06/12/2020

El Concejo Deliberante de la ciudad de Salta homenajeó a un genocida

Una tormenta se ha desatado en la ciudad de Salta. El Concejo Deliberante acaba de homenajear al ex policía, futbolista y director técnico Juan de la Cruz Kairuz, enjuiciado por formar parte de un grupo de tareas que secuestró y desapareció al médico Luis Arédez, en la ciudad jujeña de Libertador General San Martín, en dominios del Ingenio Ledesma. Por Jorge Montero.


Kairuz está acusado en las causas de secuestros, torturas y desaparición de Arédez y de otras 29 personas, en las que se investiga al propietario del Ingenio Ledesma, Carlos Pedro Blaquier, al ex directivo de esta empresa, el salteño Alberto Lemos, y a otros ocho hombres, por crímenes cometidos en el marco del terrorismo estatal en 1976 y 1977. Las causas duermen el sueño de los justos en la Corte Suprema de Justicia, que todavía no se expidió, luego de que en 2015 la Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal dictara, en un fallo bochornoso, la falta de mérito a favor de Kairuz, Blaquier y Lemos. Una vez más el aparato judicial al servicio de la impunidad patronal.

El homenaje al represor Kairuz se llevó a cabo en el hall central del Concejo Deliberante. La propuesta del vicepresidente primero del cuerpo, Ángel Causarano, había sido aprobada por todas las bancadas capitalinas -peronistas, radicales y agrupamientos provinciales-. La entrega de la “distinción”, el pasado miércoles, estuvo a cargo del presidente del concejo, Darío Madile y participaron representantes del conjunto de las fuerzas políticas.

El 13 de junio de 1977, cuando las sombras ya se habían apoderado de Libertador General San Martín, un grupo de tareas invadió la casa de la familia Arédez. A su frente estaba Juan de la Cruz Kairuz, un policía que trabajaba como represor por las noches y de día entrenaba al Atlético Ledesma, el club que ese año conduciría en el Campeonato Nacional de la AFA. Este esbirro de la familia Blaquier, propietaria del ingenio azucarero que participó activamente del secuestro de más de 400 trabajadores y vecinos en las terribles noches del 20 al 26 de julio de 1976 en las localidades de San Martín, Calilegua y El Talar, también había sido un ignoto futbolista de primera división.

Ricardo Arédez grabó en sus retinas aquel episodio que no sería el primero ni el último en su trágica historia familiar. Es el hijo menor de Olga, la madre de Plaza de Mayo que dio en soledad y durante años las vueltas del coraje alrededor de la plaza de Libertador General San Martín, exigiendo justicia. Y que falleció en 2005 después de sufrir un tumor cancerígeno estimulado por la bagazosis, enfermedad que ocasiona la quema del bagazo –un desecho de la caña de azúcar– que el complejo agroindustrial de los Blaquier realiza al aire libre.

Es también el hijo del médico Luis Arédez, ex intendente del pueblo que osó cobrarle impuestos al ingenio Ledesma en 1973, hasta que una patota armada en un operativo que llevaba la marca en el orillo de la Triple A, le arrebató el cargo. Para luego ser secuestrado de su casa el 24 de marzo de 1976, liberado tras un año de torturas y prisión, y definitivamente desaparecido el 13 de mayo del ’77 cuando salía de su trabajo en el hospital de Fraile Pintado, una localidad vecina.

“Se cumplía el primer mes de la desaparición de mi padre y veníamos de una misa. Cuando acabábamos de llegar a casa, tocaron el timbre. Atendí yo y me tiraron la puerta para atrás. Entraron en gran cantidad militares con uniforme y ametralladoras que estaban comandados por Juan de la Cruz Kairuz, que en esa época era técnico de Atlético Ledesma. Me quedó su imagen porque a cada momento salía en reportajes en los diarios. Y cuando entró a punta de pistola y se llevó un montón de cosas, estaba de civil. El daba las órdenes y sabía perfectamente lo que hacía. En un segundo invadieron los tres pisos de mi casa. Sólo estábamos mi mamá, mi abuela y yo, que tenía dieciséis años”, recuerda Arédez.

A fines de 1975, ya se gestaba el golpe militar y Kairuz bifurcaba sus ocupaciones. Como reconocería en un reportaje que realizó para la revista El Gráfico en 2001, ingresó a las fuerzas de seguridad porque “…el jefe de la policía de Jujuy era hincha de fútbol y me ofreció el puesto. Se puede decir que fui lo que se dice hoy un favorecido, un ñoqui…”. Un ñoqui que además reconoció en esa nota un dato clave para entender aquel episodio en que se cruzará con los Arédez la noche del 13 de junio de 1977. “Yo vivía dentro del ingenio…”,declaró.

El menor de los Arédez -Ricardo tiene tres hermanos más, Olga, Adriana y Luis- sabe muy bien cómo funcionó el aparato represivo en Libertador General San Martín, donde la ley la impone del emporio azucarero de los Blaquier. “Allá siempre hubo muchísima impunidad. Porque hay un poder feudal desde hace cien años, aunque no contaban con nuestra forma de tener memoria. La noche de los apagones y la complicidad del ingenio en llevarse a los nuestros en sus móviles, manejados por sus empleados, los denunciamos ante el mundo entero. No tomaron en cuenta que difundiríamos la complicidad del poder económico”.

Ricardo no puede olvidar la noche del 24 de marzo del ‘76, cuando detuvieron a su padre por primera vez: “Yo lo vi cuando lo llevaban en una camioneta de la empresa Ledesma, manejada por un empleado de la empresa Ledesma”. También lo impactó volver a ver ese rostro en el hombre de semblante duro y de baja estatura que ahora comandaba el grupo de tareas que invadió su casa; para reconocerlo, al paso de los años, ahora en Salta: “me impresionó mucho ver esa cara. Que ya fuera un hombre mayor, gordo, que hasta donde sabía, trabajó en la seguridad de la Casa de Gobierno de Salta, con el gobernador Romero”.

Consultados los concejales salteños por semejante “reconocimiento”, trataron de ampararse en la ignorancia. No sabían nada, desconocían sus andanzas, la responsabilidad es del vicepresidente de la Cámara que lo propuso, y otros pretextos por el estilo. Ángel Causarano, el gestor de la resolución 541, aprobada por unanimidad, en el acto de entrega de la plaqueta recordatoria, tras abrazar a su amigo Juan de la Cruz Kairuz, se emocionó: ““Siempre me enseñaste y enseñaste a quienes estuvieron a tu lado a ser un buen dirigente y, por sobre todo, los valores necesarios para ser una buena persona”. Ahora, ante los requerimientos periodísticos, sólo atina a repetir, «no quiero entrar a polemizar en esto. Yo simplemente hice un homenaje a una trayectoria deportiva sin saber que podía existir un problema». Luego sus pensamientos lo traicionan y habla sobre acciones cometidas por la guerrilla, balbuceando: “Son temas muy delicados… era una guerra tan sucia y murió tanta gente inocente”, aunque rápidamente trata de desdecirse.

Enterado del reconocimiento del Concejo Deliberante salteño, Ricardo Arédez, lamenta que el represor de nombre tan cristiano, empleado de Blaquier, que secuestró a su padre y allanó su domicilio “se siga burlando y riéndose de nosotros”. Con la mirada perdida, busca de una explicación que no encuentra. “No sé hasta dónde nos van a llevar estos homenajes en democracia a la gente que tiene que aclarar mucho, mucho, ante una justicia justa y creíble, que todavía no llegó esa justicia justa y creíble para nosotros”.



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