15/08/2021

El triunfo de los talibanes y el momento Saigón de los Estados Unidos en Afganistán

Fuente: Rahmat Gul / AP

A 20 años de la caída de las Torres Gemelas y la invasión de Estados Unidos en Afganistán para derrocar a los talibanes, con la débil excusa de que estos protegían al terrorismo internacional, el país se encuentra paradójicamente en la situación opuesta. Por Salvador Soler y Omar Floyd para La Izquierda Diario.


El trágico colapso del Estado afgano se vuelve inminente a medida que los talibanes avanzan sobre gran parte del país a una velocidad inimaginable. Ya controlan más territorio que en cualquier otro momento desde que fuera derrocado el Emirato Islámico de Afganistán (instaurado por los talibán) en 2001 por la Operación Libertad Duradera dirigida por Estados Unidos junto a la OTAN y sus aliados locales de la Alianza del Norte.

El dominio talibán y otros grupos insurgentes islámicos desde que comenzaron su ofensiva hace 2 meses, alcanza a más de 200 distritos de los 410, logrando conquistar 21 capitales provinciales de 34 en todo Afganistán. Durante el 2021 murieron y fueron heridas al menos 5500 personas (con una mayoría de mujeres y niños) y 500 mil personas fueron desplazadas de sus hogares según la Misión de Naciones Unidas para Afganistán (UNAMA ).

La clave fue la retirada casi unilateral, de EE. UU. del teatro de operaciones que deja atrás un Gobierno débil carente de legitimidad y dividido entre el Presidente Ghani, el Vicepresidente con funciones ejecutivas Abdulah Abdulah y los todavía influyentes Señores de la Guerra, la mayoría acusados por crímenes de lesa humanidad, como el ex vicepresidente Abdul Rashid Dostum; alrededor de 250,000 muertos entre civiles, soldados y combatientes talibanes; un país devastado cuyo Gobierno depende en un 75% del apoyo internacional según el Banco Mundial; mientras que el país se hunde nuevamente en una probable guerra civil.

Para Estados Unidos, luego de 20 años de ocupación militar, la evacuación de Afganistán marca el bis vietnamita, o el momento Saigón de la retirada: otra guerra que profundiza la decadencia hegemónica relativa del imperio estadounidense, el fracaso de su política de intervención militar, cambios de régimen y la propaganda (e imposición) del Siglo Americano. Una geo-estrategia pensada por los neo conservadores para el re-diseño regional de Asia central y Medio Oriente (como continuaron luego con la invasión a Irak) destinada a evitar el ascenso que marcaba la fundación de la Organización de Cooperación de Shangai pocos meses antes de la caída de las Torres Gemelas el 11-S y la invasión de Afganistán. De esta manera Afganistán volvía en su historia a ser un país clave en la carrera por el control de Asia Central.

La avanzada talibán

En febrero de 2020 se abrieron negociaciones y firmaron acuerdos muy escuetos en Doha (Emiratos Árabes) entre diplomáticos norteamericanos y la delegación talibán encabezada por el Mullah Abdul Ghani Baradar, planteando tres ejes para cumplir en un plazo de algunos meses en función de los intereses del entonces Presidente Donald Trump y excluyendo al Gobierno afgano de Ashraf Ghani.

Una delegación encabezada por el Vicepresidente Abdulah Abdulah – cabeza de un supuesto «Consejo de Reconciliación Nacional», que aparentemente es solo un sello de goma- incorporó en las últimas semanas al Gobierno Civil afgano a una nueva ronda de negociaciones en Doha, con la intención de negociar una retirada «ordenada» del Ejército Nacional Afgano y sus Fuerzas de Seguridad. No se sabe hasta qué punto hay acuerdo con Ghani, su archienemigo dentro de la interna de Kabul. La debilidad de Kabul hace pensar que las condiciones de la negociación se mantienen en las líneas marcadas en febrero de 2020: los talibán no darían apoyo a otros grupos yihadistas (Al Qaeda, Estado Islámico Khorasan), se avanzaría en negociaciones de paz con el gobierno oficial y se pondrá un plazo de retirada de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN sin sufrir ataques. Mientras que los talibanes recibieron a cambio la liberación de miles de presos.

Las negociaciones no pueden salir de las relaciones de fuerza impuestas en el territorio, por lo cual la nueva administración de Joe Bien modificó los cronogramas establecidos el año pasado, y anunció de forma unilateral su retirada de la guerra más impopular de su historia para el 11 de septiembre de este año, para coincidir con el aniversario del ataque a las Torres Gemelas, agregando simbolismo y épica a lo que a todas luces es una derrota. Mientras que las negociaciones del alto mando talibán se comprometen en una hoja de ruta “responsable” que respete los derechos básicos de las poblaciones, en el teatro de operaciones llegan miles de denuncias de abusos y violencia. Esto muestra que en los hechos que, o la cúpula talibán no se articula con el cuerpo de sus fuerzas (compuestas por líderes tribales con intereses propios) o las negociaciones son un manto para ganar tiempo en el territorio.

A medida que las tropas estadounidenses abandonan el país, incluyendo la emblemática base de Bagram, los talibán ganan terreno en muchas provincias: ya controlan 21 capitales provinciales de 34 con una fuerza que se estima en 100,000 combatientes. La mayoría conquistadas sin resistencia, por un lado porque las fuerzas gubernamentales están en retirada, se repliegan, desertan o se unen a las divisiones de los muyahidines en un proceso inverso a los enfrentamientos librados en el 2001 cuando los talibanes se cambiaban de bando; por otro, porque ante la debilidad del Ejército Nacional Afgano, los ancianos de los poblados intervienen para evitar matanzas y mayor violencia. Las poblaciones más comprometidas con la ocupación huyen a precarios campos de refugiados, en los que se cuentan cerca de 300.000 personas.

Los talibanes desde 2014 se hicieron fuertes en el norte del país (antiguo bastión de la llamada Alianza del Norte, coalición anti Talibán que resistió su dominio entre 1994 y 2001) y desde allí se extendieron al centro y al sur, estableciendo pacientemente un cerco cada vez más estrecho sobre Kabul. Las últimas ciudades conquistadas por los talibanes son Kandahar – segunda ciudad más grande del país, donde en 1994 nació el movimiento Talibán-, Herat, Lashkar Gah, Ghazni y Pul-e-Alam, a solo 150 km de la capital. Los combatientes talibanes han conquistado recientemente el enclave anti-talibán norteño de Mazar-i-Sharif, ciudad cuya organización militar es dirigida por el veterano Señor de la Guerra uzbeko Dostum (ex líder de la Alianza del Norte) y su ejército personal.

Las conquistas aplastantes de los talibanes en las ciudades del norte, habitadas por tayikos y uzbekos y antiguos puntos de apoyo para la invasión norteamericana en 2001, dan cuenta de una novedad inquietante. La estrategia talibán en sus ofensivas hacia centros urbanos (muchos de más de un millón de habitantes), se ha centrado en gran medida en obtener primero el control de las áreas rurales antes de rodear sus capitales, al tiempo que aseguran ciudades y cruces fronterizos estratégicos. De esta manera a nivel nacional han logrado cortar gran parte de las líneas de suministros de la capital haciendo de su caída cuestión de semanas.

¿Retirada de Estados Unidos y la OTAN?

Desde que Estados Unidos puso su primer bota en Afganistán coronó su declive hegemónico. Es interesante observar los vaivenes de las administraciones estadounidenses, que no solo responden a su visión de creerse el “centro del mundo libre” sino que responden a las necesidades de la política interna norteamericana. Tal fue así como la incursión en Abbottabad, Pakistán, para capturar al entonces líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden.

Biden está dando continuidad a la retirada iniciada por Trump dando por perdida la pelea por Afganistán, para centrar recursos en el “pivote a Asia” iniciado por Obama. Sin embargo, Estados Unidos, luego de bombardear posiciones talibanas en los últimos días, enviará 3.000 soldados (al cierre de este artículo anunciaba 1,000 soldados más para formar una fuerza de 5,000 ) para asegurar el aeropuerto internacional de Kabul y organizará la evacuación para el personal de la embajada estadounidense, sin dar asilo a miles de afganos que intentan escapar del país.

Pero cuando se le preguntó a John Kirby, el vocero del Pentágono, por qué se enviaban tantas tropas, respondió que era una medida de «preparación prudente» y agregó: «Queremos asegurarnos de que tenemos suficientes tropas disponibles para adaptarnos a cualquier contingencia».

El anuncio del despliegue se produjo el mismo día en que los talibanes capturaron la ciudad de Ghazni, lo que llevó al grupo a 150 kilómetros de Kabul. Mientras las potencias occidentales hacen fila para irse, es difícil exagerar la tragedia de una situación en la que miles han muerto, millones se han convertido en refugiados y se han quemado billones de dólares en recursos solo para que Afganistán paradójicamente termine donde comenzó hace 20 años.

Estos re-despliegues de tropas parecen buscar evitar las imágenes del 30 de abril de 1975 durante la caída Saigón, nombre de la capital del sur de Vietnam en ese entonces. La caída de Kabul está cada vez más cerca y Estados Unidos intenta defender a sus diplomáticos e información sensible.

El surgimiento de los talibán y las áreas de influencia

En primer lugar, Afganistán está ubicada en un lugar estratégico de Asia Central, es denominada como un “estado pivote”, que podría permitir controlar el flujo de los recursos naturales de la región que es rica en petróleo, gas y minerales. Por eso ha sido anhelada por varios imperios a lo largo de la historia, a los cuales los pueblos que habitaban la región de Afganistán repelieron en varias oportunidades

Como explica Gabriel Merino, sociólogo e investigador del CONICET, Afganistán es un estado tapón surgido en el Gran Juego del siglo XIX entre el imperio británico y sus posesiones coloniales en la India que procuraba hacer avanzar hacia el norte hasta Asia Central y el imperio Ruso que buscaba una salida hacia el océano Índico. Ese choque fue decisivo en la delimitación de sus fronteras. A lo largo del siglo XX, el país estuvo en una encrucijada entre los intereses de potencias regionales como la URSS, Pakistán y China, provocando constante inestabilidad, modernizaciones frustradas y cambios de régimen político.

Hacia 1978 se estableció una República Popular pro-soviética que intentó imponer una nueva estructura político social – que si bien desarrolló el país en varios aspectos como la salud, la agricultura, la Industria y la educación– subestimó la importancia de los intereses tribales y las tradiciones religiosas de los pueblos que allí habitan. Esto dio como resultado levantamientos contra el gobierno pro-soviético, que rápidamente llevaron a un intervención de la URSS para evitar el colapso del estado afgano, tratando de evitar la emergencia de tendencias similares en el centro de Asia y reafirmando su rol como potencia regional en un contexto en el que era previsible una intervención norteamericana en la, fronteriza y recién nacida, República Islámica de Irán luego de un levantamiento que volteó a la monarquía pro-occidental del Sha Reza Pahlavi.

La ocupación le brindó a los muyahidines (“guerrilleros islámicos”), como dice Ezequiel Kopel «una narrativa de resistencia piadosa casi soñada (…) El yihadismo afgano se potenció bajo la narrativa del enfrentamiento contra los extranjeros invasores, pero también es el hijo bastardo de disfuncionalidades y divisiones propias de esas sociedades.»

La República Islámica de Irán y su líder el clérigo chiíta Rouholla Jomeini cambiaron el paradigma dentro del Islam, radicalizando posturas entre las tendencias rigoristas sunnitas como el wahabismo, dominante en Arabia Saudita, que buscaban recuperar la iniciativa y contrarrestar la influencia persa. La Monarquía saudí financió centros de estudios islámicos en Pakistán, Egipto y otros países de la región. De allí nacen los primeros muyahidines que combatieron a la URSS en Afganistán (1979-1989) con el respaldo de la CIA y su contraparte paquistaní, la Dirección de Inteligencia Interservicios (ISI), además de tropas chinas para las que era clave contrarrestar la influencia de la URSS en el centro de Asia y numerosos mercenarios y fanáticos religiosos provenientes de todo el mundo islámico.

Los talibán se formaron en 1994 tras la retirada soviética (1989) y la expulsión de lo que quedaba del gobierno laico (1992). Eran una facción ultra ortodoxa de los muyahidines liderada por el clérigo Mullah Omar. A ellos se unieron jóvenes de tribus pastunes que estudiaron en madrazas o seminarios pakistaníes financiados en su mayoría por Arabia Saudita; taliban es pastún significa «estudiantes». Los pastunes comprenden una mayoría en Afganistán y son el grupo étnico predominante en gran parte del sur y este del país, también son un grupo importante en el norte y el oeste de Pakistán. En este sentido podemos definir a los talibán como un movimiento nacionalista étnico-eligioso, decidido a reconstruir un Afganistán de un pasado percibido como fuerte, e integrado en patrones de poder y comercio regionales limitados, así como capaz de defender sus propios intereses localizados espacialmente.

Imágenes de la guerra soviético-afgana de 1979-1989.

El movimiento atrajo cierto apoyo popular en la era post-soviética al prometer la estabilidad y el estado de derecho después de cuatro años de conflicto (1992-1996) entre grupos rivales de muyahidines. Entraron en Kandahar en noviembre de 1994 para pacificar la ciudad sureña asolada por combates y, en septiembre de 1996, tomaron la capital, Kabul. Ese año, los talibanes declararon a Afganistán un emirato islámico que llegó a se reconocido por Pakistán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, y estaban en conversaciones con otros países (incluida China). El régimen controlaba alrededor del 90 % del país antes de su derrocamiento en 2001.

Los talibanes impusieron un tipo de justicia severo al consolidar el control territorial. La jurisprudencia de los talibanes se extrajo del código tribal preislámico de los pastunes y de las interpretaciones de la sharia alimentada por las doctrinas wahabíes de los saudíes de las madrazas. El régimen descuidó los servicios sociales y otras funciones estatales básicas, incluso impuso prohibiciones sobre comportamientos que los talibanes consideraban no islámicos. Se requería que las mujeres usaran el burka de pies a cabeza; la música y televisión fueron prohibidas; y cualquier hombre cuya barba se la consideraba demasiado corta sería encarcelado.

Desde que Estados Unidos entró en Afganistán con la dudosa excusa de desmantelar las redes del terrorismo internacional, el grupo ha resistido operaciones de contrainsurgencia de la alianza militar más poderosa del mundo, la OTAN, y tres administraciones estadounidenses y una ocupación militar que alcanzó los 130 mil soldados en 2011.

La Asia Foundation, descubrió en 2009 que la mitad de los afganos, en su mayoría pastunes y afganos rurales, simpatizaban con los grupos armados de oposición al gobierno, principalmente los talibanes. El apoyo afgano a los talibanes y los grupos aliados se debió al fracaso de las instituciones estatales establecidas con apoyo imperialista.

Pero en 2019, una respuesta a la misma encuesta encontró que solo el 13,4 % de los afganos simpatizaba con los talibanes. Cuando las conversaciones de paz intraafganas se estancaron a principios de 2021, una abrumadora mayoría de los encuestados dijo que era importante proteger los derechos de las mujeres, la libertad de expresión y la constitución actual que está basada en una República Islámica pero que permite varios derechos sociales y políticos. Lo cuál, muestra que es probable que el gobierno talibán carezca de legitimidad en los territorios que ocupen.

¿La nueva carrera por Asia Central?

El avance acelerado de los talibanes tras la retirada de las fuerzas estadounidense alertó tanto Pekín como Moscú, que han tenido que establecer contacto con los islamistas para llegar a acuerdos básicos de coexistencia y seguridad en sus fronteras. En el caso de China también se mencionó su interés en pacificar el país e integrarlo a la Inciativa de la Franja y la Ruta e incluso a la Organización de Coorperación de Shangai. En ese sentido Rusia y China realizaron hace poco ejercicios militares conjuntos en Ningxia, provincia occidental de China cercana a Gansu y Xinjiang, está última frontera con los países de Asia Central y residencia de más de 1 millón de musulmanes uigures, con miles de encarcelados en campos de concentración y potencialmente radicalizados por la situación regional. Al compartir una estrecha frontera con Afganistán, Beijing está tomando medidas que podrían indicar el interés de Xi Jinping en forjar acuerdos con los talibanes para frenar los movimientos separatistas en esas regiones.

A medida que se desarrolle la batalla por el control de Afganistán tras la retirada de las tropas extranjeras, Pakistán también tendrá como objetivo consolidar su influencia en el país mientras se enfrenta a las amenazas de actividad de militantes islámicos radicales en su propio territorio a fin de garantizar la seguridad de proyectos económicamente vitales en el marco del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC).

Desde enero de este año los diplomáticos iraníes también mantuvieron acercamientos con los líderes talibanes, que fueron recibidos en Teherán por el Ministro de Relaciones Exteriores iraní Javad Zarif y el Secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional Ali Shamkhani, dónde se habló en forma reservada de la necesidad de formar un «gobierno inclusivo» en Afganistán y problemas de seguridad asociados al narcotráfico y la violencia generada por los grupos separatistas Baluschies en la frontera entre ambos países.

Las perspectivas del teatro afgano

Las victorias aceleradas de los talibán se están dando en un marco mundial particular de declive relativo de la hegemonía norteamericana, que aun mantiene supremacía indiscutida a nivel mundial. Pero que estas derrotas socavan aún más su poderío. Los escenarios posibles para el trágico teatro afgano según los analistas son: en el futuro inmediato se puede pensar en la profundización del conflicto civil y una situación de fragmentación territorial en la que surjan Incluso tendencias opuestas al interior de los talibanes, que expresen las brutales diferencias regionales, tribales, étnicas y religiosas que caracterizan el paisaje afgano.

Ese contexto será propicio para el establecimiento de zonas de influencia de China, Pakistán, India Rusa e Iran, similares a las que se establecieron en Siria luego de la Guerra Civil. Menos probable es el establecimiento de un gobierno de «Unidad Nacional» en el cual al menos parcialmente se contenga la violencia que refleja la enorme fragmentación de intereses, para lo cual será necesario un amplio plan de financiamiento que sustituya las fuentes de ingreso provenientes de la economía ilegal (saqueos, secuestros, tráfico de personas, armas y drogas) que hoy constituyen el ingreso principal tanto del gobierno Afgano como de los talibanes.

La tragedia de Afganistán debe ser seguida de cerca por los trabajadores y socialistas del mundo, pelear por la retirada de todas las tropas imperialistas que solo beneficiarán a los mismos aliados que nada tienen que ver con los intereses del pueblo trabajador afgano, y luchar por evitar nuevas catástrofes e intervenciones como éstas en otros países. También apoyar toda resistencia que pueda existir en los próximos días cuando los talibán estén tocando las puertas de Kabul.

Publicada originalmente en La Izquierda Diario



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