08/05/2022

Vivir en estado póstumo

Foto: Ximena Talento

Odiar que no entiendan. Querer cuando es tarde. Compadecerse para sentirse justos. Odiar a la familia Ingalls. La edad como un reloj y el reloj como aguja de esterilización definitiva. Querer lo que no se tiene. Como al hijito que, en ausencia, es tajo necrosado por la idea de incompletud; tráfico de un pensamiento neurótico que rompe la sortija del deseo. No saber gritar. Placebos en lugar de remedios o soluciones. Buscar el rincón más oscuro para tolerarse. Tener toda la fuerza para llenar formularios. Algo de esto y mucho más pone en escena No tengo tiempo, una obra de teatro basada en la novela homónima de María Pía López que golpea varias campanas sin darnos respiro, entre un asalto y otro. Todos los domingos desde las 18 h en elteatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378, CABA). Por Andrés Manrique para ANRed.


Las dos actrices esperan sentadas en dos bancos distantes al borde de una especie de cancha con líneas azules y rojas que demarcan distintos sectores. Pacientes, mientras se llena la sala, lustran las hojas de sus espadas -¿o están afilándolas?-. Hay dos caretas y dos guantes colgados en los percheros cerca de la pedana, que es el nombre de la pista en que se practica este deporte de estocadas. La esgrima las instala de movida a una distancia social desde la cual cuentan lo que sienten con lo que decidieron hacer. Y también cuentan lo que van a hacer y lo que llevan a cabo para que les ocurra lo que desean. Personas, vínculos y mandatos quedan bajo la lupa en que la lengua, como un gusano ciego, agujerea todo lo que enuncia. Significar será, desde la pedana, arrancar toda parte blanda para trocarla en motivo de fuerza-razón. Como entomólogas, irán clavando cada tema en el telgopor de una conciencia embarazada de sí.

Las actrices demuelen la cuarta pared que delimita el espacio imaginario de la escena para contar, con estilo de performance, mirada a público y a golpe de stand up, lo que más las incomoda, o mejor dicho, todo lo que las jode: será por eso que las risas borbotean en el público, en momentos que no tienen gracia, pero que incomodan. Y eso es un acierto.

A punto de no poder, lo que decidieron dejar para más adelante se convierte en urgencia. El tema que tratan crece en el vacío del útero. La decisión de no tener hijos, tomada numerosas veces entre los veinte y los treinta años, a los cuarenta pulsa con visos de tragedia. Cuando todo se vuelve mercancía, aun la intimidad, el futuro bebé -objeto de pertenencia- se transforma en trasto, en cosa; y ya se sabe adónde van a parar las cosas cuando dejan de desearse.

La sensación, bastante común a la parte de la sociedad -cada vez más chica- que come todos los días) del tiempo como un asesino, preña la conciencia de monstruos y fantasmas. El tiempo siempre es lo que falta: una bailarina de veinticuatro años que se dedicó a la danza desde los ocho, habla de su vejez al final de un ensayo; un joven quiere cambiar de carrera y teme que se le haya pasado el tren; un adolescente de quince años entra a un club para practicar un deporte que lo ilusiona y sale del primer entrenamiento sintiéndose viejo. Demás está aclarar que lo viejo, desde esta perspectiva, es todo lo que ya no sirve. O peor, aquello que se carga. Programamos la obsolescencia, fechamos plazos, sellamos vencimientos y nos cargamos de vejez anticipada. Para todo nos sentimos viejos mucho antes de serlo. No interesa cuántos años sean cuando los que tenemos son siempre más que los necesarios. A nivel social, la exigencia deportiva de alto rendimiento es ley: el retiro se comienza a pensar ya con pocos más de veinte años. Incompletos, el vacío se expande, la desesperación lo agranda. Adentro, el mercado lo llena a sus anchas con espejitos de colores. El deseo es un abismo que no se sacia.

Las dos contrincantes, entrenadas en el campo de la razón instrumental, van caricaturizando relaciones, encuentros, conversaciones. Una de ellas, con insistencia y obsesión, revela lo que quiere. A medida que se tensa la apuesta verbal, el humor va mechando latigazos que parecen funcionar más para que se pueda escuchar lo que se dice, que para hacernos reír. El humor habilita un discurso prohibido por la moral; pareciera la última trinchera desde la cual tiran. Duelo a duelo, el sonrosado tono del bebé con escarpines al que refiere nuestra cultura-postal se convierte en masa babeante y llorosa.

El texto, tramado de aforismos de una agudeza que cortan, tiene una voracidad que satura el sentido. Las palabras chocan contra los cuerpos y, por momentos, se los llevan puestos. El tema se hace más importante que lo que está pasando en escena, y las voces de las actrices se confunden en una: la de lo irreversible. Contra el tema, contra las palabras, las actrices despliegan la ilusión de control en un trabalenguas al unísono de una precisión técnica que deslumbra.

Sorteando las complejidades del libreto, Leticia Torres y Carolina Guevara, logran sostenerse de pie sobre la cuerda floja de la desesperación. El trabajo vocal de Guevara, versátil y virtuoso, matiza el enojo y el odio que respira cada palabra. Los momentos más blandos de Torres logran contrapuntos sutiles de emocionalidad. La obra es fiel a la sentencia que la titula. La falta de tiempo no es retórica: perderlo es perder. Pero, a como dé lugar, y tenga el costo que tenga, harán todo lo posible para recuperarlo.

Foto: Ximena Talento

Funciones: Domingos 18 hs en teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378, CABA).

Reservas por Alternativa Teatral.

 

Ficha artístico técnica:

Autoría: María Pia López

Sobre textos de: María Pia López

Adaptación: María Pia López, Carolina Guevara, Cintia Miraglia

Actúan: Carolina Guevara y Leticia Torres

Vestuario: Paula Molina

Escenografía: Víctor Salvatore

Diseño y composición sonora: Vicky Balay

Diseño de iluminación: Matías Noval

Tema de la frontera: Mariano Travella

Coreografías y entrenamiento en esgrima: Andrés D’ Adamo

Fotografía: Ximena Talento

Diseño gráfico: Cintia Miraglia

Prensa: Daniel Franco

 

Asistencia de dirección: Rocío Bari

Dirección: Cintia Miraglia



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