28/03/2022

¿Por qué nadie cuestiona que una estación se llame Ministro Carranza?

El 15 de abril de 1953 un atentado terrorista terminó con la vida de 6 personas dejando  además a otras decenas heridas, 18 de ellas mutiladas. El hecho sucedió durante el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, que había logrado la reelección el año anterior en las urnas. El principal autor del atentado fue el entonces dirigente estudiantil Roque Carranza, cuyo nombre es homenajeado en la estación de subte de la línea D. Si bien está presente la iniciativa para incorporar el nombre de Miguel Abuelo a esta estación, no sería un reemplazo sino la incorporación de un segundo nombre. En tiempos donde la estación  Entre Ríos/Rodolfo Walsh es recurrentemente vandalizada resulta pertinente hacer esta pregunta. ¿Por qué hoy nadie cuestiona que una estación se llame Ministro Carranza? Por Ramiro Giganti (ANRed).


La historia “oficial” no siempre refleja los hechos tal cual sucedieron. En muchos casos, por no decir la mayoría, existe una historia impuesta por quienes triunfan derramando sangre. Así fue, al menos, en la historia argentina, o su versión impuesta por Bartolomé Mitre tras los pertinentes derramamientos de sangre, tanto en guerras civiles, como la Batalla de Pavón, o en la inefable guerra de la Triple Alianza. Con esa sangre derramada como tinta los ganadores  escribieron la historia que a fines del siglo XIX se impuso como verdad irrefutable. De esa historia escrita con sangre se desprenden conceptos como “Campaña al Desierto” para referirse al exterminio de comunidades originarias por parte de Julio Argentino Roca, entre otras (hubo más de una “campaña al desierto” que consistieron en el mismo accionar: extender las ocupaciones matando a otros seres humanos). Al día de hoy, numerosas calles, estaciones y localidades llevan nombres de militares asesinos o policías represores. Lo mismo sucede con muchos monumentos.

De esta manera, tanto en escuelas públicas como privadas miles de estudiantes son “adoctrinados/as” permanentemente por la versión dominante de la historia.

El próximo 15 de abril se van a cumplir 69 años del atentado a Plaza de Mayo de 1953, que fue un precedente del bombardeo a la misma plaza en junio de 1955.

El atentado tuvo lugar durante un masivo acto de la CGT donde el entonces presidente, Juan Domingo Perón, iba a dar un discurso desde la Casa Rosada. Previo al acto, un comando opositor encabezado por Roque Carranza colocó bombas en tres sitios: la confitería del Hotel Mayo, que estaba cerrada por refacciones; en el octavo piso del edificio del Nuevo Banco Italiano (ubicado en la esquina de Rivadavia y Reconquista, actual Banco Francés), con el objetivo de que el desprendimiento de mampostería causado por la explosión causara daños entre la multitud; y en el interior de la estación Plaza de Mayo del Subte, que estaría cerrada mientras la concentración de apoyo al presidente tuviera lugar.

14 minutos  antes de que Perón iniciara su discurso desde el balcón de la Casa Rosada un primer estruendo lo interrumpió: se trataba de la explosión de la primera bomba, la ubicada en el Hotel Mayo. Minutos después, una segunda explosión, más fuerte y más cercana tuvo lugar: la de la estación del Subte. La tercera bomba, ubicada en el Banco, no se llegó a detonar debido a una falla en el mecanismo de relojería.

Por consecuencia de este estallido fallecieron en el acto cinco personas, identificadas como Santa Festigiata D’Amico (italiana de 84 años), Mario Pérez (empleado de Transportes de Buenos Aires), León David Roumeaux (dirigente del gremio de los madereros), Osvaldo Mouché y Salvador Manes. Días después del atentado fallecería, a consecuencia de las graves heridas, José Ignacio Couta, la sexta víctima fatal.

Carranza fue juzgado y encarcelado. Las investigaciones comprobaron su participación junto  a Arturo Mathov como los principales autores del hecho, junto a otros participantes. Carranza confesó haber fabricado las bombas detonadas en el atentado, por lo que estuvo dos años en prisión hasta ser liberado luego del golpe de 1955. Allí negó la confesión denunciado que la misma fue bajo tortura si bien aclaró que conocía los laboratorios donde se fabricaron los explosivos. La declaración es contradictoria con otros miembros que admitieron haber participado pero que declararon que no fueron explosivos contundentes sino simplemente bombas de estruendo. La investigación nunca se retomó.

Años después, Roque Carranza fue designado ministro de Obras y Servicios Públicas del gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín, cargo que ocupó entre 1983 y 1985, para luego asumir como ministro de Defensa hasta el 8 de febrero de 1986, día de su muerte.

En 1987, al inaugurarse la extensión de la línea D hasta conectarse subterráneamente con las vías del Ferrocarril Mitre, el gobierno nombró al conjunto de viaducto, estación ferroviaria y estación de Subte como “Ministro Carranza”, en homenaje al fallecido funcionario de polémico prontuario. La “paradoja subterránea” casi no tuvo voces que se le opongan. Tres décadas después comenzó una iniciativa para sumar el nombre de Miguel Abuelo, pero la iniciativa solo plantea instalar al célebre músico como segundo nombre de la estación.

Mural en la estación con dibujos del caricaturista Nik, muchas veces denunciado por plagio.

Actualmente tanto la estación de subte como la de tren mantienen el nombre de quién protagonizó un episodio tremendo de la historia de la violencia en Argentina, sin el pertinente cuestionamiento por parte de los medios hegemónicos.

Mientras cada 24 y 25 de marzo (y los días previos) numerosos medios hegemónicos y voces negacionistas intentan sembrar dudas sobre los crímenes de lesa humanidad mientras paralelamente cuestionan a la figura de Rodolfo Walsh por su presunta participación en un atentado contra la policía sucedido en junio de 1976 durante la dictadura militar, nada se dice sobre este brutal episodio sucedido durante un gobierno constitucional.

La omisión de la crítica ante estos sucesos mientras paralelamente se cuestiona a otras figuras de nuestra historia con acusaciones ambiguas por episodios sucedidos durante gobiernos de facto refleja con claridad como la violencia muchas veces es señalada de manera selectiva según quien la ejerce.

Entonces, sin cantitos tribuneros ni consignismos panfletarios y en ejercicio digno del oficio del periodista, una pregunta debería surgir de nuestras inquietudes. ¿Por qué hoy nadie cuestiona que una estación se llame Ministro Carranza?



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