07/01/2021

A 85 años de la huelga general de 1936: el partidazo de la clase obrera

Obrero y obreras, en plena huelga, incendiando vehículos transportistas que no respondían a la medida de fuerza. | Foto: Archivo de la Nación

En Buenos Aires, un día como hoy, pero de 1936, el empuje aguerrido de una lucha llevada adelante desde meses por parte de las y los empleados de la rama de la construcción consagró la solidaridad de la mayoría de la clase para producir una huelga general de características semiinsurreccionales. Aunque tal vez poco recordado, el acontecimiento reaparece como un juego pasado de fútbol. Un encuentro donde la clase obrera acaparó la pelota y con vocación ofensiva le hizo partido – partidazo – al gobierno y a las patronales. Por Máximo Paz, para ANRed.


Cuando la huelga general proclamada por las y los trabajadores para el 7 de enero de 1936 fue un hecho, se supo, entonces, que el lanzamiento que podría desembocar en una posible insurrección de masas ya había pegado en el palo del arco burgués y estaba recorriendo la línea del arco.

Los que sabían bautizaron a aquella media ciudad porteña tomada por el ataque proletario como “El cinturón Rojo obrero y popular”: piquetes, barricadas y asambleas. Actos, festivales y eventos propiciados por personalidades del mundo artístico. Movilizaciones masivas, choques sangrientos con la policía y, fundamentalmente, el desarrollo constante de una gran solidaridad obrera.

La huelga se trató de una batalla directa en las calles de Villa Crespo, Saavedra, Villa Urquiza, Chacarita, Paternal, Villa Devoto, Villa del Parque, Flores, Villa Luro, Liniers, Mataderos, Parque Chacabuco, Parque Patricios, Boedo y Nueva Pompeya.

La jugada histórica merece su relato, puesto que se trató de una larga partida iniciada a partir de las crecientes demandas que se pedía por mejoras en la industria de la construcción. Eso hizo que para junio de 1935 se funde, basado en una gran red de delegados y asambleas de base, la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC), predecesora de la – años más tarde – burocratizada UOCRA. Meses luego, un accidente laboral que recayó fatalmente sobre varios trabajadores albañiles logró que los pedidos se condensen y amplíen. La réplica negativa por parte de la patronal, también. La táctica para seguir atacando fue producto de innumerables asambleas, dónde se estableció una huelga para el 23 de octubre de 1935 y que, además, la medida de fuerza se extendiera por casi 100 días continuos.

Los rivales eran duros. Se trataban de los funcionarios al mando del general Agustín Pedro Justo (elegido presidente con el llamado «fraude patriótico») y empresarios de la rama, en su mayoría alemanes, enlazados con el Partido Nazi, como la Compañía General de Construcciones y la Siemens Baunion. Todo ello empantanado en plena década infame, su permanente estado de sitio y con las directrices puestas en relanzar a la actividad económica nacional luego del crack del ’29 sabiendo que el negocio agroexportador con Europa no volvería a ser el que fue.

La obra pública, entonces, se hizo insignia. En lo que es hoy la CABA y en provincia de Buenos Aires se iniciaron obras de calibre y magnitud: el edificio del Ministerio de Obras Públicas, el estacionamiento y los talleres de la Policía de la Capital, el cuartel de la Policía Montada, la comisaría de Puerto Nuevo, los nuevos cuarteles de Palermo y el nuevo edificio del Colegio Militar en El Palomar. También se continuó con la construcción de la Cárcel de Villa Devoto, se completó el edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires y se iniciaron los de la Academia Nacional de Medicina, de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, del Museo Bernardino Rivadavia, del Ministerio de Hacienda y del Ministerio de Guerra. Además se construyeron barrios de viviendas, puentes en el Riachuelo, el primer tramo del subterráneo a Palermo, la rectificación del Riachuelo, el entubamiento del arroyo Maldonado, y, sobre él, la avenida Juan B. Justo. También se hicieron iglesias católicas en cada barrio, como expresión de la nueva alianza entre la dictadura y el Vaticano. Y la mayoría de los grandes estadios de fútbol que conocemos hoy, incluyendo al Monumental.

Esta tanda de obras constituyó una renovada industria de andamio, lejos de aquella donde primó la acción estelar de los oficios más tradicionales para configurarlo en funciones más sencillas y poco calificadas. Las jornadas eran de 11 y hasta 14 horas, seis días a la semana, retribuidos con salarios irrisorios. No se soportaba.

Las asambleas se vuelven multitudinarias. Para el 15 de noviembre se desarrolla una de ellas en un colmado Luna Park, donde se votó una huelga general para todas las ramas del gremio. La repercusión de la medida dio sus frutos: los ecos del parate llegaron a tener plegamientos hasta en la ciudad de Montevideo. Entonces, el que fuera el Departamento Nacional de Trabajo llamó a las partes a negociar.

Pero no hubo arreglo. Las patronales no estaban dispuestas a ceder, sobre todo a lo concerniente al reconocimiento del flamante sindicato dirigido por la militancia obrera del Partido Comunista y de la Anarco Comunista Alianza Obrera Spartacus. Todo volvió a foja cero.

O más o menos. Para aquella altura del conflicto, la escalada entre las partes se había llevado a 60 obreros del andamio a la cárcel de Devoto. Desde el otro lado, el aspecto fraterno comienza a elevarse a magnitudes pocas veces vista. A partir de la configuración de Comités de Solidaridad en cada zona barrial, se comienzan a realizar festivales para recaudar fondos para las y los huelguistas, choferes de colectivos pequeños propietarios determinan trasladar sin cargo a los huelguistas y, de esa manera, solventar la vigilancia sobre la efectividad de la huelga en cada lugar de trabajo, así como a la vez se conformaron brigadas destinadas a empapelar los barrios con afiches que ponían al día a las y los vecinos sobre lo que estaba sucediendo en el conflicto.

Asimismo, las organizaciones solidarias pusieron en pie comisiones de mujeres, colonias de vacaciones para los hijos que ya disponían de sus vacaciones post escolares y, como punto sobresaliente, la conformación del Comité de Defensa y Solidaridad a partir de la intervención de, al menos, 68 organizaciones gremiales que se pliegan a ella.

Ya para fines del año ‘35 los encuentra con un festival en Plaza Once asistido por alrededor de 100.000 participantes.

Los brindis festivos y el comienzo de un nuevo año no producen nada. Empresarios niegan rotundamente todo y plantean la resolución de la contienda a través de un leve aumento salarial.

La réplica obrera surgió desde el Comité de Defensa cuando en la asamblea se votó casi por unanimidad la realización de una huelga general para el 7 de enero.

De inmediato, desde los despachos del Estado se declaró a la medida de fuerza como ilegal mientras fueron encarcelados los dirigentes organizativos, clausurados los locales y los comedores y las fuerzas represivas ocuparon la ciudad.

Las y los trabajadores no dieron marcha atrás. Supieron desde el vamos que estaban en área de definición y, por ello, fueron a la carga por su objetivo. La lucha tremenda apareció en los barrios que habitaban los obreros (volantes de Spartacus llamaban a «meter fuego en los barrios»): los huelguistas formaron barricadas, movilizaciones y pasaron a incinerar a todo vehículo que se muestre contrariando la orden de huelga. La policía castiga, sin miramientos. Hay detenidos. Hay muertos. De ambos bandos.

Finalmente, la guardia represiva no logra hacer pie y retrocede. El “Cinturón rojo” queda a manos de las y los obreros quienes, envalentonados en su moral, deciden dilatar la huelga un día más para pedir por los compañeros presos.

Y, sí, pasó. Esta vez pasó: la medida de fuerza, arrojada y valiente, produjo que el presidente inste a las patronales a que reconozcan el pliego de demandas de su cuerpo asalariado sobreexplotado. La liberación de los detenidos, las mejoras salariales, la reducción de horas y el reconocimiento del sindicato se hicieron realidad. Las y los trabajadores ganaron.

Su balón, que pegó en el palo y que recorrió la línea, entró, por fin, a la red. Pidiendo permiso, de visitantes y con árbitro ajeno, pero entró. Ganaron su partido. Su partidazo.


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