02/01/2021

Retrospectiva de un mundo en pandemia

La primera gran pandemia del siglo XXI concluye con 1.800.000 víctimas en todo el mundo, según las cifras oficiales. La llegada de distintas vacunas en las últimas semanas del funesto 2020 permite proyectar un 2021 de vuelta a cierta normalidad dentro de la tormenta perfecta en que se encuentran los principales sistemas políticos del mundo. La “inteligencia” financiera reclama una vuelta a los “negocios como siempre” aunque sectores como el turismo tardarán años en recuperar los márgenes previos a la pandemia. 2021 seguirá siendo un año en clave pandemia: las vacunas, privadas, aunque subvencionadas en su diseño por el sector público, no llegarán al mismo ritmo a todas las sociedades. La desigualdad que define el mundo moderno afectará también a su distribución. Por Sarah Babiker y Pablo Elorduy. 


Nueva York, Londres, Bruselas o Madrid han sido epicentros desde la primera hora de la pandemia. La combinación entre la industrialización ganadera y el hacinamiento de especies, la deforestación y las rápidas conexiones globales hicieron del segundo virus Sars el más letal de cuantos ha habido en un siglo. La crisis económica, que hunde sus raíces en los años 70 del siglo pasado pero que estalló en 2008 y no se ha resuelto desde entonces, fue la antesala de la crisis climática y enmarca, en cierto modo, la pandemia, en cuanto la expansión del covid-19 se produjo desde el primer momento desde los “hubs” turísticos, financieros y de decisión política.

En 2020 la caída a cámara lenta del neoliberalismo como sistema hegemónico se ha acelerado como consecuencia del virus Sars-Covd2. La gestión privada de la sanidad ha fracasado en mayor medida en los países con procesos de desposesión más avanzados y el recurso al Estado se ha extendido en los países más afectados, si bien es cierto que a través antes de propuestas de colaboración público-privada que de planificación estatal de la economía.

Pocos países han discutido abiertamente la nacionalización de sectores estratégicos para hacer frente a la caída de los suministros durante la pandemia, aunque la planificación económica sí ha sido invocada tras el derrumbe de los “negocios como siempre” a escala internacional. El impuesto a la riqueza extraordinaria acumulada durante el coronavirus solo será una realidad en Argentina, aunque varios países han discutido sobre una posibilidad que ya fue aplicada por naciones como Alemania o Francia después de la II Guerra Mundial.

En Estados Unidos, la caída de Donald Trump ha generado una sensación de regreso al statu quo, que pese al alivio inicial, no cierra ninguna de las preguntas generadas en torno a esa crisis de productividad y de incertidumbre ante el colapso climático. Además, la gran potencia imperial se ve amenazada por el papel hegemónico en el nivel productivo de China. El control por parte del dólar de las finanzas internacionales contrasta con la fragilidad del interior estadounidense. El país afronta una división racial y política ─que en 2020 tuvo una expresión masiva e incontestable con el movimiento Black Lives Matter a raíz del asesinato policial de George Floyd─ dentro de una situación económica de recesión. La multiplicación de los discursos y crímenes del supremacismo blanco en Estados Unidos se corresponde con el auge de la extrema derecha en distintos puntos del globo.

Manifestación tras el asesinato de George Floyd. Foto: Matthew Roth

Pero, si la situación no será fácil para el establishment demócrata en su vuelta a la Casa Blanca, el sector financiero estadounidense aparece como el gran vencedor de la pandemia. Black Rock ha obtenido un contrato para la gestión del paquete del Green New Deal en la UE, así como una autorización por parte de China para el control de sus inversiones. En marzo, la Reserva Federal ya había recurrido a este fondo de inversión para la gestión del paquete de estímulos para paliar la crisis. Otro fondo de inversión, Blackstone, ha salido a la caza de oportunidades inmobiliarias en los países en crisis. Sin duda ha sido Amazon la compañía que ha salido victoriosa de este 2020. Sus circuitos logísticos, analógicos y digitales. En los tres primeros trimestres del año, la compañía aumentó su beneficio un 69,5%.

La cara B de esas historias de éxito son los incrementos de la desigualdad en todo el mundo. El FMI ha reconocido que la desigualdad ha crecido más en 2020 que en todas las crisis anteriores. La ONU lo pone en cifras: desde enero, ha habido un aumento de 207 millones de personas en las estadísticas de extrema pobreza: “La proyección más pesimista dice que el 80% de la crisis económica inducida por el COVID-19 persistiría diez años debido a la pérdida de la productividad, evitando el regreso al curso de desarrollo visto antes de la pandemia”.

Reconfiguración de bloques

Al acuerdo in extremis para el Brexit se sumó a última hora una noticia que ha pasado prácticamente desapercibida. La UE. “Hoy, UE y China concluyeron las negociaciones sobre un acuerdo de inversiones”, explicó Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. El acuerdo llega tras siete años de negociaciones y está sancionado por los dos principales gobernantes de la UE, Angela Merkel, que en 2021 dejará la cancillería alemana, y Emmanuel Macron, que afronta 2021 como el último curso político antes de las elecciones presidenciales francesas.

Protestas en Francia contra la ley de seguridad el 28 de noviembre de 2020. Foto: Mathieu Delmestre (PSF)

La victoria de Joseph Biden sobre Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos marcó varios hitos pero las buenas relaciones con China no es uno de ellos. El poder estadounidense mantiene una posición ambivalente con el país que dirige Xi Jinping, sin embargo, la versión oficial es que EE UU quiere mantener la presión contra la expansión de China, para lo que contará con Reino Unido, tocado por el proceso de salida de la UE. En ese sentido caben interpretar las críticas de los gobiernos anglosajones sobre el cumplimiento de los derechos humanos en China emitidas, especialmente a raíz del conflicto en Hong Kong.

La reconfiguración exprés de las relaciones internacionales se produce en un contexto de recesión global. La batalla por los precios del petróleo, que el 20 de abril de 2020 vivió uno de los días más asombrosos en el comercio de carburantes de la historia, cuando el precio del crudo cayó a niveles negativos por primera vez en la historia. Era más caro almacenarlo que comprarlo. La caída de la demanda de crudo en medio de una pandemia que tuvo como respuesta inmediata el corte abrupto de los viajes en avión y la disminución del transporte de carretera hasta niveles no vistos antes, no fue el único factor que influyó en esa caída. La batalla del petróleo entre Arabia Saudí y otros productores, en primer lugar Rusia pero también Estados Unidos, se producía en el momento álgido de la crisis del covid-19 y, por tanto, en una fase de desconcierto de las altas finanzas internacionales.

Las políticas de expansión cuantitativa y la ruptura, momentánea, de los límites de deuda y déficit que imponen los tratados europeos han aportado algo de tiempo antes de la tormenta económica de los países miembros de la UE. La deuda pública italiana, seguida de la española, estarán en el punto de mira de los mercados financieros durante el próximo curso. Las políticas de rescate e intervención económica relacionadas con la Unión Europea, al contrario que en España, son un tema de discusión permanente en el país y tienen grandes costes electorales. En 2020, el nivel de deuda de los Gobiernos del mundo subió del 88% al 101%. Son “montañas de deuda” que permanecerán ahí hasta que comience el debate, postergado en los primeros años de la pasada década, sobre su auditoría e impago.

En el interior de la UE, la negociación en torno al Coronavirus Recovery Fund ha enfrentado al proyecto europeo con su déficit democrático. La negativa inicial de Hungría y Polonia a aprobar un texto que quería añadir mayor grado de “europeísmo” a la unión, lo que supuestamente implica mayor grado de democratización y separación de poderes, fue sorteada en noviembre con altas dosis de ambigüedad. En septiembre, ambos países, la mitad del Club de Visegrado, obtuvieron otra victoria dentro de las instituciones europeas con la presentación de un Pacto sobre Migración y Asilo que favorece el modelo de acogida a la carta y aumenta la militarización de las fronteras terrestres y marítimas para detener la llegada de personas migrantes a costas europeas.

La lucha de las mujeres polacas contra la ilegalización del aborto tras una decisión del Tribunal Constitucional de octubre, ha sido reprimido y un problema para el Gobierno del Partido Paz y Justicia.

Muchas familias perdieron toda su documentación en el incendio del campamento de Moria. Quienes la salvaron, la muestran como prueba de la injusticia que están sufriendo. Foto: Pablo ‘Pampa’ Sainz.

Cambios y continuidades en América Latina

Los estragos del covid-19 en América Latina, especialmente en Perú, Brasil y México, marcaron el paso de un año en el que se revirtió el golpe de Estado en Bolivia con la victoria de Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo y se aprobó un proceso constituyente en Chile.

La gestión de la pandemia por parte del gobierno interino de Bolivia, salido del golpe que puso en la presidencia a Jeanine Áñez, así como la movilización de amplios sectores políticos y sociales cimentaron la vuelta del MAS. La victoria de Arce se vio refrendada el 9 de noviembre con la vuelta del histórico y polémico dirigente del MAS, Evo Morales, que fue recibido por cientos de miles de personas.

El 26 de octubre, Chile aprobaba en referéndum enterrar la Constitución “de los Chicago Boys”, tras una jornada histórica, en la que el 78% de la población aprobó reemplazar la Constitución vigente desde 1980, tras la llegada de Augusto Pinochet al poder. Se certificaba así una victoria del pueblo chileno un año después de que estallaran las protestas por la carestía de la vida, que se han llevado por delante los dogmas del neoliberalismo instalados desde los años 70 en el tercer país con más renta per cápita de América Latina tras Uruguay y Panamá. 5.885.721 personas votaron ‘sí’ a la pregunta “¿Quiere usted una nueva Constitución?” frente a 1.600.000 que votaron que no.

En Perú, la destitución en moción de censura del ya expresidente Martín Vizcarra desató un movimiento masivo de protesta. El país andino ha tenido cuatro presidentes en menos de cuatro años. La población se enfrentó a una situación de corrupción política y lucha contra las élites.

En Colombia se incrementó a lo largo de 2020 el acoso y la violencia contra activistas indígenas y defensores de la tierra. Alberto Anay, líder social y dirigente comunal, es el último asesinado del año, en un país que vive una guerra soterrada desde hace décadas pero que no tiene el “cartel” que en España tiene Venezuela.

La victoria de las mujeres en Argentina, país que despenaliza la interrupción voluntaria del embarazo para atajar el cruento recuento de víctimas de los abortos ilegales, cierra con unas notas de esperanza un año trágico en la historia de la humanidad.

Foto: Laura Reyes para ANRed

El legado de Trump en Oriente Medio

El 3 de enero de 2020 EEUU asesinaba en Irak al general iraní Qasem Soleimani, mediante un ataque con drones cerca del aeropuerto de Bagdad. En las calles de Irán se extendieron las manifestaciones y decenas de personas murieron en el multitudinario entierro del militar ejecutado. Empezaba una escalada entre ambos gobiernos que terminó con el derribo de un avión ucraniano el 8 de enero, en lo que, según acabó confesando Irán, fue un error.

El ejército persa esperaba una represalia tras el bombardeo, sin víctimas, de varias bases militares estadounidenses en Irak. Cuando vieron aparecer en su espacio aéreo el avión, lo atacaron. Murieron 176 personas, la mayoría iraníes. Así empezaba el 2020: con tensión bélica entre dos potencias, un avión de pasajeros derribado por un cohete y una ola de manifestaciones en Irán contra un régimen que había ocultado durante días las circunstancias de la muerte de sus propios compatriotas.

En su último año de mandato el ahora presidente saliente Donald Trump ha dejado clara su intención de dejar sello en la región. A finales de ese mismo enero anunciaba de la mano de Benjamin Netanyahu su “Acuerdo del siglo”, un plan de paz dirigido por su yerno, Jared Kushner, en el que los palestinos no habían participado, y que implicaba la anexión por parte de Israel de los asentamientos en Cisjordania, la creación de un estado palestino de soberanía limitada que tendría que fijar su capital fuera de Jerusalén.

En verano, Israel firmaba la paz con Emiratos Árabes Unidos primero, y poco después con Bahrein. De esta manera EEUU apostaba por la normalización de las relaciones de los países árabes aliados con su país amigo, sin contar con el pueblo palestino. Ya cuando su salida de la Casa Blanca era inminente, sumó a la lista al joven Sudán democrático y por último a Marruecos. El primer país conseguía así salir de la lista negra de Estados que apoyan al terrorismo, el segundo, obtener el reconocimiento de la soberanía sobre el Sahara Occidental.

Siguiendo en la región, no ha sido un año fácil para mucha gente. Líbano atraviesa una crisis financiera profunda que le llevó al primer default de su historia en marzo. Las movilizaciones que paralizaron el país en otoño de 2019 han sido reprimidas. Un incendio en el puerto de Beirut, el pasado 10 de septiembre, puso en evidencia un Estado corrupto incapaz de gestionar el país y proteger a la población. Las protestas se intensificaron, pero la situación no mejora, y la población libanesa, como lleva tiempo haciendo la Siria, ha tomado la vía de la migración hacia una Europa que ha proseguido con afán en este 2020 su objetivo de hermetizar las fronteras.

Mientras, las guerras siguen enquistadas en la región, Siria cumple en marzo de 2021 una década de violencia que ha dejado casi 387.000 muertos según el Observatorio Sirio de derechos humanos, y obligado a huir de sus casa a la mitad de la población, con, según cifra ACNUR, 6,7 millones de desplazados y 5,5 de refugiados. En Yemen, el nuevo gobierno reconocido internacionalmente era recibido con un atentado el pasado 30 de diciembre cuando aterrizaba desde Arabia Saudí en el aeropuerto de Adén. Un ataque que habría dejado 22 muertos —ninguno del gobierno— y cuya autoría no está clara. El país lleva en guerra desde 2014, un conflicto alimentado por las armas europeas, en un país que habría perdido casi un cuarto de millón de vidas, y es presa de una gran crisis humanitaria.

África: emergencia autoritaria

Cuando a principios de año, la amenaza del covid-19 se iba concretando como una pandemia mundial, se empezó a esperar lo peor para el continente africano, apuntando a economías débiles y sistemas de salud insuficientes. Aún con escasos casos, los países del continente no tardaron en cerrar sus fronteras, el virus venía del exterior, y en muchas ocasiones, de trabajadores y viajeros del norte.

Al contrario de lo que vaticinaban los peores diagnósticos, el coronavirus ha dejado una mortalidad menor en África comparada con el resto del mundo, aunque algunos países estarían ahora entrando en la segunda ola. Si bien se piensa que pueda haber cierto subregistro, esta baja incidencia se achaca fundamentalmente a la juventud de la población, a las temperaturas, y también, a la experiencia previa en el continente enfrentando pandemias, contando con profesionales preparados y una población concienciada ante la necesidad de prevención.

Son buenas noticias teniendo en cuenta que las medidas de confinamiento que se impusieron en muchos países, y las rigurosas rutinas de higiene, no se podían trasponer a un continente donde una gran parte de la población vive al día, muchos son quienes dependen de la economía informal, y abundan las poblaciones donde el saneamiento es problemático. Toques de queda y cierres parciales fueron sustituyendo a los confinamientos más rígidos del norte.

Sin embargo el continente no se ha librado de la otra pandemia, la crisis económica que en 2020 ha hecho la vida mucho más difícil para millones de personas, experimentando el África al Sur del Sahara la primera recesión económica en 25 años como consecuencia de la pandemia. De fondo, focos de tensión y violencia que amenazan la estabilidad de varios países: en Etiopía, el segundo país más poblado del continente, con 93 millones de personas, Abiy Ahmed, nobel de la paz en 2019, ha manejado con mano dura un país en tensión que protagonizó masivas protestas tras el asesinato de un cantante y activista social en junio, y que llegó a la guerra civil en la provincia del Tigray, en septiembre. En Nigeria, donde viven 191 millones de personas, el año ha sido también convulso: en octubre la sociedad civil tomó las calles frente a la violencia policial. En diciembre, Boko Haram aterrorizó de nuevo a la sociedad con el secuestro de 300 niños (que fueron liberados pocos días después).

Sudán, que entraba en su segundo año de democracia tras una revolución que consiguió acabar con 30 años de regimen de Omar Al Bashir, ha debido enfrentar inundaciones que anegaron la capital y pusieron en jaque la economía. Además, el acuerdo de paz con Israel y las tensiones con la vecina Etiopía mientras recibe miles de refugiados de aquel país, complican el horizonte del gobierno. Por otro lado, la pugna por el agua de el Nilo, tras la construcción de la presa del Gran Renacimiento en Etiopía y su puesta en funcionamiento, genera un foco de potencial conflicto entre Addis Abeba y el Cairo, que involucra también a Jartum.

Mientras, en el África Occidental, en Senegal, la muerte de cientos de personas en su ruta migratoria hacia Canarias, y la inacción del gobierno ante el empobrecimiento de una población vapuleada por la crisis económica, y la privación de sus medios tradicionales de subsistencia, —principalmente la pesca, esquilmada por los acuerdos de Pesca con la Unión Europea—, motivó un día de luto nacional promovido por los movimientos populares, así como numerosas protestas.

Los países del Norte del continente fueron los más golpeados por la pandemia después de Sudáfrica, con Egipto a la cabeza, seguido de Marruecos y Argelia. Sus poblaciones, además de enfrentar la enfermedad tuvieron que hacerlo con regímenes autoritarios que se vieron reforzados con la excusa de la gestión de la crisis sanitaria. En Argelia, el gobierno prohibió las protestas populares contra el régimen que venían repitiendose cada viernes. En Egipto, Abdelafatah Al Sisi sigue imperturbado su política represiva y autoritaria, sin suscitar aparentemente preocupación en la comunidad internacional como demuestran sus recientes encuentros con la ministra de exteriores española, Arancha González Laya, o el presidente francés Emmanuel Macron. En Marruecos un duro confinamiento puso en una situación extrema a amplias y precarias capas de la población. Sus movilizaciones fueron duramente reprimidas.

Por otro lado, el 14 de diciembre el reino alauí acabó con el alto al fuego entre Marruecos y la RASD disparando contra manifestantes saharauis que protestaban en el Guerguerat, una franja de tierra en el paso fronterizo con Mauritania. El Frente Polisario declaraba la guerra a Rabat tras años de esperar un referendum que no llega. En diciembre Trump reconocía la soberanía marroquí sobre la ex colonia española, a cambio, Marruecos se convertía en el cuarto país en medio año que normalizaba sus relaciones con Israel.

Fuente: El Salto



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