09/03/2021

Escuelita VII: “mi mamá pedía que nos contaran de ella porque sabía que no iba a volver”

Este miércoles 3 de marzo declararon por videoconferencia desde París y México  -respectivamente- Matilde Altomaro, hija de Darío y Susana Mujica, y Luciano Espíndola, quien fue detenido junto al teatrista. La mujer reconstruyó con recuerdos propios y prestados a su madre desaparecida a los 27 años y a su abuela Beba Mujica, Madre de Plaza de Mayo filial Alto Valle, ya fallecida. Espíndola revivió el día de su secuestro y el exilio. Por El Zumbido / RNMA


“Todos los días me pregunto cómo habría sido la vida si hubiese tenido a mi mamá”

Matilde es hija de Darío Altomaro, de Susana Mujica y también de Cecilia, quien la acompañó en su crecimiento después de que el estado terrorista en dictadura le arrebatara a quien la gestó a ella y a su hermano, para no devolverla nunca más. Declaró desde México, donde vive desde el exilio de su familia y de donde vuelve cada tres años para seguir rearmando su historia.

Susana Mujica – Desaparecida

Ella tenía 2 años y medio y su hermano Martín apenas 10 días de nacido cuando se llevaron a sus xadres. Lo define como un sobreviviente, porque nació a los siete meses del embarazo de Susana Mujica y, aunque eso le conllevó problemas de salud, de haber nacido en término lo hubiera hecho en cautiverio.

El 9 de junio de 1976 a la tarde, mientras Susana estaba en el médico sacándose los puntos de la cesárea, llegaron a la casa donde estaban lxs niñxs con su abuela tres vehículos con seis represores de la policía federal “fuertemente armados”. Esperaron por al menos tres horas hasta que ella volvó y la secuestraron.

“Los llevaron a la Escuelita de Bahía Blanca y después de muchos interrogatorios, de estar detenidos y siendo violentados, a mi padre lo liberaron y mi madre continúa desaparecida hasta el día de hoy”, narró Matilde Altomaro.

“Cuando mi padre regresa empezaron a haber amenazas con letras recortadas de diarios, llamadas y demás”, recuerda la mujer, que en ese entonces era una niña: “le recomendaron salir de Neuquén, así que tuvimos que salir escondidos en un auto que salió de madrugada a Buenos Aires y de ahí a Rosario”, en aquel momento ella con sus hermanxs más grandes y Darío Altomaro, dos meses más tarde llegaría Martín, que era apenas un bebé de meses. Allí vivían también con Cecilia, la nueva compañera de Darío, con quien tuvieron otro hijo y quien sería madre de Matilde y Martín que nunca más pudieron abrazar a Susana Mujica. Sin embargo, en Rosario las amenazas seguían y las secuelas psicológicas del hombre aparecían cada vez más: no solo padecía ataques de pánico sino que ya ni siquiera podía hacer lo que le gustaba, teatro, por temor a ser descubierto, tenía que trabajar como plomero y electricista.

En junio de 1981 su padre y sus hermanxs se exiliaron en México, en septiembre fueron Matilde y Cecilia.

“Empezó el tiempo del exilio”, que definió como “un nuevo país, una nueva cultura, tener que desaprender hasta tu manera de hablar para que te entiendan; a los siete años me di cuenta de que estaba dejando atrás todo un mundo y tenía que construir uno nuevo”. Aseguró que “nos costó adaptarnos a México, pero lo fuimos manejando, en cambio para mi papá fue mucho más fuerte, sentía que allá no podía ser el mismo, tenía mucho dolor y mucho resentimiento” y que “las primeras épocas económicas fueron terribles”. Es “vivir todo el tiempo con una referencia de algo muy lejano, pero muy presente que forma parte de nuestra vida”. Sostuvo que “el exilio es duro, pasan los años y te das cuenta que aunque ya tienes una vida afuera hay un gran hueco que nada llena porque nadie entiende, hay que aguantar y seguir, seguir, no hay otra”.

Los únicos que regresaron a Argentina fueron César y Darío Altomaro. “Todos los días me pregunto cómo hubiese sido la vida si hubiera ido a la escuela en Neuquén, si hubiera tenido a mi mamá, si hubiera conocido más historia y geografía argentina, porque te quedás hasta sin patria”, explicó Matilde.

En cuanto a su relación con su historia, habiendo pasado por episodios tan dramáticos siendo tan pequeña, Matilde Altomaro dijo que “siempre lo supe, nunca lo olvidé, aunque de muy chiquita lo tuve bloqueado y no hablé del tema hasta los cinco años, que le pregunté a Cecilia dónde estaba mi mamá”. La mujer recuerda que cuando llegaron a vivir a Rosario, sus xadres fueron a ver a una psicóloga para saber cómo abordar lo que había sucedido con sus hijxs y esta les recomendó no hablarlo hasta que ellxs no preguntaran. “Mi abuela Beba era muy insistente con que teníamos que saber toda la verdad”, recordó y reflexionó que en definitiva “nunca se está apto para una verdad así”. A sus cinco años preguntó por su madre: “Cecilia me contó que la seguían buscando y que estábamos juntos, me dijo toda la verdad”. Luego, volvió a “bloquear”, como ella misma definió, hasta los siete años, “cuando mi hermano César me volvió a contar” y “recién cuando mi hermano Martín tuvo 8 años y preguntó por qué su segundo apellido era Mujica se pudo charlar en familia y la abuela Beba por fin pudo entrar a la familia, pudimos ver fotos, ella empezó a visitarnos en México y pudimos entender por qué nos habíamos ido ahí”.

Matilde Altomaro, desde México.

 

Matilde Altomaro contó que su padre recordaba que todo lo que le preguntaban en los interrogatorios era sobre su madre, que sobre él mismo solo le preguntaban por su trabajo y le hacían bromas en relación a que estaba en cautiverio tanto con Susana Mujica como con Alicia Villaverde y ambas habían sido sus parejas con las que había tenido hijxs. “Todos los testigos dicen que a ella (Mujica) la interrogaron mucho más duro y terriblemente”, sostuvo, “a él (Altomaro) lo golpearon muchísimo, le pegaban con la pistola, creo que le pusieron picana, pero la verdad es que él trató de no entrar en detalles, sé que lo lastimaron mucho, física y psicológicamente, le mostraban fotos de él actuando”.

La mujer pudo construir con testimonios de compañerxs de cautiverio de Susana que “ella pedía que a mi padre lo soltaran y pedía a compañeras que estaban detenidas con ella que se hiciera cargo de nosotros y nos contaran de ella, sabía que no iba a volver”.

Mi madre tenía actividad como militante en el Ejército Revolucionario del Pueblo, era licenciada en ciencias políticas y enseñaba en la universidad”, relató: “mi padre actuaba y seguramente fue liberado por no tener actividad política”. Darío Altomaro integró hasta unos años antes del secuestro el grupo “Génesis”, habían hecho una gira por distintos países de Latinoamérica presentando un espectáculo de música y poesía con denuncias, en particular con un número especial en homenaje a Salvador Allende. Uno de los países en los que se presentaron fue México y a partir de los vínculos que establecieron allí fue que algunxs de lxs liberadxs lo eligieron como país de exilio.

Haber vivido lo que vivió, para Matilde Altomaro, “deja una huella que no hay cómo borrar”. Insistió en que si bien su padre ahora está un poco mejor, aunque todavía asiste a terapia, los primeros diez años desde su secuestro fueron “los peores”.

De Susana Mujica “me contaron que era muy inteligente, muy valiente, que hablaba mucho, que fumaba mucho, que era muy jugada, que era muy buena persona, que siempre ayudaba, que siempre estaba muy pendiente de sus amigos, de las injusticia, que era muy solidaria, que se parecía a mi abuelo que murió cuando ella tenía 15 años, que era muy radical con su ideología, no aceptaba medias tintas”, aunque admite que “cuando nos falta alguien tendemos a idealizar porque nadie habla mal de ellas”. También “me amaba muchísimo, sus hijos éramos su adoración”. Tiene solamente tres fotos con su mamá, su hermano Martín no tiene ninguna.

Para Matilde Altomaro, declarar “es algo que estaba pendiente”. A sus 47 años sostuvo que “esto es algo que tendría que haber hecho hace mucho tiempo, estos señores tendrían que haber pagado hace mucho tiempo y siguen escapando a la justicia”, aseguró: “me da mucha bronca que este sistema los haya solapado hasta el día de hoy”. Dijo que lo hizo por su mamá, por su papá y por su abuela y que “espero que sirva de algo y que los responsables terminen pagando un poco, con los pocos años que les quedan, toda la miseria y el terror que han sembrado, porque es imperdonable”.

 

“Beba Mujica me enseñó a no claudicar”

Desde el secuestro, “mi abuela empezó a presentar habeas corpus e ir a todos lados”, y a partir de ese dolor y esa búsqueda se convirtió en la Beba Mujica que fundó e integró Madres de Plaza de Mayo filial Neuquén y Alto Valle hasta el 2003, cuando falleció, sin dejar nunca de luchar por la memoria, la verdad y la justicia.

Matilde Altomaro caracterizó a su abuela como “un ser extraordinario, sufrió como pocas personas que he conocido, el dolor de mi abuela era inconmensurable, vivió para llevar su lucha un paso más, no pasaba un día sin hacer algo al respecto, le faltaba una hija y gritaba a los cuatro vientos, buscaba hasta por debajo de las piedras, hablaba con quien tuviera que hablar”. Recién cuando sus nietxs conocieron la verdad “ella pudo ser quien era y compartirnos su lucha”.

Recordó que Beba decía “que sus hijos las hicieron renacer y les dieron una nueva vida, y es cierto, desde la desaparición de mi mamá se reinventó, entes era una persona bastante convencional y se convirtió en alguien sumamente fuerte y ejemplar, tenía mil actividades diarias para seguir en la búsqueda por los desaparecidos, no era solamente por mi mamá, era por los 30.000”.

“Yo la admiraba muchísimo, no podía creer cómo esa mujer tan chiquita tenía tanta fortaleza”, expresó: “me enseñó a llamar a las cosas por su nombre, a no claudicar”, y al mismo tiempo “me desesperaba y me llenaba de amor verla tan entregada y tan resistente, buscó a su hija hasta el último momento; el dolor de mi abuela es el dolor más potente que vi en toda mi vida”. Concluyó asegurando que “Beba con Inés (Ragni) y Lolín (Rigoni) son pilares en la lucha por justicia y por la verdad de toda esta basura que tuvieron que vivir; pasaron tantas instancias y en todas les dijeron que no y nunca pararon”.

Fuera de la sala y en diálogo con la prensa, Marina López Dorigoni, integrante del Grupo por la memoria y el compromiso con las Madres y los 30.000, lamentó que Lolín e Inés no pudieran ni siquiera presenciar virtualmente las audiencias: “en el mes de diciembre se hicieron presentación de todos los organismos de derechos humanos para la posibilidad de participar de manera virtual y este tribunal particularmente ha sido sumamente restrictivo y esto es un dolor grande para las Madres, porque ellas siempre han venido a todas las audiencias, a todas las etapas de los juicios, porque es apoyar a los sobrevivientes y a los testigos, que son los únicos y las únicas que ponen el cuerpo una vez más para lograr algo de justicia, porque los genocidas siguen con el pacto de silencio” y recordó que en los tramos anteriores ellas se paraban ante la audiencia y el tribunal a reclamar: “esta posibilidad se las han quitado y hasta la de escucharlo en su casa”.

 

“La memoria es un salvavidas”

Luciano Espíndola tiene 85 años y demencia senil diagnosticada. Hubiera querido declarar antes: “mi memoria estaría mucho mejor si los juicios se hubieran hecho en otro momento”, aseguró entre apuntes.

Luciano Espíndola, desde México – Foto Iris Sánchez

 

Fue detenido con Darío Altomaro y estuvo secuestrado menos de 24 horas que lo marcaron de por vida. El 9 de junio de 1976 estaban grabando un teatro de títeres en la Universidad del Comahue y se dieron cuenta de que les faltaba un cable, por lo que fueron hasta la casa en la que vivían Darío y Susana Mujica a buscarlo. Al llegar se encontraron con los represores, recuerda a todos de civil. Inmediatamente los encapuchan y los empiezan a golpear.

A Espíndola lo trasladan a la Escuelita de Neuquén, donde escucha gritos “como si estuvieran torturando a otras personas en otro lugar” y máquinas de escribir. Le hicieron preguntas sobre Darío Altomaro, sobre Susana Mujica, sobre Alicia Villaverde y sobre Alicia Pifarré, sobre amistades que en realidad eran amigxs de amigxs suyxs, ya que él era mayor.

A las pocas horas lo liberaron. Le costaba recordar lo sucedido porque quedó muy aturdido por los golpes y muy dañado psicológicamente. Luego se enteró de las torturas a Altomaro. Decidió quedarse unos días encerrado en su casa de Centenario y luego se exilió a México para alejarse de lo que había vivido y porque tenía muchos conocidxs y compañerxs desaparecidxs: “hui por tristeza y por miedo”, concluyó.

 

El próximo miércoles 10 de marzo desde las 9 continúan los testimonios. Acercate a participar y acompañar la lucha por la memoria, contra el olvido y contra la reconciliación.

 

#NiOlvidoNiPerdónNiReconciliación

#FueGenocidio

¡30.000 compañerxs detenidxs desaparecidxs PRESENTES!



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