01/08/2021

Los otros lados de la lactancia: experiencias de madres feministas

Imagen: Emergentes

En la Semana Mundial de la Lactancia Materna, ponemos sobre la mesa, con el puño firme y cansado, algunas reflexiones como madres feministas. A partir de nuestras experiencias, realizamos intercambios entre nosotras y con otres para interrogar los mandatos, las exigencias y las prácticas que (nos) juzgan. Reflexiones que incomodan para visibilizar los conflictos vividos desde el lugar de cuerpos que amamantan. Por Itatí Morales, Vera Vanzetti, Laura Bolten para La tinta

“Mi suegra amamantó a sus 4 hijes hasta los 3 meses, ella decía que se había quedado sin leche. Sinceramente, en aquel momento, en que yo amamantaba y estaba rodeada de una nube de mensajes confusos y románticos, la creí una especie de madre desalmada-víctima de la industria láctea. Pero ahora, después de pasar tanta información por el filtro de la experiencia, pienso que como madre hizo lo que pudo y eso es lo que siempre estará bien”. (Vera Vanzetti)

Este año, la Semana Mundial de la Lactancia Materna tiene como lema: “Apoyar la lactancia materna para un planeta más sano”. Organismos multilaterales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, plantearon la necesidad de garantizar un sistema de apoyo para amamantar contemplando a la familia y la crianza en comunidad junto con información y derechos laborales -nada nuevo, ya lo sabíamos-. Pero ahora, a los cuerpos que amamantan se les agrega una nueva carga; proteger el planeta. En esta misma dirección, también van ideas como “los pañales tienen que ser de tela”, “la comida tiene que ser casera y orgánica”, y “los juguetes de madera reciclada”. Quienes tenemos la capacidad de amamantar y/o estamos encargades de la crianza: ¿no tenemos ya carga suficiente?

Creemos que pensar la lactancia como un derecho, en pleno siglo XXI, suena algo descabellado. ¿Por qué algo tan “natural” tiene que reivindicarse como un derecho? Y acá es cuando la trama se vuelve oscura. El derecho, y la necesidad, de alimentar a les recién nacides tiene una historia que se entrelaza no sólo con el patriarcado, sino con el más profundo capitalismo. El cual triunfó cuando nos individualizó, nos aisló y nos dio la opción de comprar las soluciones. Antes, en las sociedades europeas del siglo XIX, venían de otros cuerpos, es decir, las llamadas nodrizas, amas de leche o crianderas. El capitalismo le encontró la vuelta financiera, empaquetó la leche y le puso precio.

Sin embargo, el saberlo no nos hace dejar de reflexionar sobre el gran acto de amor y sacrificio que implica amamantar. La frase “eso que llaman amor es trabajo no pago”, usada para referirse a las tareas del cuidado y a las labores domésticas, también nos resuena cuando pensamos en lo que es y ha sido, para nosotras, amamantar.

Encontramos que hay un montón de requerimientos que vivimos como exigencias y que también nos atan a mandatos, estereotipos e ideales que nos frustran. Porque todos los mensajes y discursos dirigidos a “las madres” apelan y funcionan desde uno de los bastiones troncales de sometimiento y dominación: la culpa.

“Cuando mi hija nació, en su segundo día de este lado de la piel y en esos momentos de tratar de que se prenda a la teta, algo que se dice natural e instintivo, pero que, en lo concreto, no resulta así, ella, en su esfuerzo por saciar su hambre, me sacó un pedacito de pezón. Sí, así de doloroso como te lo estás imaginando en este momento fue para mí. ¿Cómo seguir? Mi teta me dolía mucho, me costaba pensar en sostener la lactancia en esas condiciones, así que apareció el intermediario, ¡un plastiquito salvador! Fuimos aprendiendo a amamantar y a lactar con ese intermediario, en ese sentido, todo estaba bien, yo podía dar la teta y ella tomar… pero para mí significaba una carga emocional y social, entre mi hija y yo, en ese vínculo que se genera en y con la teta, en ese entre, ¡había un plástico! Plástico, ¿entienden? Me costó mucho cargar y salir de esa culpa, me sentía que no era una buena madre y que estaba en falta, por floja, por no aguantar un poco ese dolor. Ella nunca, pero nunca iba a sentir mi teta de verdad, que nuestro vínculo se iba a ver condicionado, determinado por ese intermediario. Sí, así de intenso pesa el deber ser, y sí, así de extremo es el puerperio”.(Laura Bolten)

 

(Imagen: Emergentes)

El sistema que no acompaña

Vivimos en un mundo que no está preparado para las personas que deciden amamantar, criar, trabajar y, continuar con una lactancia materna exclusiva, es aún más difícil. Acá, vienen unas habilidades matemáticas para aprender a sacarse leche y que les bebés quieran tomarla en mamadera, jeringa o vasito. Es inimaginable el sacrificio que hacen algunas madres.

“Cuando se acercaba mi fecha de retorno al trabajo, empecé a preocuparme por esto. Porque algunas pueden sacarse leche en el trabajo y eso toman les bebés al día siguiente cuando no están. Otras, como yo, no tenemos el lugar ni el tiempo de hacerlo. Es decir, debemos dedicar fines de semana y madrugadas para stockear el freezer de leche. Y así, se te va la vida. Pienso de nuevo en los mandatos de lactancia materna exclusiva y en los sacrificios titánicos para lograrlo hasta los 6 meses, al menos, que es lo que recomienda la OMS. Mientras, las licencias te permiten estar 3 meses con tu niñe. No hay victoria, por donde se lo mire”.(Itatí Morales)

La presencia de lactarios en los lugares de trabajo es nula y tienen poca valoración social. Entonces, si, por un lado, hay mensajes de lactancia materna exclusiva y a demanda: qué reproches o, peor aún, qué consejos le vamos a dar a une lactante que labura en la caja del super, por ejemplo, y decidió dejar de amamantar para alimentar con leche de fórmula, ya que se le haría imposible sacarse leche en su trabajo.

Vivimos en un mundo del trabajo que es inhumano y difícil de articular con la crianza con apego. En el capitalismo, no hay cabida para la improductividad, entonces, para muchas personas gestantes, puérperas y criadores de niñes pequeñes, compatibilizar el trabajo pago con las tareas del cuidado se vive, según las situaciones, con menos derechos y libertades para decidir. Para muchas personas que trabajan en el sector privado, es más injusto todavía. Las decisiones de cada gestante, puérpera y cuidadore se toman en el marco de contextos sociales estructurales.

Celebrar la lactancia materna en sociedades actuales va de la mano con exigir lactarios cómodos con todas las garantías, tanto en el sector privado como en el público. Porque, aunque sea un derecho, sigue siendo sólo un privilegio de algunes trabajadores, que ni siquiera logran los tan “propagandeados” 6 meses de lactancia materna exclusiva. En Córdoba, por ejemplo, la licencia máxima existe en el sector público y es de 180 días totales, pero que incluyen también los 30 que se obligan a tomar antes de la fecha de parto. Es decir, se vuelve al trabajo con une niñe de 5 meses.

Siempre, por alguna razón, seremos malas madres

Según la configuración de nuestras vidas y, de acuerdo a ello, las posibilidades que tenemos; amamantamos o alimentamos con la leche de fórmula, o ambas. Cada una de estas vivencias se experimenta de modo diferente en nuestros cuerpos, pero, sea cual sea, siempre reflota la voz que nos juzga de “malas madres”.

Somos “malas madres” porque, cuando damos fórmula, somos “funcionales” a la gran industria capitalista. La misma que vende relatos que desvalorizan y desplazan a les cuerpes amamantantes con discursos como “la leche materna no es suficiente” o “no tenés leche”. Lo sabemos. El capitalismo nos quiere completamente extrañadas de algo que implicaría un primer gesto de soberanía alimentaria. Pero incluso, a veces también llegamos a serlo cuando decidimos la lactancia materna exclusiva, aunque nos hayan dicho que nuestra leche no es suficiente.

(Imagen: Emergentes)

“En un control pediátrico, descubrimos que mi hije, alimentade sólo con leche materna directo de la teta, se había estancado en su peso, de una manera alarmante. La pediatra, pro lactancia, me dijo con un poco de tristeza que iba a tener que darle un poquito de fórmula hasta averiguar por qué, pero eso a mí no me traumaba. Me molestaba más saber que estuve tantos meses haciendo tanto esfuerzo y que haya sido para nada (como lo veía en ese momento), y más aún, tener que contarles a las abuelas materna y paterna que tenía que darle mamadera al bebé: desde el día 1 insistían y se sorprendían al saber que sólo tomaba teta y que nos iba bien con eso. ‘¿Viste? Necesitaba mamadera’, fueron sus palabras. Hasta ahí llegó mi lactancia materna exclusiva y mi forma de rebelarme ante sus mandatos. Ellas ganaban”.(Itatí Morales)

También hemos sido “malas madres” cuando gritamos a viva voz que dar la teta ya nos había cansado, que nuestro cuerpo también tenía deseos de fumar, tomar o dormir 8 horas seguidas. Y seguramente, la posibilidad o imposibilidad de decirlo a viva voz haya tenido que ver con otras aristas patriarcales y capitalistas que nos marcan y nos determinan.

“A los 8 meses de alimentar a le bebé con lactancia a demanda, pero no exclusiva, sentí la sensación de hartazgo. A las necesidades del bebé se le empezaron a sobreponer las mías. Quería parar con ese ritmo de estar a disposición constante para alimentar, dormir, calmar. Lo entendía y decidí acompañar poniendo el cuerpo en los primeros meses, pero, a los 8 meses, le bebé ya comía huevo duro, o sea… Yo quería correrme del lugar de la principal proveedora, había dejado de ser cómodo y la idea que había leído en algún pedorro artículo de que todo lo solucionaba la mágica teta, ya no me convencía. Más que sentirme empoderada, o a pleno, me metía por el camino a la pérdida total de mi autonomía y quería que el papá también participara proveyendo el alimento”.(Vera Vanzetti)

Hay una pregunta que vuelve constantemente a nuestras reflexiones: ¿en qué lugar quedamos quienes amamantamos? ¿Dónde está nuestro cuerpo, nuestras tetas, nuestro yo, nuestros tiempos, nuestras ganas, nuestros deseos? Hay mucha carga moral y social para decir “no quiero dar más la teta”, “necesito mi cuerpo de vuelta” o hasta gritar “¡son mis tetas!”. Detrás del discurso de la lactancia a demanda y del mandato de la exclusividad, se oculta el lado B que implica vivirlo como una exigencia, ya que nuestros cuerpos tienen que tener una disponibilidad del mil por cien. Algunes llegamos a vivirlo, de manera literal, como un trabajo esclavo.

¿Volvemos a los tradicionalismos?

Estos discursos y mandatos que ponemos en jaque, ¿no son acaso una nueva forma de volver a los roles tradicionales de mujer criando dentro de la casa y padre trabajando afuera? Porque con tanto discurso que coloca solamente en el centro a la teta lactante, es imposible no caer en esa dicotomía. Ni hablar, además, de que es un privilegio de clase el poder vivir con solo un sueldo.

La demanda de cuidado y la reproducción de la vida se centraliza en nosotras. Hay un juego semi perverso para los varones entre la imposibilidad de amamantar, el mandato patriarcal y los privilegios que eso implica. ¿Cómo pensar su rol en el marco de una lactancia materna exclusiva, pero fuera de los condicionamientos del sistema capitalista y patriarcal?

“Hoy, las pocas mamaderas al día son, para mí, momentos de libertad, en donde el cuidado no depende enteramente de mí y lo siento compartido con el padre”.(Itatí Morales)

Peor aún, ¿dónde quedan aquellas otras mapaternidades? Hombres trans que deciden tener hijes y que deben lidiar con todo tipo de mandatos y miradas de les otres si deciden, o no, amamantar. ¿Cómo encuentran su lugar en un mundo de licencias heteronormadas y roles asignados de manera binaria? Nos queda mucho por pensar y resolver.

Elegir es difícil. Ser libre para elegir, mucho más. En la Semana Mundial de la Lactancia, nos queda seguir pensando y pidiendo más derechos, más libertades y un mundo más justo para madres y niñes. Pero, sobre todo, que los mandatos se queden en la puerta.

(Imagen: Emergentes)

*Por Itatí Morales, Vera Vanzetti, Laura Bolten para La tinta.



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