29/01/2021

La Forestal y los esclavos del quebracho

“Se empezó a escuchar por primera vez una palabra que pronto echó a volar por el obraje.Todos la repetían: huelga, ¡huelga!¿Qué sería la huelga? ¡Oh, añá! ¡Güelga nomá, chamigo!”Gastón Gori – La Forestal / La tragedia del quebracho colorado. Por Jorge Montero.


Durante sesenta años La Forestal, una compañía inglesa dedicada a la explotación del quebracho colorado, estuvo radicada en el Chaco santafesino. Cuando liquidó sus propiedades para instalarse en Sudáfrica, dejó como testimonio un páramo de un millón de hectáreas, decenas de pueblos fantasmas, y el horror en la memoria de los sobrevivientes. Quien recorra hoy Villa Guillermina, puede que se tope con algún descendiente de aquellos redivivos; narrador de como nada allí era ajeno a la compañía: “ni siquiera el aire que respirábamos nos pertenecía”.

Cuentan que La Forestal talaba árboles para extraer el tanino y usar la madera. Que levanto pueblos que hoy son como cementerios; y que tuvo almacenes y gendarmería propia. Hasta hay libros y una película donde se asegura que llegó a emplear veinte mil hombres a los que obligaba a trabajar jornadas de doce horas, y que se morían pronto. Tuberculosis, picados por alimañas, volteados por los gendarmes. Los que mandaban hablaban inglés, aunque más tarde también alemán, y la bandera izada en el lugar no era reconocida por ningún obrajero. Se ha escrito que esa empresa sobrevivió a un gobierno tras otro. Que se consideraba parte de la corona británica y que en 1966 se fue del país, desagradecida.Parece que no le alcanzaron los quebrachos que había para satisfacerla y se trasladó a Sudáfrica a explotar plantaciones de mimosa, una fuente más rentable de tanino. Acá no dejó nada. Ni un tramo de riel de los más de 400 kilómetros de vías férreas extendidas por sus tierras; ni los tanques de agua potable que abastecían a las poblaciones ubicadas a lo largo de esas líneas ferroviarias. Los recuerdos más visibles son el desierto, los poblados fantasmas, y unos cientos de cruces anónimas en los cementerios.

El 22 de junio de 1872, el gobierno santafecino contrató un empréstito con un banco londinense de extraño nombre latino, Cristóbal Murrieta y Cía. No pudo pagar la deuda contraída y debió negociar. Así, el Poder Ejecutivo, apremiado por un tal Lucas González, apoderado de la compañía, envió a la legislatura provincial un proyecto de ley para saldar la deuda con bonos fiscales y tierras. Era septiembre de 1880 y estos patriotas habrán pensado que había demasiada tierra y pocos argentinos, así que lo mejor era entregarla a la venta “en Inglaterra u otras partes de Europa”.

En abril de 1881 se otorgó el poder para la comercialización. La Legislatura expresó que esa tarea debía cumplirla alguien considerado idóneo, así que teniendo a mano a don Lucas González -más idóneo imposible- le pidieron el favor. Eran 668 leguas cuadradas de tierra (unas 1.804.563 hectáreas). González no encontró mejor cliente que su propia empresa y le vendió todo a Cristóbal Murrieta y Cía. Otro patriota argentino intervino en la operación como apoderado; era don Juan Bautista Alberdi. Dice el historiador Gastón Gori que ésta fue “la entrega más grandiosa de quebrachales colorados que se realizara en el mundo”. Cómo no iba a serlo, si los únicos lugares donde existía ese árbol eran el chaco argentino y el paraguayo.

“Se han salvado el honor y el crédito de la provincia”, dice el decreto de venta. Así comenzaba la historia, sin abundar en detalles. Desde el pueblo de San Cristóbal hacia el norte, donde hoy están marcados los límites con el Chaco, fue todo de The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited, según se inscribió en el registro de contratos públicos en 1906.

Empezaron a levantarse pueblos y los hombres llegaban a buscar trabajo. Eran de Santa Fe, del Chaco, de Corrientes, del Paraguay. La mayoría hablaba guaraní. La empresa empleaba contratistas y éstos, a su vez, a los peones. La Forestal respondía por ellos en los papeles y entregaba la madera para la vivienda. El hachero entraba a trabajar monte adentro con su familia, en caso de que los hijos no fueran menores de diez años. Le pagaban por carga puesta en los carros de los contratistas. Pero le daban vales y debía comprar en los almacenes de la misma empresa. El contratista tenía, en relación al obrajero, un solo derecho más: hacer de él lo que quisiera. Hasta aniquilarlo.

Todo: vidas, herramientas, alimentos, hasta la tierra pisada, el aire respirado y las alimañas del monte eran de la compañía. Hacia 1915, el malestar de los pueblos de Villa Guillermina, San Cristóbal, Tartagal, Villa Ana y otros, llegó a oídos de Buenos Aires. Desde aquí partió una comisión investigadora. A su regreso elaboró un informe donde señalaba que para corregir los males que sucedían en Santa Fe “había que crear escuelas”. Sólo unas pocas voces se levantaron en el Congreso, las de Alfredo Palacios, Belisario Salvadores, Amadeo Ramírez.

Un año más tarde, el diario ‘La Razón’ de Buenos Aires, calificaba de excelente el ejercicio de La Forestal. Por entonces, la compañía era dueña de 2.100.000 hectáreas y pagaba como contribuyente provincial unos 300 mil pesos anuales. En cambio, en Londres, oblaba en concepto de impuestos y otros rubros, 768.036,17 libras esterlinas (8.797.503 pesos argentinos de entonces). El gobierno de Su Majestad cobraba casi ocho millones y medio de pesos más que la provincia de Santa Fe, productora del quebracho.

Los trabajadores que construían la riqueza de La Forestal eran jóvenes de 20 a 30 años en su mayoría; una década de trabajo los arruinaba. Sus viviendas, llamadas ´benditos’, eran enramadas o chozas. “Cuando un trabajador no era del agrado del jefe de la fábrica, él mismo, después de despedirlo, ordenaba el desalojo de la vivienda y luego se presentaba a hacerlo efectivo gente a sus órdenes, generalmente capataces actuando como oficiales de justicia, acompañados de la policía. Si el obrero no se marchaba en el acto con su familia y sus pobres útiles, eran sacados violentamente del domicilio y cargado su ajuar en un carro sobre el cual se llevaba al desalojado, su mujer e hijos hasta fuera del terreno de la compañía, donde eran abandonados junto con sus muebles, en medio del campo”. Esto lo escribió Luis Lotito, un militante anarquista que visitó frecuentemente la zona en los días de las grandes huelgas entre 1918 y 1921.

Hacia 1919, las fábricas de Villa Guillermina, Villa Ana, Tartagal, Santa Felicia y La Gallareta, producían 5.500 bolsas de tanino por día, las que se vendían a razón de 40 pesos cada una. Los más de 10 mil trabajadores ocupados en las fábricas, ganaban un promedio de 3 pesos por día. La empresa pagaba 2,50 pesos por tonelada de leña al hachero y luego la vendía a un precio veinte veces superior. Un observador de entonces estimaba que, de los 30 mil pesos diarios pagados por la empresa como salarios, tres cuartas partes regresaban a sus arcas a través de sus proveedurías.Antes de que finalizara la segunda década del siglo XX, los libros de Marx y las noticias sobre la naciente Revolución Rusa, llegaron a manos y oídos de muchos obreros. Gente de la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina) se había filtrado y hablaba de derechos obreros, de acción, de lucha, de huelgas. A través del puerto, con ayuda de los marineros, entraban las primeras armas. Villa Guillermina tenía siete mil habitantes (el pueblo había sido fundado en 1900, antes de la instalación de La Forestal), entre ellos algunos independientes de la empresa. Por allí pasaban anarquistas de los que apenas se tiene memoria: Giovetti, Ifran, Lafuente, Vera, Cochia, el citado Lotito. Así se formó el primer Centro Recreativo en Villa Guillermina, que luego fue local sindical de la F.O.R.A. Juan Giovetti logró introducir -quien sabe cómo- una imprenta y comenzó a redactar y editar el periódico ‘Añá Membuí’ (‘Hijo del diablo’).

En julio de 1919, hace justo cien años, se declaró la primera huelga organizada. Los obreros demandaban aumento de salario, disminución de la jornada de trabajo de doce a ocho horas y suspensión de los despidos. Los reclamos fueron oídos luego de varios días de huelga, cuando los trabajadores del ferrocarril comenzaron a obstaculizar el recorrido de los trenes en el trayecto del kilómetro 39 y el empalme Villa Guillermina con el ferrocarril Santa Fe.

La siguiente huelga comenzó el 13 de diciembre de 1919 y se prolongó hasta mediados de enero de 1920. La Forestal logró entonces que la gobernación de Santa Fe, a cargo del radical Enrique Mosca, formara una gendarmería volante a su servicio. Pagó todo: uniformes, armas, sueldos, transporte. Alquiló asesinos y desalmados que encontró cerca, logró que de las cárceles provinciales liberaran para el servicio a presidiarios peligrosos y los integró al “cuerpo de seguridad”. A ellos se unieron algunos soldados y oficiales del regimiento 12 de infantería, entre los que se encontraba el joven teniente Juan Domingo Perón. Comenzaron los apaleos, asesinatos y allanamientos. La Forestal cortó el agua y la luz en el pueblo. No obstante, la huelga se mantuvo y logró reivindicaciones: un jornal de cuatro pesos diarios y la jornada reducida a turnos de ocho horas.

El diario ‘La Nación’ -tribuna de doctrina-, informaba a la población porteña: “Se ha constituido un verdadero soviet, armándose brigadas de obreros que recorren las poblaciones imponiendo su voluntad… Si las depredaciones continúan y aquel grotesco soviet logra imponer sus exigencias y sus métodos, se habrá creado un gran estímulo para que cuadros análogos se reproduzcan en otros puntos del país, tomando el fenómeno una extensión total”.

Para marzo continuaban los despidos y atropellos de La Forestal. Los gendarmes golpeaban con más fuerza y desconocían las conquistas logradas por los trabajadores en la última huelga. Ese cuerpo paramilitar le costaba a la empresa entre 30 y 40 mil pesos mensuales, lo que equivalía a los jornales de 400 obreros. La población los bautizó rápidamente con el nombre de “Cardenales”, por su ostentosa vestimenta.

La compañía necesitaba más seguridad y contrató ochenta civiles en Santa Fe, los armó con fusiles winchester, revólveres y cuchillos. Desde Buenos Aires comenzaron a llegar también miembros de la Liga Patriótica. Para algunos hijos de la oligarquía era una excitante aventura enrolarse en las filas de los agentes de La Forestal y asesinar trabajadores; ya cargaban en sus espaldas con la masacre de los obreros de los Talleres Metalúrgicos Vasena.

La represión en abril fue feroz. Luis Lotito y Juan Giovetti fueron apresados. Algunos testigos contaron como el cuerpo 12 de infantería intervino con fuego de ametralladoras contra los huelguistas. Según el diario ‘Santa Fe’, solo en la jornada del 26 de abril, un rumor indicaba que habían muerto doscientos obreros. Rápidamente el hecho fue desmentido por las autoridades santafesinas.

Entre tanto, el directorio de la compañía vendía porciones de tierra ya devastada y compraba nuevas con lotes de quebracho. Los despidos se sucedían, la represión y la cárcel eran cosa común. Las listas negras de la empresa crecían y en 1921 había 12 mil obreros despedidos. La Forestal comenzó a cerrar establecimientos y corrió la voz de que se disponía a producir un lock-out. Ofreció a los trabajadores que quisieran regresar a sus lugares de origen, pasajes de ferrocarril y dinero para el viaje. Comenzaba la despoblación. Unida a esta decisión, la compañía resolvió golpear más bajo y en un alarde de extraño nacionalismo, prohibió el uso de los colores rojo y granate en las vestimentas, por ser “juzgado peligroso para los intereses de la empresa”. Los cardenales atrapaban a la gente en las calles y les arrancaban las rotosas prendas a tirones, y se los obligaba a gritar ¡Viva la patria!

El 28 de enero de 1921 se desató otra huelga. La resistencia de los obrajeros, a quienes el accionar de la F.O.R.A. proporcionó una enfervorizada conciencia de justicia y libertad, se inició en Villa Guillermina y Villa Ana simultáneamente. Relata Gastón Gori: “Se vivía en un volcán. Con las primeras víctimas caídas en los choques se desató la violencia. Los huelguistas ocuparon vagones, zorras y caballos para transportar obreros que se plegaban al movimiento. La gendarmería volante actuaba en patrullas por las líneas ferroviarias y en zonas de obrajes para proteger las comunicaciones, y se concentraba, con otras fuerzas, en las dos localidades. Los ataques fueron violentos… la represión tuvo caracteres de caza del hombre y en los bosques se comenzó a vivir ambiente de guerrilla para salvarse de la muerte”. Los diarios indicaban que “el tiroteo es continuo y en todas direcciones”.

Pobladores y familias enteras huían despavoridos ante la violencia de los gendarmes. Sacaban a los obreros fuera de sus chozas, atacaban a las mujeres y luego ponían fuego a sus pertenencias. Esta era su política de “deportaciones”, al amparo del gobierno nacional en manos de Hipólito Yrigoyen. Era tal el éxodo, que el entonces gobernador del Chaco, otro radical, Oreste Arbo y Blanco, envió una nota al ministerio del Interior señalando: “Llegan al Chaco en número alarmante familias acosadas por la miseria, buscando en este territorio alivio a su situación”.

Nunca se sabrá cuantos muertos dejó la faena de la gendarmería volante. Ni siquiera las cruces anónimas de los cementerios identifican a todos los caídos. Las crónicas de la época hablan de más de 600 obrajeros asesinados. Jornadas de horror, quizá solo comparables a las que el ejército argentino provocaba por esos mismos días entre los peones en huelga de la Patagonia.

Entre 1948 y 1963 La Forestal clausuró, finalmente, sus cuatro fábricas de Santa Fe. Había puesto en marcha el plan de retirarse progresivamente del país -obteniendo todas las ventajas posibles-, levantando las vías férreas, telefónicas y hasta puertos; mientras se instalaba en Sudáfrica aumentando la producción y venta de mimosa, un arbusto capaz de producir el tanino más barato que el obtenido del quebracho.

Hoy solo los restos de guinches y trabajos pasados habitan el caserío de Las Gamas. No son distintos otros solares sobre los que La Forestal apoyó su enorme pie. Vidas secas en Villa Ana, que fue el centro de la diversión nocturna de los trabajadores del obraje. Fortín Olmos con un puñado de habitantes derrumbados de hambre cuyos hijos piden limosna a quienes no tienen ni bolsillos. La Sarnosita es sólo un recuerdo. Florida, que tuvo alguna vez doscientos habitantes, es una estación abandonada.

Desaparecieron también los pueblos de los kilómetros 322, 325, 348, pero allí al menos queda el cerco del bosque rojo y algún campesino miserable que cuida gallinas y chivos. En Villa Guillermina, la “capital” de La Forestal, todavía el miedo impide a los más viejos pronunciar el nombre de la compañía. Allí intentan sobrevivir en medio del silencio. Estas son las huellas que ha dejado una pesadilla.

Aunque se haya escrito tanto sobre la compañía, aunque esté viva en la memoria, parece increíble la falta de coraje de tantos patriotas complacientes, cuyos apellidos engalanan plazas y calles del país, y que jamás intentaron arremeter contra La Forestal. Salvo que haya sido un fantasma. Y a los fantasmas nadie los ve.

En el epílogo de su libro ‘La Forestal / La tragedia del quebracho colorado’, Gastón Gori escribió: “…Centenares de millones por un lado, desocupados y miseria por el otro. Si esto no es suficiente para comprender el nefasto papel del capitalismo extranjero en nuestro país, si esto no es claramente interpretado por los gobernantes, si así como lo entiende conscientemente la clase obrera no lo entienden todos los sectores que se consideran ‘fuerzas vivas’ o ‘factores de poder’, y si en conjunto todo el pueblo argentino no impone su ideal de liberación nacional eliminando la presencia del imperialismo en nuestro suelo, entonces nuestra patria continuará siendo el escenario donde los grandes exportadores extranjeros, con la cooperación de argentinos increíbles, manejarán los hilos fundamentales de nuestra economía y, con ello, cargarán siempre sobre la espalda del pueblo las consecuencias de los beneficios que se exportan”.

 



2 comentarios

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  1. Emilio Atilio Alonso · 2021-02-03 12:10:34
    Una joyita el gobierno de Yrigoyen y otra: el joven teniente J.D. Ladró n!
  2. carlosnqn · 2021-01-31 19:12:21
    El articulo, parece una película de horror pero es la pura realidad de nuestro País. Desearía si es posible que efectúen una investigación y lo vuelquen en ANRED ; sobre las personas o empresas que se enriquecieron con esa masacre campesina y ambiental y si AUN hoy están en el Chaco santafesino y quienes son.¡¡¡ Memoria Activa no?..

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