16/08/2021

Claves para pensar el conflicto en Afganistán

Imagen: Izquierda – Funcionarios de la embajada estadounidense intentan abandonar Saigón en 1975. Derecha – Ciudadanos afganos intentan abandonar Kabul en agosto de 2021.

En las últimas horas las primeras planas de los diarios se cubrieron con la noticia de que los talibanes se hicieron con el control de Kabul. De la escalada talibán en Afganistán surgen varios interrogantes. En primer lugar, si los Estados Unidos y la coalición invasora de la OTAN cumplieron sus objetivos. Luego, cómo pudo pasar lo que pasó tras 20 años de presencia ininterrumpida de la coalición militar en el terreno y, más allá del obvio retiro de las tropas extranjeras como condición de posibilidad de la victoria talibán, cómo se fortalecieron los talibanes al punto de lograr un rápido dominio territorial en unas pocas semanas. Por último pero no menos importante, el signo la derrota de las políticas que intentó implementar Estados Unidos, ¿puede interpretarse como algo progresivo en un régimen que lleva adelante una guerra contra las mujeres? Por Matías Cervilla para ANRed.


El avance talibán causó sorpresa y estupor en el mundo, no sólo por el recuerdo del pasado, sino por la velocidad con la que en unas pocas semanas pasaron de controlar algunas ciudades a tener el dominio sobre el total de las capitales afganas. Es una derrota de los objetivos de los Estados Unidos y al mismo tiempo el cuadro no es en nada progresivo. Las imágenes del aeropuerto de la capital afgana atestado de gente que busca desesperadamente una salida del país recorren los medios de todo el mundo. Esta situación de crisis y desesperación en la huida del país ha recibido la denominación de “momento Saigón”, rememorando la evacuación de la antigua capital de Vietnam del Sur (hoy renombrada a Ciudad Ho Chi Minh) tras la victoria del Frente Nacional de Liberación de Vietnam y las Fuerzas Armadas de la República Democrática de Vietnam en 1975. El paralelismo es tal que en un discurso brindado en la Casa Blanca, el presidente estadounidense Joe Biden comparó el retiro de tropas con aquella retirada estadounidense. Lo cierto es que este grupo de personas desesperado por salir da cuenta de que al menos hay dos sectores de la población con intereses contrapuestos. Pero es mucho más complejo.

Pasaron casi 20 años de la invasión de Afganistán por parte de la coalición internacional de la OTAN liderada por los Estados Unidos que en 2001 removió al gobierno talibán del poder político y no es un hecho menor que, no bien retirada la presencia militar internacional, estos hayan retomado el control del país en tiempo récord. Al igual que Inglaterra y la URSS, los Estados Unidos no pudieron cumplir con sus objetivos militares y políticos en Afganistán. Este país, desde la invasión de la URSS en 1979, pasando por las guerras civiles y la invasión de la OTAN, lleva 42 años de conflictos sin pausa. En cualquier caso, el escenario se abre a la reflexión crítica sobre el momento al que estamos asistiendo.

La derrota estadounidense

Las primeras reflexiones hacen imposible esquivar la idea de derrota norteamericana ante el fracaso de los objetivos manifiestos de la invasión estadounidense centrados en la remoción de los talibanes y la exportación de la democracia liberal o el aumento de la seguridad mundial. La invasión a Afganistán tuvo al atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001 como una suerte de Pearl Harbor, el casus belli que -durante el gobierno de George W. Bush y los neoconsevadores del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano- dio el pretexto para la acción bélica de la operación denominada “Enduring Freedom” (Libertad Duradera) en el marco de la llamada Guerra Contra el Terrorismo. El objetivo militar era la captura de Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda, organización que reivindicó los atentados en Nueva York, así como la sustitución del régimen de los talibanes por una democracia liberal.

Por supuesto, de la misma manera que la posterior invasión a Irak no tuvo como objetivo evitar el uso de las inexistentes “armas de destrucción masiva”, la invasión a Afganistán tenía objetivos latentes mucho más ligados a la geoestratégia, los recursos naturales y la posición estratégica del país en el mapa de Medio Oriente, especialmente luego de la gravitación de la Organización para la Cooperación de Shanghái, liderada por China y Rusia, que a la captura de Bin Laden y la promoción de la democracia por medio de las bombas. De hecho, la captura y muerte de Bin Laden en 2011 (que no estaba en Afganistán, sino en Pakistán) no implicó la retirada de tropas invasoras, sino que pasó como un dato de color.

Mientras tanto, durante el gobierno de Barack Obama si bien hubo inicialmente un aumento de tropas, la invasión a gran escala iba siendo sustituida por el uso de la tecnología que buscaba minimizar las bajas estadounidenses por medio de ataques con drones bombarderos. Con la crisis económica mundial que afectó profundamente a la economía estadounidense, la impopularidad del gasto militar en esa guerra tuvo su pináculo durante el gobierno de Donald Trump, cuando la estrategia en Medio Oriente perdió gravitación y el gobierno norteamericano enfocó su mira hacia la guerra comercial con la República Popular China, que, como bien describe Gabriel Merino en un artículo de El País Digital, ganó la pulseada estratégica en la región.

Recientemente durante la administración de Joe Biden las tropas invasoras de Estados Unidos se retiran de Afganistán luego de 20 años de presencia. El foco de Biden legitima la mirada de Trump de “America First” y honra sus pactos; está puesto en dejar de invertir inmensas sumas de dinero estadounidense en un conflicto que le es ajeno. No obstante, Biden advirtió que, en el caso de que los talibanes lleguen a afectar los intereses de EEUU, habrá una respuesta militar “rápida y contundente”. Hace unas pocas horas el mandatario dio un discurso en el que hizo una defensa cerrada de la decisión de retirar las tropas ante un conflicto sin final y comparó la situación con Vietnam.

Para acompañar la salida de diplomáticos y refugiados de la embajada norteamericana en Kabul, Biden envió a 5.000 militares. El domingo, ante la inminencia del ingreso de los talibanes a la capital, el presidente Ashraf Ghani abandonó el territorio afgano.

El saldo de 20 años de esa aventura geopolítica para el pueblo afgano es de cerca de 250.000 muertos, y más de un millón de desplazados y un país en ruinas en gran medida dependiente de la ayuda económica extranjera.

¿Cómo pudo pasar esto?

Luego de estas primeras reflexiones sobre la derrota estadounidense vienen las preguntas inmediatas acerca de las causas que llevaron a esta toma del país por los talibanes tras casi 20 años de presencia de la coalición internacional de la OTAN liderada por los Estados Unidos que llegó entre otras razones para sacarlos del poder.

En un muy interesante artículo de The Political Room, el analista español Yago Rodríguez analiza las causas de la victoria talibán. Entre otros, menciona cuatro factores principales. La capacidad para atraer a las minorías (antes los talibanes eran principalmente de la etnia pashtún, luego integraron a los tayikos, otrora en la Alianza del Norte, de signo anti talibán); los servicios de administración civil prestados por los talibanes; la mala gestión del gobierno afgano; y el fin del apoyo militar occidental. El analista afirma que la presencia talibán nunca se fue del país y que la realidad social sigue siendo tan conservadora como hace 20 años. De hecho, entre 2001 y 2004 los talibanes tuvieron una retirada estratégica. A partir de 2004 comenzaron a avanzar lenta pero continuamente y ya en 2008 casi no había regiones sin combatientes contra la OTAN.

Por otro lado, es difícil explicar el éxito militar y político de los talibanes sin su inserción entre la población mas joven. Afganistán es un país con una mayoría joven, de hecho el 44% de la población nació después de la invasión estadounidense en 2001. Por lo tanto, gran parte de los talibanes es parte de esta nueva generación. Por supuesto que no hay que descartar la violencia de los invasores y los ataques a población civil como factor de cohesión social ante los extranjeros y el gobierno que los sostiene. Al mismo tiempo, Rodríguez afirma que la población se ubica principalmente en zonas rurales, algunas de ellas dominadas por el cultivo de opiáceos. El gobierno de Afganistán es más fuerte en sectores urbanos que en los rurales y las mejoras se centran en los primeros, que pese a un mejor nivel económico cuentan con un menor porcentaje de la población que los rurales donde los talibanes gozan de un mayor apoyo social. Es por estos factores que la retirada de las tropas invasoras tuvo como resultado inmediato la recuperación del poder por los talibanes.

El carácter regresivo de los talibanes

El otro gran interrogante es acerca del signo de esta reciente victoria talibán sobre el gobierno afgano y los invasores extranjeros. Incluso en el caso de que los talibanes puedan haber infligido una dura derrota al gobierno y a los intereses estadounidenses de estabilidad en la región (para lo que hay que considerar la propia decisión de la administración Biden de retirar sus tropas), es indudable que no se trata de un cambio progresivo y una interpretación anti imperialista de «suma cero», es decir la idea mecánica de que lo malo para Estados Unidos es necesariamente bueno para los pueblos oprimidos, nos llevaría a un error.

En una nota de Salvador Soler y Omar Floyd para La Izquierda Diario se describe muy bien el origen histórico y político de los talibanes. Desde los muyahidines (“guerrilleros islámicos”) que fueron financiados por los Estados Unidos como “afghan freedom fighters” (ver imagen abajo) para enfrentar la invasión soviética en 1979, pasando por la formación de los talibanes en Kandahar en 1994, en el contexto de guerras intertribales y los atentados del 11 de septiembre de 2001, los autores describen a los talibanes como «una fuerza oscurantista religiosa y anti-moderna».

Otro artículo que vale la pena leer es el de Víctor de Currea-Lugo, quien, con un acercamiento desde el humanitarismo a la cuestión, afirma que «los talibán son un grupo de grupos variados, como los piratas de Somalia o los rebeldes de Chechenia. Eso me explicaban en Afganistán los locales: los talibán son tan diversos que en algunas regiones patrullan junto con el ejército afgano; en muchas zonas imparten justicia y en otras cultivan opio», lo cual les otorga un carácter más complejo y heterogéneo. Pero, sean un grupo, o un grupo de grupos, en ningún caso se los pinta una fuerza progresista.

Imagen: Poster de propaganda estadounidense para la recaudación de fondos para financiar a los muyahidines afganos en contra de la URSS.

 

Un régimen en guerra contra las mujeres

Durante su gobierno la fuerza política y religiosa impuso la sharia, la “ley islámica”, en su versión más ortodoxa, la de la doctrina wahabí de los saudíes de las madrazas, escuelas islámicas de Pakistán. El cuerpo jurídico talibán impone la prohibición de comportamientos que se consideran no islámicos, donde el divorcio con lo que entendemos por Derechos Humanos es total. De esta manera promueven una serie de prohibiciones que someten a las mujeres de una forma brutal que no admite particularismos culturales.

Una de las imposiciones más conocidas a las mujeres es la del uso de la burka, una vestimenta cubre el cuerpo y la cara por completo, de pies a cabeza. Pero además, se prohíbe que las mujeres usen cosméticos, que exhiban sus tobillos, circulen sin compañía masculina de un mahram (acompañante legal masculino, normalmente un familiar varón), que rían en voz alta (ningún varón debe oír la voz de una mujer), usar zapatos que hagan ruido al caminar, usar colores vistosos o sexualmente atractivos (¿?), lavar ropa en los ríos o plazas públicas, asomarse a los balcones de sus casas. También se prohibe a los sastres tomar medidas a las mujeres y coser ropa femenina, y tampoco se permite a las mujeres compartir un colectivo con hombres (los hay exclusivos para cada género). Por último, también está prohibido tanto fotografiar y filmar como publicar imágenes de mujeres en revistas, libros, o en forma de posters. La transgresión de estas normas está penada con medidas que van desde los latigazos, golpes e insultos hasta la muerte por lapidación.

Pero estas medidas que impulsan los talibanes no están exentas de resistencia. Diversas agrupaciones de mujeres como la RAWA (siglas para Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán) fundada en 1977 dan pelea contra estas imposiciones y han criticado de igual manera a los muyahidín, luego a los talibán, y posteriormente a la invasión de la OTAN y sus bombardeos de civiles, así como también al gobierno afgano.

Según muestra una nota de The Guardian, en las regiones centro y norte del país distintos grupos de mujeres se alzaron contra los talibanes mostrándose públicamente con armas de fuego para exhortar a la población a resistir. «Hubo algunas mujeres que solo querían inspirar a las fuerzas de seguridad, solo simbólicamente, pero muchas más estaban listas para ir a los campos de batalla», declaró a The Guardian Halima Parastish, la responsable de la Dirección de la Mujer de la provincia de Gaur. Y agregó que ellas cuentan con una ventaja sobre los hombres para enfrentar a los talibanes: “Tienen miedo de que los matemos, lo consideran vergonzoso”.

Perspectivas

Con la toma de Kabul por parte de los talibanes se rinde ante la evidencia histórica un ciclo de fracasos occidentales. Tras más de 20 años los Estados Unidos nunca pudieron decir “Mission Accomplished” como hiciera prematuramente George W. Bush en Irak. El regreso de los talibanes deja a Afganistán en la situación que se encontraba en 2001, pero con dos décadas más de bombardeos, violaciones a los derechos humanos y una población urbana que a juzgar por las imágenes de desesperación en los aeropuertos no parece haber dado apoyo popular a esa victoria militar. Las perspectivas de futuro van desde un gobierno unificado bajo la terrible ley islámica que somete a las mujeres a un régimen de terror, hasta una guerra civil entre etnias, señores de la guerra y facciones por el control territorial. Los invasores de la OTAN dejaron un tendal de muertos, heridos, desplazados, invirtieron miles de millones de dólares, en parte indirectamente retransferidos al complejo industrial-militar estadounidense y no cumplieron ni uno de sus objetivos y para colmo se vieron doblegados ante el crecimiento de China en la región.

Hoy Afganistán no es ni más seguro, ni más democrático y ni siquiera más “moderno”. Por lo pronto el “momento Saigón” carece del poder popular y emancipatorio que tuvo esa revolución vietnamita. En Afganistán no hay victoria popular ni progreso antimperialista que festejar.

 



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