03/06/2021

Murió el fotoperiodista Reinaldo Ortega Villa

Foto: Carlos Arellano

A causa de un severo cuadro de Covid-19 falleció ayer Reinaldo Ortega Villa a los 61 años de edad, tras una internación en el Hospital Rivadavia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por Liliana Giambelluca.


El coronavirus se ha llevado millones de vidas en el mundo. Este miércoles 2 de junio se llevó la del fotoperiodista Reinaldo Ortega Villa. Desde mediados de mayo se encontraba internado en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del Hospital Rivadavia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tras conocerse la triste noticia, numerosos mensajes dejaron en su red social sus amistades, compañeros de militancia y colegas.

Reinaldo Ortega Villa nació en Tarija, Bolivia, el 6 de enero de 1960. En su juventud, en plena dictadura cívico-militar, adoptó a la Argentina como su segunda patria y a la ciudad de Buenos Aires como su lugar de residencia. Cuando se reinició la democracia, encontró en el Partido Obrero un espacio político que lo representaba y desde entonces formó parte de sus filas. Al poco tiempo se compró una cámara de fotos y comenzó a fotografiar a bailarines de tango, a quienes abandonó para comenzar a registrar las luchas del pueblo: encuentros y movilizaciones de trabajadores, de organismos de derechos humanos, de pueblos originarios y reclamos populares que silenciaban los medios de comunicación hegemónicos.

Reinaldo durante la represión a las protestas de diciembre 2017 contra la reforma previsional de Mauricio Macri. Foto: Jaime Andrés.

En los últimos años, cada jueves se sumaba a las rondas de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sus registros fotográficos formaron parte del documental “Una Historia de Madres” (2017) dirigido por Ernesto Gut. El film cuenta la lucha de Madres de Plaza de Mayo y de sus hijos desaparecidos.

Reinaldo Ortega nunca olvidó sus orígenes y también estaba vinculado a la colectividad boliviana en Buenos Aires, acompañaba sus celebraciones, asambleas y reclamos sociales que quedaban registrados en su cámara de fotos.

Hasta que se desató la pandemia, Reinaldo tenía dos citas impostergables los días domingos: almorzar con sus hijas y su hijo y luego pasar la tarde con los internos del Hospital Borda, institución psiquiátrica ubicada en el barrio de Barracas. Allí acompañaba las actividades que el grupo Cooperanza proponía a los internos que podían salir al parque. De esos pacientes, Reinaldo conocía sus nombres, sus costumbres y hasta sus estados de ánimo. Tenía preferencia por Eber Isac Beltrán, un hombre pequeño y cálido, de origen boliviano, con más de 30 años internado en el Hospital.

Diversas coberturas en exteriores, Reinaldo las continuó a pesar de la pandemia. Registró la toma de terrenos y el brutal desalojo que sufrieron decenas de familias sin viviendas en la localidad de Guernica. Los jueves, a las 15:30, hora que iniciaban su ronda las Madres, solía concurrir a Plaza de Mayo y la registraba vacía.

En este tiempo también concurrió a la Plazoleta Ricardo Tanturi, ubicada en la Avenida Presidente Julio Argentino Roca (Diagonal Sur) y Perú para fotografiar el lugar vacío donde los días 25 de cada mes se recordaba a Rafael Nahuel, el joven mapuche asesinado el 25 de noviembre de 2017, cuando prefectos ingresaron a un predio en Villa Mascardi para desalojar a integrantes de la comunidad Lafken Winkul Mapu. En la reja que protege el monumento al teniente general Julio Argentino Roca -dos veces presidente de la Argentina e impulsor de la campaña militar genocida que denominó Conquista del Desierto-, Reinaldo colocó una Wiphala, emblema de los pueblos originarios, tomó distancia y apretó el disparador de su cámara.

Una de las últimas coberturas que realizó Reinaldo Ortega Villa, fue el 17 de abril en el Obelisco, donde se manifestaron personas que portaban pancartas con frases “El Covid es una farsa” y “Sin autopsias es todo mentira”.

Abocado a mostrar realidades sociales sensibles y en ocasiones complejas, acaso por inasible y lejana, Reinaldo encontró en la luna un fuerte vínculo que no sabía explicar su causa. La fotografiaba una y otra vez y disfrutaba de los resultados obtenidos. Con alegría mostraba sus registros, miraba a los ojos a su interlocutor y con una sonrisa tan amplia como podía, preguntaba: “¿No es hermosa?”.



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