12/12/2021

La sirvienta que leía a Víctor Hugo

Dolores Ibarrurí, a la derecha de la foto, junto a las abuelas de la Plaza de Mayo.

Memoria histórica: Se cumplen 126 años del nacimiento de Dolores Ibárruri, la figura que personificó la irrupción de las mujeres de clase obrera en la vida pública de la España de comienzos del siglo XX. Por Diego Diaz  (El Salto)


Se cumplen 126 años del nacimiento de Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, el primer gran liderazgo político femenino surgido en España de la clase trabajadora. Por cierto, no ha habido tantos. Ni en nuestro país, ni en el resto de Europa Occidental. De ahí la singularidad de Dolores. Tanto en 1936, como en 2021. Seguimos. Se cumplen 126 años de un mito que sigue interesando a las nuevas generaciones, y prueba de ello es que este año se hayan editado con cierto éxito de ventas dos biografías, “¡No pasarán!” de Mario Amorós y “La vida inesperada de Dolores Ibárruri”, de la que soy autor. Se cumplen 126 años también de uno de los personajes históricos más odiados por las derechas españolas, y que como escribía Manuel Vázquez Montalbán en 1995 “representaba no sólo ese odioso ruido de los proletarios capaces de juzgar la realidad y la historia, sino, además, la no menos odiosa transgresión de la mujer opuesta al prototipo reaccionario femenino”.

¿Quién era Dolores Ibárruri antes de transformarse en Pasionaria? Una muchacha de clase obrera nacida en Gallarta, Bizkaia, el nueve de diciembre de 1895, apenas dos semanas antes de que los hermanos Lumiere presentasen en París el cinematógrafo. Hija de una familia de mineros católicos y carlistas, mostró desde niña una inclinación por la lectura y los estudios que la llevó a tratar de ingresar en la Escuela Normal Superior de Maestras de Bilbao. Una vocación que su familia frustró por razones machistas y que la obligó a descender a los infiernos de la explotación como camarera y sirvienta en la casa de unos comerciantes de la zona minera de Las Encartaciones.

Un libro de Víctor Hugo prestado por el que sería su marido durante 60 años, un trabajador manual que había dejado la escuela a los 13 años para entrar en las florecientes minas de hierro de Las Encartaciones, le abrió otro mundo

Como tantas otras mujeres de su época, condenadas a una vida gris y claustrofóbica, inicialmente canalizaría sus inquietudes y anhelos de trascendencia a través de la religión católica, hasta que un hecho fortuito, conocer a un minero socialista en el baile del pueblo, Julián Ruiz, le pondría en contacto con el universo político, social y cultural del  movimiento obrero. Un libro de Víctor Hugo prestado por el que sería su marido durante 60 años, un trabajador manual que había dejado la escuela a los 13 años para entrar en las florecientes minas de hierro de Las Encartaciones, le abrió otro mundo. Su matrimonio con Ruiz, desaprobado por su familia, condujo a la fervorosa integrante del Apostolado de la Oración a convertirse en una no menos fervorosa revolucionaria que poco tiempo después preparaba bombas para arrojar a la policía en la huelga general de agosto de 1917. Fracasado aquel intento de asaltar los cielos, su marido acabaría preso y ella tendría que hacer malabarismos para sacar adelante a una familia sin ingresos.

Como tantos otros jóvenes obreros de su edad, Dolores y Julián quedarían deslumbrados por el triunfo de la revolución bolchevique, romperían con el PSOE y se lanzarían a la construcción del partido comunista en España. Convencidos de que la revolución mundial estaba a la vuelta de la esquina, aquel ímpetu juvenil les condujo a huelgas suicidas y a constantes entradas y salidas de Julián en la cárcel. Pagarían cara su osadía. Con cárcel y despidos. La pobreza se llevaría por delante a cuatro hijas, una de ellas, la pequeña Amagoya, apenas una recién nacida, enterrada en una lata de pimentón por la incapacidad de Dolores y Julián para afrontar los gastos de un pequeño ataúd.

Entre tanta miseria, la militancia política aportaría un sentido a la vida a aquella mujer que desde 1917 firmaba artículos en la prensa obrera con el pseudónimo de Pasionaria. Nunca había querido ser un “ángel del hogar” y la militancia en aquel pequeño partido perseguido por los patronos y la Dictadura de Primo de Rivera le daba la oportunidad de ser algo más. Dolores robaba horas al sueño para devorar los volúmenes de la biblioteca de la Casa del Pueblo, incluyendo una versión abreviada de El Capital de Marx, mientras cuidaba de sus hijos y de su marido, trabajaba la huerta, se ocupaba de los animales, cosía o hacía la colada en las frías aguas del lavadero de su pueblo.

Agitadora, organizadora de piquetes y manifestaciones, las frecuentes estancias de su marido en prisión supondrían la ruina para la economía familiar, pero le darían al mismo tiempo autonomía y libertad de movimientos, haciéndola brillar ante sus compañeros con luz propia, y no solo como la mujer de Julián

Agitadora, organizadora de piquetes y manifestaciones, las frecuentes estancias de su marido en prisión supondrían la ruina para la economía familiar, pero le darían al mismo tiempo autonomía y libertad de movimientos, haciéndola brillar ante sus compañeros con luz propia, y no solo como la mujer de Julián. En junio de 1931 sería candidata por el PCE a las elecciones a Cortes Constituyentes y ese mismo año el partido solicitaría sus servicios para trabajar en Madrid como redactora de Mundo Obrero. Dolores no desperdiciaría esa ocasión de ser por fin independiente y tener un pequeño sueldo, aunque eso le costase romper con su marido y con su pueblo. Quizá eso era también lo que buscaba. Dejar atrás un hogar en el que los momentos de felicidad habían sido escasos.

En el Madrid republicano aquella bolchevique de provincias crecería como dirigente política, conocería la cárcel, descubriendo allí el mundo del lumpenproletariado femenino —carteristas, putas y abortistas—y se enfrentaría a una difícil decisión personal: anteponer la militancia a la crianza, enviando a sus hijos Amaya y Julián a estudiar a la URSS para poder así tener plena libertad para dedicarse a la política. Era el tipo de dilema que sus compañeros hombres nunca habían tenido, y cuyo machismo, donjuanismo en el lenguaje de la época, censuraría en los órganos internos del partido.

En Madrid conocería también el amor. Y es que en paralelo al estallido de la Guerra Civil, aquella mujer de cuarenta años que ya peinaba canas se atrevería a vivir una historia de amor con un camarada 14 años más joven que ella, Francisco Antón. Una historia de amor semisecreta, con idas y venidas, que no concluiría hasta 1953, con una purga política no exenta de venganza personal por la infidelidad de Antón con otra mujer, mucho más joven que ella, de aquel dirigente madrileño tan pagado de sí mismo.

Creó un Frente Popular femenino que pondría sobre la mesa la reivindicación de nuevos derechos para las mujeres españolas como la igualdad salarial, los permisos de maternidad o lo que hoy llamaríamos un sistema público de cuidados

Dotada de un tremendo olfato e intuición, Dolores y su equipo, entenderían durante la República la necesidad de espacios no mixtos para animar la participación política de las mujeres, todavía muy escasa en la España de los años 30. Desde la secretaría femenina del PCE promoverían en 1933 el Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, posteriormente rebautizado como Agrupación de Mujeres Antifascistas. Algo así como un Frente Popular femenino que pondría sobre la mesa la reivindicación de nuevos derechos para las mujeres españolas como la igualdad salarial, los permisos de maternidad o lo que hoy llamaríamos un sistema público de cuidados. Es decir, ampliar con nuevas conquistas socioeconómicos aquellas primeras libertades, como el divorcio y el voto, que el feminismo de clase media había arrancado a la Segunda República. La organización se transformaría en vísperas de la guerra en un movimiento de masas que serviría de puerta de entrada a la participación política a miles de mujeres, sobre todo jóvenes trabajadoras y estudiantes, obligando también a las libertarias a mover ficha con la creación de Mujeres Libres en la primavera de 1936.

La Guerra Civil la transformaría en un icono antifascista mundialmente famoso. Consciente de la eficacia propagandística de su personaje, cultivaría con esmero la imagen de una mujer tradicional y popular española, con moño de casada y siempre vestida de negro. Sabía que representaba a una clase, y más concretamente a las mujeres de una clase. “En mí habla el dolor milenario de las multitudes explotadas, escarnecidas, privadas de toda alegría, de todo regocijo” escribiría en 1936 en una carta abierta a una obrera soviética. Dulce y maternal con el soldado republicano, implacable contra el fascista, el capitulador o el traidor trotskista, durante la contienda se convertiría en la mujer más famosa de España. También de la España franquista, que difundiría de ella una imagen de bruja sádica y sexualmente insaciable.

Tras las derrota de la República, la nueva guerra que le tocaría sufrir, le arrebataría a su hijo Rubén en la batalla de Stalingrado. El quinto. El largo exilio en la URSS la alejaría de lo que era su medio natural, el mitin y el contacto con la gente. Secretaria general del PCE tras el suicidio de José Díaz en 1942, en la patria del socialismo se encerraría en el paranoico laberinto de las purgas estalinistas, al tiempo que el culto a la personalidad la endiosaba en una torre de marfil de halagos, adulación y comodidades. Tras la revelación de los crímenes de Stalin en el XX Congreso del PCUS sabría moverse con habilidad dentro del partido para evitar que la desestalinización se la llevara también consigo. Nunca se le dio mal la política interna. En un principio trató de contener la ambición de Santiago Carrillo, pero en 1960, cansada de haberse convertido en un jarrón chino, entregó la secretaría general al ex dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas. A partir de entonces y hasta su muerte ocuparía un cómodo papel honorífico como presidenta del PCE.

Lejos de España, Pasionaria perdería bastante de la espontaneidad y audacia que habían acompañado la forja de su leyenda en los años 30. Pese a ello, alguna vez rebrotaban chispazos de aquel viejo genio y talento político. Como en 1956, cuando apostó por la Política de Reconciliación Nacional, buscando el acuerdo con católicos y ex franquistas para restaurar la democracia, o en 1968, cuando se enfrentó públicamente a la URSS y el PCUS por la invasión de Checoslovaquia. Nuevos revolucionarios como Fidel Castro quedarían fascinados por aquella inagotable mujer de cabellos blancos. El líder cubano llegaría a ofrecerle cambiar Moscú por La Habana como residencia. A través de Radio España Independiente, La Pirenaica, ubicada realmente en la URSS y luego en Rumanía, su mito perviviría en la España de los derrotados y entre las nuevas generaciones que se unían a la rebelión antifranquista. Sería ella la encargada de dar los solemnes discursos radiofónicos en apoyo a los mineros asturianos en huelga, contra la ejecución del comunista Julián Grimau o frente a las condenas de muerte a militantes de ETA.

Su agonía coincide con la caída del Muro de Berlín. Muere tan solo tres días más tarde. Con casi 94 años. A su despedida, en las calles de Madrid, acudirán miles de madrileños y de personas venidas de toda España

De vuelta a España volvería a estar de moda. Su imagen, ya anciana, recuperando su escaño tras las elecciones de 1977 y apretando la mano de Adolfo Suárez, sería portada de los periódicos españoles y de todo el mundo. Solo otro diputado de 1936, Manuel Irujo, del PNV, regresaba al hemiciclo. Con su presencia en las Cortes, Ibárruri legitimaba y hacía creíble la nueva democracia española salida de la reforma franquista, construyendo así un cierto hilo conductor entre esta y la Segunda República. Ya muy mayor, viviría sus últimos y multitudinarios homenajes, la crisis del PCE y la posterior fundación de IU. Su agonía coincide con la caída del Muro de Berlín. Muere tan solo tres días más tarde. Con casi 94 años. A su despedida, en las calles de Madrid, acudirán miles de madrileños y de personas venidas de toda España. Era el colofón a la vida inesperada y a contracorriente de una muchacha de Gallarta que había leído a Marx, Engels, Lenin y Víctor Hugo, y a la que siendo una adolescente su madre le había dicho que la vida de una mujer consistía en “hilar, parir y llorar”.

Archivado en: PCE ‧ Memoria histórica



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