09/01/2021

Italia, el país europeo que más sufre los efectos del cambio climático

La Plaza de San Marco, en Venecia, inundada por el «Acqua Alta», fenómeno agravado por el cambio climático. Foto: Roberto Trombetta

Italia es víctima de la variación de temperatura del mar Mediterráneo, más alta que el promedio mundial. La frágil morfología y el impacto del ser humano contribuyen a causar una crisis sin precedentes. Algunos sectores como la agricultura ya están sufriendo enormes daños económicos. Por Alessandro Leone.


Las imágenes de Venecia sumergida en noviembre de 2019 por 187 centímetros de agua dieron la vuelta al mundo. La plaza de San Marco, que solía estar llena de gente esquivando las palomas, se convirtió en una gigantesca piscina vacía. Esos mismos días de noviembre un alud de lodo invadió las calles de Matera, en el lado opuesto de la península italiana. Dos patrimonios de la Unesco quedaron duramente perjudicados por las inundaciones uno tras otro. Son algunos de los ejemplos más ilustres de la emergencia climática que está sacudiendo el bel paese, a menudo presentada en los telediarios simplemente como “mal tiempo”.

El Mediterráneo es un hot spot climático, un área que resulta más sensible a los cambios del clima. Mientras en el mundo el crecimiento promedio de la temperatura es de un grado respecto a la época preindustrial, en el antiguo Mare Nostrum roza los dos y corre el riesgo de superar los objetivos impuestos por la cumbre del clima de París. Italia tiene la mala suerte de ser la única península casi completamente rodeada por este mar y sufre las consecuencias de su posición geográfica.

Según los datos del European Severe Weather Database, cerca de 1.100 eventos extremos, entre tornados, lluvias torrenciales, granizados, tormentas de nieve o avalanchas, han afectado el país de norte a sur en 2020. En comparación con otros vecinos, estos episodios crecen más rápidamente: en 2010 Italia sumó 292, mientras que España 128. Diez años después, España ha llegado a 470.

La peligrosidad de estos fenómenos se agudiza cuando choca con una morfología complicada. Las cadenas montañosas y las colinas de varias alturas contribuyen a la belleza del país transalpino, pero lo convierten también en un territorio sujeto a terremotos, desprendimientos y deslizamientos. El impacto del ser humano ha terminado por empeorar esta debilidad estructural con un desgaste del suelo entre los más altos de Europa —dos metros cuadrados al segundo, de acuerdo con el Instituto Superior para la Protección y la Investigación Ambiental italiano (Ispra)— y una cementación que poco ha tenido en cuenta las características ambientales. La Agencia Europea de Medio Ambiente ha calculado que los daños económicos alcanzan los 64.000 millones de euros entre 1980 y 2017.

Pese a ser uno de los países que más sufre el cambio climático, varios de los expertos consultados coinciden con que el tema está ausente de la opinión pública y piden que las instituciones adopten medidas contundentes a largo plazo para hacer frente al problema. Para muchos italianos ya es cuestión de vida o muerte.

Mediterráneo: de privilegio a condena

“Te basta con coger un mapa”, dice Gianmaria Sannino, del Agencia Nacional por las Nuevas Tecnologías, la Energía y el Desarrollo Sostenible (Enea). Italia se encuentra en el medio de lo que define “un gran lago”, que se conoce como mar solo gracias al estrecho de Gibraltar. “En el pasado ha representado una gran ventaja porque el clima mediterráneo era dócil y favorecía la agricultura. Gracias a ello, las civilizaciones han podido prosperar. Sin embargo, ahora es todo lo contrario”, afirma.

El Mediterráneo es víctima de un cambio de circulación causado por el calentamiento global de origen antrópico. Antes, los veranos en Italia gozaban de la protección del anticiclón de las Azores contra el clima africano. Ahora, los anticiclones líbicos llevan consigo fuertes olas de calor y al retirarse dejan espacio a las corrientes frías del norte, que en contacto con un territorio húmedo y un mar caliente provocan eventos climáticos violentos. “Las precipitaciones disminuyen un 30% durante otoño e invierno, pero al mismo tiempo suben un 10% los fenómenos intensos de lluvia. La atmósfera más caliente mantiene la humedad y el agua cae de manera más localizada”, explica Sannino, que ha analizado los efectos de la variación del clima en un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

Las noches tropicales, en las que la temperatura mínima no desciende de los 20 grados, ya son 29 más con respecto al periodo entre 1960 y 1990, según el Centro Euro-Mediterráneo sobre los Cambios Climáticos (CMCC), y están destinados a crecer. Antonello Pasini, del Consejo Nacional de Investigaciones (CNR), confirma que los extremos de calor han aumentado, mientras los de frío han bajado y cita el ejemplo del río Po, que en abril de 2019 ha alcanzado un nivel que suele tener a principio de junio. La sequía ha dañado la producción del maíz, crecido en menor cantidad y calidad, por lo que los agricultores han malvendido el producto como material para hacer biodiésel, con pérdidas de hasta 500 millones de euros.

Las nuevas características del clima están trasladando la franja ecuatorial-tropical hacia el norte, con consecuencias desastrosas para la producción agrícola, entre los sectores más penalizados. De acuerdo con la Agencia Europea de Medio Ambiente, el valor de las tierras de cultivo se recortará hasta un 80% antes del año 2100 y los campos de trigo, maíz y remolacha perderán el 50% de rendimiento en el peor escenario. Las colinas del famoso vino Chianti se verán socavadas por competidores a los que no estaban acostumbrados, como el Reino Unido, que ha incrementado la producción un 150% entre 2004 y 2013.

Venecia, inundada. Foto: Ronald Menti

Stefano Liberti, colaborador de revistas como Internazionale y L’Espresso, es uno de los periodistas que más han denunciado la gravedad de la situación. En su último libro, Terra Bruciata (Tierra Quemada), profundiza el efecto del cambio climático en Italia, sobre todo en la agricultura: “Hay un gran debate porque en este caso se trata de vida o muerte. No es solo una idea romántica de protección del medio ambiente, porque aquí no conseguimos producir y por eso hay que desarrollar estrategias que sean menos impactantes a nivel ambiental”, sostiene.

En sus reportajes, Liberti ha estudiado el tema de la llegada de nuevas especies invasoras a causa de los inviernos más suaves, como en el caso de la chinche parda marmorada, que deja graves abolladuras en las peras del norte de Italia y ha determinado una falta de 356 millones de ingresos. También el impacto en insectos indispensables para el equilibrio ecosistémico, como las abejas, que se reproducen con meses de antelación y peligran el proceso de polinización, del que depende la reproducción de las frutas y la cría de animales.

Sin medidas concretas, la crisis climática restará el 40% de los recursos hídricos en Italia. El CMCC vaticina un agravamiento de la calidad del agua por la intrusión de la sal, provocada por el aumento del nivel del mar. En el país hay 40 áreas amenazadas por este fenómeno: desde Trieste hasta Gioia Tauro, en la región de Calabria. “Los glaciares se están fundiendo a gran velocidad. El océano ya ha absorbido el 93% de todo el calor en exceso producido por el efecto invernadero de origen antrópico y esto se está traduciendo en un aumento del nivel del mar que se calcula en un promedio de 3,6 milímetros por año. Cuanto más nos acercamos al Mediterráneo, más se convierten los milímetros en centímetros o en metros si proyectamos este comportamiento en el futuro”, zanja Sannino. En un plazo de 20 o 30 años, el Mare Nostrum crecerá unos 30 centímetros cerca de las costas italianas y de sus puertos.

El CMCC ha publicado en agosto un informe que describe lo que pasaría si no se hiciera nada para contrarrestar la emergencia. La temperatura del Mediterráneo podría subir unos cinco grados y el PIB italiano bajaría un 7-8%. El abandono de las tierras de cultivo llevaría al aumento de los incendios y al empeoramiento de la calidad del aire. Un efecto dominó que parece afectar no solo la naturaleza sino también la supervivencia de la especie humana.

Una debilidad estructural

Italia es uno de los países más visitados del mundo y el que más patrimonios de la Unesco acoge. Su belleza se debe a la historia de ciudades como Roma, Florencia, Venecia, Nápoles pero también al panorama natural, desde los Alpes hasta las costas de Sicilia. La conformación tan variada es contemporáneamente un privilegio y una maldición. En los recuerdos de todos los ciudadanos quedan grabados desastres como los terremotos de L’Aquila y Amatrice, donde se mezclaron dos factores determinantes que a menudo se repiten: la fragilidad estructural del territorio y la especulación humana.

Durante la fase del denominado boom económico, tras la Segunda Guerra Mundial, en el país transalpino se ha cementado “de manera salvaje”, sostiene Liberti, y construido sin tener en cuenta el ambiente. El tema de los “abusos urbanísticos” ha sido muy debatido por la opinión pública y vuelve a aparecer cada vez que ocurren eventos naturales y climáticos violentos. El riesgo hidrogeológico ha aumentado un 9% y amenaza al 91% de los municipios italianos, de acuerdo con el CMCC. “El cambio climático causa eventos violentos, pero el verdadero daño depende de la fragilidad de los territorios. En Italia muchos de estos son frágiles: desde el campo, sujeto a deslizamientos, hasta las ciudades, donde hemos hecho lo que no teníamos que hacer. Por ejemplo, Génova es una ciudad extremadamente crítica: hemos construido por encima de torrentes que salen cada vez que llueve”, afirma Pasini.

Algunas localidades han desarrollado autónomamente sus iniciativas. Por ejemplo, Milán estimula construcciones o reestructuraciones que tengan un impacto ambiental nulo y Bolonia ha elaborado su propio plan que incluye la participación de una representación de ciudadanos en la elección de las futuras estrategias climáticas. No obstante, para territorios más pequeños se vuelve difícil hacer frente a la situación sin grandes recursos nacionales. “Hay una discrepancia entre los que viven en la ciudad, que ven el problema como algo muy lejos, y los que están en el territorio, que tienen la percepción de que esta es una crisis sin precedentes”, dice Liberti.

Los expertos consultados coinciden con que el Gobierno italiano debería acelerar la respuesta a la crisis climática. En los últimos años, algo se ha hecho, pero no es suficiente. El Ministerio del Ambiente ha comisionado al CMCC en 2017 un Plan Nacional de Adaptación de 400 páginas con el objetivo de impulsar una concienciación política. Pese a que la iniciativa presuponía la implementación de un plan de adaptación, hasta ahora solo se ha elaborado un Plan de Resiliencia que consta algunas directrices. Medios italianos afirman que el nuevo Plan Nacional de Adaptación se publicará en la primavera de 2021.

El fondo de recuperación europeo representa una gran oportunidad en este sentido, sobre todo porque Italia recibirá 209.000 millones, más que cualquier otro país. El ejecutivo de Giuseppe Conte ha publicado un borrador donde se afirma que 74.000 millones serán invertidos para “la revolución verde y la transición ecológica”. El gran desafío es lograr coordinar la estrategia nacional con las realidades locales, que mejor conocen el territorio y sus debilidades. Algo parecido a la Política Agrícola Común aprobada por el Parlamento Europeo, donde se establecen ecoesquemas que deben ser declinados por cada país de acuerdo con sus características.

“El problema es que Italia es entre los países donde más se sufren los efectos del cambio climático y donde menos se habla del problema. El tema está ausente del debate público y durante la pandemia lo es aún más”, opina Liberti, que añade: “La que es una gran emergencia fundamentalmente es ignorada. Se dice siempre que se trata de ‘mal tiempo’, lo que no es equivocado, ¿pero qué hay detrás? Ya no son fenómenos excepcionales sino ordinarios”.

Italia actúa tradicionalmente después de las tragedias y así ha hecho con Venecia. Tras las inundaciones del año pasado, el dique de 7.000 millones de euros para proteger la isla de la alta marea, conocido como Mose, ha empezado finalmente a funcionar. Sin embargo, la capital de Véneto ha vuelto a ser sumergida una vez más el pasado 8 de diciembre y el nuevo sistema no ha podido ser activado en tiempo. Entretanto, en Roma las calles se han llenado de agua y los árboles han destruido varios coches. A finales de noviembre, tres personas han muerto por los efectos de una inundación en Cerdeña y desde 2010 los fallecidos son más de 940, según un estudio del Observatorio CiudadClima. Los eventos climáticos extremos siguen sucediendo y dejan huellas a diario.

“Somos muy buenos en gestionar las crisis y muy poco propensos a hacer prevención. Por ejemplo, hace poco pensábamos que España y Francia tenían un número muy alto de contagiados por la covid-19 pero nosotros no. No hemos tomado las medidas adecuadas para evitar que los casos volvieran a subir. El problema es que ningún político te dice cómo imagina Italia en 2040. La visión es siempre sobre los próximos meses, sobre si logramos salvar la Navidad o no”, sostiene Liberti.

Pasini habla de “globalización climática”: todo lo que ocurre en una parte del mundo, tiene una repercusión en otra. El deshielo de los glaciares del polo norte afecta la región del Sahel en África así como la temperatura del Mediterráneo en Europa. Luchando por su supervivencia, Italia puede desempeñar su papel en este proceso de resistencia al cambio climático. Todavía no es demasiado tarde.

Fuente: El Salto



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