17/07/2021

Búfalos, guanacos y piñones: obstáculos para la humanidad sarmientina

Grupo selk’nam hacia 1930

Los ejércitos estatales y los latifundios se ensañaron contra los animales y semillas que constituían para los kiowas, selk´nam y mapuches mucho más que alimento. Eran (son) símbolo y armonía. Por Adrián Moyano.


Cuando asumió la presidencia de la Argentina en 1868, Domingo Sarmiento venía de pasar tres años como embajador en Washington y estaba absolutamente fascinado por el proceso estadounidense. El “padre del aula” pensaba que “corresponde a los Estados Unidos la más alta misión que la Providencia haya confiado a un gran pueblo: es la que cabe a los Estados Unidos, la de dirigir a los otros por este nuevo sendero abierto a la humanidad para avanzar con paso firme hacia sus grandes destinos”. Claro que, para el sanjuanino y sus contemporáneos estadounidenses, sioux, navajos, apaches o mapuches, no formaban parte de la humanidad.

Para cumplir la tarea que la Providencia le había confiado, Estados Unidos se abocó a destruir el fundamento económico que sostenía a las primeras naciones de las Grandes Llanuras: el búfalo. Fueron blancos de los fusiles hasta lograr prácticamente su extinción, dejaron de existir decenas de millones y hacia 1880, sobrevivían unos pocos ejemplares. Los cazadores sólo se interesaban en las valiosas pieles, así que la carne se dejaba pudrir. Los huesos se remitían al este para diversos usos. Anciana Mujer Caballo, de la nación kiowa, describió: “cuando el hombre blanco quiso construir el ferrocarril o cuando quiso cultivar o criar ganado, los búfalos aún protegían a los kiowas. Rompían las vías del ferrocarril y los jardines. Ahuyentaban al ganado de los campos. El búfalo amaba a su gente tanto como los kiowas amaban al búfalo”, cita la historiadora Roxanne Dunbar Ortiz.

En Estados Unidos, la humanidad de Sarmiento eran los financistas, los acaparadores de tierras y los industriales. En su nombre, los Winchester segaron la vida de toda una especie y pusieron contra las cuerdas a decenas de culturas, ya que, por ejemplo, “el búfalo era parte de la religión kiowa. En la Danza del Sol había que sacrificar una cría de búfalo. Los sacerdotes usaban partes del búfalo para realizar sus oraciones cuando sanaban a las personas o cuando cantaban a los poderes de arriba”, insiste el relato de Anciana Mujer Caballo.

Ella vio a los cazadores que siguieron al Ejército, matar hasta 100 búfalos por día. Detrás venían carretas con desolladores, que conducían las pieles y los huesos a las estaciones del ferrocarril. Los huesos que se apilaban alcanzaban la altura de un hombre y se extendían por 1,5 kilómetros. “El búfalo vio que tenía sus días contados. Ya no podría proteger a su gente”. Los kiowas tampoco pudieron protegerlo. Hacia 1870, el Ejército de Estados Unidos “se había convertido en una máquina de matar mucho más avanzada y contaba con tropas experimentadas” después de superar la Guerra de Secesión, aporta Dunbar Ortiz. En nombre de la civilización y el progreso, “emprendió el asesinato de civiles, búfalos y de la tierra misma”, afirma la historiadora, quien utiliza el vocablo “civiles” para que se entienda que las víctimas no eran guerreros, sino la chusma de la terminología argentina: mujeres, niños, niñas, ancianas y ancianos.

Cacería de búfalos en versión ledger art

Misión humanitaria

Hacia fines del siglo XIX, el abanderado más consecuente de la Providencia en Tierra del Fuego, era José Menéndez. En la sección oriental, con las estancias “Primera Argentina” y “Segunda Argentina”, era el principal latifundista. En la occidental, con su participación en la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, también ostentaba una posición dominante. Había logrado inmensas concesiones de tierras gracias a su merodeo, tanto por La Moneda como por la Casa Rosada.

La introducción sustantiva de ovejas en la Isla Grande atentó directamente contra la supervivencia del guanaco, que tenía para los selk´nam tanta importancia como los búfalos para kiowas. Hacia 1899, los cazadores selk´nam ya no encontraban qué cazar, después de aproximadamente 9 mil años de convivencia. Cuando las grandes estancias hicieron pie en su territorio ancestral, al que llamaban Karukinká, la economía selk’nam era cazadora y recolectora. Ajeno del todo a la centralización política y a los valores capitalistas, el pueblo selk´nam se organizó territorialmente según áreas de caza, a las que llamaba haruwen.

La importancia del guanaco era tan trascendente, que según el religioso Martín Gusinde existieron una docena de vocablos para designarlo, según fuera macho o hembra, cachorro, joven, adulto o anciano, entre otras características. Al igual que las primeras naciones vecinas del continente, los selk’nam aprovechaban sus pieles y carne, pero también se valían de sus tendones y huesos para la fabricación de útiles para la vida cotidiana. “La irrupción de la ganadería ovina en la región, a partir del último cuarto del siglo XIX, modificó completamente el hábitat de estos animales. Aunque en su huida son capaces de franquear las alambradas, ejecutando saltos de una altura prodigiosa, la presencia masiva de ovejas desplazó el guanaco a territorios cada vez más inaccesibles, lejos del alcance de las flechas indígenas, quienes se vieron así privados de su principal sustento”, nos dice el español José Luis Alonso Marchante.

Cuando comenzó la colonización chileno-argentina de su territorio, la población selk´nam se calculaba en 3.500 personas, no integrantes de la humanidad sarmientina. Medio siglo después, sólo sobrevivía un centenar. Cuando no encontraron guanacos para cazar y ante la desesperación que da el hambre, las flechas selk´nam comenzaron a hacer blanco en las ovejas de los latifundistas. Esa reacción hizo que Menéndez dijera en un diario de Buenos Aires que los inoportunos vecinos de sus estancias “son de una rapacidad imponderable, roban por el placer de robar y gozan con destruir la propiedad ajena”. Para superar el problema, el cofundador de La Anónima contrató hombres como Alexander Mac Lennan, escocés de origen que planeó y ejecutó una tremenda matanza de selk´nam en 1895, en cercanías del cabo Peñas. Mac Lennan explicó que “al matarlos se realizaba una acción humanitaria”. No es chiste. Fueran las palabras que recogió Esteban Bridges en “El último confín de la tierra”.

Piñón madre, piñón padre

En noviembre de 1882, una columna del Ejército Argentino atacó las tolderías del longko Keupü, a pasos del lago Aluminé. La carga tomó por sorpresa a los weichafe y se ensañó con decenas de hogares. Al ingresar a un toldo, el cadete Guillermo Pechmann y sus compañeros encontraron fuego que todavía crepitaba, agua caliente, piñones, manzanas, carne de vaca e incluso, gallinas. La intimidad de una familia quedó hecha añicos en un abrir y cerrar de ojos. Los uniformados se entretuvieron en disfrutar del botín y recién seis horas después de comenzar el ataque, se congregaron alrededor de su jefe. No habían cargado contra una posición de finalidades militares, sino contra una población donde la mayoría de sus habitantes no era combatiente. Las diversas partidas “no trajeron heridos, ni chinas viejas, nadie pudo precisar el número de arreos que conducían, los prisioneros de chusma serían ciento cincuenta y los indios de lanza como dieciocho”, rememoró Pechmann 40 años después, cuando era teniente coronel. ¿Qué pasó con los heridos? ¿Qué, con las ancianas?

Gente mapuche prisionera en 1882. Foto de Carlos Encina y Edgardo Moreno. Detrás, pehuenes como testigos

Después de apoderarse del ganado que hasta fines de 1882 habían atesorado los mapuche, los jefes militares eran conscientes de que el último recurso alimenticio que les quedaba era el piñón del pehuén. Entonces, a impedir su recolección se consagraron los destacamentos.

Para la cultura mapuche del Pewen Mapu (Territorio del Pehuén), el piñón ocupaba un lugar similar al de los búfalos para los kiowas o los guanacos para los selk´nam. Inclusive hoy, antes de su recolección, hay que recrear un llellipun (rogativa) y decir: “nuestra madre del piñón, nuestro padre del piñón… Que todos los años des abundantes piñones. Volcán del piñón madre, volcán del piñón padre, volcán del piñón niña joven, volcán del piñón niño joven… Ustedes han dado estos alimentos en esta tierra. Que digan ellos apoyando a los que están en tierra, que no le falte el alimento para no pasar hambre”. Aportó su versión de la rogativa Ceferina Caitrú en 1986, en Ruka Choroy (Neuquén). La traducción que llegó al papel parece un tanto forzada porque si utilizó la palabra pillan, hizo referencia al newen de las mawiza (montañas con bosque nativo), más que a un volcán concreto. Aun así, se distinguen las alusiones a las energías femeninas y masculinas, ancianas y jóvenes, que están presentes en la espiritualidad mapuche. También hay tayül para los piñones y los pehuenes. El tayül es un canto de carácter sagrado que todavía hoy se entona para pedir permiso antes de la recolección y para agradecer.

¿Era Estados Unidos quien orientaba el destino de la humanidad? Búfalos y guanacos estuvieron al borde de la extinción, mientras los pehuenes se baten en retirada ante tantos pinos. De los kiowas apenas si quedan 12 mil personas, los selk’nam estuvieron a punto de desaparecer y los mapuche también la pasaron muy mal. ¿Qué más tiene que pasar para desistir de “la más alta misión que la Providencia haya confiado”?

Fuente: En estos días



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