07/08/2021

Bartolo Fernández: la vida por la memoria del genocidio pilagá

Foto: Sofía Loviscek

El presidente de la Federación de Comunidades del Pueblo Pilagá falleció por coronavirus el 18 de julio pasado, como ocurrió con otros dirigentes originarios en los últimos dos meses. Tuvo que ser trasladado a la capital de Formosa por la falta de respiradores y terapistas en el hospital de Las Lomitas. Quienes pelearon junto a él por el reconocimiento del genocidio contra su pueblo lo recuerdan y siguen reclamando el territorio que el Estado aún no les restituye. Por Valeria Mapelman.


El 18 de julio pasado, en Formosa, la pandemia de Covid-19 se llevó la vida de Bartolo Fernández, presidente de la Federación de Comunidades del Pueblo Pilagá. Lo conocí en 2005, año que marcó el inicio de un proceso judicial por el reconocimiento del genocidio pilagá de 1947, conocido como la Masacre de Rincón Bomba. Su trabajo como presidente de la Federación, fundada por los sobrevivientes de aquella masacre, y su papel como comunicador fueron fundamentales para lograr una sentencia inédita en primera instancia y otra de Cámara en 2020. Sus inicios como dirigente se remontan a los años ochenta, con dos hitos relevantes en los años siguientes: en 1994 participó en la reforma del artículo 67 de la Constitución Nacional, que reconoció la preexistencia de los pueblos originarios. En 2009 fue parte del equipo que trabajó en la redacción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que incluyó el derecho a la comunicación indígena.

“Vamos a iniciar un juicio”, me dijo cuando lo vi por primera vez en aquel 2005. “Hay ancianos que quieren hablar pero otros tienen miedo y no se animan. Grabar los testimonios es muy importante para nosotros porque son muy ancianos y algunos se están muriendo”, advertía entonces. Un par de años después, supe a qué se debía el miedo: nunca hubo castigo para los perpetradores de la masacre. Los escuadrones de Gendarmería siguen activos y las víctimas se cruzaron miles de veces con los asesinos de sus familiares, que circulaban impunemente por el territorio desde que la masacre ocurrió. En 2006, ante la desaparición de Jorge Julio López, un día después de haber declarado contra el torturador Miguel Etchecolatz, el anciano Setkoki´en (Melitón Domínguez) —que de niño había trabajado en la cocina del escuadrón 18 de Gendarmería Nacional— temía correr la misma suerte que el “albañil de La Plata”.

Si Bartolo Fernández alguna vez sintió miedo, no lo dijo. Si alguna vez sintió dolor, lo combatió con aspirinas. Cuando tradujo las primeras cuarenta horas de testimonios filmados para el documental Octubre Pilagá conocía de memoria lo que le había relatado su madre, sus tíos y tres de sus vecinos. Pero por primera vez vio a más de veinte personas recordando el horror de la masacre. No solo el impacto de lo que conoció esos días, sino el esfuerzo por encontrar las palabras justas que pudieran describirlo en castellano, le provocaban fuertes de dolores de cabeza.

Diana Della Bruna, del Comité contra la Tortura de Chaco, cuenta que Naketo —madre de Bartolo— era una sobreviviente, pero él decía que todo el pueblo Pueblo Pilagá lo era, porque los fusilamientos y persecuciones de octubre de 1947, que se extendieron durante veinte días y terminaron con el cautiverio en las reducciones indígenas, fueron devastadores. Ernesto Luberriaga, que trabajó muchos años junto a él en la ONG Centro de Capacitación Zonal (Cecazo), recuerda que “siempre insistía en que los pilagá no eran malones, que no habían atacado a nadie”. Esa forma de criminalización se usó para justificar la represión de 1947. Derribarla llevó a Bartolo Fernández a recorrer el país relatando una verdad silenciada por más de setenta años.

Él encabezó la Red de Comunicadores Indígenas. “Un año él era el presidente y otro año era Milcíades Mansilla, y se llevaban bárbaro”, dice Marcelo Musante, integrante de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena. Los recuerdos afloran: “Bartolo Fernández parecía que te arropaba con sus palabras, con su ritmo bajo pero que impactaba muchísimo. Andaba por todos lados, eso me llamaba mucho la atención. Lo vimos en la Facultad de Derecho y en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Buenos Aires; también en un encuentro de tierras en General San Martín, en Pampa del Indio, en Rosario. En todos lados hablaba con esa claridad, esas palabras como puñales, para decir lo que tenía que decir sin vueltas”.

Liliana Zavala, médica neumonóloga del Instituto Tornú, visitó varias veces las comunidades de Formosa y lo acompañó en Buenos Aires para reclamar por los sueldos de agentes sanitarios que se perdían mágicamente antes de llegar a la provincia, para exigir medicamentos o asistencia social. “No sé si detenerme en los recuerdos luminosos de muchos años de encuentros, conversaciones, viajes, eventos, festejos familiares, gestiones y más gestiones, pasillos y sillas eternas esperando en los ministerios, hospitales, pensiones, el patio del fondo de mi casa, donde sé que le gustaba amanecer tranqui, sólo con un termo y el mate… O detenerme en lo no visible de los silencios, las ausencias y las carencias”, lo recuerda Zavala a Bartolo y su lucha.

En uno de esos tantos viajes de Bartolo Fernández, la asociación civil que nuclea a los médicos del Tornú lo invitó a disertar sobre “cambio climático” y el encuentro terminó en una ovación. Desde entonces, los médicos apoyaron la lucha de la Federación Pilagá para conseguir la renovación de su personería jurídica que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) demoró durante años, con la intención de bloquear su impulso como demandantes en el juicio contra el Estado argentino.

Foto: Sofía Loviscek

La muerte de Bartolo y la pandemia de falta de acceso a la salud 

En 2019, Bartolo supo que tenía chagas, el mal endémico alojado en los corazones de los hombres y las mujeres de las comunidades originarias del norte. El 18 de julio pasado, el Covid-19 lo encontró sin inmunización. Pasó varios días internado pero fue trasladado a la capital de Formosa por falta de respiradores y terapistas en el hospital de Las Lomitas, cuando ya estaba muy grave.

“No tenemos tiempo para llorar”, me dijo un joven de su comunidad, que prefiere que no escriba su nombre. “Las comunidades están aisladas, bajo vigilancia policial y hay muchos enfermos para cuidar. Las iglesias evangélicas convencieron a la gente de que no se vacune. Y ahora que llegaron las vacunas, los tenemos que ir a buscar casa por casa. Hay diabetes en nuestra comunidad. Nos dejaron sin tierra para cazar, no hay buen alimento. Muchos chicos no conocen la leche y desayunan con agua y azúcar”, relata la joven la crítica situación que se vive en Las Lomitas.

El amigo de Bartolo, Israel Alegre, quien llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para reclamar por la represión en la comunidad de Namqom en 2002; Lucía Perez, coodinadora de los talleres de costureras de Vaca Perdida en Formosa, y Juan Chico, el historiador que promovió un juicio por la verdad por la masacre de Napalpí, de 1924, también fueron víctimas del virus. Bartolo, Israel, Lucía y Juan fallecieron en menos de dos meses.

La lucha por el territorio pilagá continúa

“Bartolo vivió luchando”, lo recuerda Noole Palomo, representante de las mujeres en el Triunvirato de la Federación Pilagá. Y agrega: “Lo hizo con un alto costo para su familia porque viajaba mucho, para volver, la mayoría de las veces, con las manos vacías. Pero era muy paciente y por eso hay gente que no lo comprendía. Sabía que los tiempos de la lucha por la justicia son muy largos, y tenía razón. Ahora hay que hacer el duelo. Cuando esto pase, volver a hablar de él para no olvidarlo, porque él abrió un sendero por donde los más jóvenes tienen que seguir andando”.

Bartolo Fernández vivió lo suficiente para ver que los hechos de 1947 fueran reconocidos como un genocidio por los tres jueces de la Cámara de Apelaciones de Resistencia. Sin embargo, aunque fue probado el desalojo violento del pueblo Pilagá de sus tierras, los territorios quedaron bajo el control de Gendarmería. El Estado argentino aún no los restituyó.

El 10 de octubre 2016, Bartolo brindó un discurso en Las Lomitas, donde ocurrió la masacre. Allí pronunció las siguientes palabras: “Para nosotros es un dolor como hijos de sobrevivientes recordar el sufrimiento de nuestros ancianos, de nuestras mamás y nuestros papás. Acá han derramado su sangre y acá quedaron sus cadáveres. Justamente estamos reclamando esa sangre, y ese es también un dolor para nosotros. Lamentablemente en nuestro país, Argentina, muy pocos han conocido estos hechos, por eso seguimos luchando. En el año 94 se reformó la Constitución Nacional y entonces el Estado Nacional reconoció la preexistencia de los pueblos indígenas. Hoy estamos recordando lo que sucedió en el año 1947 y lo que está diciendo la Carta Magna de Argentina: que somos dueños de la tierra”.

Fuente: Agencia Tierra Viva



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