23/10/2021

Un lugar del que no se sale por arriba

Laberinto nació, de un trabajo para la diplomatura en dramaturgia del C.C. Paco Urondo, de la mano de Julieta Timossi guiada por Javier Daulte. Es una obra contada a partir de tres voces en off que se entrecruzan para ir mostrando lo que piensan los tres jóvenes protagonistas acerca de lo que les ocurre. Por Andrés Manrique para ANRed.


“Porque no está el amado en el amante

ni el amante reposa en el amado,”

Leopoldo Marechal

El amor no es un sustantivo. No es una persecución ni un santuario. No es algo que se encuentre. Nada tiene que ver con el control ni con los celos ni con el engaño, aunque lo confundamos con emociones que se alimentan de heridas mal curadas. El amor no es un retorno, es una energía que va de cuerpo en cuerpo.

Sofía y Alfonso salen hace cinco años y pareciera que ya no se tienen demasiadas ganas. Alfonso lo denuncia en la decisión de empezar a verse con Lucrecia. Su pareja se entera del encuentro clandestino por accidente y los sigue. La pulsión de muerte de Sofía, la despechada, hará que la historia avance. Acciones y reacciones de los tres tejerán una clásica comedia de enredos. La escena en el taxi será una de las mejores. Las interpretaciones y muchas líneas de diálogo trabarán sentido en la conformación de los personajes. La escena entre Sofía y Lucrecia, en casa de esta última, tiene un humor y una ternura suaves que querríamos ver desparramadas por toda la obra. Algunos detalles propios de la vida cotidiana enriquecerán el trabajo de la actriz, Marina Pacheco, en una actuación precisa en la cual cada gesto y entonación encuentran el momento y la forma justa para darle a su personaje el tono necesario.

La obra está contada, de punta a punta, por las voces de los tres personajes en off. La voz en off implica un saber omnisciente; o es la que sabe más y cuenta desde afuera lo que ocurrió o lo que va a ocurrir. ¿Pero qué pasa si todos los personajes están construidos por y desde esta voz que sabe tanto? ¿Qué hueco le queda al espectador para poder asomarse y redescubrir? Esta voz funciona en los pasajes en los que el monólogo interior está bien delimitado, o cuando la voz en off toma un distanciamiento crítico, a través de la ironía, respecto de lo que cada personaje omite o hace. Pero falla cuando se mezcla con el monólogo interior que queda en el lugar de comentarista de lo que va ocurriendo. Cuando la voz en off se traga al monólogo, en los momentos donde dejan de diferenciarse estos dos puntos de vista narrativos, el dispositivo trabaja contra sí mismo en un círculo de anulación por síntesis.

Si fueran tres monólogos interiores habría polifonía, pero lo que hay más bien es una egotonía (si la palabra cabe), porque cada personaje del laberinto es objeto de una voz que funciona como esfera autónoma. La evidencia es mostración directa. El secreto se sostiene poco, el deseo se convierte en calabaza de piedra rellena de papel picado; y el espectador se queda, por momentos, como un arquetipo que presencia sin escena.

No se espoilea lo que no es un misterio. En Laberinto al varón le tocará ser el puente para el encuentro de lo que acaso llevaría a un descubrimiento que la obra va a abandonar con un final que deja los vínculos sostenidos con pinzas de espuma. Los accidentes producirán puntos de giro en la trama. Se dirá más de lo necesario y las palabras aplanarán toda posibilidad de trabar sentido más allá de lo enunciado. Pero estos puntos débiles, serán un hallazgo cuando entendamos que los personajes del laberinto no son sino funciones-objeto de lo que el sujeto en off pronuncia.

Hoy no es posible ir a ver esta obra sin pensar en otros también mal llamados triángulos amorosos, sobre todo en el que anda dando vueltas las últimas semanas por medios y redes de comunicación. El triángulo es una figura geométrica cuya base apoya en el horizonte y señala las tres dimensiones. El número tres, culturalmente, remite a un orden, a una cosmovisión que reúne el plano terrenal -horizontal- con la esfera celestial -el vértice que apunta hacia arriba-. Simbólicamente representa la unión común de una fuerza que tiene cada cual pero que no es de nadie.

Si la voz en off trabaja como fuerza común, el procedimiento puede funcionar. La idea de una segunda parte de Laberinto podría surgir para contarnos cómo crece la relación entre las chicas y cuánta apertura queda, si alguna, para que el triángulo se constituya. En ese caso, podríamos pasar de pantalla para seguir pensando vínculos un poco menos normativos.

La puesta en escena, iluminada con el neón de moda en los ochenta, reforzada por canciones de esa década, construirá un verosímil fresco; un cuadro más cercano a un tiempo que no termina de quedar atrás, que sigue sonando y metiendo mano en los vínculos más jóvenes. Estas secuelas de amor romántico no llegarán a ser trastrocadas por el humor, pero le dan al trabajo una honestidad que nos vuelve cómplices cada vez que entramos en relaciones amorosas que no nos animamos a revisar.

FICHA TÉCNICA

Dramaturgia: Julieta Timossi

Actúan: María Belén Carluccio, Marina Pacheco, Pablo Pandolfi

Diseño de Sonido: Federico Marino

Video: Pablo Pandolfi

Fotografía: Ivonne Küber

Diseño gráfico: Ivonne Küber

Prensa: Carolina Mazzaferro

Asistencia de dirección: Lali Fischer

Producción ejecutiva: Lali Fischer

Dirección: Julieta Timossi

Viernes 21.30hsMoscú Teatro – Ramírez de Velasco 535 (CABA)

Entradas $600 / $450 / $300



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