03/02/2021

Sobre el Instituto Gamaleya y la ciencia rusa: una historia negada

Creado en 1891 como un gabinete privado químico-microscópico y bacteriológico, fue nacionalizado luego de la revolución en 1919. Desde 1949 lleva el nombre del científico Nikolái Gamaleya, pionero en microbiología e investigación de vacunas en Rusia. En el siglo XX, Gamaleya, al frente del centro, luchó contra las epidemias de cólera, difteria y tifus, y organizó campañas de vacunación masiva en la Unión Soviética. Desde la vacunación contra la viruela en 1919 hasta la creación y distribución a África de  la única vacuna contra el ébola oficialmente autorizada y aprobada para uso clínico en 2017. Una historia negada sobre la ciencia en un país que tuvo a la revolución como impulsora del desarrollo humano. Por Ramiro Giganti (ANRed).


El Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya es un centro de investigación ruso cuya sede se encuentra en Moscú y actualmente depende del Ministerio de Salud de la Federación Rusa. Esta institución, de más de 100 años de historia, hoy aparece mencionada en los principales medios hegemónicos por la creación de la vacuna Sputnik V, cuyo anuncio, a mediados del 2020 cuando no había ninguna vacuna aprobada, sacudió la prensa mundial e incluso la geopolítica. Sin embargo, el instituto lleva en su historia numerosas innovaciones a lo largo de su historia, muchas de ellas de gran trascendencia mundial.

Nikolay Fyodorovich Gamaleya nació en Odesa en 1859, en el seno de una familia perteneciente a la nobleza cosaca en el Imperio Ruso. Se graduó en la Academia Novorossiysky en Odessa en 1880 y en 1883 en la academia médica militar de San Petesburgo. Luego estudió en el laboratorio del biólogo francés Louis Pasteur, en París y abrió, en 1886 en Rusia, el segundo punto de vacunación contra la rabia en el mundo. En los años siguientes, también desarrolló investigaciones contra el cólera, la tuberculosis, el tifus, el ántrax y otras enfermedades. En 1919, gracias a las investigaciones de Gamaleya brindando primero una inmunización al Ejército Rojo, y luego a la población, la Unión Soviética fue el primer país del mundo en erradicar la viruela. Autor de más de 300 publicaciones académicas en bacteriología, fue miembro de distintas comunidades científicas nacionales e internaciones y distinguido con honores, recibiendo en dos ocasiones la Orden de Lenin, y la Orden de la Bandera Roja, entre otras condecoraciones. Falleció el 29 de marzo de 1949. En su honor desde ese año el instituto lleva su nombre.

Estampilla soviética dedicada a Nikolai Fedorovich Gamaleya en 1959, a cien años de su nacimiento.

Durante los años siguientes, el ya bautizado Instituto Gamaleya siguió con sus desarrollos. Actualmente, el centro gestiona una de las mayores colecciones de virus del mundo y tiene sus propias instalaciones para la elaboración de vacunas.

La participación y conexión rusa con la vacuna Sabin

En 1956 los virólogos Anatoli Smorodintsev, Mikhail Chumakov y su compañera Marina Voroshilova, con la compañía de un agente de la KGB que seguía sus pasos, llegaron a Estados Unidos. La poliomielitis arrasaba en la Unión Soviética, así como en otros rincones del planeta. El aumento en la incidencia de esta enfermedad paralizante y que afectaba principalmente a niños habría convencido a las autoridades soviéticas de que era costoso, social y económicamente, no aprovechar los grandes avances en la investigación biomédica desarrollados en Occidente. En Estados Unidos, por su parte, no tenían mucho que perder: ambas potencias compartían un enemigo en común, el poliovirus, un invasor invisible que no respetaba clase, estatus, sexo, religión, nacionalidad o ideología. Chumakov y Smorodintsev eran figuras destacadas de la virología soviética, habiendo sido parte del desarrollo de la primera vacuna contra la gripe. Tras visitar los laboratorios de  Jonas Salk, quien en 1955 había desarrollado una vacuna efectiva, se relacionaron con Albert Sabin, que estaba probando una vacuna mucho más efectiva y barata, en base a  poliovirus vivos pero atenuados, que se podía tomar por vía oral. Pero había un problema: pese a lo prometedora que parecía la vacuna, las autoridades estadounidenses se negaban a permitir la realización de ensayos con virus vivos. Sabin, entonces, le entregó tres cepas de virus atenuado a los científicos soviéticos para que las estudiasen e investigaran la vacuna en Moscú y Leningrado. Como gesto de buena voluntad, autorizado por el Departamento de Estado, en junio de 1956 el reconocido virólogo polaco nacionalizado estadounidense voló a la Unión Soviética: allí dio charlas, visitó laboratorios y escuchó nuevas ideas, como la de Chumakov de suministrar la vacuna en forma de caramelos o terrones de azúcar. Así fue cómo durante años telegramas y frascos de vacunas viajaron de un lado al otro del mundo.

En Moscú, Chumakov y Voroshilova se vacunaron, pero para avanzar necesitaban probar la vacuna en niñas y niños, ya que eran los principales afectados. Las convicciones y seguridad que tenían sobre la vacuna les llevó a tomar una decisión polémica y probar la vacuna en sus hijos y sobrinas. Uno de ellos fue Peter Chumakov, hijo del científico quien recordó que les dieron un terrón de azúcar mezclado con el poliovirus debilitado. Luego los  científicos procedieron con ensayos más amplios: en 1957 se vacunaron 67 niños con la vacuna desarrollada en conjunto por Sabin, Chumakov y Voroshilova. Luego fueron 2.010 pacientes y en 1958 llegaron a 20 mil. En 1959 se vacunaron 10 millones de chicos y chicas en la Unión Soviética siendo el mayor ensayo en la historia de la vacuna contra la polio. Pese a los ensayos y pruebas, la vacuna siguió sembrando dudas en occidente, donde el propio Sabin recordó como, con el único argumento de su “origen ruso” se descalificó a semejante labor científica. “La reacción general, que no solía ser expresada públicamente, era: ‘Bueno, no puedes confiar en nada de lo que hacen esas personas’”, declaró alguna vez Sabin.

Marina Voroshilova y Mikhail Chumakov, a la izquierda, miran a una terapeuta ejercitar las piernas de un niño de tres años en el Instituto Kenny, en Mineápolis. Fuente: NY Times, Archivo Bettmann

Llevó un tiempo, pero el logro documentado de la colaboración Sabin-Chumakov finalmente superó las apreciaciones ideológicas. En 1960 Dorothy Hortsmann de la Universidad de Yale, recorrió la Unión Soviética como representante de la Organización Mundial de la Salud, y reconoció la efectividad y seguridad de la que durante un tiempo fue conocida como la “vacuna comunista”.

La vacuna se aprobó en Estados Unidos en 1962 y llegó a Argentina en 1967. En plena “guerra fría” la colaboración científica entre norteamericanos y soviéticos derivó en uno de los mayores logros del siglo XX y salvó miles de vidas.

Sputnik, el nombre que incomoda

El nombre Sputnik tiene un significado particular y que a muchas voces del stablishment mundial les incomoda. La nave “Sputnik I” fue el primer intento exitoso de poner en órbita un satélite artificial alrededor de la Tierra. Lanzado en 1957 desde el Cosmódromo de Baikonur en Tyuratam, 371 km al suroeste de la pequeña ciudad de Baikonur, en Kazajistán (en aquel entonces parte de la Unión Soviética), significó la primer incursión espacial de la humanidad. Sputnik I fue el primero de una serie de cuatro satélites que formaron parte del programa Sputnik de la antigua Unión Soviética. La palabra sputnik en ruso significa «compañero/a de viaje». Resulta llamativo que ante una pandemia que obliga a la población a no desplazarse, sea una vacuna llamada así la que le permita a la persona inmunizada poder “volver a viajar”.

Réplica de Sputnik 1, el primer satélite artificial puesto en órbita en el mundo.

El lanzamiento de Sputnik I fue una seña del triunfo de la Unión Soviética en la llamada “carrera espacial” que luego sería validada con el viaje del cosmonauta Yuri Alekséyevich Gagarin quien en 1961 fue el primer ser humano en viajar al espacio exterior. Un país que en 1917 era el más pobre y atrasado de Europa 40 años después, revolución mediante, era el primero en llegar al espacio.

Años después y con los mismos cuestionamientos en medios Sputnik V es la primera vacuna contra el COVID-19 registrada en el mundo. Desde los años 80 el Centro Gamaleya ha liderado los esfuerzos para desarrollar una plataforma tecnológica basada en adenovirus que se encuentran en los adenoides humanos. En esos años (80) había más científicos e ingenieros en la Unión Soviética que en cualquier otro país del mundo. “Pero la historia y los logros de esa comunidad científica son poco conocidos en Occidente”, indica Loren Graham, historiador de la ciencia de la Universidad de Harvard. “La ciencia soviética, por ejemplo, no se organizó tradicionalmente sobre la base de la revisión por pares y las subvenciones de investigación, sino en la financiación en bloque de institutos enteros”.

Las preguntas que se ocultan

Mucho se debate y se oculta en relación a la actual pandemia que afecta a todo el mundo. Mientras se discriminan avances científicos por su país de procedencia, sin conocer su historia de innovaciones en ciencia, y se banaliza a la información desde las llamadas fake news.

La caída de la Unión Soviética permitió a quienes ganaron la contienda instalar su versión de la historia, donde se de las contradicciones o miserias ocurridas, sobre todo en el período de la llamada pro muchos «contra revolución» durante el mandato de Stalin, donde los científicos no estuvieron exentos: un caso fue  el del genetista Nikolai Vavilov, quien se dedicó al estudio del trigo, maíz y otros cereales para alimentar al mundo y murió de hambre en 1943 en un gulag en Siberia, donde había sido enviado por orden de Stalin. Sin embargo, esa crueldad, que existía antes de la revolución y era ejercida por los zares, convivía con innumerables desarrollos en ciencia y tecnología. Se niega, entre otros aspectos, el impulso de la revolución como motivación de la humanidad. El impulso de las preguntas y el pensamiento por sobre la opresión establecida.

Poster soviético en el que se ven dos mujeres científicas y la consigna «Seré química!»

Una pregunta resuena en nuestra desesperación por terminar con la pandemia y poder retomar actividades ¿porqué hay una distribución tan lenta de las dosis? ¿porqué hay tantos países excluidos? ¿porqué no hubo una unidad en el mundo para volcar los recursos y unir a toda la comunidad científica, e industrial y logística para una justa y organizada distribución mundial de las dosis? ¿porqué hay enfermedades en las que se invierte para investigar y otras en las que no?

En relación a los países excluidos, el continente africano lidera el ranking de indiferencia. ¿Qué pasó con la epidemia del ébola que aquejó a ese continente hace unos años? solo hubo una vacuna desarrollada contra el ébola. Fue el Centro Gamaleya quien lo llevó a cabo. desarrolló y registró con éxito, en 2015, dos vacunas contra el Ébola (y una tercera vacuna fue registrada en 2020), usando la plataforma de vectores adenovirales. Las vacunas han sido oficialmente aprobadas por el Ministerio de Salud de la Federación Rusa. Cerca de 2,000 personas en Guinea han recibido la vacuna contra el Ébola como parte de los ensayos clínicos de Fase 3 en ese año. En 2017-18, el Centro Gamaleya recibió una patente internacional por su vacuna contra el Ébola. La epidemia tuvo nuevos rebrotes en 2018 y su información sobre su expansión fue eclipsada por el coronavirus, pero en 2020 la OMS declaró el fin de la pandemia, pese a que omitió hablar de la vacuna desarrollada por el Centro Gamaleya, que también había desarrollado una vacuna contra el MERS (o Síndrome respiratorio por coronavirus de Medio Oriente).

El principal prejuicio hacia la ciencia rusa tiene que ver con la falta de información. ¿porqué nadie exige información sobre las patentes? ¿porqué no se habla de las patentes de las vacunas en los medios? ¿porqué se habla tanto de que se está trabajando para vacunar a toda la población mientras se comercializan las dosis excluyendo a las poblaciones desposeídas?



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