25/02/2022

Las fugas, pequeñas victorias en los centros clandestinos

Centro clandestino de detención Automotores Orletti

Los centros clandestinos de la dictadura fueron concebidos como una máquina de exterminio. Pretendían sustentar el poder omnipotente  de adueñarse no sólo de la vida de los cautivos, sino también de la muerte. El mecanismo de aniquilamiento que empleaban  intentaba succionar  la humanidad del detenido, despojarlo de su identidad, convertirlos en  “cuerpos sin identidad, cadáveres sin nombre” según analiza Pilar Calveiro en su libro “Poder y desaparición”. Sin embargo, a pesar de estas pretensiones del poder desaparecedor, la autora señala que se fueron dando pequeñas  resistencias, pequeños puntos de fuga que lograron restituir algo de la humanidad arrebatada. En este sentido, la autora destaca que la risa, el engaño, la simulación de colaboración, el hecho de no “cantar” durante la tortura o de dar información inútil y la fuga, constituyeron formas en las que los detenidos lograron quebrar  el poder desaparecedor.  Por Patricia Rodríguez, para ANRed.


La fuga de los centros clandestinos representó la ruptura de la relación poder-obediencia. Eran pequeñas victorias llevadas a cabo por los detenidos desaparecidos y el fracaso del poder represor y su sistema de dominación. Por consiguiente, luego de ocurrida la fuga, cerraban el centro clandestino, como el caso de automotores Orletti, desmantelado luego de la fuga de Graciela Vidaillac y José Ramón Morales. Ambos militantes de las Fuerzas Armadas de Liberación de Argentina, secuestrados el  2 de noviembre de 1976, por la patota de Aníbal Gordon y trasladados al centro clandestino Automotores Orletti. José llegó herido y lo recluyeron en una habitación contigua a Graciela que quedó colgada de las muñecas luego de la brutal tortura. Había amanecido cuando Graciela percibió que los torturadores dormían y decidió soltarse las ataduras para ir en busca de José.  Se produjo una balacera entre la patota y la pareja en la que Graciela resultó herida en el hombro. Corrieron hacia la calle hasta dar con las vías del ferrocarril Sarmiento y cruzar  antes de que pasara el tren. Ya exiliados, llegaron a Nicaragua donde José muere en una emboscada del dictador Somoza.

También,  tras la fuga de cuatro detenidos  desaparecidos, desarticularon e incendiaron el centro clandestino “Mansión Seré”, con el fin de borrar las marcas de su uso represivo. El día 24 de marzo de 1978, Claudio Tamburrini, Daniel Rusomano, Guillermo Fernández y Carlos García se escaparon, utilizando varias frazadas atadas en una de las ventanas del primer piso de la casa. Esposados y desnudos eludieron a la custodia. Pero, cuando se produjo el cambio de guardia, notaron el escape y  enviaron helicópteros que sobrevolaron el lugar por poco tiempo, porque la lluvia torrencial dificultaba el vuelo.  En plena noche corrieron hasta dar con una casa, donde Guillermo tocó  timbre, mientras el resto permanecía oculto. Una señora lo atendió, le permitió hacer una llamada telefónica y le ofreció ropa y dinero para el colectivo. Guillermo salió en busca de ayuda y a las horas, el padre de García, en su auto, rescataba al resto del grupo.

Centro clandestino de detención y tortura Mansión Seré.

La  fuga de Sergio Bufano permitió el cierre del centro clandestino Casa Franklin, en Caballito, dependiente de la Fuerza Aérea, y  vinculado a «Virrey Cevallos». El 8 de julio de 1976, Sergio Bufano y Guillermina Elsa Santamaría Woods, militantes de la Organización Comunista Poder Obrero fueron llevados a  Casa Franklin. Primero comenzaron torturando a Guillermina quien al informar sobre una dirección falsa, permitió que la patota abandonara el inmueble. En Franklin 943 quedaron solamente Sergio, Guillermina y dos guardias. Bufano inventó un padecimiento cardíaco y mintió sobre su filiación con el periodista del diario La Razón, Alfredo Bufano. Golpeado, vomitado y perdiendo sangre, logró que los militares le quitaran las esposas y, mientras el guardia entraba y salía del lugar, aprovechó para levantarse la capucha y mirar alrededor. Vio una escalera y un hueco que lo comunicaba al garaje donde había un Fiat 600. Buscó sin éxito algún arma, pero pudo notar que la puerta del lugar estaba cerrada con un destornillador. Logró abrirla y comenzó a correr. Ensangrentado y todo vomitado subió a un colectivo, se justificó ante el chofer, diciendo que había tenido un accidente. Apenas recuperado, buscó a sus compañeros y esa misma noche volvieron armados a Franklin 943 con la intención de liberar a Guillermina, pero el centro clandestino había sido abandonado por los militares. Bufano, en el exilio denunció ante los medios los secuestros y desaparición de personas en Argentina

La quinta de Funes en Santa Fe, se cerró en enero de 1978, luego de la fuga de Edgar “Tucho” Tulio Valenzuela. A principios de enero, Tucho,  su esposa Raquel Negro y el hijo de ella fueron secuestrados en Mar del Plata y trasladados a La Quinta de Funes. Tucho simuló estar quebrado, por lo tanto, los militares ponen en marcha la Operación México, que consistía en infiltrar a Valenzuela en la reunión que realizaría Montoneros en México y atentar contra los dirigentes de la organización. Para ello, junto a Tulio  viajaron un montonero «quebrado» (Carlos Laluf) y tres militares. Como garantía de que Valenzuela no se fugará, el Ejército retuvo como rehenes a su mujer e hijo. Raquel decidió su propio sacrificio y aceptó todas sus posibles consecuencias. Tulio logro fugarse de México y denunciarlos allí y en Europa generando un escándalo internacional. Al poco tiempo, Tulio regresó a la Argentina en el marco de la Primera Contraofensiva y, al verse cercado por integrantes de un grupo de tareas de la ESMA, se suicidó ingiriendo una pastilla de cianuro.

La otra pequeña victoria, encarnada por Víctor Hugo “Beto” Díaz, militante de la JP Montoneros, ocurrió  en febrero de 1977, cuando lo trasladaron al Regimiento 3 de Infantería de La Tablada, en el baúl de un auto. Luego de la tortura sufrió un desmayo, pero igual seguía escuchando. Atado, vendado en un catre logró liberarse de las ataduras con los dientes cuando escuchó los ronquidos del guardia. Le sacó el arma, le dio un golpe en la cabeza y le preguntó dónde estaba. Se puso la camisa del represor y corrió hasta un alambrado que trepó, mientras un centinela daba aviso al resto. En la calle siguió corriendo hasta dar con un empleado de la Serenísima que le indicó el camino. Cerca de unos monoblocks habló con un portero quien le dio su camisa y dinero para el colectivo. A los meses de escaparse, Beto continuó militando y en un operativo del Ejército, en la vía pública, junto a otros compañeros recibió varios disparos de bala en su espalda y en  el resto de su cuerpo. Herido y ensangrentando logró huir nuevamente y se exilió en Méjico para retornar con la contraofensiva.

Regimiento 3 de Infantería de La Tablada

Cacho Scarpati, militante Montonero, detenido el 2 abril de 1977, recibió 9 balazos al intentar resistirse. Lo llevaron a Campo de Mayo donde intentaron salvarlo para sacarle información. Intentó suicidarse, sin éxito,  dos veces como una forma de liberación. Igual lo torturaron con picana eléctrica y fue “interrogado” por Inteligencia del Ejército y por Inteligencia Naval. El 17 de septiembre de 1977 cuando ya llevaba cinco meses secuestrado, lo trasladaron al campo de concentración que llamaban “El Sheraton”. Allí le dijeron que Clemente, militante montonero, había declarado bajo tortura que posiblemente Scarpati, conociera una casa de La Plata donde funcionaba una emisora de Radio Liberación. Entonces, los  llevaron para que reconocieran el lugar. Clemente y Scarpati, estaban en el asiento de atrás de uno de los autos, mientras el otro coche que los acompañaba  debió desviarse hacia otro operativo por órdenes de sus superiores. Clemente y dos miembros de la patota bajaron para identificar la casa, mientras Cacho le arrebata el arma y reducía al que había quedado en el auto. Corrió y a punta de pistola se fugó en un auto. Antes de entrar en la Capital Federal lo abandonó y robó otro, pero en Constitución comenzó a perseguirlo un patrullero con quienes se tiroteó. Seguidamente fue hasta la casa de unos amigos para reencontrarse con su hijita. Scarpati se encargó de denunciar las violaciones a los derechos humanos, los nombres de represores y planos de  Campo de Mayo, en el exterior y en los juicios.

“Hay que ganarles la batalla” “Va a haber un Nuremberg para todos ustedes, asesinos” decía Horacio Maggio, militante Montonero, quien  logró fugarse de la ESMA, en abril de 1978. Secuestrado el 15 de febrero de 1977 había sido incluido en el “proceso de recuperación”, designación dada por los represores a quienes obligaban a realizar trabajo forzado en el sector de la Pecera, una parte del Casino de Oficiales. El 17 de abril fue enviado fuera de la ESMA a comprar bolígrafos y papel. Buscó un negocio que tuviera puertas que dieran a dos calles. Dejó al soldado que lo vigilaba en una puerta, y se escapó por la otra. Pudo reencontrarse con su familia. Redactó un documento denunciando y describiendo con detalles el funcionamiento del centro clandestino, las mecánicas de tortura, cautiverio y desaparición, los vuelos de la muerte. Dibujó planos e identificó a secuestrados y represores.  Fue entrevistado por Associated Press reiterando sus denuncias. La entrevista fue publicada en los principales diarios del mundo. El 4 de octubre de 1978 fue fusilado por el Ejército y su cuerpo exhibido como “trofeo” ante los secuestrados de la ESMA.

Suicidarse o fugarse fueron las opciones de Osvaldo Antonio López, mecánico de aviación de la Fuerza Aérea y militante del PRT cuando en  julio de 1977 lo secuestraron y lo trasladaron al Centro clandestino Virrey Ceballos. Luego de una semana de torturas logró zafarse de unas  esposas en mal estado y de un grillete que cerraba con alambre. Con un cañito para la luz que sobresalía del piso hizo palanca hasta hacer saltar la cerradura de la puerta y a través de un caño de agua trepó hasta el techo, luego saltó hacia la calle. Ya en libertad, se conectó con su familia quienes le relataron que habían sufrido allanamientos y hostigamientos. Su padre le aconsejó entregarse a la justicia. De este modo, Osvaldo acudió a presentarse y, sorpresivamente, el juez actuó con las garantías pertinentes. Se convierte en un preso legalizado por el PEN (Poder Ejecutivo Nacional) en la cárcel de Devoto. La condena del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, con fecha 23 de noviembre de 1978, fue de 24 años de prisión y penas accesorias de inhabilitación absoluta y degradación. Pese a la vuelta de la democracia en 1983, permaneció preso hasta noviembre de 1987.

 

El 15 de diciembre de 1977, Jaime Dri, militante Montonero, ex diputado provincial por el Chaco fue secuestrado a fines de 1977 en Montevideo y trasladado a la ESMA. Después de unos meses en la ESMA fue llevado al centro clandestino  que funcionaba en la Quinta de Funes, Rosario, luego devuelto a la ESMA. Transcurría el mes de julio de 1978 cuando la Marina ideó un operativo para capturar subversivos en la frontera con Paraguay y llevó a Jaime hasta un puesto en Puerto Pilcomayo donde convenció a un oficial de 18 años de cruzar la frontera en balsa para comprar cigarrillos más baratos. En un descuido, ya en tierra firme, Jaime se escapó por las calles paraguayas. Días después con ayuda del gobierno panameño llegó a Brasil y después a Panamá. Ya en el exterior, denunció todo lo vivido, alertando sobre el genocidio que se estaba implementando en la Argentina.

Alfredo Ayala, dirigente villero de Montoneros, fue secuestrado en septiembre de 1977 y trasladado a la ESMA. Formó parte de  “La Perrada”, trabajos forzados que los militares obligaban hacer a los detenidos como el trabajo esclavo que realizaba en el taller de un tío del represor Jorge Radice. Allí lo dejaban a las 6 de la mañana y lo pasaban a buscar a las 6 de la tarde. Una tarde decidió regresar a la villa, pero fue recapturado semanas después. Finalmente, lo llevan a trabajar a las islas del Tigre donde los marinos comercializaban la madera de la zona. Permaneció varios días en el lugar, sin custodia, hasta que un lanchero lo trasladó al continente, previo pedido de Alfredo.

Si bien, durante la oscura noche de la dictadura se  fueron tejiendo pequeñas resistencias, pequeños triunfos, la tarea aún continúa. La lucha por sostener nuestra memoria colectiva, recuperando las  identidades de los 30.000, la lucha por instalar la verdad, la lucha por la justica de ayer y de hoy, donde la igualdad de condiciones y posibilidades sea equitativa para todos es el nuevo desafío de nuestro tiempo.

 

 



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