14/03/2021

«El imaginario de Dios como hombre y blanco justifica una moralidad patriarcal y clasista»

Pepa Torres lleva 30 años militando en movimientos feministas y espacios de base en el barrio madrileño de Lavapiés. Además, es monja y teóloga feminista. Critica con firmeza esa Iglesia “anacrónica y patriarcal”, pero no renuncia al sueño de poder crear una institución que persiga el bien común y la liberación de las mujeres.  Por Sandra Vicente (Píkara Online Magazine)


Pepa Torres se define a sí misma como monja, feminista y de izquierdas. Hace 30 años que es una histórica de los movimientos de base del barrio madrileño de Lavapiés en los que, a través de la solidaridad y la lucha por el bien común, ve reforzadas sus creencias evangélicas. “Me siento muy cómoda siendo monja, aunque la gente me diga que soy rara”, reconoce. Torres afirma que es en los espacios seculares donde se sabe más libre para luchar por el bien común, también desde su fe cristiana.

Aun así, no renuncia a la Iglesia católica, esa institución que históricamente ha menospreciado y discriminado a las mujeres. Desde la teología feminista trabaja por releer la Biblia y las tradiciones cristianas desde una perspectiva de género para poder cambiar “esa Iglesia que no nos entiende”. La lucha bicéfala de mujeres cristianas como Pepa Torres es necesaria pero también dura. “Nos sentimos intrusas en la Iglesia y en muchos movimientos feministas”, dice. Hay quien no concibe que se pueda ser monja y feminista, pero, ante eso, Pepa Torres responde que “debemos bajarnos de nuestros estereotipos y encontrarnos en las luchas, en las plazas y en los sueños”.

Se tiende a meter religión e Iglesia en el mismo saco. La Iglesia católica nos da imágenes que nos dejan claro que es una institución machista, pero, ¿qué hay de la religión? ¿Qué papel tiene la mujer en ella?Las teólogas entendemos que la religión es aquello capaz de vincular lo humano y el misterio, aquello que, desde su dimensión más transcendente, busca el bien universal potenciando lo común. Por ello creo que las religiones no pueden ser íntimas ni privadas, sino que tienen una dimensión pública y política importante y que, por tanto, no se pueden desentender de la justicia social, los derechos humanos en general y, en particular, de las mujeres. Ahora bien, es cierto que algunos sectores de las religiones tienden a erigirse e imponer sus creencias. Ahí es cuando se pervierte el objetivo.

Todas las religiones han pasado por un proceso de domesticación, de asimilación al status quo. Esto empieza ya en el siglo II, cuando el cristianismo sufre una institucionalización para adaptarse a las culturas grecolatinas y empieza a ceder en ciertos aspectos, como el liderazgo de las mujeres. Ahí pasamos de una tradición en la que las mujeres son discípulas y apóstatas, a una Iglesia en que solo son subordinadas y complementos.

Hay corrientes críticas dentro de la Iglesia que resisten, aunque sean invisibilizadas, estigmatizadas y condenadas por la institución, y que aspiran al bien común. Y esto pasa por asegurar los derechos y la liberación de las mujeres, provocando cambios en un sistema tan biocida como el del neoliberalismo patriarcal. Pero los cambios son lentos e insuficientes. Lo que acaba de hacer el Papa Francisco, que reconoce que las mujeres puedan ser acólitas y lectoras, nos parece un escándalo, pero forma parte del anacronismo en que está anclada la Iglesia.

«La Iglesia es el bastión del patriarcado»

¿Por qué cree que la Iglesia es tan anacrónica? ¿Por qué le cuesta tanto implementar avances sociales que ya están asentados en otras esferas sociales?Porque son siglos de interpretar la Biblia de manera patriarcal. La Iglesia es la institución más patriarcal que existe, aunque haya espacios liberados. Es el bastión del partiarcado, legitimado por una lectura de la tradición androcéntrica. Por eso a las teólogas feministas nos parece tan importante releer la Biblia desde la hermenéutica de los movimientos feministas. Siempre se nos ha dado un imaginario de Dios absolutamente masculino. Y blanco. Este lenguaje genera una moralidad patriarcal y clasista. Por eso fue tan importante el grito de las primeras teólogas africanas, que aseguraban que “Dios es negra”. Reivindicamos otros lenguajes sobre la realidad que los creyentes llamamos Dios, para abrir la mirada y que en su nombre no se legitime la discriminación de las mujeres.

«¿Puede ser palabra de Dios aquello que oprime y legitima la discriminación y la violencia? Evidentemente, no»

¿Qué realidades han descubierto las teólogas feministas en la Biblia que se nos han negado?Nos acercamos a los textos desde la sospecha, despatriarcalizándolos y analizando por qué no aparecemos las mujeres o por qué aparecemos de una manera determinada. Y, continuamente, nos preguntamos si puede ser palabra de Dios aquello que oprime y legitima la discriminación y la violencia. Cuando yo era joven nos socializábamos mucho en el compromiso cristiano con un texto de Jeremías que decía: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Me violaste y me pudiste”. ¿Eso, que hoy vemos como una barbaridad, puede ser palabra de Dios? Evidentemente, no.

A partir de esa sospecha descubrimos a mujeres que son grandes desconocidas como Agar, una esclava en la búsqueda de la liberación. También están Sifra y Púa, a las cuales solo se les dedican dos líneas en el Éxodo pero que fueron grandes mujeres: dos parteras egipcias que se sublevan ante las leyes genocidas que mandaban abandonar a los niños judíos en el río para que se ahogaran. Judith se enfrentó al poder político y militar; Deborah fue una jueza en Israel…

La Biblia, como cualquier texto, hay que leerlo pensando en el contexto en el cual fue escrito. Pero no es una novela, sino un libro que sirve de guía moral para muchas personas. A raíz de estos pasajes, que usted califica de barbaridad, se acaban justificando comportamientos discriminatorios hacia mujeres, migrantes, personas LGTBI…

Una de las cosas más terribles es hacer una lectura fundamentalista de los textos sagrados, porque tienen muchas consecuencias en la praxis social. La Biblia es un libro inspirado y, por eso, no se puede interpretar literalmente, sino a la luz de los signos de los tiempos y en diálogo con las nuevas hermenéuticas. Uno de los mayores errores de la Iglesia institucional es la demonización de los feminismos porque tienen aportaciones importantes para poder ser críticos con nuestras tradiciones. Así, la teología feminista se considera más feminista que teología y, por eso, no termina de tener carta en la Iglesia. La religión tiene miedo a los feminismos porque suponen grandes y radicales cambios. A pesar de eso, muchas mujeres hemos aplicado la perspectiva de género a nuestra vivencia de la Iglesia y seguimos siendo cristianas. Pero también hay muchas mujeres que, al no encontrar resuelta esta situación, abandonan la Iglesia. Y esto nos debería hacer pensar mucho hacia dónde vamos.

¿Qué consecuencias tiene para alguien tener que abandonar su fe porque se la discrimina como mujer?Hace años que, como monja, empecé a trabajar con mujeres empobrecidas y me di cuenta que la categoría de clase no era suficiente para liberarnos. Tomé contacto con el feminismo, con la teología feminista y eso cambió mi conciencia de mí misma y mi compromiso social. Pero te puedo decir que las feministas cristianas somos intrusas en la Iglesia y en los movimientos feministas. Muchas mujeres tienen una herida abierta, porque siguen siendo creyentes pero se han sentido expulsadas. Es en las prácticas y militancias compartidas donde nos podemos reconocer y tenemos mucho que desempolvar.

«Las feministas cristianas somos intrusas en la Iglesia y en los movimientos feministas»

Mucha gente podría decir que feminismo y religión son incompatibles por la negación histórica de derechos como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la liberación de las mujeres. ¿Cómo reaccionan a eso desde la teología feminista?

Una cosa son las ideas y otra el cuerpo. Hay quien dice que no existen las monjas feministas y de izquierdas. ¡Joder, yo soy una! Llevo 30 años militando en organizaciones sociales y grupos feministas de barrio. La gente de esos ambientes me reconoce, aunque teóricamente soy un oxímoron. Es importante que todas y todos nos bajemos de los estereotipos para encontrarnos en las calles, en las plazas, en las luchas y en los sueños. Gracias a estos espacios donde cogemos aire es por lo que sobrevivimos las mujeres feministas en la Iglesia. Ahí nos nutrimos para combatir a una Iglesia que no nos entiende.

Y, a veces también nos sentimos intrusas en los feminismos. Recuerdo cuando un grupo de monjas lanzamos un vídeo apoyando la huelga feminista de 2019. Éramos 10 mujeres mayores que nos cansamos de ser invisibles y se hizo viral en seguida. Los comentarios de la extrema derecha te los puedes imaginar, pero la respuesta de ciertos sectores de la izquierda nos dolió mucho. Había quien decía que veníamos a boicotear la huelga, o que si íbamos las monjas ya no era feminismo. Suelo sentirme más cómoda en el feminismo civil que en el cristiano, pero hay momentos complicados.

En su libro Teología en las periferias habla de la fe desde la periferia del activismo. ¿Qué supone para una teóloga contribuir más al cambio desde una asamblea de Lavapiés que desde la Iglesia?Recuperamos formas de Iglesia que no tienen que ver con las parroquias. Reivindicamos los lugares de encuentro, en los que hay gente creyente y no creyente, de diversas culturas. Es una práctica eclesial que existe. No pretendemos convencer, sino luchar desde el compromiso de la fe, que es más que una doctrina: es la experiencia del amor en la historia, en los pueblos y las culturas. Sentir la Iglesia como una herramienta para preservar la justicia y la igualdad nos lleva a ver que lo que está en juego es la vida y donde más se defiende la vida es en los movimientos sociales.

Las asambleas y espacios de intercambio de ideas son inspiradores para mi experiencia religiosa, para descubrir una divinidad que no entiende de fronteras ni de límites y le da igual si eres negro, si tienes papeles, si eres pobre, gay, trans o si eres mujer. Es una experiencia que nos vincula y nos lleva a vivir la comunidad. Y eso, en tiempos de pandemia es fundamental: si algo hemos aprendido es que sin comunidad no hay vida. Yo encuentro en el feminismo una muestra enorme de espiritualidad, porque la fe no es monopolio de ninguna religión. Detrás de los grandes palabros como espiritualidad hay conceptos universales. Es lo que hemos hecho con esos conceptos lo que nos está alejando los unos de los otros.



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