaja con una acumulación de capas, y nunca abandona la forma provisional del ensayo. Un ensayo para sus realizadores y un ensayo en el sentido de combinar series de elementos que, como en toda prueba, entrañan riesgos.

Para refugiarnos en las infinitas imágenes del catálogo de la belleza tenemos Discovery, National Geographic, pero a Un bolso… eso no le interesa. Consigue rozar algo que Werner Herzog, uno de los documentalistas más importantes de la historia, define como verdad extática, un concepto que remite a la posibilidad de acceder a una capa más profunda de verdad a partir de la incorporación de recursos e invenciones que se añaden para profundizar el testimonio.

La película vuelve emblemáticos objetos que, en principio, carecen de todo valor: botellas de plástico, latas, estampitas, chapitas con marcas, hebillas y envases vacíos. Se pone de relieve la correspondencia entre cosa y ser humano; y al plantear la indiferenciación entre ser y ente, la cosa deja de estar subordinada. Estas ideas, propias de la ontología plana de Graham Harman, sugieren una nivelación entre el sujeto y el objeto. Sostienen que la relación humano-mundo es algo más en el mundo, una relación inter objeto. Y eso nos empuja del centro, aunque sea unos segundos.

Guardar carteras dentro de un bolso puede que sea el comienzo de un orden, una imagen del infinito, una manera de conservar todos los viajes y todo aquello que los bolsos hayan acarreado. Y también refiere, tal como dice el subtítulo, a la compulsión que todos tenemos de acumular algo, compulsión sucedánea del sistema económico vigente, cuya base es la acumulación y la concentración.

Más allá de toda hipótesis, Un bolso lleno de carteras cuenta sin romanticismo cómo una hija se las ingenia para encarar, material y efectivamente, la montaña infinita que es su madre. ¿Lo hace para curarla? Y cuál sería la cura de algo así, se pregunta tocando algunos hilos que conmueven. Y conmueve porque el documental es, de alguna manera, la provisoria respuesta que encontró Argüello para acercarse a su madre, y hacer algo con ese vínculo con el que nadie puede.

Próximas funciones:

  • sábado 18 y domingo 19 a las 17 hs en el Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Entradas por tuentrada.com.

 

Tráiler:

Ficha artístico técnica

Documental: Argentina, 2021, 83 minutos.

Calificación ATP | Distribución Nadia Jacky

Dirección: Leonardo Petralia

Producción: Nadia Jacky

Guión: Leonardo Petralia y Nadia Jacky

Montaje: Andrés Tambornino

Dirección de Fotografía: José “Pigu” Gómez

Sonido Directo: Juan Manuel Yeri Racig, Gino Gelsi, Lu Foglio

Diseño Sonoro: Gaspar Scheuer

Música: Ezequiel Menalled

Secuencia de Títulos y Afiche: Nicolás Risso

Fotografías: Marcos Crapa

Corrección de Color: Javier Hick

Elenco: Celia Arguello Rena, Juan Pablo Gómez, Noemi Rena, Eugenia Foguel

Pablo Castronovo, Sofía Etcheverry, Marcos Crapa, Norberto Laino, Enrique Millán, Monica Gigli.

 

Festivales y premios

2017 LABEX, desarrollo de proyectos.

2021 FIDBA, Competencia nacional de largometrajes nacionales.

2022 Scottish Mental Health Art Festival, Selección Oficial.

 



7 comentarios

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