12/06/2021

América Latina, condenadas venas

Se cumplen 50 años de la publicación de ‘Las venas abiertas de América Latina’, la obra de Galeano que cambió el relato sobre una región, que sigue siendo la más desigual del mundo. Por César G. Calero/CTXT.


“¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién?”. Siete años después de la publicación de Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano (1940-2015) incluyó un epílogo en una reedición aumentada de su obra. Explicaba ahí el escritor uruguayo las razones que lo habían llevado a escribir el libro que cambiaría el relato sobre la región. Se trataba de difundir ideas y despejar interrogantes. ¿A quién había que culpar por esa condena impuesta a tantos países? “¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?”, se preguntaba de forma retórica. Cincuenta años después de la aparición de la obra, América Latina continúa desangrándose. Y aunque hoy son otras las condenas, “el pasado aparece siempre convocado por el presente, como memoria viva del tiempo nuestro”.

A los miembros del jurado del premio cubano Casa de las Américas el texto del joven Galeano les pareció demasiado irreverente para tratarse de un ensayo sobre economía y política en la región. Su prosa se alejaba del encorsetado lenguaje de los pensadores marxistas. Las venas abiertas podía leerse como una novela de amor o de piratas, según su autor. La obra no ganó el galardón de 1971, pero se llevó una mención honorífica. “Era un periodo en el que todavía la izquierda confundía la seriedad con el aburrimiento. Por suerte, eso fue cambiando y en nuestros días se sabe que el mejor aliado de la izquierda es la risa”, declararía Galeano 30 años después en una visita a la isla. Poco a poco, el libro se convertiría en la biblia latinoamericana, una obra indispensable para varias generaciones, leída a escondidas en los países del Cono Sur regidos por dictaduras, elogiada por la crítica internacional y reeditada una y otra vez (la última, este mismo año por Siglo XXI como homenaje a ese medio siglo de vida).

Galeano tenía razón. El pasado aparece constantemente convocado por el presente. Hoy como ayer, América Latina es la región más desigual del mundo y estos tiempos pandémicos han exacerbado las diferencias sociales. Los más ricos se reproducen. La revista Forbes les ha seguido la pista. A comienzos de 2020 había 76 latinoamericanos con un patrimonio superior a los mil millones de dólares (unos 820 millones de euros). Pese a la crisis, o quizás gracias a ella, la lista de los milmillonarios ha crecido. Ya son 107 hasta mediados de mayo. Su patrimonio conjunto (480.000 millones de dólares) casi se ha doblado en ese periodo y supera con creces el PIB de toda Centroamérica. Cuando el magnate boliviano Simón Patiño, conocido como el rey del estaño, murió en 1947, la revista Fortune lo incluyó entre los diez primeros multimillonarios del planeta. “Desde Europa –escribe Galeano en Las venas abiertas–, durante muchos años alzó y derribó a los presidentes y a los ministros de Bolivia”. Hoy los apellidos son otros: Slim, Salinas Pliego, Larrea (México), Fontbona (Chile), Telles (Brasil), Sarmiento (Colombia)… Y antes que derribar presidentes, prefieren asociarse con ellos.

Mientras crece de manera obscena la riqueza de unos pocos, el PIB de la región se ha contraído un 7,7% por efecto de la pandemia. La pobreza va en aumento y ya afecta a uno de cada tres latinoamericanos, indican los datos más recientes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Con un 8% de la población mundial, el subcontinente registra uno de cada cinco contagios del coronavirus. ¿Quién alimenta esa condena? A las deficientes condiciones de vida de millones de ciudadanos se ha sumado la nefasta actitud de ciertos líderes. En Brasil, esa condena tiene nombre y apellidos: Jair Bolsonaro, el negacionista de ultraderecha que ha llevado a su país a un abismo socio-sanitario.

Pero la mala gestión de la pandemia es solo una más de las muchas venas abiertas de América Latina. Determinadas políticas económicas encienden el malestar de los más desfavorecidos. Ayer fue Chile. Hoy es Colombia. La reforma fiscal regresiva del derechista Iván Duque prendió la mecha de una indignación que ha extendido el pliego de sus demandas a otras deficiencias históricas del sistema: pensiones, sanidad, educación, racismo… Paradigma del neoliberalismo latinoamericano, Colombia lleva décadas sin atender las necesidades básicas de sus ciudadanos. La respuesta del mandatario, delfín de Álvaro Uribe, ha sido la represión. Los muertos ya se cuentan por decenas mientras se promete diálogo a los sindicatos. La revuelta no es comparable al célebre Bogotazo de 1948, del que da cuenta Galeano en su obra. Pero nos recuerda que la paciencia de los condenados, su prolongada resignación, siempre tienen un límite.

Afortunadamente, hay venas que también se cierran. La acumulación de oprobios puede generar un estallido social en el momento menos pensado. En Chile, después de tantos años, la profecía de Allende está a punto de cumplirse. Pero las grandes alamedas, antes de dejar paso al hombre libre, contabilizan 400 tuertos en sus aceras, cortesía de un presidente, Sebastián Piñera, que no dudó en nombrar ministros pinochetistas en su gabinete. Los tuertos, los muertos, los torturados de finales de 2019 son el altísimo precio que debería consignarse en el frontispicio de la nueva Constitución. Sus redactores fueron elegidos recientemente en una consulta popular en la que ganaron las listas de independientes y de la izquierda. La Convención Constitucional, encargada de enterrar la vigente Carta Magna de Pinochet, será paritaria y contará con la presencia de movimientos indígenas. Galeano estaría feliz: Chile, al fin, despertó.

En la vecina Argentina, las venas se abren y se cierran según el viento político de la temporada. El gobierno neokirchnerista de Alberto Fernández se las prometía felices hace un año y medio, pero la pandemia ha trastocado sus planes para enderezar el país que heredó del derechista Mauricio Macri, expresidente de Boca Juniors e hijo de un potentado que hizo fortuna con malas artes. La operación de Macri con el Fondo Monetario Internacional ocuparía un capítulo entero en un remake de Las venas abiertas. El texto de Galeano era, entre otras cosas, un tratado de la historia económica de la región. Su autor pidió disculpas por la intromisión de un lego en disciplinas que requieren de músculo académico. Lo cierto es que las muchas y variadas fuentes que utilizó respaldaban su relato. La condena de Argentina es un paquidermo que la acompaña desde siempre. La deuda externa agrieta las venas de un país rico en recursos naturales. Los genocidas del 76 perpetraron también un saqueo financiero que hizo aumentar la deuda un 365% cuando dejaron el poder en 1983. Néstor Kirchner se propuso emprender el sendero contrario a partir de 2003 con un progresivo desendeudamiento del país. Una década después, Macri dilapidó hasta el último dólar de las reservas y, con nocturnidad y alevosía, anunció el rescate millonario del club más temido en tierras latinoamericanas. Junto al bastón presidencial, Macri le entregó a Fernández en 2019 una joroba financiera por valor de unos 50.000 millones de dólares (el mayor crédito otorgado por el FMI en toda su historia) para que Argentina no se olvide nunca de su condena. El caso argentino ejemplifica a la perfección por qué Latinoamérica camina todavía con argollas en los pies.

Lawfare

El lawfare  –la guerra jurídica– es una de las más recientes condenas de la región. Su libreto se aplicó en Brasil al pie de la letra. Hoy lo sufren millones de brasileños. Otros muchos millones votaron en 2018 a Bolsonaro, convencidos de que Luíz Inácio Lula da Silva era un ladrón y Sergio Moro, el juez que lo llevó a prisión, un superhéroe del siglo XXI. El lawfare llevó a Lula a la cárcel y lo inhabilitó para presentarse a unas elecciones en las que partía como favorito. Los grandes medios de comunicación hicieron su trabajo para ensuciar la imagen del expresidente que había sacado a millones de brasileños de la pobreza. Los bulos llegaron a todos los móviles a través de WhatsApp. Y una mayoría compró el relato del mandatario carcomido por la corrupción. El Tribunal Supremo Federal ha anulado ahora su condena y ha reconocido que Moro (fugaz ministro de Justicia con Bolsonaro) no fue imparcial al juzgarlo. Pero el mal ya está hecho. Brasil es, otra vez, un país a la deriva. Y para muestra, un botón: la deforestación de la Amazonia crece a pasos agigantados para beneficio de sojeros, ganaderos y madereros, y perjuicio de los pueblos indígenas.

Endeudamiento, lawfare, lobbies económicos, extractivismo salvaje, golpes parlamentarios… Todo vale para que las venas sigan abriéndose. Ya no hacen falta pronunciamientos militares como los de Videla o Pinochet. Basta, por ejemplo, con un informe manipulado de una comisión electoral de la OEA (Organización de Estados Americanos) para desprestigiar a un presidente constitucional (Evo Morales) y aupar al poder en Bolivia, de un día para otro, a una arribista de la oposición (Jeanine Añez). Simón Patiño se debió revolver de satisfacción en su tumba. Morales se vio obligado a exiliarse a finales de 2019. Un año tardó Bolivia en recobrar su democracia gracias a la llegada al poder de Luis Arce, del MAS.

La violencia es otra arteria inflamada en América Latina. Ningún país de la región está en guerra pero en México muere más gente de forma violenta que en muchos países inmersos en conflictos armados. La brutalidad del narcotráfico se ha escenificado una vez más en la reciente campaña electoral, donde 36 candidatos municipales han caído a manos de sicarios del crimen organizado y de caciques locales de distinto signo. Pero esa no es la única forma de violencia que oprime a México. En el río Bravo se desvanecen miles de sueños cada año. Allí confluyen almas en pena no solo de México, también de Centroamérica. El calvario de los menores migrantes, abandonados a su suerte en el desierto, confinados en centros de internamiento, desprotegidos y sin familia, debería atormentarnos tanto como una matanza del sanguinario cártel Jalisco Nueva Generación.

Esa cenicienta de la región que es Centroamérica mira al río Bravo como único salvavidas. No es una tierra maldita por ley divina, aunque la United Fruit Company llegó a ser todopoderosa en su día. Con el beneplácito de la compañía estadounidense, un puñado de familias se repartían el poder en cada uno de los países de esa enorme plantación bananera. Los Somoza fueron dueños de Nicaragua durante décadas. Paradojas de la historia, las venas de hoy se abren en ese país por culpa de uno de los libertadores de ayer. El caudillo Daniel Ortega nada tiene ya que ver con los muchachos que derrotaron al último de los Somoza. La revolución sandinista tuvo una corta vida. Pero, ¿quién condenó a aquella revolución romántica? ¿Cómo sería hoy Nicaragua de no haber sufrido en los años ochenta una guerra financiada por Washington? La historia de Centroamérica está atravesada por una agresión continua de Estados Unidos. Desde la ocupación armada de mediados del siglo XIX por parte del filibustero William Walker y su “falange americana de los inmortales”, el vecino del norte no ha dejado de intervenir en el destino de los centroamericanos.

Pese a todos los agravios, externos e internos, América Latina se rebela contra la historia una y otra vez. En un rincón de las selvas chiapanecas resurgen las voces zapatistas (tan irreverentes como la de Galeano) para anunciarnos que vienen a Europa a hablarnos y escucharnos. Y en Chile, un puñado de hombres y mujeres (los constituyentes) se conjuran para hacer realidad ese cántico que recorrió las calles de Santiago a finales de 2019 y que bien podría resumir el sentimiento de millones de latinoamericanos: “Hasta que valga la pena vivir”.

Fuente: CTXT



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