11/09/2021

Volver a sentir el cine: «Una casa lejos»

Por la pandemia por Covid-19, los cines estuvieron meses y meses cerrados. Su reapertura permitió reencontrarse con diversos sentimientos. La película elegida por la autora de esta nota es Una casa lejos, de Mayra Bottero, que se presenta hasta el 15 de septiembre en el Cine Gaumont, Ciudad de Buenos Aires. “El embrujo era total. No había celulares que sonaran, no había publicidades en el medio que me vendieran algún servicio prescindible. No sentía la silla en que estaba sentada, ni había ningún ruido que me desconectara de esa realidad, tan posible, tan humana, tan sensorial. No quería que la película terminara, quería que ese transcurrir de pura vida continuara”. Por Carina Batagelj para ANRed.


Ya en el viaje en subte estaba preocupada, pensando si había sido una buena idea jugármela e ir al centro. Mucha gente, muy cerca. Me agarró una especie de fobia con esta pandemia. En un momento tuve que levantarme y buscar un lugar en el vagón con un poco más de distancia. A veces pareciera que la gente tiende a ir donde ya hay gente, bajarse el barbijo, cerrar las ventanas. Pareciera que la pandemia terminó, que ya todo volvió a ser como antes, no hay una transición hacia “la normalidad”. Bares atestados, gente sin barbijo, quiero gritar que se dejen de joder y que el mundo ya no es el mismo, que hay gente que murió por algo que otros niegan, pero temo ser tildada de pesimista.

Bajé en Corrientes y Callao y se mostró una ciudad casi desconocida para mí. Entre los cambios producidos en los últimos años, donde ya no permanece casi nada de mi adolescencia, y en este último año y medio, con otros cambios (ver el Hotel Bauen cerrado produce una inmensa tristeza), poca afectividad me genera esa arteria que fue casi mi segundo hogar, por el colegio secundario y por las miles de marchas en las que estuve. Llegar al cine me reconfortó un poco. Ya hace un tiempo, después de muchas postergaciones por la pandemia, se estrenó “Una casa lejos”, pero no me había animado a verla. Ahora, ya con la segunda dosis y con un panorama sanitario un poco mejor, me animaba a entrar a un lugar con otra gente y compartir un tiempo largo con ellas.

Desde que empezó, solo tuve cabeza y corazón para Graciela, Rodo y Sabrina, los protagonistas de la película. Un sentimiento tan total como hacía mucho que no tenía. ¿Hace cuánto que no iba al cine? Antes de la pandemia ya. Y de pronto me sentía inundada por muchos sentimientos. El embrujo era total. No había celulares que sonaran, no había publicidades en el medio que me vendieran algún servicio prescindible que seguramente se volverá imprescindible en breve. No había ganas de ir al baño, ni pausar la peli para ir a comer algo o pasear al perro. Solo los sentimientos de Graciela y sus contradicciones, la bondad y la vejez de Rodo, la desprotección y la huida hacia la nada de Sabrina, me inundaban por completo. No sentía la silla en que estaba sentada, ni había ningún ruido que me desconectara de esa realidad, tan posible, tan humana, tan sensorial. No quería que la película terminara, quería que ese transcurrir de pura vida continuara.

Sonaron los aplausos y todos nos quedamos para ver el último título, nombres conocidos en los agradecimientos, en las locaciones, en los vehículos usados para hacer la peli. Cuesta mucho hacer una película independiente de las grandes productoras, el financiamiento es muy poco y ahora está en peligro. Casas pedidas, autos prestados, horas restadas al sueño y a la familia solo para contar una historia que no podés no contar, que necesitas concretarla en imagen y sonido para compartirla, que ya no podés tenerla en la cabeza. Una historia que seguro ha pasado, o parecida, o algún apunte de una realidad te dio ese empujón para seguir escribiendo lo demás. Y es catártico para todos, para el equipo que la escribe, la realiza, los actores y el público que la recibe, porque vemos apuntes de eso en la calle. En la vida cotidiana, en el tren, en el subte, en alguna calle oscura. En las reuniones de consorcio, en ese mirar a vidas ajenas solo protestando o quejándose por alguna conducta que les parece reprochable. Sin poner el cuerpo, la vida es más fácil y menos doliente, pero claramente hay una parte de vida que te perdés, una parte de nuestra especie que no se vive con intensidad.

Salí aturdida del cine, llena de sentimientos. Les agradecí a la productora y a la directora por haber hecho esa película, y me comporté casi como una cholula con la actriz. ¿Cómo agradecerles haberme vuelto a una vida llena de sentido y sentimientos por unos minutos, en medio de una época en donde solo vale el consumo y el dinero? ¿Cómo agradecerles haberme dado, por unos minutos, una experiencia puramente analógica y humana? ¿Cómo agradecer que el cine exista aún y nos dé esos oasis, esos descansos en medio de nuestro trajinar desbocado, acelerado, hacia no sé dónde?



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